viernes, 25 de octubre de 2024

Servidor de la Iglesia perseguido por Sendero Luminoso

“EL CHOFER ARZOBISPAL”

         El grupo terrorista Sendero Luminoso se originó en Ayacucho, siendo la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga el contexto propicio para su desarrollo. Esta casa de estudios, recién reabierta, contrató como profesor titular al controvertido Doctor en Filosofía Abimael Guzmán, fundador de esta organización. Sendero Luminoso, que se constituyó como un partido político de ideología comunista, buscó tomar el poder a través de la violencia, declarando la guerra al Estado peruano.

         Ayacucho fue la primera ciudad y departamento en sufrir las devastadoras consecuencias de las ideas revolucionarias de Sendero Luminoso, caracterizadas por el terror y la violencia. La Iglesia católica local fue testigo de estos acontecimientos. El 3 de diciembre de 1987, el padre Víctor Acuña Cárdenas fue brutalmente asesinado por jóvenes senderistas mientras celebraba la misa en el mercado de Magdalena, a plena luz del día y ante la presencia de sus feligreses. Este trágico suceso lo convirtió en el primer sacerdote en caer a manos del terrorismo. En esta ocasión, me enfocaré en otra persona cercana a la jerarquía eclesiástica de ese tiempo, que aún vive y que, en su ancianidad, sufre por la persecución que padeció.

         El Sr. Leoncio Atauje Calderón, oriundo de La Oroya, Junín, contrajo matrimonio a una edad temprana con una joven de origen ayacuchano, lo que lo llevó a establecer su residencia en esta ciudad. Allí, además de cumplir con su servicio militar, formó una numerosa familia con siete hijos. Durante su carrera militar, Leoncio se acercó al general huamanguino Pedro Ángel Richter Fernández-Prada, quien le presentó a su hermano, Mons. Federico Richter Fernández-Prada, arzobispo de Ayacucho, para que le ayudara como chofer. Así, con una prometedora carrera en el ejército y una familia que mantener, Leoncio decidió servir a la Iglesia ayacuchana como chofer del Arzobispado. En esta función, tuvo la oportunidad de trabajar junto al padre Víctor Acuña Cárdenas, encargado de Cáritas, manejando los camiones del Arzobispado para distribuir alimentos en las zonas periféricas y más empobrecidas de la jurisdicción eclesiástica andina.

         En una ocasión, recuerda don Leoncio, yendo a entregar una carga de alimentos a la Casa Hogar Juan Pablo II de Huancapi, en compañía de una religiosa franciscana, fueron interceptados por cuatro senderistas armados, quienes al encañonarlos les hicieron bajar del camión. El trato fue rudo y directo, querían la mercancía para ellos, porque, según su pensamiento, esos alimentos servirían para comprar a los pobres, y en cambio ellos los necesitaban para mantener su grupo. En principio Leoncio se negó, pero a falta de armas finalmente tuvo que acceder. Él y la religiosa pasaron el susto de sus vidas y, entre lamentos por la pérdida de los alimentos y la acción de gracias a Dios por mantener la vida, regresaron a Ayacucho sin lograr el cometido.

         En su trabajo como conductor, se ganó la plena confianza de Mons. Federico, quien lo trataba como a un hijo. Le encomendaba las tareas más delicadas e incluso le pedía que lo acompañara en sus viajes a la capital. De tanto viajar juntos, Leoncio llegó a ser confundido con un fraile franciscano, debido a su frecuente presencia en los conventos de esta orden en Lima, durante sus andanzas con el obispo ayacuchano.

         Leoncio trabajaba a tiempo completo para el Arzobispado, siempre había tareas que realizar, especialmente en el transporte de sacerdotes, religiosas y del propio obispo por toda la Arquidiócesis. Sin embargo, en sus ratos libres atendía un taller de planchado y pintura de vehículos, donde contaba con la ayuda de aprendices. Con el tiempo, algunos de ellos lo invitaron a unirse a Sendero Luminoso, dada su formación militar.

Una tarde, uno de los jóvenes del taller le propuso acompañarlo a la desolada zona del barrio Santa Ana, donde probarían las armas del grupo, aprovechando los conocimientos que Leoncio había adquirido en el ejército sobre el manejo de fusiles. Sin embargo, Leoncio rechazó la invitación, prefiriendo mantenerse alejado de cualquier vinculación con Sendero Luminoso, ya que era un hombre con valores cristianos, respetuoso de la vida y temeroso de Dios. Su negativa no fue bien recibida por los senderistas, lo que marcó un cambio en su vida, ya que comenzaron las amenazas y persecuciones hacia él y su familia.

Leoncio informó a monseñor Richter sobre la situación, y este decidió acogerlo a él y a su familia en su propia casa, que en ese momento correspondía a lo que hoy es el local del Seminario San Cristóbal, es decir, los anexos de la catedral de Ayacucho. Allí se instalaron, viviendo con la humillante sensación de ser perseguidos para ser asesinados, ya que Leoncio era considerado un enemigo de la revolución. Además, su dedicación a la Iglesia lo desacreditaba aún más ante la ideología atea de Sendero Luminoso. 

La protección del entonces arzobispo de Ayacucho se mantuvo hasta su remoción a inicios de la década de los noventa, lo que obligó a la familia Atauje a abandonar la ciudad y trasladarse a Huancayo, donde se sintieron más seguros, lejos de la persecución y del constante temor por su vida.

En Huancayo, Leoncio pudo dedicarse a trabajos menores tras dejar su querido Ayacucho. Sin embargo, sufrió un accidente en su taller cuando un trozo de soldadura caliente le cayó en el ojo, lo que le causó la pérdida de la vista en ese ojo. Impedido para trabajar, terminó cayendo en la mendicidad, acompañado por su esposa, quien ha estado a su lado en todo momento.

