SANTA ROSA DE LIMA, RUEGA POR NOSOTROS
Dentro del plan pastoral de la
parroquia Santo Domingo de Guzmán de Sicaya, se nos encomendó a mi hermano
seminarista y a mí cumplir una misión en la comunidad más alejada de la
parroquia: el pueblito de Santa Rosa de Tistes, o simplemente “Tistes”. La
similitud del nombre con la palabra “tristes” —cuyo significado desconocíamos—
nos causó una impresión inmediata. Lo primero que pensé al escuchar al párroco
decir que iríamos a Tistes fue en aquel sentimiento contrario a la felicidad.
Con el tiempo descubrí que no era solo una ocurrencia personal: un día,
viajando hacia allí, un chofer respondió al teléfono y al dar su ubicación dijo
con toda naturalidad que iba subiendo a “Tristes”.
Nuestra misión consistía en
catequizar a niños, jóvenes y adultos que aún no habían recibido los
sacramentos de iniciación cristiana: bautismo, eucaristía y confirmación. El
primer acercamiento fue una visita para conocer el lugar y entregar una carta
firmada por el párroco a una de las tres autoridades del pueblo, donde se
explicaba el motivo de nuestra presencia.
El viaje inicia en Chupaca, desde
donde parten los vehículos hacia Tistes. El recorrido atraviesa paisajes de la
puna peruana, dignos de revista. Hay un punto especial en el camino: una altura
desde la que se contempla, al mismo tiempo, la ciudad de Huancayo y el nevado
Huaytapallana, siempre blanco y traslúcido. En la ruta se pasa por varios
pueblitos, siendo Chambará el más importante: capital de distrito, con la mayor
concentración de casas y población de la zona.
Ya cerca de Tistes, se observan las
ruinas de tapia de una antigua capilla y, a su costado, grandes muros de lo que
probablemente fue una hacienda ganadera. Al llegar, lo primero que aparece ante
los ojos es un gran campo deportivo, ocupado no por futbolistas ni atletas,
sino por centenares de ovejas que pastan tranquilamente, vigiladas desde lejos
por su pastor. El silencio solo se rompe con el motor del vehículo que lleva y
trae a los pobladores cada hora aproximadamente.
El transporte nos dejó en la plazuela
del pueblo, justo frente a la capilla. Tistes es una pequeña comunidad de la
puna alta de Junín, con no más de medio centenar de casas, en su mayoría de
tapia, algunas de adobe y muy pocas de cemento, lo que en el Perú se llama
“material noble”. La plazuela está dedicada a Santa Rosa de Lima: su imagen, de
tamaño mediano, está resguardada en un nicho de cemento con rejas y vidrios,
sobre una fuente en el centro. Alrededor de la plaza se encuentran el salón
comunal, la escuelita y la capilla; detrás de esta última, una posta médica,
quizá la más inútil de todo el hemisferio occidental.
La paz de Tistes puede parecer
envidiable a algunos, pero para otros resulta desconcertante, incluso
preocupante. Apenas bajamos del vehículo, vimos a lo lejos a un pastor con sus
ovejas. Nos acercamos a preguntarle por alguna autoridad para entregar la carta,
y resultó ser él mismo uno de los tres representantes del pueblo. Se llamaba
don Demetrio. Firmó el recibido y, tras escuchar nuestro plan, nos desalentó de
inmediato de visitar las casas, dándonos una razón evidente: en Tistes todos se
dedican al pastoreo de ovejas y vacas, y salen a las pampas lejanas en busca de
pastos. Además, el sábado —justamente el día de nuestra llegada— es el momento
en que bajan a Chupaca a vender sus productos o hacer compras. De seguro, no
encontraríamos a nadie en sus hogares. Y así es: Tistes es, literalmente, el
pueblo de las casas vacías.
Nos despedimos de don Demetrio y
buscamos a la encargada de la llave de la capilla, doña Eda. No estaba en casa,
pero uno de sus hijos nos facilitó la llave. Al ingresar, descubrimos un templo
de buenas proporciones para un lugar tan pequeño. El cuidado de su frontis y el
tallado de sus puertas de madera demuestran el tiempo y el esfuerzo que los
habitantes han dedicado a su iglesia. En el interior, suficientes bancas,
imágenes de santos —dos de Santa Rosa, una de Santo Domingo de Guzmán, dos de
la Virgen María— revelan la fe sencilla y perseverante de este pueblo de
pastores.
Los sábados, la pastoral en Tistes
consistía en salir a las 2:00 p.m. del seminario hacia Chupaca. Allí debíamos
esperar a que al menos siete personas tuvieran como destino Tistes para que
saliera un auto o una combi completa. El pasaje costaba 5 soles y el recorrido
duraba aproximadamente 45 minutos.
Al llegar a la capilla, nos poníamos
a barrer y a ordenar un poco todo para la catequesis. También poníamos música
católica con un pequeño parlante que yo llevaba, para animar el ambiente y la
celebración de la Palabra. El tema de la catequesis era muy sencillo: con no
más de diez encuentros nos dedicamos a tratar aspectos generales para recibir
la Confirmación.
