viernes, 28 de febrero de 2025

21 días en el VRAEM ayacuchano

MISIÓN FEBRERIANA

Sábado 1 de febrero: Rumbo a la misión: esperanza, fraternidad y entrega.

Hoy he estado preparando la maleta para el viaje a Sivia. Ya tengo todo listo, especialmente los materiales que me servirán mucho —eso espero— en la tarea evangelizadora: la computadora, el proyector y el parlante con micrófono.

Por la noche, después de la misa de las 6:00 p.m. y de la cena, tuvimos una reunión con el padre César. Después de llamarnos la atención por ciertas actitudes de descuido y algunos supuestos hurtos, nos comunicó los destinos misioneros y los equipos en los que iríamos.

A mí me tocó ir con los jóvenes Santiago y Paúl a la comunidad de San Gerardo. Deseo de corazón que todo salga bien, que podamos hacer un buen trabajo y dejar una huella positiva en esa comunidad.

También espero tener una buena convivencia con los dos hermanos seminaristas que me acompañarán. Quisiera que vivamos como verdaderos hermanos, los tres. Y, por mi parte, deseo ser el primero en rezar y en hacer.

Domingo 2 de febrero: un viaje a Sivia bajo la luz de la Candelaria

Celebramos la festividad de Nuestra Señora de la Candelaria con una jornada intensa y significativa. A las 7:00 a.m. participamos de la Santa Misa en el templo de Santa Clara, presidida por Monseñor, junto con todos los seminaristas. Más tarde, a las 10:00 a.m., celebramos una segunda Eucaristía en la catedral, también en comunidad.

Después del almuerzo, alrededor de la 1:30 p.m., emprendimos el viaje rumbo a Sivia, hacia la parroquia Inmaculada Concepción. Tras una travesía de siete horas —serena y agradable— llegamos a nuestro destino a las 7:30 p.m.

En Sivia, el padre Ronald nos recibió con calidez, nos presentó a los feligreses y compartimos una cena fraterna. Luego, nos mostró la casa parroquial y salimos a caminar por la plaza del pueblo, donde conversamos hasta las 10:00 p.m., hora en la que regresamos para descansar.

La misión apenas comienza y, por lo visto, me ha tocado el pueblito más pequeño… pero también el de mejor clima.

Lunes 3 de febrero: oración, reflexión y deporte en Sivia.

Con buena disposición iniciamos este primer día en la parroquia Inmaculada Concepción de Sivia. A las 7:30 a.m. nos reunimos los seminaristas en el templo para el rezo de Laudes. Luego de un suculento desayuno, realizamos una limpieza ligera en la casa parroquial, especialmente en los espacios que habíamos utilizado. Yo pasé la noche en la habitación que normalmente se reserva para el obispo.

El padre Ronald preparó unas charlas a modo de retiro espiritual para comenzar la misión con profundidad y recogimiento. Compartió con nosotros parte de su propia experiencia pastoral y se explayó en un tema inspirado en san Ignacio de Loyola, el gran santo de los Ejercicios Espirituales. La mañana se dividió en estos momentos de meditación y enseñanza.

Después del almuerzo, el padre nos animó a jugar fútbol en el grass sintético más cercano, curiosamente llamado "Balón de Oro". Estuvimos bien distribuidos en los equipos, equilibrando a los que tienen habilidad natural con el balón y a los que no tanto. En mi caso, mi participación estuvo, digamos, bien enmarcada —y uso esta palabra con intención—, pues me dediqué a custodiar el arco y detener los intentos del equipo contrario. Fue una experiencia divertida, vivida con mucho entusiasmo y en un ambiente de verdadera fraternidad.

Al terminar, intentamos integrarnos a un grupo que jugaba vóley, pero recibimos un rechazo directo. Prefirieron seguir su peculiar juego recreativo: dos mujeres contra un hombre.

A las 7:00 p.m. celebramos la Misa, en la que tuve la oportunidad de servir como acólito. Luego compartimos la cena y vimos una película sobre un sacerdote australiano que llegó a ser el primer cardenal de su país.

Martes 4 de febrero: viajes, lluvias y fraternidad.

Comenzamos el día rezando Laudes luego de que el padre Ronald concluyera la Misa de las 7:00 a.m. Nos encontramos todos en el templo y, después de la oración canónica, pasamos a tomar el desayuno. Las comidas se han convertido en verdaderos espacios de fraternidad, donde he procurado participar con humor y alegría. También he sido objeto de varias bromas, que lejos de incomodarme, han servido para fortalecer la confianza y el compañerismo entre los seminaristas.

