lunes, 31 de enero de 2022

Por qué me cambié de escuela en 5to de primaria

EL BULLYING DEL PASADO

Muchas de nosotros en este mundo cruel hemos pasado por momentos en los que hubiésemos deseado haber estado en otro lugar y con otras personas. La mayoría de las veces la escuela es el escenario de estos momentos indeseables y tristes de recordar. Cuando no son los compañeros de clases los que molestan, entonces es la mismísima maestra o cualquier otro adulto del que se espera protección y no acoso. Tal fue el caso que viví en mi quinto grado de primaria en la Escuela Bolivariana “Flor de Maldonado”, en La Playa, mi querido pueblo.

En septiembre de 2006 inicié con mucha alegría el quinto grado de primaria. La ilusión de estrenar uniformes y útiles escolares era siempre uno de los motivos principales para acudir a la escuela, además de aprender cosas nuevas y compartir con los amigos, la escuela me emocionaba especialmente por su ambiente agradable, sus docentes y, desde el cuarto grado, mi pertenencia a la banda seca (conformada solo por instrumentos de percusión) de la cual fui director en varias oportunidades en las que el profesor Tony no podía asistir. Pero este año 2006 sería diferente, pues viviría algunas escenas de acoso, burla y señalamientos públicos por parte de la docente que ese año me tocó como encargada de grado.

El año anterior, 2005, había ingresado al Colegio de Monaguillos de la Parroquia San Vicente Ferrer de La Playa, bajo el curato del padre Alfredo José Uzcátegui Martínez y con la guía sabatina del entonces seminarista Jhon Emir Dugarte. Esta experiencia empezó a transformarme internamente, pues conocí un poco más la fe católica a la par de comprometerme completamente con el servicio en el altar, diariamente y sin ánimos de ausencia alguna. En aquella época empecé a asistir todos los días a misa. Los lunes era el único día en que no había misa, pero de martes a domingo sí. Algunos jueves había misa en la mañana, para exponer el Santísimo Sacramento, y en las tardes, para la Hora Santa. En total eran unas nueve misas a la semana.

En la escuela las cosas empezaron a tornarse turbias. Había días en que la maestra llegaba al salón un poco desorbitada, dirigiéndose a nosotros con gritos, poca paciencia y especialmente amargada. Aquello era un régimen como el de los nazis y así no nos ayudaba en nada, sino que nos hacía aborrecer la escuela. Creo recordar que este era un sentimiento común de algunos compañeros, pero parece que nunca dijimos nada.

Recuerdo que una vez nos pidió hacer una tarea consultando libros de la Biblioteca Pública José Vicente Escalante. Yo fui diligentemente con mi compañera de grupo, que era casualmente la hija de la bibliotecaria, quien a su vez nos ayudó muy amablemente en la realización de la tarea, creo que se trataba de investigar algo sobre los planetas o un tema parecido, pero al día siguiente, cuando presentamos nuestros trabajos, resultó estar todo mal. Los gritos imagino que se escucharían en los salones contiguos. Todo estaba mal, no había nada bueno, no nos dijo cómo hacerlo mejor, no nos indicó cómo mejorar. Así eran las clases de esta maestra frenética.

En mi caso particular, la profesora se enteró por comentarios de los demás niños, que yo estaba acudiendo a la iglesia para servir como monaguillo, y creo que ya para esa época había expresado que mi deseo era ser sacerdote. Por algún motivo la profesora empezó a echarme en cara cuanto mínimo desliz cometiera, haciendo énfasis en el discurso de que siendo yo monaguillo, tan cercano a la Iglesia y con tales aspiraciones futuras, no podía darme el lujo de comportarme de ciertas maneras, (como un niño normal). Ella empezó a corregirme hasta la manera de respirar, pero sin pedagogía o caridad alguna.

