lunes, 28 de febrero de 2022

Pedrito, defensor de la fe

UN ACTO HEROICO NO CABALLEROSO

         En una oportunidad, mientras era estudiante del 5to grado de primaria, fui víctima de una niña del tercer grado quien pretendió aleccionarme con un comentario erróneo, pero luego ella fue mi víctima, pues tomé cartas en el asunto y creo que me pasé de devoto.

         Era la hora del receso de la mañana, y mientras esperábamos para regresar al salón, una niña del tercer grado se me acercó para preguntarme por lo que estaba sobre mi pecho, colgando de mi cuello. Amablemente y sin sospechas de nada le contesté que era mi crucifijo, palabras más palabras menos le precisé que era un regalo recibido y lo llevaba siempre conmigo, hasta había hecho juramento de no quitármelo nunca.

         Aquella niña tenía en mente contestarme con una típica frase de corte protestante, esas frases que, teniendo toda la intención de ofender, no se inhiben de ellas, sino que, por el contrario, encuentran honor en proferirlas sin decoro ni decencia. Aquella niña me dijo que mi crucifijo en realidad era un simple “matacho”, un auténtico “payaso”. Matacho, según la definición del diccionario de americanismos es un espantajo que se pone en los sembrados y en los árboles para ahuyentar a los pájaros, con lo cual la niña evidentemente me criticaba la fe y aunado a ello me ofendía al degradar a tal categoría una pequeña efigie de Jesús en la cruz.

         Pedrito, el defensor de la fe, no contestó palabra alguna, y sin medir las consecuencias tomó por un brazo a aquella protestonta, que por cierto tenía gran tamaño y contextura para la edad y grado que cursaba, y luego de dos o tres impulsos la soltó a su deriva, trayectoria cuyo final fue un poco rústico en el patio escolar. La niña lloró y contó lo sucedido. Nadie podía creer eso de Pedrito.

         Al día siguiente mi mamá fue citada a la dirección de la escuela. Recuerdo a la directora hablar muy seriamente con mi mamá y conmigo. Explicó que, a pesar que la ofensa recibida, no tenía motivos suficientes para hacer daños físicos a ningún compañero, y menos al tratarse de una fémina de menor edad y menor grado de instrucción. Al final, los comentarios generales de la escuela concluyeron a mi favor. No recuerdo haber tenido ningún otro altercado por motivos religiosos con esa niña, de la cual recuerdo perfectamente su cara llena de lágrimas por el aventón que se ganó por falsa heroína, al final quedó ella como una "matacha" y "payasa".

P.A

García

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