Después del desayuno hicimos una breve limpieza en la casa parroquial. A las 9:00 a.m. salimos juntos para llevar a los dos grupos de seminaristas que debían instalarse en sus respectivas comunidades de misión. Viajamos en la camioneta blanca que utiliza el padre Ronald. Por falta de espacio, cuatro “desventurados” —entre ellos José Félix, Santiago, Brewin y yo— nos acomodamos en la parte trasera del vehículo.

En medio del trayecto, una lluvia intensa y tropical nos sorprendió. Nos cubrimos con una lona, que no solo nos protegió a nosotros, sino también evitó que se mojaran las maletas de los que iban adelante.

Pasamos por Anato y Llochegua, hasta llegar a Mayapo, donde se quedaron François, Juan José, Bryan Giancarlo. Celebramos la Misa allí y luego compartimos el almuerzo. Después, el padre continuó el viaje con los seminaristas destinados a Canayre, la comunidad más alejada atendida desde Sivia. En Canayre se quedaron Ernesto Huamán Tonccochi, Juan Sixto y Alex Cirilo.

Al regresar a la parroquia, llamé la atención a los pequeños Juan Uziel y Andrés Leonel, quienes inexplicablemente se habían quedado en la casa sin justificación. Por la noche, celebramos la Misa a las 7:00 p.m., en la cual me tocó predicar. Luego, continuamos con la segunda parte de la película que habíamos empezado la noche anterior.

Miércoles 5 de febrero: San Gerardo: entre la incomodidad y la bendición.

Hoy, por fin, llegamos a la comunidad de San Gerardo, que nos fue asignada a Santiago Ferrer y a mí. Partimos de Sivia a las 12:30 p.m. con rumbo a Huamanpata, donde se encuentran en misión nuestros hermanos José Félix y Juan Uziel. Allí celebramos la Santa Misa y luego compartimos el almuerzo.

Durante la comida, supe que muchas personas de Huamanpata y comunidades cercanas siguen al padre Luis Toro, un conocido apologista venezolano que ha ganado popularidad en redes sociales por sus intensos debates con protestantes. Me contaron que estuvo recientemente en Pichari y que su presencia hizo mucho bien a la comunidad católica de Sivia y del VRAEM.

Luego continuamos nuestro viaje, y a las 4:00 p.m. llegamos finalmente a la capilla de San Gerardo. En el camino habíamos probado una sopa de "paco", un sabroso pescado local que puede llegar a pesar hasta medio kilo.

La capilla es de reciente construcción, de dimensiones regulares. En su interior hay un pequeño cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y otro más grande de San Gerardo María Mayela, el santo patrono, de origen italiano y redentorista. Una cruz grande pintada de azul y varias sillas de plástico completan el mobiliario, suficiente para los asistentes.

Después de la misa, bajamos a la casa donde nos hospedaremos durante estos días. Nuestro anfitrión es el hermano Rodrigo Gutiérrez, quien se presenta como predicador católico. Nos asignó una de las habitaciones que aún está en construcción, sin puertas ni ventanas. Colocó dos mosquiteros, y allí pasamos nuestra primera noche, con bastante calor y casi a la intemperie... o como se diga.

La misión es, sin duda, una mezcla de incomodidad y bendición.

Jueves 6 de febrero: Una jornada entre avispas, caminos y oración.

En el recuerdo litúrgico de san Pablo Miki y sus compañeros mártires del Japón, comenzamos nuestra jornada saliendo temprano rumbo a la capilla de San Gerardo. La travesía fue a pie desde la casa de Rodrigo —donde nos hospedamos— hasta el centro poblado, pues la vivienda está bastante alejada. Caminamos por más de una hora cargando nuestras pertenencias: yo con el parlante que traje para animar las celebraciones, y Santiago con su guitarra, que ha sido de gran ayuda en los cantos litúrgicos.

Al llegar a la capilla, nos pusimos manos a la obra e hicimos una limpieza general: barrimos el piso, reordenamos objetos, acomodamos las sillas, retiramos unas cadenetas colgadas del techo que daban mal aspecto y, con cierta valentía, eliminamos dos panales de avispas que se habían formado cerca del altar.

Al mediodía, almorzamos en un pequeño restaurante en la calle principal. Después de un breve descanso, salimos a visitar algunas casas. Sin embargo, nos encontramos con un detalle que no nos habían advertido: durante las mañanas y buena parte de la tarde, la mayoría de los habitantes sale a trabajar, por lo que encontramos muchas casas vacías.

Al llegar la noche, Santiago y yo rezamos el Santo Rosario y las Vísperas mientras esperábamos que la gente llegara a la capilla. Alrededor de las 8:30 p.m. dimos inicio a la celebración de la Palabra, con un pequeño grupo de fieles. Al final, compartimos algunos avisos respecto a las actividades de la misión.

