martes, 15 de febrero de 2022

Una cruel bienvenida escolar

PASÉ LAS DE CAÍN Y CASI LAS DE ABEL

        En quinto grado de primaria hice cambio de escuela (la razón será detallada en otro artículo de este blog). Empecé el quinto grado en la Escuela Bolivariana “Flor de Maldonado” en mi pueblo, La Playa, bajo la venerable dirección de doña Blanca Castillo de Paredes, una distinguida profesora playense; ella fue docente de aula de mi abuela Eva Castillo, cuando esta estudiaba sexto grado de primaria en la antigua escuela de La Playa “Estado Falcón”, luego, siendo directora de la Escuela “Flor de Maldonado”, recibió a mi mamá y años más tarde a mí. En total 3 generaciones distintas bajo una misma autoridad pedagógica.

         Cuando fui inscrito en la Escuela Bolivariana “San Pablo”, recuerdo que recibí una bienvenida poco amigable. El día que subí por primera vez solo a la nueva escuela me propinaron una fugaz golpiza. A continuación, hago un resumen de los acontecimientos bélicos, los mismos que recuerdo con humor y altruismo.

         Resulta que yo era el nuevo del salón, y por alguna razón pueril no era del agrado de mis compañeros. La profesora Carmen Aurora, tovareña, les había dado instrucciones de acogerme como uno más, pero los alumnos no estaban dispuestos a hacerme parte del grupo con tanta facilidad.

         El orden del salón a veces variaba. Cuando no estábamos en semicírculo o formando una “u”, entonces estábamos por filas, uno detrás de otro, y fue de esta última manera en la que nos encontrábamos cuando mi compañero del frente pidió prestado un borrador al compañero sentado detrás de mí. Yo solo fui un obstáculo entre ellos, aunque pensé que les había sido útil al pasarles el objeto del uno al otro y viceversa.

         La cuestión fue que a la hora del recreo ellos empezaron a preguntarse por el paradero final del mencionado borrador, y al no aparecer por ningún lado, decidieron, por unanimidad, inculparme de la misteriosa desaparición. Yo les aclaré una y otra vez que no tenía lo que ellos buscaban, pero toda explicación fue en vano.

         Antes de volver al salón, ambos varones pusieron a prueba aquel popular adagio que reza “en la unión está la fuerza”, y entre los dos, quienes me superaban en tamaño y número, pero no en género, decidieron arbitrariamente darme mi supuesto merecido.

         El primer golpe, y uno de los más eficaces, fue directo en mi pálida faz, logrando retirar aventados de una vez y para siempre mis preciados y siempre necesarios anteojos, con lo cual ya tenían ganada la pelea, pues me quitaban la posibilidad de saber dónde estaban ellos, no tanto para responderles, sino al menos para esquivar los siguientes puñetazos.

         Como les digo, en la primera perdí la visión objetiva de mis ajusticiadores, por lo que los siguientes golpes simplemente disfruté amargamente en recibirlos con nula oportunidad de defenderme, o al menos de correr. Pero tampoco fueron muchos golpes, a parte del de la cara, tres o cuatro más, pues parece que la razón de la querella había finalizado al instante, ya que muy cerca de donde cayeron mis lentes en el suelo, apareció como por arte de magia el susodicho borrador por el cual pretendían quitarme la vida, a mí, un simple forastero que huía de mi anterior escuela por un caso que pudo haberse tildado de acoso escolar o lo que actualmente llaman bullying, pero no protagonizado por mis compañeros, sino por la docente.

         La pelea se supo, llegó a oídos de toda la escuela, pero no se castigó a mis verdugos ni yo fui consolado. Días después acepté las “sinceras disculpas” de José Alfredo y José Alí, para continuar con normalidad la vivencia escolar.

         En la escuela de San Pablo pasé dos años muy hermosos. Todos los días debía estar temprano en la Plaza Bolívar para tomar el bus que me dejaba casi frente a la escuela, y por las tardes, a veces bajaba caminando hasta La Playa en compañía de Yeison Fitzgerald Escalante, con quien hice buena amistad, pues él también era playense como yo.

         En esta escuela empecé a participar con mayor entusiasmo en distintas actividades culturales, pero hay una experiencia académica que creo nunca olvidaré, y se trata de la exposición que tuve que hacer sobre el proyecto del Centro de Ciencias “Chuquisaca” de la escuela, el cual se tituló “Efectividad del método de cultivo Organopónico con plantas de lechuga (Lactuca sativa) Americana Ferri.” Sobre esto hay mucho que contar, pero quedará para otro artículo.

P.A

García

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