         Sus hijos son numerosos, pero no han podido hacerse cargo de sus ancianos padres. Solo uno de ellos los ha acogido en su casa, que es de alquiler, y les ha proporcionado un espacio donde acomodarse, a pesar de las limitaciones que enfrentan como dos personas mayores, enfermas y sin ningún apoyo económico periódico que alivie sus necesidades.

Don Leoncio y su esposa sufren por no contar con lo básico para vivir cómodamente. Ella recuerda con nostalgia cómo llegó a ser secretaria de asuntos menores de monseñor Federico, a quien evocan como un santo, por su bondad y gentileza, y especialmente por el incondicional apoyo que les brindó en sus momentos más difíciles.

Este par de ancianos a veces se acuestan sin comer, y prefieren no pedir a sus hijos, para no ser carga y motivo de discordia entre ellos, aún cuando por ley divina y humana les corresponde a ellos hacerse cargo de sus enfermos padres. En esta situación tan deprimente llevan ya varios años, y comenta don Leoncio que a veces, desesperado y desesperanzado ha deseado la muerte, para aliviar sus sufrimientos, a los que se le suma haber solicitado indemnización a la Iglesia por sus años de servicio, pero aún no tienen respuesta. Hay quienes los han animado a proceder legalmente, pero se niegan, pues por respeto a la memoria de Mons. Richter, prefieren sufrir con paciencia.

La historia de don Leoncio Atauje es un reflejo de la resistencia del espíritu humano frente a la adversidad. A pesar de los años de sufrimiento y la falta de apoyo en sus momentos más críticos, él y su esposa han mantenido su dignidad y fe, eligiendo el camino de la paciencia en lugar de la confrontación. Su experiencia, marcada por el sacrificio y la lealtad a sus principios, nos recuerda la importancia de la compasión y la solidaridad, especialmente hacia aquellos que han dedicado sus vidas al servicio de los demás.

A través de su dolorosa realidad, don Leoncio encarna la lucha por la justicia y la búsqueda de un reconocimiento que parece esquivo. Su historia no solo resalta el impacto de la violencia en las vidas de los inocentes, sino que también nos invita a reflexionar sobre el papel de la comunidad y la Iglesia en el cuidado de los más vulnerables. En tiempos de incertidumbre y sufrimiento, la voz de quienes como él han padecido se convierte en un poderoso llamado a la acción y a la memoria colectiva, recordándonos que el verdadero valor reside en la humanidad que mostramos hacia nuestros semejantes.

El Departamento de Cáritas del Arzobispado de Huancayo se ha comprometido a asistir a don Leoncio con víveres de manera periódica, gracias a la generosa gestión del administrador de la Arquidiócesis, el Ing. Luis Samaniego. En una ocasión anterior, él visitó personalmente a don Leoncio en su hogar, donde pudo constatar la difícil situación que enfrenta.

Además, yo mismo he solicitado ayuda al párroco del lugar, a instancias de don Leoncio, quien también ha respondido positivamente. Así como Cáritas Huancayo. Ojalá pueda hacer más por él, además de mantenerlo presente en mis oraciones.

Don Leoncio, bienaventurado eres cuando lloras, porque serás consolado; bienaventurado eres porque tienes hambre y sed de justicia, porque serás saciado.

P.A

García

viernes, 18 de octubre de 2024

La Independencia de Venezuela: dos fechas fundantes

LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA

Cristóbal Colón arribó a la actual Venezuela en su tercer viaje el 3 de agosto de 1498, por la costa de Paria, en el nororiente de Suramérica. La llamó "Tierra de Gracia", convencido de haber encontrado un paraíso terrenal. Durante su exploración, observó la organización de los indígenas, que se agrupaban en diversas etnias y clanes familiares. Aunque contaban con poca infraestructura, algunos, como los caribes, eran bastante belicosos. Colón llegó a comprender que había descubierto un nuevo continente al encontrar el delta del Orinoco.

En agosto de 1499, Américo Vespucio navegó por las costas de la "Tierra de Gracia" y, al ingresar al Lago de Maracaibo, observó las viviendas palafíticas construidas sobre pilares en el agua, lo que le recordó a Venecia. Por ello, llamó a ese lugar "Venezziola", que significa "Pequeña Venecia", nombre que eventualmente se castellanizó como Venezuela. En 1531, el papa Clemente VII erigió la Diócesis de Santa Ana de Coro, la primera jurisdicción eclesiástica de Venezuela y de América del Sur. En 1777, el rey Carlos III estableció la Capitanía General de Venezuela, que se creó a partir del territorio del Virreinato de Nueva Granada, con la ciudad de Santiago de León de Caracas como su capital.

Abordar el tema de la independencia de Venezuela conlleva a considerar tres fechas importantes en medio de múltiples acontecimientos, valiosos en conjunto, que coadyuvaron a la consecución de la autonomía respecto del imperio español. Es así como precisamos estas fechas de gran importancia, a saber: el 19 de abril de 1810, el 5 de julio de 1811 y finalmente el 24 de julio de 1823.

El 19 de abril de 1810: “Primer grito de independencia”

Esta historia se remonta a 1808 con los célebres sucesos de Bayona. En ese contexto, Napoleón Bonaparte, en plena expansión de su imperio por Europa, comunica a Fernando VII y a su padre, Carlos IV, que pasará por España en su camino hacia el Reino de Portugal, un territorio que desea anexar a sus dominios. Ambos monarcas creen que podrían llegar a un acuerdo con Napoleón para seguir gobernando España. Napoleón los convoca a Bayona, una localidad al sur de Francia, donde padre e hijo firman finalmente su abdicación en mayo de ese año, quedando ambos en cautiverio.

Esta situación desencadena la famosa crisis del mundo hispano y genera una gran resistencia en la península ibérica contra las pretensiones napoleónicas. La primera medida en respuesta es la creación de la Junta de Sevilla, un organismo clandestino que, a pesar de ser perseguido por las fuerzas napoleónicas, busca gobernar en nombre de Fernando VII y su padre en el territorio peninsular, así como en los dominios del imperio español en América, que abarcan provincias, capitanías generales y virreinatos.