A pesar de que un grupo de niños no dejó de moverse durante toda la celebración —distrayéndonos tanto a nosotros como a los feligreses—, la experiencia fue, para mí, profundamente grata. Poco a poco vamos sembrando con esperanza.

Viernes 7 de febrero: Sembrar en lo pequeño: visita a Torre Rumi.

Temprano, después del desayuno, partimos hacia la comunidad de Torre Rumi —nombre que significa "piedra de torre" o "torre de piedra"—. Cada uno fue trasladado en moto. Esta comunidad no cuenta con una capilla católica, aunque sí tiene tres templos protestantes.

Llegamos alrededor de las 9:00 a.m. y, para las 10:00 a.m., ya habíamos recorrido todo el lugar, que más bien parece un pequeño caserío. Nuevamente encontramos muchas casas cerradas, y se confirmó lo que ya nos habían advertido: la gran mayoría de personas sale a trabajar durante el día y solo unos pocos permanecen en casa. Visitamos a esos pocos, más como un saludo y una invitación para la celebración que, aunque anunciada para las 5:00 p.m., terminó empezando alrededor de las 8:20 p.m.

Antes de la celebración, rezamos el Santo Rosario con los niños, a quienes obsequié 14 camándulas que me habían sobrado de las que compré para visitar los penales de varones en Ayacucho y mujeres en Huanta. Fue un momento sencillo pero muy significativo.

Desde las 10:00 a.m. hasta la 1:00 p.m., estuvimos simplemente sentados en el grass sintético de la comunidad. Confieso que en ese rato experimenté una pequeña frustración: sentía que estaba perdiendo el tiempo, cuando bien podría haber estado leyendo o escribiendo con mis libros y mi computadora. Sin embargo, a veces la misión también exige ese “estar”, incluso sin hacer mucho.

Después de almorzar, volvimos al mismo lugar para esperar la tarde y la noche. Algunos niños se acercaron con sus preguntas, y junto a Santiago y su guitarra, cantaron con entusiasmo varias canciones. Fue una forma sencilla de compartir y sembrar.

Ya entrada la noche, cuando por fin se reunió la gente, celebramos la Palabra. La participación fue alegre y acogedora, y todos quedaron muy contentos. Nos pidieron volver y, con entusiasmo, ya pautamos una próxima visita… con película incluida.

Sábado 8 de febrero: Donde el corazón habla quechua: un día en familia.

Un día más en nuestra misión de febrero de 2025. La familia que nos ha acogido en su hogar está compuesta por don Rodrigo Gutiérrez, un hombre de Dios, conocedor de la Palabra y trabajador incansable; y doña Florentina, su esposa, una mujer profundamente humilde y abnegada, que no se deja limitar por estereotipos: trabaja codo a codo con su esposo como una obrera más del campo.

Tienen dos hijas. La mayor está culminando este año el quinto de secundaria. Es sonriente, servicial y colabora en todo lo que puede con sus padres. La menor es una niña vivaz e inteligente; le encanta traducir frases largas del quechua al castellano y viceversa, como si el lenguaje fuera para ella un juego y un puente al mismo tiempo.

Las comidas con ellos se han convertido en momentos entrañables de compartir y conversar. Aunque la mayoría de las veces hablan en quechua, se cuentan anécdotas y ríen a carcajadas. Santiago, que sí los entiende, se ríe con ellos con naturalidad. Yo, en cambio, tengo que esperar a que don Rodrigo me traduzca lo que se ha dicho, lo cual también da pie a nuevas risas.

Hoy tuvimos una nueva celebración en la capilla de San Gerardo. La misión avanza, y con ella también crecen el cariño y el aprendizaje mutuo.

Domingo 9 de febrero: Entre divisiones y fidelidad: desafío pastoral.

Hoy domingo también tuvimos la celebración de la Palabra en la capilla de San Gerardo. La asistencia fue escasa, y hay una razón clara detrás de ello: con motivo de la construcción de la capilla —que aún está inconclusa—, la comunidad se ha dividido.

Por un lado, están quienes han colaborado generosamente para ver avanzar la obra; por otro, aquellos que no lo hicieron, en parte porque se resistieron a la propuesta de no realizar fiestas patronales con grandes gastos, licor y grupos musicales. Parece que, para muchos que se dicen católicos, esos elementos siguen siendo lo más atractivo y esencial de su participación religiosa.

