viernes, 26 de noviembre de 2021

Todo de Dios VI

VIDA FAMILIAR

El comedor familiar era una mesa rectangular con las esquinas redondeadas. Mamá se esforzaba e insistía para que todos son sentáramos a comer juntos, no permitía que nadie comiera en las habitaciones, viendo la televisión, tentación frecuente en la casa. No recuerdo exactamente las posiciones de los miembros de la familia, sin embargo, si tengo claro que los menores nos sentábamos de un extremo y los mayores en el otro. El color que me representa es el azul celeste, o azul claro, porque recuerdo haber vivido una infancia feliz y llena de ilusiones; este color quiere significar la serenidad y confianza en las que crecí. Mie hermanas, siempre a mi lado, son representadas con el color rosado, porque fueron las dos figuras femeninas, en todo su sentido, que me acompañaron, ellas siempre han sido tiernas y cariñosas conmigo, y como soy el menor de la familia, ellas desde siempre se preocuparon por cuidarme. Mi mamá está representada con el color rojo del amor; amor incondicional, completo, puro e intenso; el lugar que ella ocupa en mi vida es primordial. Con el color azul está representado mi papá, aunque en el dibujo debería estar escrito “padrastro”, ya que mi papá no convive con nosotros desde que yo tenía 2 años de edad; en su lugar está, entonces, la persona que durante mi infancia fungió como “padrastro”, aunque nunca lo vi como tal, sino como un amigo, la pareja de mi mamá. El azul representa la figura de virilidad que recibí de ellos dos, de mi papá y de mi padrastro. Finalmente está mi abuela, que en los Andes venezolanos acostumbramos llamar “nona”, derivado del italiano “nonna” que significa “abuela”. Ella, según la imagen está justo frente a mí, y no es casualidad, pues ella fue la persona más cercana en mi infancia, nunca sustituyó el lugar de mi mamá, pero sí la reemplazó cuando mamá estaba ausente principalmente por cuestiones de estudios o trabajo. El color verde representa la esperanza, pues siempre en ella podía conseguir un refugio seguro, además que me enseñó con obras, no con palabras, lo valores del respeto y la caridad hacia los más necesitados. En mi familia no estaba permitido dejar la comida, tampoco tardar mucho cuando se nos llamaba a comer. En mi familia nunca se usaron las malas palabras, y aunque de vez en cuando a los mayores se les escapaba alguna, los menores no repetíamos nada. Nunca se nos permitió inmiscuirnos en conversaciones o cosas de mayores, siempre recibíamos visitas y nos enseñaron a ser receptivos y amables con ellos, atendiéndoles de la mejor manera. En mi familia no estaba permitido dejar las cosas fuera de su sitio, cada cosa, cada objeto tenía un lugar específico y allí debía permanecer para que todos lo pudiéramos encontrar cuando lo necesitásemos. El orden en las habitaciones era cosa de todos los días, las camas bien vestidas, la ropa en su sitio, los zapatos, los útiles escolares, todo, absolutamente todo tenía que estar ordenado. Mies hermanas siempre eran las que apoyaban en la limpieza de la casa, yo aportaba en la decoración navideña de la casa por la época decembrina.

La relación familiar desde la infancia se ha mantenido en un clima de respeto y colaboración mutua. Evidentemente las cosas han cambiado mucho, pues los pequeños crecimos y cada uno tomó su rumbo personal. Las primeras en salir de la casa fueron mis hermanas, cuando fueron a la universidad, luego lo hice yo cuando ingresé al seminario, sin embargo, cada vez que estamos juntos, todo sigue siendo como antes.

Las mayores dificultades en mi familia han sido siempre relacionadas con las relaciones sentimentales de mis hermanas, cuestión que no es de incumbencia familiar, sino, por el contrario, son cosas muy personales que cada quien puede y debe resolver, a pesar de esto, la familia siempre ha estado presente en todas las circunstancias.

De mis papás he heredado cualidades y defectos, como es natural que los hijos se parezcan a sus padres, sin embargo, personalmente creo que soy diferente a ellos en muchos aspectos.

Mi familia siempre ha apoyado mi vocación. Nunca han manifestado inconformidad ni rechazo. Están contentos con mis decisiones y siempre han estado apoyándome, cada uno desde su propia realidad. De la que más recibo apoyo en todos los sentidos es de mi mamá.

El tema de la sexualidad y su vivencia dentro del matrimonio nunca ha sido una tarea fácil para mí dentro de mi familia, solo sé que ellos conocen las cosas como deberían llevarse, aunque por cuestiones personales y por circunstancias muy íntimas cada quien decida vivir a su manera este aspecto.