La Junta de Sevilla, en un primer momento, convoca elecciones para elegir diputados. Sin embargo, los criollos americanos se percatan con desagrado de que se han asignado pocos representantes a su amplia población, mientras que se han otorgado muchos a regiones de menor densidad. Esta desigualdad evidencia que, aunque todos eran súbditos del rey de España, los americanos parecían tener menos valor que los peninsulares, lo que provoca un creciente malestar entre los criollos.

A medida que la Junta de Sevilla se siente acorralada, se establece un Consejo de Regencia que ignora la representación americana. Ante la creciente confusión entre los súbditos americanos leales al rey de España, el 19 de abril de 1810, el cabildo de Caracas, impulsado por Juan Germán Roscio, José Cortés de Madariaga y otros miembros, lleva a Vicente de Emparan, capitán general de Venezuela, ante el balcón de la Casa Amarilla. Cuando Emparan pregunta si desean que él los gobierne, la respuesta es unánimemente negativa. Ante esta situación, tanto él como Vicente Basadre deciden marcharse, creando así un vacío de poder. El padre Cortés de Madariaga desempeñó un papel fundamental al instar a la multitud a gritar “no”, mientras hacía señas con la mano detrás de Emparan. Era Jueves Santo.

En esta situación, Juan Germán Roscio plantea un argumento jurídico: los súbditos americanos habían jurado fidelidad al rey de España, no a otro rey, por lo que la soberanía regresaba al pueblo. Así, el cabildo de Caracas toma la decisión soberana y autónoma de crear la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, lo que no equivale a la fundación de la República de Venezuela, sino que representa un paso importante hacia la independencia.

El gobierno que se forma, decide enviar embajadas a lugares clave del mundo para informar sobre la nueva situación en Caracas. Así, Simón Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez representan a Venezuela en Londres; uno de los hermanos Montilla y Juan Vicente Bolívar en Estados Unidos; y José Cortés de Madariaga en Bogotá.

La embajada más relevante por su impacto histórico es la de Londres, donde los jóvenes embajadores, con la asesoría de Francisco de Miranda, aprovechan el vacío de poder que se ha creado. Mientras algunos se quedan en Londres, Bolívar regresa pronto a Caracas, y dos meses después, Miranda también lo hace.

Las conversaciones en Londres apuntan a la posibilidad de avanzar de una Junta Conservadora a un gobierno autónomo. Además, el cabildo de Caracas decide consultar a los otros cabildos de la Capitanía General de Venezuela, lo que lleva a Roscio a redactar un estatuto electoral y a realizar las primeras elecciones de diputados en el país. En marzo de 1811, se formaliza un congreso en Caracas, donde se debaten si continuar como Junta Conservadora o declarar la independencia.

Paralelamente, se forma la Sociedad Patriótica, donde se reúnen diputados y otros jóvenes como Simón Bolívar, que hacen discursos a favor de la independencia. Bolívar, en uno de sus discursos más recordados, desafía a quienes piden calma, abogando en cambio por la urgencia de tomar decisiones.

El 5 de julio de 1811: “Firma del Acta de la Independencia”

Finalmente, el 5 de julio de 1811, el congreso declara formalmente la independencia de Venezuela y la creación de un estado moderno y autónomo. Así, un proceso que comenzó el 19 de abril de 1810 culmina con la declaración de la autonomía absoluta de Venezuela poco más de un año después.

El proceso del 19 de abril de 1810 al 5 de julio de 1811 es eminentemente civil, ya que España no tuvo la posibilidad de enviar un ejército para recuperar el territorio. Durante esos meses, los protagonistas son abogados y líderes civiles, con Miranda, quien, aunque es recordado como un militar, también es un importante hombre de estado que conoce las políticas europeas.

Una vez firmada el acta de independencia, el congreso solicita a Roscio una explicación más detallada, y este redacta un texto que puntualiza las razones para la independencia. Además, el congreso encarga a Roscio, Francisco Isnardi y Francisco Javier Ustáriz la elaboración de la primera constitución nacional, que se aprueba el 21 de diciembre de 1811 y está inspirada en la Constitución de los Estados Unidos.

Mientras tanto, el congreso establece un triunvirato formado por Cristóbal Mendoza, Baltasar Padrón y Juan Escalona, quienes toman el mando del poder ejecutivo. Por tanto, Cristóbal Mendoza se convierte en el primer presidente de Venezuela bajo el triunvirato.

En marzo de 1812, Domingo de Monteverde desembarca en Venezuela con fuerzas militares para intentar reconquistar el territorio en nombre del imperio español. Es relevante recordar que Fernando VII seguía en cautiverio en ese momento. La guerra iniciada en 1812 concluirá en 1823 con la batalla naval en el Lago de Maracaibo y las últimas escaramuzas de las fuerzas realistas.

El 24 de julio de 1823: “Batalla Naval del Lago de Maracaibo”

La batalla de Carabobo del 24 de junio de 1821, aunque significativa, no fue la última en Venezuela; ese título corresponde a la batalla naval del 24 de julio de 1823 en el Lago de Maracaibo.

lunes, 7 de octubre de 2024

Los obispos en el Perú de la Independencia (1821)

FORJADORES DE LA PERUANIDAD

En el contexto de la independencia del Perú, los obispos desempeñaron un papel crucial, reflejando la compleja relación entre la Iglesia y los movimientos patrióticos. En 1821, el Perú contaba con seis diócesis, cada una con un obispo que, a su vez, representaba no solo una autoridad religiosa, sino también un vínculo con el poder colonial. La postura de cada obispo variaba, desde el firme apoyo a la monarquía española hasta la aceptación de la independencia, lo que evidencia las tensiones internas dentro de la Iglesia y su adaptación a un nuevo orden social y político.