Rodrigo, con su actitud recta y su fidelidad al Evangelio, ha mantenido una postura firme, pero eso también ha contribuido a que algunos se alejen. Él no ha querido ceder ante prácticas que desvían el sentido auténtico de la fe. Irónicamente, su coherencia ha generado distancia entre los mismos miembros del pueblo.

Roguemos para que sea él mismo, con la gracia de Dios, quien pueda ayudar a reunir nuevamente a esta pequeña comunidad dividida, y que la construcción de la capilla sea, finalmente, también una obra de reconciliación.

Lunes 10 de febrero: Miel dulce y fe sencilla: visita a Caservine Norte.

Después del desayuno, salimos bajo la lluvia rumbo a la comunidad de Caservine Norte, donde fuimos recibidos con gran amabilidad por don Percy Landeo. Nos ofreció pan con miel de abeja y café con leche, y compartió con nosotros una larga conversación sobre la riqueza frutal de la zona, especialmente la de su propia chacra. Habló con entusiasmo de la pitahaya, una fruta deliciosa, aunque poco consumida, que cultiva con dedicación.

Don Percy también nos explicó —según sus conocimientos— el posible origen del nombre del lugar. "Caservine", decía él, provendría de la frase “a cazar vine”, en alusión a que ese territorio era muy propicio para la caza de animales. Así se distinguen hoy Caservine Norte, donde nos encontrábamos, y Caservine Sur, un poco más abajo.

La capilla de Caservine Norte es pequeña e improvisada, hecha de madera, y se llena fácilmente con apenas 25 o 30 personas. Allí, en la noche, nos reunimos para rezar el Rosario y celebrar la Palabra. Supimos que la patrona es la Asunción de María, cuya imagen está resguardada en la escuelita del pueblo.

En cambio, Caservine Sur, a pesar de ser una comunidad más pequeña, cuenta con una capilla en construcción bastante más sólida y bonita. Le faltan solo las puertas, ventanas, el piso y el tarrajeado de las paredes. A la celebración en el Norte acudieron los fieles con piedad y fervor; también llegaron algunos vecinos de San Gerardo, entre ellos Rodrigo y sus más cercanos colaboradores.

Es admirable cómo la gente sencilla y humilde espera con ilusión la visita de los misioneros. En sus gestos y palabras se descubre una fe viva, que florece en medio de lo cotidiano.

Martes 11 de febrero: A veinte años de la vaguada: la memoria y la misión.

Hoy es imposible no recordar el trágico suceso que marcó nuestra niñez: la vaguada del Mocotíes, aquel viernes 11 de febrero de 2005. Se cumplen ya veinte años de aquel desastre natural. En las redes sociales varios se pronunciaron al respecto; entre ellos, Baltazar Porras, aunque en mi opinión con un mensaje un tanto deslucido, más por cumplir que por convicción. Las imágenes difundidas correspondían solo a Santa Cruz de Mora, la zona más afectada. Sin embargo, todo el Valle del Mocotíes fue cubierto de lodo y piedras aquella fatídica mañana.

Desde entonces, una palabra se incrustó para siempre en nuestro vocabulario: "damnificados", y se contaban por cientos. Recuerdo que ese mismo día tomé un lápiz y escribí en una hoja de cuaderno un breve texto sobre lo que había pasado. Cuando llegó Concha a casa, se lo mostré. Ella agradeció el gesto y alabó la idea de que escribiera algo, al menos, para dejar testimonio. No sé qué fue de ese papel; no lo conservo y ni siquiera puedo decir que lo guardé alguna vez.

Volviendo a nuestra misión: hoy regresamos por segunda vez a la comunidad de Torre Rumi, con el compromiso de proyectar una película para los vecinos. Lamentablemente, casi nadie acudió, ya que la mayoría se encontraba en el velorio de un difunto apellidado Sánchez, quien era protestante. Terminada la jornada, nos dirigimos a la comunidad de Guayaquil, donde pasamos la noche en casa de la hermana Maribel.

Miércoles 12 de febrero: Guayaquil: entre montañas, niños y misión.

Pasamos una noche muy placentera en Guayaquil. El clima aquí es más fresco, incluso frío, lo que se agradece después del calor de otras comunidades. Al ingresar al centro poblado, noté un letrero que indicaba que se encuentra a 1250 metros sobre el nivel del mar, es decir, a la misma altitud que mi querido pueblo de La Playa, entre Tovar y Bailadores.

Guayaquil debe su nombre a una variedad local de plátano comestible. La capilla es impresionante: de buenas dimensiones y, aunque aún en construcción, deja ver el esmero con que ha sido edificada. Se nota el uso de buenos materiales y criterios técnicos adecuados. La torre, por ejemplo, ha sido vaciada en cemento, lo que le da solidez y una presentación limpia tanto por dentro como por fuera. Aunque aún le faltan las ventanas, ya cuenta con una hermosa puerta corrediza de madera que le da un carácter sagrado muy especial.