Recuerdo que las canciones del momento empezaron a ser obscenas, pues el reggaetón estaba empezando a florecer como el género musical del nuevo milenio, y sus letras cada vez eran menos educativas. Pues bien, esta profesora no me permitía ni siquiera tararear laguna canción de moda, pues no admitía estas actitudes en mí, pues según ella, un monaguillo, un niño que va la iglesia no podía hacer ciertas cosas. Me exigía resultados que yo sinceramente no comprendía.

Recuerdo que en una ocasión empezó a regañarnos altivamente, y entre otras cosas dijo a las niñas que no se sentaran en las piernas de sus papás, pues ellos eran hombres y se les “despertaba el miembro viril”. Este tipo de comentarios eran frecuentes y nos caían muy mal, y de estos comentarios ella se valía para hacer especial referencia a mi como monaguillo y futuro sacerdote. Era algo muy extraño, pero la maestra pretendía ofenderme especialmente a mí con ese tipo de conversaciones, y efectivamente lo lograba. Por mi parte nunca hubo ningún reproche o actitud maleducada hacia ella. Yo simplemente soportaba en silencio, pero guardaba en mi interior un peso muy grande que en algún momento tenía que soltar.

La cosa aumentó en gravedad cuando recibí como regalo de cumpleaños mi primer teléfono, pues ese diciembre de 2006, mi mamá me regaló un teléfono HUAWEI de los más populares para el momento. Era un aparato muy sencillo, de esos que tenían en el fondo de pantalla un hermoso cielo azul con una verde pradera y en medio un frondoso árbol. Sin lugar a dudas la noticia causó malestar en la profesora, porque yo era el único en el salón que ya tenía mi propio teléfono, y a juzgar por la edad y otros factores, ella consideró que era negativa tal adquisición. El tema del teléfono fue constante durante esos últimos días de clases de diciembre de 2006, para que, llegando enero de 2007, manifestara a mi mamá el desánimo y la intención de no volver a la escuela. En ese momento tuve que contarle todo con detalles y hacerle la petición de no ir a reclamar a la profesora, pues yo quería evitar cualquier inconveniente y sobre todo no quería que se supiera por lo que yo estaba pasando, por miedo a ser tildado de “especial” o “sensible”.

Mi mamá actuó de inmediato y me hizo caso en no reclamar nada. Se presentó en la dirección de la escuela y pidió a la directora mis documentos para poder cambiarme de escuela. La directora insistió en conocer los motivos del repentino cambio, pero mi mamá alegó hacerlo por motivos personales y laborales, ya que ella iniciaría a trabajar en la escuela a la que quería trasladarme, cosa que nunca ocurrió, pero finalmente mi traslado se logró. Recuerdo perfectamente esa última conversación en la dirección de la escuela, bajo la mirada penetrante de un hermoso cuadro de Bolívar, la directora empezó a hablarnos sobre su lamento de verme partir, pues, según ella, yo era uno de los alumnos más destacados de la institución, y así mencionó otras cosas hasta hacernos llorar a mi mamá y a mí.

Entre cielo y tierra no hay nada oculto. Más tarde se supo que la profesora estaba pasando por procesos de divorcio de su pareja, también docente, y al parecer todos sus problemas personales los había estado canalizado a través de sus actitudes cuestionables con sus alumnos en la escuela de La Playa. Nunca juzgué a esa profesora, ya que he sido formado con un profundo respeto por las personas mayores, y siendo mi mamá también profesora, sentía especial aprecio por todos los docentes, buenos o no tan buenos.

Ahora que yo estoy dedicado a la docencia, imagino constantemente esa experiencia vivida, y al ver a mis alumnos sentados frente a mí, me veo en ellos, me traslado en la imaginación a aquel 2006 y me propongo no hacer lo mismo que me hicieron a mí. La labor docente es algo muy serio y muy sagrado. No hay profesores perfectos, pero sí hay profesores que desean hacer las cosas lo mejorcito posible y yo soy uno de esos.

P.A.

García

sábado, 15 de enero de 2022

Un recuerdo un tanto vergonzoso, pero no tanto.

