miércoles, 1 de septiembre de 2021

Las Misas de Réquiem ¿piedad o abuso?

“PRO DEFUNCTIS”

         La palabra latina “réquiem” es popularmente usada en la piedad cristiana cuando se ora por los difuntos, por eso tenemos la jaculatoria: “Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace. Amen”, que se traduce como: “Concédeles, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Amén”. “Réquiem” es la forma acusativa de “réquis”, que significa descanso, de ahí que cuando se habla (o se hablaba) de “Misa de Réquiem”, se hace referencia a la misa que se celebra teniendo como única intención orar por el eterno descanso de los difuntos, lo que hoy en día se conoce como “Misa Funeral” o “Misa de Aniversario de Defunción”, que no es lo mismo que “Misa Exequial”.

         ¿Qué es la Misa Exequial[1]? Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia en la que se expresa la comunión eficaz con el difunto, aprovechándose de anunciar la vida eterna a la asamblea reunida para despedir al cristiano que ha sido llamado por Dios. En esta misa está el cuerpo presente del que ha muerto.

La Misa Exequial como la Misa Funeral, expresa[2] la comunión con los difuntos, pues, la Iglesia peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones, “pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados” (2 Macabeos 12, 45).

Las Misas de Réquiem –como se les llamaba antes del Concilio Vaticano II- ahora conocidas como Misas Funerales, (no exequiales), son de las más celebradas en la vida cotidiana parroquial, esto puede arrastrar un posible abuso y desproporción en muchas de las parroquias de nuestra Iglesia latinoamericana, problemática que no es nada actual, sino que es herencia de los errores y desviaciones del pasado, incluso previos al Concilio Vaticano II, y que éste mismo no pudo corregir. ¿Por qué abuso? Porque en muchas partes se suele omitir la misa diaria por la celebración de funerales o Misas de Difuntos.

Esta problemática, como se ha dicho, no es para nada actual, se tienen indicios preconciliares –como el siguiente- y postconciliares -como en la vida diaria-. A continuación les presentaré una valiosa reflexión al respecto, publicado hace más de 70 años, en “El amigo del Clero”, órgano oficial del arzobispado de Lima, año LIX, abril de 1950, n° 1499. El artículo reflexivo está ubicado dentro de la sección “liturgia” y tiene como título: “Las Misas de Réquiem”.

Como es mi costumbre, presentaré el texto original en cursiva y mis comentarios personales inmersos en el discurso.

Comienza el autor de este comentario, cuyo nombre es difícil de pronunciar, diciendo que: “En muchas parroquias las misas de “réquiem” se multiplican de una manera excesiva; no es raro encontrar iglesias en las cuales todos los días hay “una misa de negro”. Este es un verdadero abuso que produce graves consecuencias en el sacerdote y los fieles. Lo primero en resaltar es que para la mentalidad preconciliar ya era tenido por abuso la constante y única celebración de estas misas, cuyas consecuencias las sufre en primer lugar los sacerdotes, y en segundo lugar la feligresía. ¿Realmente pueden haber consecuencias negativas de esta realidad? La respuesta la tendremos en el resto del comentario.

Seguidamente el autor hace un brevísimo panegírico sobre las misas de difuntos, aseverando que: Sin duda la misa de “réquiem” constituye, respecto a los difuntos, un acto de caridad espiritual; para el sacerdote que la celebra y para los fieles que la siguen, ella constituye una lección elocuente sobre la vida futura. Y en seguida advierte tajantemente: Mas, por ello, suprime fatalmente la misa del día: multiplicar las misas “in negris”, es reemplazar el Misal por la “Misa pro defunctis”. Esta última frase es muy fuerte, pues se reconoce que con las misas de difuntos constantes y supliendo las del día, se está reemplazando toda la riqueza de la liturgia contenida en el Misal, por una sola fórmula lícitamente aplicable, pero no de uso excesivo. Y finaliza esta idea el autor: Ahora bien el Sacrificio, no lo olvidemos nunca, es “por todos los fieles”.