Nos sorprendió saber que esta capilla se utiliza solo una vez al año, el 30 de agosto, durante la fiesta patronal en honor a Santa Rosa de Lima. El resto del año permanece cerrada.

En la mañana trabajamos con más de treinta niños que se reunieron en el lugar. Cantamos, bailamos, rezamos y finalmente les proyectamos una película animada con historias bíblicas. Por la tarde llovió intensamente, y permanecimos en la capilla con los niños, quienes se entretuvieron dibujando el Sagrado Corazón de Jesús.

La celebración del Rosario y la Liturgia de la Palabra comenzó a las 7:00 p.m., aunque con poca asistencia de la comunidad. Aun así, fue una jornada de gracia. Regresamos a casa de la hermana Maribel para pasar la noche, pues nos pidieron quedarnos un día más.

Jueves 13 de febrero: Un sacerdote entre balas y la esperanza que me sostiene.

Este jueves eucarístico y sacerdotal terminé de leer la fascinante historia del padre Gereon Goldmann, un franciscano alemán que narró en su autobiografía su experiencia como seminarista en las SS, dentro del régimen nazi. Su relato me hizo muchísimo bien. Fue conmovedor descubrir cómo, en medio de la guerra, sin haber culminado formalmente sus estudios teológicos y con una dispensa especial del papa de aquel tiempo, logró ser ordenado sacerdote en Argelia por un obispo francés.

El padre Goldmann fue, como su apellido lo sugiere, un verdadero "hombre de oro": testigo y protagonista del poder de la oración. Muchas personas intercedieron constantemente por él, deseando que algún día pudiera llegar al sacerdocio.

También yo me siento sostenido por la oración de muchas personas. Sueño cada noche con el día de mi ordenación sacerdotal y con la primera Misa que celebraré en mi pueblo, con mi gente. Ese día —lo presiento— seré el hombre más feliz del mundo. Y quién sabe si tanta felicidad pueda caber en un ser humano; quizás, en ese momento, Dios me llame a su encuentro, y eso sería lo mejor: morir después de haber sido, siquiera por un día, sacerdote del Altísimo.

Esta noche volvimos a celebrar en la capilla de Guayaquil. La asistencia fue aún menor, probablemente por la intensa lluvia. Luego regresamos a casa de don Rodrigo. Allí pudimos asearnos como corresponde y descansar en nuestra habitación, que compartimos con la mayor de las presencias: Jesús Sacramentado.

Viernes 14 de febrero: La cruz de la misión: un signo que permanece.

Hoy empecé a leer El proceso, el fascinante relato de mi amigo Franz Kafka. Ya lo había escuchado como audiolibro, pero esta vez me he propuesto disfrutarlo con mis propios ojos. Este, junto con otro libro, fue uno de los únicos textos que traje conmigo para la misión.

Durante la mañana, fui un rato a ver el trabajo en la chacra de don Rodrigo y su familia. Todos colaboran: desde Rodrigo y su esposa, hasta las hijas, especialmente la menor, quien se encarga de traer agua, buscar herramientas, y ayudar con diligencia. Me ofrecieron una mazorca de cacao, que curiosamente me supo como guanábana. Me la comí completa.

Por la noche regresamos por segunda vez a Caservine Norte. Teníamos el compromiso de bendecir una cruz de madera que sugerí hacer como recuerdo de esta misión, y para ser colocada en el altar de la capilla. Don Percy Landeo se comprometió a fabricarla, y felizmente cumplió. Allí estaba: una gran cruz de casi tres metros de altura, sólida, pesada, hecha con buen material.

La cruz me sirvió como punto de partida para predicar sobre el amor de Cristo, simbolizado en ese madero. También meditamos los Misterios Dolorosos del Rosario, ya que era viernes. Al finalizar la celebración de la Palabra, tuvimos un espacio de preguntas y respuestas, centrados en cómo organizar una verdadera fiesta patronal que sea religiosa, significativa y sin los excesos que muchas veces distraen del verdadero sentido.

Después compartimos cacao con galletas, y nos despedimos alegres. Nos queda ahora un recuerdo visible y duradero de esta visita: la Santa Cruz, que más adelante será secada, pintada y embellecida. Un signo sencillo, pero profundo, de que Jesús estuvo presente en esta misión.

Sábado 15 de febrero: Sábado de diálogo y testimonio bajo la lluvia.