P.A

García

viernes, 19 de noviembre de 2021

Biografía del padre Javier Santiago Obón Molinos

“TAYTANCHIK JAVIER”

Joaquín Obón Gil y Pilar Molinos Martín conformaron una cristiana familia de siete hijos en la que nació Javier Santiago Obón Molinos, el viernes 15 de octubre de 1943, festividad litúrgica de santa Teresa de Jesús, en el pequeño poblado de Forcall, Provincia de Castellón de la Comunidad Valenciana, en el Reino de España. Javier cultivó su alma misionera desde que era un joven estudiante en el Seminario Diocesano de Tortosa. Luego de cumplir con sus estudios canónicos, fue ordenado sacerdote el 15 de junio de 1967, a los 23 años de edad, celebrando su primera misa el 29 de junio, en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo e incardinándose en el presbiterio de la Diócesis de Tortosa, donde sirvió satisfactoriamente durante 26 años como párroco y profesor de instituto. Tuvo un hermano mayor, también sacerdote, llamado Joaquín, de quien siguió sus pasos en la vocación.

En su diócesis natal fue delegado diocesano de Misiones y de Comunión entre las Iglesias, además de desempeñarse como superior del Seminario Diocesano (1967-1970) y como prefecto en el Colegio Diocesano de la Inmaculada (1970-1972). Continuó su servicio pastoral en las parroquias de Nuestra Señora del Rosario, de Tortosa, como vicario (1972-1977) y rector en Fredes y Pobla de Benifassà (1977-1980). Como Vicario en Ulldecona (1977-1993), se encargó de las parroquias de Godall y Sant Joan del Pas (1980-1988). Cuando cumplió 25 años de ministerio sacerdotal y con 49 años de edad, finalmente pidió a su obispo Lluís Martínez i Sistach, salir de misión, su sueño anhelado.

Llegó al Perú el miércoles de ceniza, 24 de febrero de 1993, durante el episcopado en Ayacucho de Mons. Juan Luis Cipriani Thorne, siendo su primera misión la Capilla del Señor de Arequipa, luego Parroquia Santa Rosa de Lima, cuya construcción finalizó en 1996 con el apoyo del Gobierno español y su decidida proyección pastoral y visión futurista. El padre Javier levantó una parroquia de la nada con la ayuda del Señor, donde hoy se siguen recogiendo frutos de vida eclesial. Él sembró para Dios y ahora nosotros recogemos sus frutos en beneficio de la Iglesia.


En la Arquidiócesis de Ayacucho fungió como párroco de la Parroquia Santa Rosa de Lima, atendiendo las comunidades rurales de Tambillo y Acocro con sacrificio y constancia. Fue también profesor, director espiritual y finalmente rector del Seminario Conciliar San Cristóbal de Huamanga, capellán del Monasterio de Santa Clara de la Concepción, Vicario Pastoral y Vicario General, penitenciario arquidiocesano, promotor de los CETPRO “Rikcharisun” y “27 de octubre”, promotor del Comedor de Niños “Santa Rosa” y “27 de octubre” y canónigo del Cabildo Metropolitano de la Arquidiócesis.

Sus años en Ayacucho los trabajó incansablemente por el fortalecimiento de la catequesis, la preparación correcta para la recepción de los sacramentos, y en diversos trabajos pastorales y sociales en la ciudad y en las periferias, con niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos, enfermos, y de un modo muy especial con los más pobres, marginados y necesitados, procurando siempre dar respuestas concretas ante las carencias de medios materiales; su fuerte de acción fue la educación, la alimentación y la salud.

Se preocupó siempre por apoyar y cultivar las vocaciones sacerdotales, la sana alimentación de los niños y la formación para el trabajo de jóvenes y adultos. Devoto de san Josemaría Escrivá de Balaguer, entregaba su estampa a los feligreses, proponiéndoles a este sacerdote español como modelo de santidad en la vida ordinaria, orientándoles en sus planes de vida, con horarios donde los actos de piedad tenían un papel central, pues el tiempo con el Señor no es tiempo perdido. Sus grandes devociones fueron la Eucaristía y la Santísima Virgen María. Frente al Señor Sacramentado solía decir: “Creo, Jesús mío, que estás aquí presente en la custodia, con tu Cuerpo, con tu Sangre, con tu Alma, con tu Divinidad. Espero y confío en ti, eres mi Dios y Señor”.

