SANTO CURA DE
BAILADORES
Este domingo 10
de agosto recibí una grata noticia: en la Arquidiócesis de Mérida se está
considerando abrir la causa de beatificación del difunto padre Ramón Emilio
Pernía Noguera. Este hecho me incumbe de manera muy especial, pues tuve el
honor de recibir en donación la biblioteca completa de este sacerdote merideño.
No solo conservo los libros que él leyó, sino también sus apuntes personales y
un valioso conjunto de documentos manuscritos que constituyen su archivo
personal. Todo este material será de gran utilidad para el futuro proceso, y,
providencialmente, todo se encuentra bajo mi custodia.
La primera vez
que vi al padre Pernía la tengo muy viva en la memoria: fue el miércoles de
ceniza del año 2008, en el Santuario de Nuestra Señora de la Candelaria de
Bailadores. Yo cursaba el primer año de bachillerato en el Liceo Bolivariano Dr.
Gerónimo Maldonado y, por motivo del precepto religioso, todos los alumnos
asistimos al templo para recibir la ceniza. A mi salón, guiado por algún
profesor, se le pidió llevar flores al lugar donde se arreglaban los floreros,
un espacio junto al templo que comunica con unas habitaciones situadas detrás
del santuario.
Estando allí,
vimos salir de una de esas habitaciones al padre Pernía: una figura muy
delgada, vestido con pantalón gris, chaqueta negra y una boina que cubría su
cabeza. En las manos llevaba algunos libros. Al pasar, lo saludamos con
respeto, y él nos devolvió el saludo con igual cortesía. Salía, quizá, de la
habitación donde guardaba sus libros o donde descansaba; no lo sé con certeza.
Lo que sí recuerdo es que, para aquel entonces —principios de 2008—, el padre
Pernía, ya anciano, residía en Bailadores, probablemente como sacerdote
jubilado de 81 años de edad adscrito al Santuario de la Candelaria.
Ese fue mi
primer encuentro con él: un instante sencillo, pero cargado de significado, que
nunca olvidaré. Catorce años más tarde recibiría en donación todos sus libros,
quizá incluso aquellos mismos que llevaba en sus manos aquel miércoles de
ceniza de 2008. Del padre Pernía conservo no solo sus más de cinco mil
volúmenes, sino también una de sus características boinas y la estola del
ornamento con el que fue revestido para su sepultura. La boina reposa en mi
casa de La Playa, en Mérida, Venezuela, mientras que la estola la guardo
conmigo aquí, en el Perú. Mi biblioteca personal en Venezuela lleva su nombre,
curiosamente desde mucho antes de que me sorprendieran con la donación completa
de sus libros. Además, siempre llevo en mi billetera una fotografía tipo carnet
del padre, que recibí de mi madrina Elda Pernía, la misma persona que me
entregó la boina, la estola y esa pequeña imagen.
Hoy, al conocer
la posible apertura de su causa de beatificación, siento que mi historia
personal con el padre Pernía se entrelaza de forma providencial con la memoria
viva de su ministerio. Custodiar sus libros y documentos ya era, de por sí, una
responsabilidad valiosa; pero ahora se convierte en una misión que trasciende
lo personal para ponerse al servicio de la Iglesia. Aquella imagen de un
sacerdote humilde, de paso sereno y manos llenas de libros, cobra un nuevo
sentido: la de un testigo de fe cuya herencia espiritual y cultural está
llamada a iluminar el camino hacia su reconocimiento como beato.
Santo Cura de
Bailadores, ruega por nosotros.
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