La conversación con don Rodrigo se hace cada vez más interesante. Es un hombre que conoce profundamente las Sagradas Escrituras; tiene memorizadas muchas citas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y sabe emplearlas correctamente en la apologética de la Iglesia católica. Nos ha contado que, en su juventud, deseó formarse para ser pastor evangélico, pero en su estudio autodidacta de la Biblia llegó al convencimiento de que el centro de la vida cristiana es la Eucaristía. Este descubrimiento lo llevó, finalmente, a profundizar y abrazar con firmeza su fe católica.

En otro plano más cotidiano, ya llevo más de 15 días sin afeitarme, y tengo una barba bastante crecida. Lejos de agradarme, con sinceridad, me ha resultado un fastidio frecuente, provocándome picazón. He decidido que, apenas regrese a Ayacucho y antes de volver al Seminario de Huancayo, retomaré el hábito de afeitarme diariamente como he hecho hasta ahora.

Por la noche tuvimos la celebración de la Palabra con el rezo del Santo Rosario en la capilla de San Gerardo. A pesar de la lluvia y de no contar con energía eléctrica, la gente se reunió con entusiasmo. La sencillez del momento, iluminado solo por la fe de los presentes, hizo de esta noche una auténtica ofrenda de oración.

Domingo 16 de febrero: Recuerdos que resuenan en el silencio de la misión.

Hoy es el segundo domingo de estas misiones tan particulares. El compartir con Santiago me ha permitido conocerlo un poco más, aunque siento que no ha estado tan abierto conmigo como yo lo he estado con él.

Durante estos días he recordado mucho mi época de seminarista en Mérida, rememorando las bondades y todo lo positivo que aquella casa de formación me ofreció en ese tiempo glorioso. Solo yo sé cuánto disfruté en ese seminario, tanto con los compañeros como con algunos sacerdotes que marcaron mi camino.

Hoy, nuevamente celebramos en San Gerardo, tal como lo ha solicitado el padre Ronald.

Lunes 17 de febrero: Vocación, memoria y caminos que se cruzan.

Me afano y me esfuerzo por leer a Franz Kafka, pero siento que estoy perdiendo el tiempo. Mi verdadero deber y anhelo debería ser la lectura y el conocimiento de la Biblia, la Palabra de Dios, de la que soy ministro desde hace un año. Fue precisamente por estas fechas cuando recibí el ministerio del lectorado y el acolitado en la catedral de Ayacucho, de manos de monseñor Salvador Piñeiro. Aquel día fui feliz… y lo sigo siendo hasta ahora.

Hoy, conversando con José Alfonso Rosales Morales, seminarista venezolano, me enteré de que nuestro compañero Carlos Vivas fue convocado por el obispo de Acarigua-Araure, monseñor Gerardo Salas, para retomar su formación hacia el sacerdocio. Sin embargo, finalmente el obispo villorro decidió no continuar con el apoyo, comunicándole mediante un escueto mensaje al celular.

Pobre Carlos... ha sufrido tanto como yo para seguir este camino que nos fue truncado —con razón— en el seminario de Mérida en el año 2019. De cualquier manera, le deseo lo mejor en su camino vocacional. Espero que, si es voluntad de Dios, algún día nos reencontremos ya como sacerdotes del Altísimo, otros Cristos.

Hacia las 3:30 de la tarde, miembros de la comunidad de Rosario Ancón vinieron por nosotros. El viaje fue largo, agradable, aunque por caminos difíciles. Al llegar, cenamos y luego fuimos a la capilla, que logramos preparar adecuadamente.

Durante la noche, el hermano Rodrigo nos acompañó en la celebración. Al finalizar, se dirigió a los presentes, desarrollando algunos temas de apologética católica, apoyado por citas bíblicas que leía el hermano Santiago.

Martes 18 de febrero: Bajo la lluvia y entre verdades.

Anoche llovió como nunca: una lluvia intensa y persistente, con apenas breves pausas de minutos o incluso segundos. Nos quedamos en una casita de madera, típica de la zona, en el segundo piso. Una pequeña gotera caía justo sobre mí y logró empapar la mitad de la colcha con la que me arropaba.

Desayunamos en la casa vecina, donde tuvimos una grata conversación con los integrantes de la familia, especialmente con uno de los hijos, un joven casi de nuestra edad. Mostró gran inteligencia y empatía al hablar sobre Venezuela, haciendo comentarios certeros y realistas sobre la dura situación política y económica del país.