Estos líderes religiosos, la mitad de ellos peninsulares, enfrentaron desafíos significativos mientras el país se sumía en el tumulto de la emancipación. Desde la negativa a aceptar la independencia hasta el respaldo a los movimientos liberales, sus decisiones tuvieron repercusiones tanto en la vida espiritual de sus feligreses como en la estructura política emergente. Las cartas pastorales y las acciones de cada obispo no solo definieron su legado personal, sino que también reflejaron las luchas de una nación en búsqueda de su identidad.

De los seis Prelados de 1821 tres eran españoles: (De Las Heras, Carrión y Marfil y Sánchez Rangel) y tres criollos (Orihuela, Goyeneche y Gutiérrez de Coz), de éstos un boliviano -de la Real Audiencia de Charcas- (Orihuela) y los otros dos peruanos. De los seis, dos eran religiosos, (Sánchez Rangel –franciscano- y Orihuela –agustino-) y los otros cuatro del clero secular.

El pontificado de los obispos en este período fue sumamente complicado, ya que debían ponerse del lado de uno u otro bando, quedando a merced de la victoria o la derrota. Los obispos Carrión y Marfil, Gutiérrez de Coz y Sánchez Rangel enfrentaron la derrota tras el triunfo de San Martín, mientras que De Las Heras y Orihuela sufrieron las consecuencias de las decisiones arbitrarias de Monteagudo y Gamarra, que resultaron en su destierro. En contraste, Goyeneche logró sobrellevar las dificultades con notable paciencia y flexibilidad.

Es necesario analizar los casos de los seis obispos que gobernaban la Iglesia en el Perú durante ese período. Algunos mostraron perplejidad y vacilación ante el ambiente insurgente, mientras que otros adoptaron una postura de rechazo y negativa intransigente. También es relevante considerar la vigencia del régimen de patronato, donde la Santa Sede nombraba a los obispos, pero la "presentación" recaía en el Rey de España, un derecho consagrado en la legislación canónica. Así, cualquier actitud separatista o duda sobre la fidelidad monárquica se interpretaría en España como una falta de reconocimiento hacia el gobernante, a quien debían indirectamente su nombramiento episcopal.

El refrán de la época de la independencia que dice "Las monjas están rezando, en abierta oposición: unas piden por Fernando, otras ruegan por Simón" encapsula la tensión y la polarización que caracterizaban a la Iglesia en ese período. La imagen de las monjas, figuras tradicionalmente asociadas con la unidad y la paz, enfrentándose en sus rezos revela cómo las diferencias ideológicas y políticas permeaban incluso el ámbito espiritual. Fernando VII y Simón Bolívar, representan bandos opuestos en el conflicto realista-patriota, simbolizan la lucha entre lealtades en un contexto de crisis. Este refrán no solo refleja el ambiente de divisiones internas dentro de la Iglesia, sino que también ilustra cómo la espiritualidad se entrelazaba con la política, mostrando que la fe y la devoción podían ser profundamente influenciadas por las circunstancias históricas.

 

Seis diócesis en el Virreinato del Perú y sus obispos en 1821

1.    Lima: Creada Diócesis en 1541 y Arquidiócesis en 1546.

Arzobispo: Bartolomé María de las Heras Navarro (1743-1823)

 

17° arzobispo de Lima. Nacido en Carmona, Sevilla, España, el 24 de abril de 1743. Primero fue Obispo del Cusco. Le tocó presenciar el movimiento patriótico siendo arzobispo de Lima. El virrey don José de la Serna y Martínez de Hinojosa le invitó a adentrarse con él en el Cusco, pero no aceptó, poniendo por encima su papel de Pastor de la grey limeña, a la que no quiso abandonar en los momentos más imperiosos. Aunque de ideas monárquicas por su origen peninsular, firmó la Declaración de la Independencia el 15 de julio y acompañó a San Martín en la proclamación solemne en Lima, aquel 28 de julio de 1821.

Al General argentino le dejó claro que él y su clero en todo le obedecerían sin mayor resistencia, siempre y cuando se garantizara a la Iglesia su permanencia y unidad con el Romano Pontífice. Poco tiempo después fue desterrado a España por negarse a obedecer las arbitrariedades de Bernardo de Monteagudo, pues la Iglesia limeña estaba siendo acusada de propiciar el apoyo a los realistas, mientras que su arzobispo la defendía y aseguraba transparencia a San Martín. De espíritu sereno, una vez en España informó al Nuncio de cómo la gesta emancipadora fue bien acogida por el clero criollo, quienes deseaban un régimen independiente, pues, como San Martín “les ofrecía la independencia y libertad a que siempre habían sido tan inclinados, abrazaron con júbilo sus propuestas y siguieron sin dificultad todas sus máximas”.

Murió en Madrid el 5 de septiembre de 1823.

 

2.    Cusco: Creada Diócesis en 1536 y Arquidiócesis en 1943.

Obispo: José Calixto de Orihuela y Valderrama, O.S.A. (1767-1844)

 

Nació en Villa de Oropesa, actual Cochabamba-Bolivia, el 14 de octubre de 1767. Murió en Lima, el 1 de abril de 1844. De la Orden de San Agustín recibió y reconoció la lucha patriota siendo Administrador Apostólico de la diócesis de la que había sido obispo auxiliar, tiempo en el que había publicado una pastoral en contra de la emancipación, tratando de comprobar la incompatibilidad de los principios cristianos con los de la independencia.

Convivió con el virrey La Serna en el Cusco, pues la capital del Virreinato se había trasladado de Lima a la Ciudad Imperial. En 1820, en su paso por Huancayo le prometió al General Juan Antonio Álvarez de Arenales su adhesión a la causa patriota. Tras la Capitulación de Ayacucho en 1824 aceptó la Independencia como “obra divina”. La razón del cambio en su parecer la firmó con la siguiente frase: “Por el principio sentido de que toda potestad viene de Dios y porque el que resiste a la potestad constituida resiste a la voluntad de Dios”. Renunció al obispado por desavenencias con Agustín Gamarra, Prefecto del Cusco, pues este le exigía aportes monetarios a la causa libertaria, que el prelado juzgó improcedentes según el Derecho Canónico.