Hablando particularmente de los fieles vivos, no de los difuntos, el autor explica que: Es de la verdad total, sembrada en todas las páginas del Misal, que ellos tienen necesidad de nutrirse; se comprende el daño que se les causa imponiéndoles casi cotidianamente la misma página, por más bella y rica que sea. El resultado cierto y nefasto: rutina, fastidio, falta de cuidado, falta de esfuerzo, desinterés progresivo. En las palabras finales se apuntan con diáfana precisión los resultados de usar diaria y únicamente las misas de difuntos: rutina, fastidio, falta de cuidado, falta de esfuerzo, desinterés progresivo, entre tantos otros resultados negativos que podrían anotarse sin temor a la equivocación. Nótese evidentemente que en cada resultado copiado del autor, sería necesario especificar que es vivido por “clero y pueblo”, porque es así, en primer lugar por el clero, que es el acostumbrado a presidir las ceremonias, y en segundo lugar por el pueblo, que las asiste a ciegas.

El autor finaliza su reflexión con el siguiente exhorto: El pastor que tiene cura de almas está obligado a la discreción; él reaccionará, si es necesario, contra la tendencia invadente, haciendo comprender a sus fieles que la misa puede ofrecerse por los difuntos sin ser una “misa de negro”. Evidentemente es tarea del sacerdote catequizar a su feligresía para que comprendan esto: que todos los difuntos pueden encomendarse en las intenciones de una misma celebración eucarística,  y que el sacrificio es un acto social que interesa a toda la Iglesia. Disminuyendo así la excesiva frecuencia de las misas de “réquiem”, el pastor no quitará a los difuntos nada del beneficio de la oración de sus hermanos y salvaguardará los intereses espirituales de sus fieles. Abate Theyssen[3]

Ahora bien, según el Código de Derecho Canónico (#905), el sacerdote está obligado a celebrar al menos una misa diaria, y como máximo dos o en casos extremos hasta tres. Pensemos en esto cuando somos conscientes de que hay parroquias en las que se celebra una misa a cada hora, completando en una jornada de la mañana hasta 7 misas, sin contar todas las que se puedan celebrar durante la tarde. Esto es realmente un abuso. La misa no se puede parcializar de esa manera. En una parroquia promedio, deberían celebrarse como máximo dos misas diarias, una en la mañana y otra en la tarde, y en esas misas encomendar las almas de todos los fieles difuntos que se quieran, sin necesidad de celebrar una misa por cada difunto, para complacer a familias concretas.

No es justo que un sacerdote tenga que celebrar más de dos o tres misas diarias para complacer las intenciones de los difuntos de cada familia. No es justo que los católicos asistan a misa solamente cuando en ellas se está encomendando el alma de un familiar fallecido. Tampoco es justo que los sacerdotes, conociendo las normas de la Iglesia y los peligros de abusar de la liturgia, sigan complaciendo a sus feligreses con misas particulares por cada difunto, cuando perfectamente todos los difuntos pueden ser encomendados en una sola celebración.

Para finalizar es bueno preguntarnos: ¿cómo comprender el sentido de la Misa? En la Misa, el pueblo de Dios se reúne para celebrar la Palabra del Señor, orar por las necesidades del mundo entero, cantar alabanzas y dar gracias a Dios por su obra creadora y salvadora, para recibir a Jesucristo en la Comunión y, después, para ser enviados en el Espíritu como apóstoles del Evangelio.

Nos hace falta más formación litúrgica, que en realidad es formación cristiana, para valorar y comprender lo que celebramos en los sacramentos, de manera especial en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Hagamos el compromiso de formarnos en este sentido y de formar a los demás, para que vivamos nuestro catolicismo con alegría.

P.A

García



[1] Catecismo de la Iglesia Católica #1864

[2] Catecismo de la Iglesia Católica #958

[3] (De “La Vie Spirituelle”, año 15, pp. 191-2)

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