Rosario Ancón es un pequeño pueblo de altitud intermedia. Personalmente, no lo consideraría parte de la selva, sino más bien de la sierra. Sin embargo, sus habitantes se identifican como parte de la selva o de la ceja de selva. El lugar cuenta con una buena fuente de agua, de mejor calidad que la de San Gerardo: más limpia, más cristalina y de mejor sabor. Aun así, por recomendación médica, no la hemos bebido directamente, sino hervida y aromatizada.

La familia nos confió que, en ocasiones, han vendido su producción de hojas de coca a los llamados “pozos”, lugares donde se procesa la droga —cocaína— para su comercialización y distribución. Una realidad dura y compleja que convive con la sencillez de la vida rural.

Pasamos nuevamente la noche en Rosario Ancón, ya sin la amenaza de aquellas lluvias que tanto daño hacen a los caminos de tierra.

Miércoles 19 de febrero: Caminos difíciles, corazones abiertos.

A las 4:00 a.m. salimos de Rosario Ancón rumbo a San Gerardo, a la casa de Rodrigo, quien ya nos esperaba con el siguiente destino pautado: Corazonpata. Al llegar, apenas descargamos las maletas y nos cambiamos de ropa, pues de inmediato vinieron a buscarnos.

Primero subimos a un vehículo que nos llevó hasta cierto punto del camino, donde el paso vehicular se había interrumpido por un pequeño riachuelo que excavó la tierra. Caminamos el breve trayecto a pie, y enseguida abordamos el vehículo de la gente de Corazonpata, una pequeña comunidad a la que llegamos a media mañana. Allí nos ofrecieron el desayuno, descansamos un poco y luego salimos a visitar las casas. Fue una tarea casi imposible, pues estos son pueblos que parecen fantasmas: como ya sabemos, todos —hombres, mujeres y hasta niños— salen temprano a trabajar.

Por la tarde, a pesar de no haber electricidad, logramos congregarnos en buen número en la capilla. Rezamos el Santo Rosario y celebramos la Palabra. Le pedí al hermano Santiago que predicara, pero no quiso. Ojalá esto no nos traiga alguna reprimenda, pues ambos somos seminaristas y debemos cumplir con nuestra misión. Yo intenté hacerlo de la mejor manera posible, tratando de enseñarle con el ejemplo, aunque sé que no soy ejemplo de nada. Me equivoco mucho, y en realidad estoy también para aprender de los demás.

Rodrigo nos acompañó también en Corazonpata y pernoctó con nosotros.

Jueves 20 de febrero: Palabra, chacra y niños atentos.

Segundo día en la comunidad de Corazonpata, aún con la compañía del hermano Rodrigo, ya que las lluvias frecuentes no le permitieron regresar a casa. Desayunamos en la vivienda donde nos hospedábamos y, poco después, fuimos los tres —Pedro, Santiago y Rodrigo— a otra casa vecina para compartir un segundo desayuno.

Las conversaciones con el hermano Rodrigo giran casi siempre en torno a la Biblia y las numerosas citas que tiene memorizadas. La gente lo escucha con mucha atención y suele hacerle preguntas, especialmente sobre cómo organizar una fiesta patronal. Rodrigo es un verdadero especialista en el tema, y suele explayarse con claridad cuando surge la preocupación por los festejos desordenados y las borracheras que empañan estas celebraciones.

Por la tarde, Rodrigo salió con los miembros de la casa para acompañarlos a la chacra. Nosotros preferimos quedarnos para descansar un poco. A las 4:00 p.m. ya estábamos en la capilla, preparando todo para la proyección del video sobre el Jardín del Edén, un tema que los niños dominan con facilidad.

Como en Rosario Ancón y otras comunidades, compramos gaseosa y galletas para compartir con ellos durante la actividad. La merienda se ofreció a mitad del video, que duró solo 44 minutos. Al finalizar, hicimos preguntas relacionadas con el contenido, y quienes respondieron correctamente recibieron como premio chupetines Boom Boom Bum. Este ha sido, sin duda, el grupo de niños con mejor comportamiento que hemos tenido hasta ahora.

La celebración de la Palabra se realizó a las 7:00 p.m., después del rezo del Santo Rosario. En esta ocasión se congregó el mayor número de fieles que hemos visto en esta comunidad: quizá unas treinta personas. La conversación se prolongó hasta tarde, pero nos acostamos temprano, pues al día siguiente nos esperaba un viaje de madrugada.

Viernes 21 de febrero: Compromisos que nacen al final del camino.

Nos despertamos a las 4:00 a.m. para salir de Corazonpata rumbo a San Gerardo. El viaje fue tranquilo. Al llegar al paso dañado por las lluvias, tuvimos que detenernos y esperar a que pasara algún vehículo que pudiera cruzar. Por suerte, no tardó en llegar uno, nos cambiamos y continuamos el trayecto hasta San Gerardo, a donde llegamos felizmente sin novedad.