En palabras dirigidas a una gran multitud reunida frente a la Catedral de Ayacucho, un viernes santo, se le escuchó decir: “Cristo vive y Cristo ha de estar presente en nuestro corazón. Este es el gran drama de tantos bautizados y cristianos que viven en la ambigüedad, viven en la mundanidad, no quieren ser distintos, pero el cristiano ha de ser distinto, pero no distante, porque quiere vivir por el bien de todos los hermanos y de los hombres, pero dando un estilo de vida que realmente les estimule, con gozo y alegría para el bien”. Estas palabras las hizo vida, las transmitió con su propia persona, las contagió a todos y murió firme por este mismo ideal.

Figura paternal para muchos, les enseñó a cultivar una profunda devoción a nuestro Señor y a su Madre santísima. En todo momento fue un auténtico padre, preocupándose por todos, demostrándoles su amor, paciencia y –cuando era necesario- su oportuna y acertada corrección. Hombre alegre, caritativo y de carácter recio, pero con un corazón grande y siempre misericordioso. Supo disculpar y pedir disculpas, perdonó y buscaba ser perdonado cuando erraba. Transmitió a los que le conocieron, el valor de las cosas pequeñas, pues en cada circunstancia buscó agradar a Dios. Apóstol de alma valiente y decidida, no tuvo miedo en denunciar las injusticias y crímenes vividos durante los últimos años de la oscura época del terrorismo, que azotó sin piedad de manera enfática esta ciudad y departamento de Ayacucho.

Al padre Javier le gustaba compartir con todos, pero de manera especial con sus estrechos colaboradores de la parroquia, para lo cual ideaba y propiciaba paseos comunitarios, en los que él mismo se encargaba de servir los alimentos, cerciorándose de que todos comieran y lo hicieran bien, hasta quedar satisfechos, sin olvidar el helado del postre. Para él, era una gran alegría ver a todos felices, compartiendo como hermanos. El padre inspiraba confianza, respeto y veneración; quienes se acercaban a él sabían que era un hombre de Dios, por sus gestos, consejos y acciones concretas, un alma pura.

Para las religiosas del Monasterio de Santa Clara de la Concepción, donde estuvo como capellán, el padre Javier fue un sacerdote ejemplar, recto, honrado, siempre formal, valiente, fuerte, caritativo y de intensa vida de oración. De pocas bromas, serio y a la vez bondadoso y alegre. Siempre que viajó a España, en busca de recursos para su misión, traía recuerdos a todas las religiosas de la comunidad, pues no acostumbraba a llegar con las manos vacías. Después de su muerte salieron a relucir las innumerables obras de caridad que realizó desde el silencio, sin que todos supieran. Iba a las comunidades alejadas a celebrar la Misa. Con sus seminaristas era complaciente, cediendo en sus peticiones y pequeños caprichos, aconsejándoles siempre la fidelidad a la vocación y formándolos con carisma para servir al pueblo de Dios.

En sus últimos días de vida se le vio decaer de salud, sin embargo, él nunca se quejaba de nada, prefería poner por delante el sacerdocio, su obligación amada, que a su misma persona. Ante las posibilidades de un tratamiento para mejorar la salud se le ofreció salir del país, pero no quiso, se le escuchó decir que quería morir en Ayacucho. En su convalecencia recibía las visitas con mucho cariño, interesándose por ellas. Aceptaba con humildad los presentes y detalles que sus visitantes le llevaban como muestra de afecto por su vida consagrada al servicio de todos. El padre Javier celebraba la Eucaristía con mucho fervor, cuidando las normas litúrgicas, pausadamente y sin prisas, aun cuando se sentía mal. Rezaba diariamente el Breviario y el Santo Rosario, aprovechando los momentos libres para la oración, pues estaba siempre conectado con Dios.

Estas religiosas clarisas están seguras de que, ver iniciada la causa de beatificación del padre Javier, sería una gran bendición para la Iglesia católica ayacuchana y universal, pues se trata de dar a conocer la vida de un santo sacerdote, que sirvió y sirve de estímulo y ejemplo a seguir en el camino del cristiano. El padre Javier reprodujo a Cristo con su vida, por eso es un modelo a imitar, y ahora, en el quinto aniversario de su muerte, la Arquidiócesis de Ayacucho podría emprender el hermoso camino de trabajar por ver al padre Javier en los altares.

El padre Javier Obón con 73 años de edad sufrió un cáncer de páncreas, y en olor de santidad, partió sereno hacia la Casa del Padre Celestial el sábado 19 de noviembre de 2016, a las 11:50pm, en vísperas de la Solemnidad de Cristo Rey y la clausura del Año de la Misericordia, solo dos meses después de haber sido diagnosticada su dura enfermedad. Había ofrecido sus sufrimientos por la Arquidiócesis que lo acogió.

