jueves, 2 de septiembre de 2021

La libertad de conciencia desde la espiritualidad cristiana

“VERITAS ET VITA”


    Nos refiere el Catecismo de la Iglesia Católica que: “Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos”[1], esto significa que le ha creado libre y capaz de seguir la voz de su conciencia. Pero, ¿cómo se entiende la libertad desde la fe cristiana?, responde el mismo texto magisterial: “La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios”[2], por ende, libertad sin Dios no es auténtica libertad.

 

         En la actualidad existe una urgente necesidad de revalorar el significado de la libertad de conciencia en los hombres, entendiéndose éste en el sentido de que el hombre en el Estado tiene el derecho de seguir, según su conciencia, la voluntad de Dios y de cumplir sus mandamientos sin impedimento alguno”[3], en la expresión de León XIII. En seguida nos viene al caso el tema de la democracia como garante de la libertad de conciencia, sin embargo, tengamos cuidado con esta posible afirmación, pues, no siempre democracia es sinónimo de libertad.

 

         Para el padre Jorge Loring S.I., “la democracia no es un mecanismo para definir lo que es verdadero o falso, bueno o malo[4]. Si pretendemos convertir la democracia en el sustituto de la capacidad racional del hombre para conocer la verdad, nos equivocamos. El cristiano, amparado por su fe, tiene el derecho y la obligación de defender lo bueno y lo verdadero ante la sociedad para procurar que la verdad y el bien se reflejen en las leyes. Éste sería el sentido cristiano de la democracia.

 

         La auténtica libertad de conciencia, “la libertad digna de los hijos de Dios, que protege tan gloriosamente la dignidad de la persona humana, está por encima de toda violencia y de toda opresión” (León XIII), es más, “la suprema autoridad de Dios sobre los hombres y el supremo deber del hombre para con Dios encuentran en esta libertad cristiana un testimonio definitivo”. Sería un grave error pensar que la libertad cristiana bordea democráticamente con el espíritu de insurrección y de desobediencia. Claro está que “cuando el poder humano manda algo contrario a la voluntad divina, traspasa los límites que tiene fijados y entra en conflicto con la divina autoridad. En este caso es justo no obedecer”.

 

         Ahora bien, el cristiano debe estar convencido de que su libertad de conciencia ha de ser vivida conforme a las enseñanzas de la Iglesia, que ha sido la principal protectora de este valor, pues, como lo precisó san Juan Pablo II, “la autoridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menoscaba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos; no sólo porque la libertad de la conciencia no es nunca libertad con respecto a la verdad, sino siempre y sólo en la verdad, sino también porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la fe”[5].

 

         La única referencia que el Concilio Vaticano II hace a la libertad de conciencia es mencionada cuando precisa “el derecho de la Iglesia a establecer y dirigir libremente escuelas de cualquier orden y grado, [siendo que] esto contribuye grandemente a la libertad de conciencia, a la protección de los derechos de los padres y al progreso de la misma cultura”[6]. La Iglesia sabe que desde la educación cristiana, se fundan las bases para que los hombres crezcan adecuadamente formados en la libertad de conciencia.

 

“La verdad os hará libres” (Jn 7, 32) es una sentencia del Evangelio que no ha perdido su esplendor, pues la libertad es la fuerza de la vida, que redime al ser humano, existencialmente, de la opresión del pecado, de la condena y de la muerte. En nuestros días, comprender la libertad de conciencia desde la espiritualidad cristiana, no es otra cosa que reconocer que nuestras vidas están naturalmente orientadas hacia Dios, el Supremo Bien y Verdad, esa misma Verdad que nos hace libres.

 

P.A

García



[1] (#1730)

[2] (#1731)

[3] León XIII, (1888), “Libertas praestantissimum” (#21-22).

[4] Jorge Loring S.I., (2004), Para Salvarte (p. 416).

[5] San Juan Pablo II, (1993), “Veritatis splendor” (#64).

[6] Concilio Vaticano II, “Gravissimum educationis” (#8).

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