 

3.    Arequipa: Creada Diócesis en 1609 y Arquidiócesis en 1943.

Obispo: José Sebastián de Goyeneche y Barreda (1784-1824)

 

Arequipeño de origen, nació el 19 de enero de 1784. Entre 1826 y 1835 fue el único obispo en todo el Perú, Chile, Bolivia y Ecuador. Durante la proclamación y consolidación de la independencia se mostró ejemplar en su papel de obispo, pues no se turbó por consideraciones políticas, buscando ante todo el bien espiritual de su Iglesia local. Realista por tradición familiar, se mantuvo rodeado de este ambiente hasta la victoria de Ayacucho (1824), cuando cambiado el régimen, reconoció sin problemas la nueva gestión. Dejó escrito en este contexto: “La mano de Dios ha intervenido para levantar al Perú desde la humillación colonial al rango de las naciones libres.”

En años posteriores fue delegado papal para toda la República Peruana, pues la figura del Nuncio Apostólico no había llegado todavía la recién nacida nación.

Murió en Lima, 19 de febrero de 1872 como vigésimo segundo arzobispo metropolitano de la capital peruana, con un total de 55 años de ministerio episcopal.

 

4.    Trujillo: Creada Diócesis en 1577 y Arquidiócesis en 1943.

Obispo: José Carrión y Marfil (1747-1827)

 

Natural de Málaga, España, vino a América a ocupar sedes episcopales en los diferentes virreinatos. El intendente marqués de Torre Tagle proclamó la independencia de Trujillo el 29 de diciembre de 1820, lo que fue rechazado por el prelado, quien creía que su lealtad a Fernando VII y al Real Patronato estaba por encima de las aspiraciones de los rebeldes. De fuertes ideales realistas y anticriollos, destinó una buena suma de dinero a favor de la causa del Rey, además de abogar por la resistencia armada. Sus joyas las quiso poner a salvo, pero fueron interceptadas.

Se entrevistó con San Martín en Ancón, pero al negarse a reconocer la independencia del Perú fue finalmente desterrado en 1821. Esta acción motivó la publicación en 1821 de un folleto titulado Memoria interesante para servir a la historia de las persecuciones de la Iglesia en América, en defensa del obispo, cuyo autor podría haber sido el canónigo de Lima Pedro Fernández de Córdova. Ese mismo año, se publicó un Suplemento necesario que corregía un error sobre la apropiación de bienes del obispo por parte de Torre Tagle, aclarando que estos fueron retirados con un inventario.

Nombrado abad de la colegiata de Alcalá la Real (Jaén), falleció en la villa de Noalejo, de la misma provincia, el 13 de mayo de 1827.

 

5.    Huamanga (Ayacucho desde 1825): Creada Diócesis en 1609 y Arquidiócesis en 1966.

Obispo: Pedro Gutiérrez de Coz y Saavedra Seminario (1750-1833)

 

Nació el 24 de octubre de 1750 en Piura. Motivado por un espíritu prudente, no quiso firmar ni participar en la Independencia, con la esperanza de regresar a su diócesis, que estaba en manos de los realistas. Cuando el General Arenales llegó a Huamanga, el obispo se encontraba en una visita pastoral y, al enterarse de la situación, decidió huir a Lima.

En Huancayo se reunió con Arenales, pero optó por regresar a la capital, donde San Martín lo obligó a jurar la independencia. Él respondió: “No puedo prescindir de la suerte de mi diócesis ni oponerme a la Independencia en el territorio en que me hallo”, refiriéndose a que Huamanga seguía bajo control realista, aunque él estuviera en Lima. San Martín le pidió que redactara una pastoral en apoyo de la causa libertadora, pero el obispo no lo hizo. Esta actitud neutral le permitió evitar ser catalogado como un realista radical, aunque tampoco fue reconocido como un patriota.

La paciencia de San Martín se agotó rápidamente y decidió desterrarlo en 1821, dándole solo ocho días para abandonar el país, rechazando la solicitud de Gutiérrez de Coz para extender su plazo a treinta días para organizar su partida. Posteriormente, fue obispo de San Juan de Puerto Rico, donde falleció el 2 de abril de 1833. En 1822, la Junta Gubernativa del Perú lo declaró "americano desterrado sin causa".

 

6.    Maynas (Chachapoyas desde 1843): Creada Diócesis en 1803.

Obispo: Hipólito Sánchez Rangel OFM (1761-1839)

 

Nació en Villa de los Santos, Badajoz, España, el 2 de diciembre de 1761. Murió en Lugo, España. El 29 de abril de 1839. Antes de establecerse en su sede episcopal de Jéberos, que era la capital del territorio en febrero de 1808, comenzó una visita general a la diócesis que se extendió hasta 1810. Esta acción fue precedida por la primera medida significativa de su episcopado: logró la destitución del gobernador de Maynas, Diego Alfaro, a quien se le había denunciado por maltratar a los indígenas.

En marzo de 1820, con el inicio del proceso de independencia del Perú, los independentistas, ante su firme lealtad a la Monarquía española, saquearon su palacio episcopal y lo amenazaron de muerte. Así, huyó a pie de Moyobamba a Chachapoyas, cubierto solo con su breviario y báculo. A finales de 1820 y principios de 1821, tuvo que realizar una segunda huida, hasta que en octubre se refugió en Brasil. En 1822, viajó a Lisboa y en agosto de 1823 se trasladó a Madrid, donde al final del año solicitó al rey Fernando VI un nuevo destino.