Las exequias fueron realizadas el lunes 21 de noviembre de 2016 en la Santa Iglesia Catedral de Ayacucho, presididas por Mons. Salvador Piñeiro y con la presencia de un nutrido número de sacerdotes, religiosas y feligreses, quienes reunidos en profunda oración, manifestaron sus sollozos por la despedida física de este apóstol. Su cuerpo fue llevado en hombros por sacerdotes y seminaristas alrededor de la Plaza de Armas, para luego ser sepultado en el Cementerio de Uchuypampa. El padre Javier vivió 49 años de fructífero y santo ministerio sacerdotal, 26 años en España y 23 en el Perú.

En el quinto aniversario de su partida hacia la morada eterna, la Parroquia Santa Rosa de Lima eleva al Señor una oración de acción de gracias por la vida y obra del padre Javier Obón, e invoca con humildad su mediación por las intenciones de todos aquellos que le conocieron y ahora le recuerdan con cariño. “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven” (Mt 22, 32). El padre Javier vive con Dios y entre nosotros, su memoria nos acompaña y fortalece y estamos seguros de que desde el cielo intercede ante el Señor por sus hijos espirituales. La serena mirada que desprenden sus ojos en la imagen del cuadro ubicado en el despacho parroquial, es una constante indicación de que debemos hacer las cosas bien, por amor a Dios y por nuestra salvación.

¡Gracias, querido padre Javier!

P.A

García


Consultas realizadas para la elaboración de esta biografía:

 

Necrológica publicada por la Diócesis de Tortosa, España, el 17 de noviembre de 2016, recibido a través del correo electrónico secretaria.bisbe@bisbattortosa.org

Material audiovisual de producción española presente en la web “Misioneros por el Mundo” y “Españoles en el Mundo”.

Material audiovisual conseguido en YouTube, publicado por los canales de los sacerdotes Yoni Palomino y César Augusto Samanez Berna.

Material audiovisual conseguido en YouTube, publicado por los canales de Basilia Villagaray Crisostomo, Voces Comunicaciones y Ángel Martín Laurente Campos.

Conversaciones con parroquianos de la Parroquia Santa Rosa de Lima, quienes conocieron personalmente al padre Javier.

Entrevista a una religiosa del Monasterio de Santa Clara de la Concepción quien conoció al padre Javier en su época de capellán en dicha casa religiosa.



viernes, 12 de noviembre de 2021

Testimonio sobre un joven peruano llamado al sacerdocio

VOCACIÓN SACERDOTAL


Ayacucho, 12 de noviembre de 2021

 

R.P. Juan Phalen, misionero de la Congregación de Santa Cruz.

 

Reciba un afectuoso saludo en nuestro Señor Jesucristo, deseándole de corazón éxitos en su loable ministerio sacerdotal. A continuación le hago llegar mi testimonio personal sobre el ciudadano Jefrey Pesantes.

 

Jefrey Edwin Pesantes Cordova es un joven católico peruano con claras aspiraciones vocacionales al sacerdocio ministerial, pues ha comprendido que se trata de un llamado divino y su privilegio es que está dispuesto a responder con generosidad. Su vida en la fe es constante, animada por numerosas experiencias misionales en diversas partes del Perú, lo que le ha permitido conocer diversas realidades de la Iglesia, aprovechándose de todas ellas para crecer como persona y como cristiano. Cada experiencia vivida representa para él en un crecimiento personal que le anima a seguir adelante, dando pasos firmes en el seguimiento e imitación de Cristo.

 

Jefrey, en su capacidad abierta y espontánea, ha cultivado sanas amistades con sacerdotes, religiosos y religiosas, quienes les han animado a seguir el camino de la vocación sacerdotal, pues ven reflejada en su alma el deseo de aquellos primeros apóstoles del Señor que dejaron todo para seguirle. En la pastoral juvenil se ha caracterizado por ser un líder y animador de otros jóvenes, pues con su propio testimonio de vida arrastra a los demás en su misma pretensión del ideal cristiano: la santidad. Jefrey tiene un alma noble, desbordante de caridad para con el prójimo. Es comunicativo, amigable y abierto con todos. Deja saber su opinión sin buscar imponerse. Su amor por el Señor y la Santísima Virgen es evidente, manifestándose en un consciente fervor en los actos de piedad. Es un joven que ora y lo demuestra con su vida. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús le hace saber que él se encuentra enclavado en el mismo Corazón del Redentor, de donde salió Sangre y Agua, manifestación del amor y misericordia del Señor.

 

Durante el último año, he mantenido una amistad buena con Jefrey Edwin, aún cuando no nos conocemos personalmente. Acostumbramos conversar periódicamente través de llamadas telefónicas o videollamadas por WhatsApp, donde nos contamos nuestros progresos vocacionales y espirituales, animándonos mutuamente en el seguimiento de Dios.