Desayunamos y descansamos un rato en la habitación. Por la tarde nos dirigimos a una comunidad que está equidistante tanto de San Gerardo como de Huamanpata: Chuvivana. Allí fueron antes que nosotros los hermanos José Félix y Juan Uziel. La capilla de esta comunidad es una de las más bonitas y mejor construidas de la zona, aunque, como suele ocurrir en el campo, algo descuidada y sucia.

Sabíamos que José Félix y Juan Uziel ya habían visitado esta comunidad durante la primera semana de las misiones. Su celebración fue a las 3:00 p.m., mientras que la nuestra estaba programada para las 7:00 p.m., iniciando con el rezo del Santo Rosario. Me llamó la atención el ambón de cristal azul, de proporciones muy armoniosas.

Al finalizar la celebración, ocurrió algo inesperado. El hermano encargado de la comunidad se dirigió a los presentes con el objetivo de comprometer a algunos de ellos como catequistas. Lo logró, después de varios minutos de insistencia, utilizando el quechua para expresarse con mayor cercanía. A mí me pidió que hiciera una oración para sellar ese momento, lo cual acepté hacer, aunque soy consciente de que no es el modo más adecuado de proceder en estos casos.

Aun así, los compromisos quedaron hechos. Que Dios los acompañe y fortalezca en esta nueva responsabilidad.

Comentario postmissionem

Terminadas ya las visitas, los caminos polvorientos, los amaneceres fríos y las noches bajo lluvia; terminado el reparto de galletas, los rosarios rezados, las palabras proclamadas con temor y esperanza... queda el silencio. Un silencio lleno de nombres, de gestos sencillos, de niños atentos, de hermanos que escucharon, de capillas pobres y corazones dispuestos.

Miro hacia atrás y comprendo que, aunque llevábamos la Palabra, también fuimos evangelizados. La fe de los más humildes nos interrogó; su perseverancia nos empujó a seguir, incluso cuando el cuerpo ya pedía descanso.

Ahora, en la quietud, sólo me queda decir: Gracias, Señor, por confiar en nosotros. Gracias por enviarnos. No somos más que servidores inútiles, pero felices de haber trabajado en tu viña, aunque solo haya sido por unos días.

Evaluación de las misiones y propuestas para la vida comunitaria y pastoral.

Los seminaristas compartieron sus experiencias durante las misiones, destacando los siguientes aspectos:

La misión fue una experiencia profundamente enriquecedora para todos los participantes. Se valoró la buena coordinación y el acompañamiento de los catequistas locales, así como el trabajo en equipo y el compartir entre los misioneros. Varios manifestaron su deseo de retornar a la selva en el futuro, motivados por la acogida y el compromiso de las comunidades.

Algunos misioneros vivieron cambios en sus lugares asignados, lo que les permitió adaptarse a nuevas realidades. Realizaron visitas domiciliarias y a comunidades, y destacaron el valor formativo de estas experiencias. Se subrayó la numerosa presencia de jóvenes y niños en algunas zonas, lo que permitió un trabajo pastoral más dinámico con ellos.

Fue significativo misionar en comunidades de origen de algunos participantes, quienes valoraron el esfuerzo diario de su gente y su constante búsqueda de Dios en medio de una realidad compleja. El acompañamiento entre los misioneros y la presencia del sacerdote también fueron aspectos muy valorados, así como el testimonio de fe y servicio de la población local.

Se evidenció la diferencia entre la realidad de la sierra y la selva, y se resaltó la importancia de contar con medios de movilidad adecuados para el desarrollo eficaz de la misión. Las dificultades en el idioma en algunas zonas fueron un obstáculo, lo que lleva a proponer una preparación previa en lenguas originarias, como el quechua.

Asimismo, se notó la escasa participación de jóvenes en ciertos lugares, lo que plantea el desafío de revitalizar la pastoral juvenil. También se recomendó que no se realicen misiones de manera individual y se refuerce el trabajo en equipo.

Algunas comunidades presentaron dificultades internas y poca asistencia, por lo que se sugirió priorizar las misiones en tiempos como Semana Santa, cuando hay mayor presencia de personas. También se propuso priorizar zonas con presencia pastoral permanente, más allá de la sola celebración de la misa.

Finalmente, se hizo un llamado a fomentar el respeto mutuo y el apoyo entre los misioneros, especialmente hacia quienes tienen mayor experiencia. Se destacó la unidad y el entusiasmo del grupo misionero, como signo de comunión y compromiso con la evangelización.



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