Para el obispo franciscano, apartarse de la fidelidad al rey de España es un delito y un pecado. Sus cartas pastorales son vehementes y severas, y lanza excomuniones contra los separatistas. No acepta en absoluto que pueda haber legitimidad o justicia en el deseo de independizarse de la metrópoli. Dejó plasmada su opinión con las siguientes palabras: “Los Americanos, todos, naturalmente se inclinan al sistema de su Independencia. Obrando conforme a él, le hacían una grande brecha a la nación su madre, por consiguiente, daban más fermento a la discordia entre americanos y europeos; casi necesitados dañaban su conciencia y prostituían su ministerio.”

En resumen, es importante reiterar las reflexiones con las que comenzamos este artículo. El grupo de los obispos del Perú en la etapa sanmartiniana no constituye un bloque homogéneo, ni en contra ni a favor de la Independencia. La participación de la jerarquía en su conjunto se resiste a ser encasillada en afirmaciones o esquemas de carácter universal. La investigación histórica nos lleva ante la problemática de individuos como nosotros, con responsabilidades muy serias, quienes, por esa misma razón, ante situaciones no del todo claras, sienten en diversos grados vacilaciones, perplejidades y dudas; y en medio del tumultuoso vaivén de los acontecimientos, experimentan el deseo y la dificultad de encontrar un camino coherente y justo.

P.A

García

domingo, 8 de septiembre de 2024

El vicio lo llevó a la muerte

UNA VISITA EN LA U.C.I.

         Al finalizar la Celebración de la Palabra dominical, una mujer joven se acercó a la sacristía con el deseo de hablar conmigo. Mientras guardaba mi alba en la maleta para prepararme para la siguiente celebración, ella me compartió, con lágrimas en los ojos, la difícil situación que atravesaba su familia. Su padre estaba muy grave en la Unidad de Cuidados Intensivos, tras haber sido agredido en la calle y haber estado desaparecido durante varios días.

         La escuché atentamente y le propuse orar por la salud de su padre, a lo que ella asintió con gratitud. Sin embargo, su petición fue más allá: me invitó a visitar a su padre en el hospital esa misma tarde para orar por él en su lugar de convalecencia. Mis domingos por la tarde suelen ser tranquilos; generalmente descanso en mi habitación, aprovechando para ponerme al día con la política internacional o las noticias del momento. Por eso, acepté con gusto aquella invitación tan especial. Tras compartir nuestros números de teléfono, fijamos la hora de encuentro y nos despedimos. Ella se marchó aliviada, sintiendo que había cumplido su propósito: deseaba que alguien la acompañara en su angustia y orara por la salud espiritual y física de su agonizante padre.

         A las dos de la tarde, recibí una llamada informándome que un taxi me esperaba en la puerta del seminario. Salí rápidamente y allí me recibió el esposo de la joven mujer, es decir, el yerno del enfermo que iba a visitar. Durante el trayecto, me explicó con más detalle la vida de este hombre. Después de haber servido ejemplarmente a su patria como miembro de la Policía Nacional, tras su jubilación se había entregado desmedidamente al consumo de alcohol, llegando incluso a vivir en la calle como un pordiosero. Ignoraba a su familia y rechazaba cualquier intento de ayuda. Parece que, después de tantos años de represión en su labor profesional, encontró finalmente un escape al darse de baja.

         En la puerta del hospital me esperaba la hija, quien me había extendido la invitación. Ya tenía listos los implementos necesarios para ingresar a la Unidad de Cuidados Intensivos: esas prendas azules de protección que se utilizan en entornos quirúrgicos. Caminamos hacia el lugar y, al llegar a la entrada, nos pusimos las batas. Tras obtener el permiso del personal de guardia, ingresamos a la habitación. Allí estaba el enfermo, conectado a una serie de aparatos que le ayudaban a mantenerse con vida. Ese hombre dependía de la artificialidad, y no sabía si aún tenía ganas de vivir o si, por el contrario, deseaba morir; no había forma de saberlo con certeza.

        Al pie de la cama, abrí mi libro de oraciones (la Liturgia de las Horas) para recitar junto al moribundo algunos salmos de confianza en Dios, especialmente los de Completas, la última oración del día. La hija me acompañó con atención y participación, acariciando a su padre mientras lágrimas brotaban de sus ojos y suspiros profundos escapaban de sus labios. A pesar de todo el sufrimiento que su vicio había causado, ella realmente lo amaba, incluso en esos momentos críticos en los que él se debatía entre la vida y la muerte.

Recité los salmos con fervor y la atención necesaria, pidiendo en cada instante al Señor que se hiciera su santa voluntad en aquel hijo suyo, en aquel cristiano que, en su sano juicio, había recibido el sacramento del matrimonio. Al final, ofrecí una oración espontánea entregando su vida al Padre Celestial, suplicando por su perdón y pidiendo que lo hiciera merecedor de la gloria del cielo. En todo momento, la hija oró con profunda introspección, asintiendo a mis palabras y deseando lo mejor para su padre.       

La imposición de manos es un gesto puramente sacerdotal, y como no soy sacerdote, no puedo realizarlo. Sin embargo, dada la intimidad del momento, toqué con mi mano derecha la cabeza del enfermo, como un acto de cercanía hacia él y hacia su hija, que se encontraba a su lado. Creo que, de no haberlo hecho, ella podría haber interpretado mi rigidez como un rechazo hacia su padre. Estos pequeños gestos marcan la diferencia, siempre que se realicen con responsabilidad y conciencia de su significado para quienes los reciben. No se trata de engañar, sino de manifestar lo que las palabras han proclamado. La rigidez no es del Espíritu Santo, ha afirmado en alguna ocasión el Papa Francisco.       

Al colocar mi mano sobre la cabeza del agonizante, noté la falta de parte de su cráneo. Me explicaron que así lo habían encontrado, gravemente herido, tirado en la calle, y que días después fue internado en el hospital. Este era el triste resultado de su alcoholismo. Tenía una esposa, hijos y nietos, una familia que lo amaba profundamente y deseaba ayudarlo a recuperarse, pero él nunca prestó atención a sus esfuerzos. Todo fue en vano.