 

En mi opinión considero que Jefrey es un buen candidato para ingresar en un proceso formativo y de discernimiento vocacional.

 

Personalmente deseo que pueda contar con la ayuda de personas que valoren su voluntad y firme deseo de entregarse al servicio de nuestro Señor en su Iglesia.

 

Accedí a brindar estas palabras a petición del mismo Jefrey.

 

Suyo en Cristo.

P.A

García

viernes, 5 de noviembre de 2021

Todo de Dios V

Éxodo capítulos 2 y 5

Moisés es un hebreo nacido en Egipto que fue rescatado de las aguas y criado por su propia madre para luego entregarlo a la hija del Faraón. En la adultez, Moisés es consciente de que su pueblo está siendo maltratado en Egipto, primero asesina a un egipcio que encontró maltratando a un hebreo, luego pretende poner paz entre dos hebreos que discutían, pero al sentirse descubierto del crimen anterior decide huir lejos. En el corazón de Moisés estaba sembrada desde su infancia la semilla de la justicia divina, la misma que más adelante le llamaría a emprender una misión salvífica y liberadora de su pueblo oprimido. Moisés escucha la voz de Dios que le envía al rescate de los hijos de Israel. Dios se presente como el Dios de Abrahan, Isaac y Jacob, como el “Yo soy”, revelando su nombre a Moisés y especificando que en su nombre debía dirigirse al Faraón para pedir la liberación del pueblo. Moisés es el prototipo de la elección de Dios a sus servidores, él comprende el llamado divino y con dudas y tropiezos busca cumplir con la voluntad que Dios personalmente le ha manifestado. Moisés, habiendo cometido un crimen al asesinar a un egipcio, sintió la culpa de haber obrado mal y temiendo por su propia vida abandona su país para ocultarse, sintiéndose forastero, pero es en este destierro que Moisés tiene unas segunda oportunidad, su bondad y generosidad le hizo contraer matrimonio con un reconocido personaje de aquella zona lejana y es así como años más tarde, pastoreando un rebaño el pie del monte Horeb, escucha nuevamente el llamado de Dios. En Moisés vemos cómo Dios es un Dios de oportunidades, capaz de reafirmar el llamado en aquellos que huyen de él por el miedo o por el fracaso. El destierro de Moisés fue su mejor preparación para la misión que Dios le tenía encomendada. En el silencio, en la meditación, en la reflexión, se logra esclarecer el plan divino. Moisés hablaba cara a cara con Dios, su relación tan cercana le permitió obrar grandes cosas con la confianza de sentirse secundado por Dios. Moisés era un profeta cuya sola presencia inspiraba respeto, pues no hablaba a los hombres en nombre propio, sino como enviado del Creador del Universo. El proyecto salvífico y liberador de Moisés es una prefiguración del ministerio de nuestro Señor Jesucristo, quien nos liberó definitivamente de la esclavitud del pecado y de la muerte. Los valores que más me llaman la atención de la vida de Moisés son su gran capacidad de esperar en Dios, su obediencia y valentía.

Mi historia, como la de Moisés, también es historia de salvación.

En la reflexión personal de los hechos y acontecimientos de mi vida siempre me ha gustado ver la voluntad de Dios manifestada. Como creyente en Dios, procuro ver todas las realidades de mi propia existencia relacionadas con el plan que Dios me tiene preparado, es por eso que, a juzgar por las experiencias buenas y malas que he vivido, puedo decir confiadamente que mi historia es historia de salvación.

La realidad espiritual, motor de nuestra vida cristiana, es para mí el fundamento sobre el que se cimenta toda mi vida, sin la espiritualidad que procuro mantener, yo quedaría completamente vacío, como un “sepulcro blanqueado”. Aunado a la espiritualidad está la dimensión humana, que es la que hace en concreto que el espíritu obre conforme el querer de Dios, por eso, espiritualidad y humanidad van de la mano, necesariamente la una a la par de la otra, pues de esta manera se va configurando mi vida a los ideales de Jesucristo, verdadero Dios (espiritualidad) y verdadero hombre (humanidad). Espiritualidad y humanidad son los elementos que van haciendo de mi vida una historia de salvación personal.

Todas las experiencias de mi vida, buenas y malas, han sido salvíficas, pues en todo he visto la mano de Dios obrando prodigios. De los errores he aprendido y me he sentido corregido por Dios, y de los aciertos me he sentido sostenido por Dios, porque mi éxito es posible solo por estar conectado a Dios.

P.A

García