SOCIEDAD BOLIVARIANA ESTUDIANTIL

Foto de mi segundo grado de primaria

En una ocasión, mientras estudiaba con la profesora Elena Sánchez el cuarto grado de primaria, por allá en el año 2006, en mi querida Escuela Bolivariana “Flor de Maldonado” de La Playa, fuimos convocados algunos alumnos que quisiéramos formar parte de la Sociedad Bolivariana Estudiantil, una organización encargada de instituir estudiantes con suficiente información sobre el padre de la Patria, el Libertador Simón Bolívar. No recuerdo si yo me apunté voluntariamente o tal vez la maestra me envió representando al salón, lo cierto es que ahí estaba metido con mucha ilusión, la típica ilusión infantil que me acompaña hasta ahora, la de querer “saberlo todo”.

Por fortuna formé parte de este grupo de niños patriotas y un buen día nos correspondió participar de una actividad de la Sociedad, para lo cual nos prestaron unas boinas de gabardina azul marino, del mismo color que el pantalón del uniforme escolar, sobre el pecho una cinta tricolor sujetada con un pequeño alfiler y salimos de la escuela hacia la población de Bailadores, capital del municipio, donde nos encontraríamos con los demás estudiantes de las distintas escuelas, todos miembros de la misma Sociedad Bolivariana.

El punto de concentración fue la Casa de la Cultura del Municipio Rivas Dávila. Recuerdo aquel maravilloso lugar de estructura colonial y ambientada con mil y un motivos culturales, históricos, literarios, pictóricos, artísticos, etc. El motivo del encuentro era recibir una charla magistral sobre la vida de Bolívar, a cargo del licenciado Néstor Abad Sánchez, Director de Cultura de Bailadores (INMUCU). Recuerdo que estuvimos todos muy atentos a sus palabras, sentados en el suelo, éramos un grupo numeroso. Quedamos admirados al escucharle relatar hechos significativos de la vida del Libertador como si él mismo hubiese estado allí, acompañándolo en primera persona. Sin duda alguna fue una conferencia magistral y todos quedamos muy contentos, con las ganas de aprender más sobre este héroe venezolano, el más importante que ha parido la Patria de la que él mismo es el padre. Sí, Bolívar es a la vez hijo y padre de Venezuela.

Regresamos a la escuela de La Playa y, cuando llegamos al salón de cuarto grado, nos esperaba la profesora Elena Sánchez, quien curiosa e interesada me preguntó cómo nos había ido, pues ella se había quedado en La Playa y nosotros habíamos subido a la actividad con otra maestra, la encargada de la Sociedad, cuyo nombre no recuerdo. Yo muy animado empecé a imitar al prodigioso conferencista, haciendo tal como él había hecho, traté de imitar su tono de voz, expresiones corporales y un poco repetí lo que había memorizado de su discurso, pero lo hice con tono jocoso e hiperbólico, cuando fui interrumpido por la profesora Elena Sánchez para decirme que el conferencista era su hermano, el licenciado Néstor Abad Sánchez. Aunque no había dicho nada malo sobre él, quedé muy apenado por la coincidencia. “Pasé la pena.”

 ***

Ese cuarto grado de primaria, recuerdo, lo estudiamos en un salón muy pequeño, que antes había sido depósito de la escuela y se ubicaba en la parte final de la estructura. El salón no medía ni la mitad de un salón convencional, tal vez no seríamos más de 15 niños allí, pero el espacio siempre fue muy reducido, por lo que, una vez, mientras volteaba hacia el escritorio de la maestra, sin querer tiré al suelo una pequeña imagen del Niño Jesús, la cual quedó fraccionada en mil minúsculos pedazos, es decir, irreparablemente dañada; lloré por lo ocurrido y de inmediato fui consolado por la maestra.