Después de unos quince minutos, decidí dejarla sola en la habitación y me dispuse a esperar en las inmediaciones de la U.C.I. Ella me había solicitado unos momentos a solas con su padre. Afuera, estaba su esposa, lista para ingresar también a verlo. Su presencia servía más como un apoyo moral para sus hijos, ya que el matrimonio se había roto debido al alcoholismo, un vicio que destruye vidas y familias, del cual muy pocos logran liberarse.    

Mientras esperaba afuera el momento de marcharnos del hospital, reflexioné durante un buen rato sobre lo que hacemos los seres humanos para prolongar la vida. Hay tanta tecnología y tantos métodos científicos, pero la primera persona que debe querer vivir y cuidar su vida es el mismo individuo. Somos responsables de nosotros mismos ante Dios, quien nos ha otorgado el don de la vida.

Exactamente dos semanas después de mi visita, al preguntar por el enfermo, su hija me informó que había fallecido. Ella me agradeció nuevamente por mi oración constante durante ese tiempo. Pude acompañarlos en la misa exequial, cumpliendo así con varias obras de misericordia: visitar a los enfermos, orar por los vivos y los difuntos, consolar a los afligidos y enterrar a los muertos.

La vida es única, y debemos vivirla con responsabilidad. La triste historia de este hermano que ha partido de este mundo nos recuerda cuán frágiles somos. A pesar de tenerlo todo, podemos perder el rumbo al buscar lo que no hemos perdido y dejar que los vicios nos lleven a la muerte.

Es evidente que los pordioseros también tienen familia, personas que los aman; sin embargo, han decidido rechazar el amor de aquellos que podrían reinsertarlos en la sociedad. ¿Qué pasará por la mente de estas personas? ¿Es su voluntad tan frágil que no pueden resistir las tentaciones de este mundo? Historias como estas se repiten constantemente, y eso es muy triste, porque el ser humano ha sido creado para vivir, para ser feliz y disfrutar de manera sana, no para degradarse en vicios ni alejarse de su entorno.

El vicio lo llevó a la muerte, y su historia es un recordatorio doloroso de las elecciones que hacemos y de las consecuencias que estas acarrean. En un mundo lleno de posibilidades, a veces elegimos caminos que nos alejan de quienes amamos y de la vida que merecemos. La adicción, en este caso, no solo destruyó a un hombre, sino que fracturó una familia que anhelaba su recuperación. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de cuidar de su propia vida y de los vínculos que nos unen con los demás.

Al final, la verdadera victoria radica en optar por el amor y la conexión familiar, no por los vicios que nos aíslan. Que su partida nos inspire a reflexionar sobre nuestras propias decisiones y a valorar el don de la vida, recordando siempre que, aunque la fragilidad humana es real, también lo es nuestra capacidad para sanar y volver a encontrar el camino.

P.A

García

domingo, 18 de agosto de 2024

Bicentenario de la Batalla de Junín – su monumento

“CHACAMARCA PAMPA”

Bolívar sí estuvo en la batalla de Junín, ocurrida el 6 de agosto de 1824, pero no participó en la de Ayacucho, el 9 de diciembre del mismo año. Ambas batallas se consideran las dos últimas del proceso emancipador.

Con la Batalla de Junín y su denominación oficial ocurre algo curioso; y es que no se corresponde el nombre dado a la batalla con el lugar en donde fue llevada a cabo, ya que Junín es el nombre de un pueblo ubicado a siete kilómetros al norte del campo de batalla, encontrándose este muy cercano a la Hacienda de San Francisco de Chichausiri, en la denominada Pampa de Chacamarca, de modo que, es de fácil deducción comprender que fue el pueblo más cercano (Junín) el que dio nombre a la batalla librada el 6 de agosto de 1824 en la pampa de Chacamarca, en las inmediaciones de la Hacienda San Francisco de Chichusiri.

Algo similar quiere ocurrir en Ayacucho, pero afortunadamente las cosas están bien claras, pues aquella batalla sí se efectuó en la pampa de Ayacucho, vecina al pueblo de Quinua, de ahí que algunos por ignorancia indiquen que el lugar de la batalla fue “la pampa de Quinua”, pero ya hemos visto que no es así. Si en Junín se dio nombre a la batalla por el pueblo más cercano, en Ayacucho el nombre se obtuvo directamente de la pampa que se convirtió en campo de batalla y es ahora “Santuario Histórico”.

El nombre oficial del lugar que nos ocupa es, según resoluciones del Estado peruano, “Santuario Histórico de Chacamarca”, dentro del cual se encuentra el “Monumento a los Vencedores de Junín”. Vemos entonces que sí se ha respetado la originalidad geográfica de Chacamarca y dentro de este espacio la columna monumento conmemorativo de la batalla del 6 de agosto.

Como en Ayacucho, en Junín se han elevado dos monumentos conmemorativos, en ambos casos el primero hubo de ser demolido para dar paso al segundo, más elaborado e imponente.

El primer monumento a la Batalla de Junín fue construido en 1846, por orden del presidente Ramón Castilla, siendo una pirámide sobre una base cuadrada de 4 metros y medio, y alcanzando un total de 13 metros de altura, denominado oficialmente como “Monumento Piramidal de la Batalla de Junín”. El segundo monumento, que es el actual, fue construido e inaugurado en 1925, después de celebrado el centenario de la batalla, siendo de proporciones muy superiores al primero.

Con 35 metros de altura y 21 metros de base cuadrada, la columna se corona con el sol de 17 puntas, representando los países participantes del conflicto, con la inscripción “JUNÍN”. El gobierno del presidente Augusto B. Leguía propició la construcción de este monumento, junto al notable impulso de los gobiernos locales y destacados personajes del departamento homónimo.

El alemán Edmund Moeller fue el arquitecto responsable de la columna, y la compañía ejecutora fue la Cerro de Pasco Copper Corporation, fundidores del sol radiante que corona el monumento. Este monumento fue declarado patrimonio cultural de la nación el 6 de agosto de 2014.

