MARCATUNA
El domingo 21 de septiembre, XXV del Tiempo
Ordinario me correspondió la Celebración de la Palabra en la capilla del sector
Marcatuna, en Huachac. A las 10:00 a.m. inició la Liturgia. Uno de los
presentes transmitió en vivo toda la celebración, por lo que mi reflexión de la
palabra quedó grabada. La extraje de su página de Facebook y la sometí a la IA,
la que me dio como resultado el texto que comparto a continuación:
Homilía sobre Lc 16,1-13
Queridos hermanos:
Iluminados por la Palabra del Señor, reflexionemos
hoy sobre la verdadera riqueza que Dios nos propone.
1. Jesucristo, modelo de pobreza
Cristo, el Hijo de Dios, no fue un hombre rico
ni poderoso en medio de su contexto histórico. Nació en la humildad de un
pesebre y creció en un hogar sencillo: José, María y el pequeño Jesús formaban
una familia pobre, sostenida por el trabajo del carpintero de Nazaret. Jesús
mismo aprendió ese oficio, pero nunca vivió con grandes bienes materiales.
De hecho, Él dijo: “El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.
Jesús vivió en pobreza, y desde allí anunció
que existe una riqueza más grande que la terrena: el tesoro del cielo.
2. La parábola del administrador astuto
El Evangelio de hoy nos presenta la parábola
del administrador astuto. Este hombre, al enterarse de que perdería su puesto,
buscó asegurarse el futuro reduciendo las deudas de los acreedores de su amo.
Actuó con malicia, sí, pero también con astucia.
Jesús no alaba la corrupción del
administrador, sino la capacidad de prever y actuar con decisión frente
a una dificultad. El Señor nos invita a ser también astutos, pero no para el
mal, sino para hacer el bien, para vivir con rectitud y buscar el Reino de
Dios.
3. El dinero y el peligro de la idolatría
Al final del pasaje, Jesús es claro y
contundente: “Nadie puede servir a dos señores… No pueden servir a Dios y al
dinero.”
El dinero tiene su valor: permite vivir con dignidad y el trabajador merece su
salario. Pero no debe ocupar el lugar de Dios en nuestra vida.
Lamentablemente, muchas veces hemos puesto al
dinero en primer lugar y hemos relegado a Dios al último. Pensemos: ¿cuántas
personas dedican incluso el domingo —día del Señor— enteramente al trabajo y al
dinero, olvidándose de la Eucaristía?
El dinero puede convertirse en un ídolo que
roba la paz, sobre todo cuando nos endeuda o nos esclaviza. San Pablo nos
recuerda que la única deuda del cristiano es la del amor.
4. El llamado a la solidaridad
Aunque la mayoría de nosotros vivimos con
recursos limitados, siempre hay quienes tienen menos que nosotros. El Evangelio
y los profetas nos piden tender la mano al pobre, al necesitado, al que
sufre.
El salmo de hoy lo expresa bellamente: “Dios
alza de la basura al pobre.”
También nosotros debemos levantar al hermano
caído y compartir de lo poco o mucho que tengamos. Porque nadie puede decir que
ama a Dios si no ayuda al hermano necesitado.
5. María, sierva del Señor
En este camino nos acompaña la Santísima
Virgen María. Ella se presentó como la “esclava del Señor”, escuchó su
Palabra, fue humilde y servicial. Puso sus talentos al servicio de Dios y de
los demás.
Sigamos su ejemplo: no todos servimos para
todo, pero todos servimos para algo. Ese “algo” debemos ofrecerlo a Dios y al
prójimo con generosidad.
Conclusión
Queridos hermanos:
La verdadera riqueza no está en el dinero ni
en los bienes materiales —que son pasajeros—, sino en Dios mismo. Lo que
realmente permanece es el amor, la justicia, la misericordia y el servicio.
Vivamos como pobres de espíritu, confiados en
Dios y generosos con los demás. Así tendremos nuestro tesoro en el cielo.
Que así sea.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. Amén.
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