Ese año escolar fuimos el primer grado de niños que recibía a la profesora Elena Sánchez, que a pesar de vivir justo frente a la escuela, había trabajado como docente en otras escuelas del municipio y llegaba por primera vez a ejercer su labor pedagógica (por cierto de modo excelente) en La Playa. Recuerdo también que en ese cuarto grado fue cuando por primera y última vez compartí grado con mi primo Raúl Hernando Riobó Calatayud, con quien fui muy cercano toda la infancia hasta ese 2006, cuando él se fue a vivir a Cabudare, estado Lara, por motivos laborales de su mamá. Ese mismo año fue también el último que compartí con mi buen amigo Fernando José Espinoza Sandoval, pues al final del año él tuvo que repetir de grado y yo pasé a estudiar quinto grado, año en el que estuve por última vez en La Playa, desde septiembre hasta diciembre, pues en enero de 2007 me fui a la Escuela de San Pablo, pues había sufrido algunos inconvenientes con la profesora de quinto, pero ese cuento es harina de otro costal, y quedará para una próxima ocasión.

Aprovecho ahora mismo, antes de que se me olvide -cosa que difícilmente puede ocurrir- para escribir los nombres de mis docentes en los diferentes grados de la etapa primaria, dejo para después la inicial y la secundaria o bachillerato:

1-    Primer grado: La docente oficial era la profesora Alicia (no recuerdo el apellido), pero ella fue operada de la columna vertebral ese año y por tal motivo fuimos atendidos la mayor parte del tiempo académico por la profesora Teresa Molina de García, conocida y amiga de la familia por su cercanía en el sector de Las Delicias, quien fue muy tolerante conmigo, pues con seis años de edad, me quedaba dormido por las tardes sentado en los inmensos pupitres de hierro y madera (nuevos, pesados e incómodos para unos niños tan pequeños).

2-    Segundo grado: estuvimos con la profesora Beatriz Rosa, tovareña, quien tenía también una hermana en la misma escuela. Recuerdo que con ella el comportamiento de alguno de mis compañeros no fue el adecuado, y en una ocasión lloró desconsoladamente frente a nosotros, pues manifestaba no aguantar más. Mientras estudiaba segundo grado, me apunté en uno de los cursos que dictarían distintos profesores a los de cada grado. Fue así como llegué al salón de la profesora Betsaida Barillas (prima), para el curso de matemática, y una tarde, faltando 5 minutos para la salida (4:00 p.m.) le pedí permiso para ir al baño, pero ella me dijo que ya casi saldríamos, por lo que debía esperar unos minutos, pero yo no pude evitar la micción sentado en el salón. Llamaron a mi mamá y vino a buscarme. Recuerdo sus palabras de aliento: “usted tranquilo, normal, no ha pasado nada, eso le puede pasar a cualquiera, llegamos a la casa y de cambia y listo…”

3-    Tercer grado: este año estuve con la profesora Betsaida Barillas. Fue un año maravilloso. Recuerdo siempre la exposición que hice sobre la Berenjena, por cierto, con una compañera que aparece en la foto de este artículo, la primera de izquierda a derecha.

4-    Cuarto grado: con la profesora Elena Sánchez…

5-    Quinto grado: de septiembre a diciembre en La Playa con la profesora Alicia Alarcón, tovareña, para ella dedicaré otro texto aparte, ya que hay algo relevante de contar. De septiembre a julio en San Pablo con la profesora Carmen (no recuerdo el apellido). En ese quinto grado también tengo una anécdota que contar sobre una golpiza que recibí recién llegado a la nueva escuela.

6-    Sexto grado: la primera semana de clases con el profesor Carlos Guerrero, pero él después se fue de la escuela a trabajar en cargos administrativos en el municipio referente a Educación. El resto del año con la profesora Nadir Montoya, excelente profesora. En sexto grado también tengo una anécdota de una pelea con una niña evangélica, pero quedará para otra ocasión.

P.A

García

sábado, 1 de enero de 2022

Posible significado de “Mocotíes”

¿VALLE DE LAS PERSONAS?

