sábado, 15 de marzo de 2025

Una espiritualidad encarnada

Una espiritualidad encarnada

         Como se ha visto, resulta grosero y forzado separar la relación con Jesús de la vivencia de la caridad. Todo aquel que se encuentra verdaderamente con el Maestro de Galilea experimenta una transformación radical para bien. Así lo demuestra el caso de Zaqueo, quien, tras recibir a Jesús en su casa, decidió restituir y compartir generosamente con los pobres (Lc 19,1-10).

Definitivamente, no es posible seguir a Jesús sin encarnar su mensaje; no se puede llamar cristiano quien no actúa frente al sufrimiento del prójimo. La indiferencia ante la necesidad ajena contradice el corazón mismo del Evangelio. Jesús lo dejó claro en la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37): amar a Dios implica, inseparablemente, hacerse prójimo de quien sufre y actuar con compasión.

La espiritualidad, entendida como un acto de amor, unión y comunión con Dios, pasa necesariamente por el amor al prójimo. En efecto, nadie puede afirmar que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien sí ve (1 Jn 4,20) y aquí entiéndase amar como darse como persona y dar de lo poco o mucho que se tiene. Jesús mismo lo expresó con claridad al decir que todo lo que se haga por uno de los más pequeños, a Él mismo se refiere (Mt 25,40), revelando así su presencia casi sacramental en los pobres y necesitados.

En conclusión, la unción de Jesús en Betania, leída a la luz de su opción por los pobres y de la respuesta amorosa de la mujer[1] que lo ungió, revela el corazón del Evangelio: una espiritualidad encarnada que une inseparablemente el amor a Dios con el compromiso concreto con los necesitados. Jesús, el Ungido de Dios, acoge el gesto gratuito y profético de una mujer que intuyó la profundidad de su entrega, y con ello anticipa no solo su Pasión, sino también la lógica del Reino: un amor preferencial por los pequeños, por los pobres, por los excluidos. Esta escena desafía a todo creyente a vivir una fe auténtica, no reducida a ritos vacíos, sino expresada en el servicio, la compasión y la solidaridad. Seguir a Jesús implica reconocerlo en los rostros sufrientes de nuestros hermanos y hermanas, y optar cada día, como la mujer de Betania, por amar con generosidad, con ternura y con una entrega sin reservas.



[1] VALVERDE, J., (1993), La mujer en la Biblia, Equipo de Coordinación de Lectura Pastoral de la Biblia, p. 150.

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