domingo, 21 de septiembre de 2025

“No pueden servir a Dios y al dinero”

MARCATUNA


         El domingo 21 de septiembre, XXV del Tiempo Ordinario me correspondió la Celebración de la Palabra en la capilla del sector Marcatuna, en Huachac. A las 10:00 a.m. inició la Liturgia. Uno de los presentes transmitió en vivo toda la celebración, por lo que mi reflexión de la palabra quedó grabada. La extraje de su página de Facebook y la sometí a la IA, la que me dio como resultado el texto que comparto a continuación:

Homilía sobre Lc 16,1-13

Queridos hermanos:

Iluminados por la Palabra del Señor, reflexionemos hoy sobre la verdadera riqueza que Dios nos propone.

1. Jesucristo, modelo de pobreza

Cristo, el Hijo de Dios, no fue un hombre rico ni poderoso en medio de su contexto histórico. Nació en la humildad de un pesebre y creció en un hogar sencillo: José, María y el pequeño Jesús formaban una familia pobre, sostenida por el trabajo del carpintero de Nazaret. Jesús mismo aprendió ese oficio, pero nunca vivió con grandes bienes materiales.
De hecho, Él dijo: “El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.

Jesús vivió en pobreza, y desde allí anunció que existe una riqueza más grande que la terrena: el tesoro del cielo.

2. La parábola del administrador astuto

El Evangelio de hoy nos presenta la parábola del administrador astuto. Este hombre, al enterarse de que perdería su puesto, buscó asegurarse el futuro reduciendo las deudas de los acreedores de su amo. Actuó con malicia, sí, pero también con astucia.

Jesús no alaba la corrupción del administrador, sino la capacidad de prever y actuar con decisión frente a una dificultad. El Señor nos invita a ser también astutos, pero no para el mal, sino para hacer el bien, para vivir con rectitud y buscar el Reino de Dios.

3. El dinero y el peligro de la idolatría

Al final del pasaje, Jesús es claro y contundente: “Nadie puede servir a dos señores… No pueden servir a Dios y al dinero.”
El dinero tiene su valor: permite vivir con dignidad y el trabajador merece su salario. Pero no debe ocupar el lugar de Dios en nuestra vida.

Lamentablemente, muchas veces hemos puesto al dinero en primer lugar y hemos relegado a Dios al último. Pensemos: ¿cuántas personas dedican incluso el domingo —día del Señor— enteramente al trabajo y al dinero, olvidándose de la Eucaristía?

El dinero puede convertirse en un ídolo que roba la paz, sobre todo cuando nos endeuda o nos esclaviza. San Pablo nos recuerda que la única deuda del cristiano es la del amor.

4. El llamado a la solidaridad

Aunque la mayoría de nosotros vivimos con recursos limitados, siempre hay quienes tienen menos que nosotros. El Evangelio y los profetas nos piden tender la mano al pobre, al necesitado, al que sufre.

El salmo de hoy lo expresa bellamente: “Dios alza de la basura al pobre.”

También nosotros debemos levantar al hermano caído y compartir de lo poco o mucho que tengamos. Porque nadie puede decir que ama a Dios si no ayuda al hermano necesitado.

5. María, sierva del Señor

En este camino nos acompaña la Santísima Virgen María. Ella se presentó como la “esclava del Señor”, escuchó su Palabra, fue humilde y servicial. Puso sus talentos al servicio de Dios y de los demás.

Sigamos su ejemplo: no todos servimos para todo, pero todos servimos para algo. Ese “algo” debemos ofrecerlo a Dios y al prójimo con generosidad.

Conclusión

Queridos hermanos:

La verdadera riqueza no está en el dinero ni en los bienes materiales —que son pasajeros—, sino en Dios mismo. Lo que realmente permanece es el amor, la justicia, la misericordia y el servicio.

Vivamos como pobres de espíritu, confiados en Dios y generosos con los demás. Así tendremos nuestro tesoro en el cielo.

Que así sea.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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