         La etimología es la especialidad de la lingüística que se encarga de estudiar el origen de las palabras, la razón de su existencia y su significado; y la toponimia hace lo mismo con los nombres propios de los lugares, por lo que nos adentraremos brevemente en estas dos ciencias para conocer el posible significado de la palabra “Mocotíes”.

         Advertencia: el presente artículo carece de respaldo netamente científico, aquí solo se presentan las conclusiones personales del autor, que no dejan de ser interesantes y, en el mejor de los casos, aproximadas a la verdad.

         Mocotíes es el nombre que recibe un río que atraviesa tres municipios del suroeste del estado Mérida, concretamente Rivas Dávila, Tovar y Pinto Salinas, respectivamente. El río da nombre al valle geográfico que a su vez agrupa distintas poblaciones como Bailadores, La Playa, Tovar, El Peñón, Santa Cruz de Mora, todas estas en la cuenca hidrográfica del mismo río, y otras poblaciones como Guaraque y Zea, esta última no se ubica dentro de la cuenca, pero sí dentro de la región denominada Valle del Mocotíes.

         Es poco probable que el término “Mocotíes” se haya originado para dar nombre al río, lo más lógico sería pensar que en principio este servía para denominar a los habitantes de la zona (gentilicio), pasando luego a designar al río, “el río de los Mocotíes”, el río Mocotíes.

         Mocotíes puede ser una palabra compuesta que tendría origen timote-cuica, una extinta lengua del oeste venezolano, cuya zona de uso se concentró en los actuales estados Trujillo, Barinas y Mérida. Según la tradición, los cuicas, de carácter pacífico, habitaron Trujillo, y los timotes, de temperamento bélico, Mérida. Cuica y timote son dos etnias cercanas, pero no son la misma. Lingüísticamente pudieron tener alguna variación, aunque con mayoritaria similitud, es así como se tiene por cierto que el timote se habló entre los actuales Timotes y La Grita y desde los pueblos del sur de Mérida hasta la zona baja cercana al Lago de Maracaibo, es decir, todo lo que es actualmente el Estado Bolivariano de Mérida, dejándose el cuica para el estado vecino de Trujillo.

         Los principales estudios lingüísticos de los timotocuicas se deben a don Tulio Febres Cordero, entre otros autores de la época, sin embargo, la crítica actual prefiere mirar con cuidado las contribuciones de don Tulio, aunque se le reconoce su gran aporte e interés en la materia.

         Ahora sí, pasemos al estudio toponímico y etimológico:

         El prefijo mucu es común de la toponimia timote, teniéndose numerosos ejemplos como Mucuchíes, Mucuchachí, Mucutujote, Mucubají, entre otros más. El significado de este prefijo, según estudios actuales, puede ser el de “gente”, “comunidad” o “pueblo”, en relación a “grupo de personas” y no a “lugar o sitio”, como siempre se ha creído. El prefijo o también sufijo ti, haría referencia a la pluralidad en la palabra que lo contenga, es así como, Timotes y Mocotíes podrían estar compartiendo similitud en sus significados.

         De timote, se podría deducir ti como prefijo plural [los] y el mote probablemente una corrupción de moto o mucu [gente], cuyo significado aproximado sería [las personas], algo curiosamente parecido a la forma de denominar algunas lenguas indígenas como el pemón, que a su vez significa [persona], o el runa simi (quechua) que significa [idioma del hombre].

         En el caso de Mocotíes, todo parece indicar que es una corrupción castellanizada de mucutí, lo que sería simplemente [personas] presumiendo que el prefijo de pluralidad ti se presenta como sufijo del sustantivo mucu [gente, comunidad, pueblo]. Es así como Timotes [timucu] podría significar “Las personas” y Mocotíes [mucutí] simplemente “Personas” o “Comunidades”.

         Sirva este comentario como estímulo para los peritos en la materia, a ver si nos pueden corroborar la deducción aquí realizada o simplemente desestimarla por carecer de veracidad o raciocinio.

P.A

García