Con el paso de los sábados y
domingos, se fueron apuntando diversas personas de Tistes que necesitaban el
Bautismo, la Primera Comunión o la Confirmación. Sin embargo, ninguna de ellas
asistió a las charlas preparatorias. Permanecíamos en la capilla hasta las 6:00
p.m., con o sin catequesis. A veces aprovechábamos para rezar el Santo Rosario
o las Vísperas.
Como la capilla no contaba con fluido
eléctrico, a pesar de nuestras insistencias al encargado, no podíamos quedarnos
más tiempo allí. Por ello, nos dirigíamos a la casa de don Teodoro Morales,
quien nos la había facilitado para hospedarnos, entregándonos un juego de
llaves. En la casa preparábamos nuestra cena y conversábamos hasta tarde en la
noche, escuchando música o viendo alguna película.
Al día siguiente, los domingos,
después de desayunar, íbamos a la capilla donde rezábamos las Laudes. Si había
concurrencia de fieles, celebrábamos la Liturgia de la Palabra. No eran muchos
los asistentes: dos o tres habitantes de Tistes solían participar en la
celebración. En la capilla teníamos la reserva del Santísimo, lo que nos
permitía dar la comunión y comulgar nosotros.
Finalizada la liturgia, esperábamos
el transporte para bajar a Pilcomayo, donde nos aguardaban algunas actividades
de apoyo. Solo una vez no hubo transporte, y tuvimos que bajar caminando de
Tistes a Chambará, en un trayecto de una hora por caminos de tierra y
pastizales.
Una noche, conversando con la señora
de la casa donde nos hospedábamos, ella nos contó que en la antigua capilla —la
que hoy está en ruinas— se había casado hace muchos años con su esposo. Más
tarde, añadió que había tenido un sueño, o más bien una pesadilla muy
particular: en ella se encontraba dentro de esa misma capilla, cuando de pronto
el suelo se abrió y de allí salió el mismísimo demonio. Ella luchaba
desesperadamente por no caer en aquel hueco, que parecía conducir directamente
al infierno. Fue un relato un tanto extraño, pero lo cierto es que nos dejó
profundamente impactados.
A esta pareja, don Teodoro Morales y
su señora esposa, les estuvimos muy agradecidos por la hospitalidad. Como gesto
de generosidad de nuestra parte, les obsequiamos un cuadro de buen tamaño de la
Virgen Mama Percca, el cual colocamos en la habitación de la casa que funciona
como capilla. En ese espacio se encuentran también gran cantidad de cuadros de
diversas vírgenes y advocaciones peruanas del Señor y de su Santísima Madre,
por lo que es prácticamente imposible dudar de la catolicidad de estas
personas.
Desde el inicio de nuestra misión
habíamos corrido la voz de que la fiesta de Santa Rosa sería el sábado 30, a
las 12 del mediodía, y que ese día se llevarían a cabo los sacramentos. Llegado
el momento, yo no pude acompañar, pues solo fueron mi hermano seminarista y el
sacerdote celebrante. Yo tuve que asumir otros compromisos en Pilcomayo y
Sicaya, ya que, ante la ausencia de uno de los tres sacerdotes de la parroquia,
se hacía necesaria mi colaboración.
Mi hermano seminarista me comentó
después cómo se desarrolló la fiesta. Efectivamente, los cinco habitantes de
Tistes fueron confirmados y varios recibieron la Primera Comunión. Los
mayordomos de la santa patrona estaban en primera fila; eran personas desconocidas
para nosotros, aun siendo ellos de Tistes.
Al final, hubo un pequeño percance
con la colaboración por los sacramentos recibidos. Y es que, lamentablemente,
la gente no suele comprender que la Iglesia se sostiene con la ayuda de los
fieles, siendo este uno de los cinco mandamientos de la institución.
Al terminar nuestra misión
comprendimos mejor por qué Tistes es el pueblo de las casas vacías. No se
trataba únicamente de la ausencia física de sus habitantes, dedicados al
pastoreo o al comercio en Chupaca, sino también de una realidad espiritual:
muchas veces las casas estaban cerradas, pero también los corazones parecían
necesitar abrirse para recibir plenamente la gracia de Dios. Sin embargo, en
medio de esa aparente soledad, la capilla, con el Santísimo presente, era como
un corazón palpitante que mantenía viva la fe de aquel rincón alto y silencioso
de la puna.
Quizá nuestra breve estadía no llenó
todos los vacíos, pero sí dejó una semilla. Allí donde parecía que todo estaba
vacío, descubrimos que Dios se hace presente y sostiene la esperanza. Por eso,
cuando recordemos Tistes, no lo haremos solo como un punto remoto en el mapa,
sino como un signo: el pueblo de las casas vacías, que nos enseñó a valorar la
perseverancia sencilla de unos pocos fieles y la certeza de que, aun en la
soledad, el Señor nunca abandona a su pueblo.