Ayacucho tuvo que esperar hasta 1974 para ver su obelisco inaugurado. Junín lo tuvo temprano, en 1925, pero, en honor a la verdad, el monumento ayacuchano es muy superior en belleza y notoriedad, pues corresponde a una época más actual, superando en altura al de Junín, ya que alcanza los 44 metros.

El pasado 6 de agosto de 2024 se conmemoraron los 200 años de aquella batalla, pero la fecha no tuvo la importancia que merecía. Sin la presencia de la presidenta de la República, se efectuó el acostumbrado desfile militar, caracterizado este año por un desorden y caos que, lejos de representar el civismo de los peruanos, evidenció la desorganización y el afán de protagonismos de unos en detrimento de otros.

Las redes sociales dejaron ver el vaivén sin sentido de las personas que acudieron al evento, con gritos y jalones de autoridades, con protestas de pobladores cercanos reclamando no sé qué, y un ambiente de bajeza institucional por la notable ausencia de la presidenta, aunque actuando como delegada del Gobierno la ministra de Cultura.

Esperemos que no suceda igual en Ayacucho.

P.A

García


Referencia bibliográfica: Revista "Monumento a los vencedores de Junín" del historiador y escritor pasqueño

Alex Tucto Villanueva

martes, 13 de agosto de 2024

Una nueva etapa, la última

DE AYACUCHO A HUANCAYO

El día 31 de julio de 2024 dejé de trabajar como secretario del Sr. arzobispo de Ayacucho, tarea que desempeñé por casi un año y medio en esa ciudad, y para cambiar de rumbo oficialmente, Mons. Salvador Piñeiro tuvo la gentileza de firmar un decreto por el cual me admitía como seminarista de esta Arquidiócesis, en consideración al proceso vivido durante tres años y medio en tierras peruanas.

El mencionado DECRETO ARZOBISPAL se registró con el número N°055-2024, y mencionó de manera muy sucinta seis puntos resaltantes a consideración, los cuales comentaré a continuación para dejar plasmada mi apreciación en cada uno de ellos que, en última instancia, pasan a formar parte de la historia de mi vida:

En cursivas cada frase del decreto arzobispal:

1. Que Pedro Andrés García Barillas llegó al Perú en noviembre de 2020 manifestando la intención de continuar con sus estudios teológicos en el Seminario; aconsejándosele un tiempo de discernimiento.

El 24 de noviembre de 2020 llegué a Ayacucho, esa misma tarde fui a la parroquia Santa Ana para conocer y conversar con el padre Yoni Palomino Bolívar; de este encuentro quedó pautada la cita con el obispo para el día 30, la que se llevó a cabo en términos muy cordiales. Mas adelante, en misiva recibida a mediados de diciembre de ese año 2020, el Sr. arzobispo me hizo saber el parecer del Concejo Presbiteral. Mientras yo rezaba el santo rosario de rodillas frente al Santísimo de la Catedral, antes de la misa de 6:00 p. m., él me entregó el sobre con la carta, en cuyo destinatario se leyó “Sr. Pedro García-Barillas”, la cual leí al finalizar el piadosísimo rezo, llevándome una gran desilusión, pues en la conversación privada del 30 de noviembre me había asegurado otra cosa. Lo cierto fue que, yo con 25 años cumplidos y sin ningún título universitario, pensé por primera vez en buscar un trabajo el cual felizmente no tardó en llegar.

A veces las cosas no son “soplar y hacer botellas”, lo sabemos, hay que lucharlas, esperarlas y, sobre todo, trabajar por ellas, pero, aunque nos cueste mucho o poco y al final se logre, siempre es Dios el que se apiada y concede las gracias que se le piden, o, mejor dicho, como se le adjudica a algún santo: “lo que Dios te quiere dar él mismo te lo hará desear”.

Sí, el trabajo dignifica y santifica, no hay duda de eso, la cuestión es conseguir trabajar en el lugar en el que uno pueda ser más útil, y afortunadamente ese fue mi caso. Cuando pensé en buscar trabajo lo primero que se me pasó por la mente fue dar clases, al menos de Religión, que es lo que groso modo sé, y el Señor me escuchó con una claridad impresionante.

2. Que ejerció la docencia de Primaria desde marzo de 2021 hasta febrero de 2023 en la I.E.P. "Discovery" de la parroquia "Santa Rosa de Lima", bajo la guía del Pbro. Braulio Alarcón Contreras; así como también diversos encargos pastorales.

Mi etapa como profesor ha sido de las más provechosas que he tenido, pues tuve la valiosa oportunidad de enseñar al que no sabe, pero antes pasé por tener que enseñarme a mí mismo las cosas que ya había olvidado y otras tantas novedosas; una auténtica acción autodidacta que, afortunadamente, -modestia aparte- me salió muy bien a juzgar por los resultados laborales.

En la entrevista de trabajo con el padre Braulio, en marzo de 2021, él pensó inicialmente en ocuparme como docente del primer grado de primaria, es decir, con los niños más pequeños, sin embargo, pasados los días me correspondió finalmente el sexto grado, llevando así dos promociones, la del año 2021 y la siguiente del 2022. Qué hubiese sido de esos pequeños niños con un profesor tan alto, corrían el peligro de haber sido pisados por un gigante.

El primer año de trabajo tuve solo 8 alumnos y en el segundo la cifra se multiplicó por dos, pero conté con el consuelo de la cámara de seguridad dentro del salón, para eso de “guardar la disciplina” de los churres. A ellos les enseñé todas las asignaturas de la educación básica para su grado, a excepción de Educación Física, de la que sí gozaron de un especialista en el área. En 2021 de marzo a septiembre las clases las llevamos por la plataforma Zoom, desde octubre obtuvimos una autorización especial del director para tener clases presenciales, aun cuando no había permiso por parte del Ministerio de Educación. Ya el 2022 si fue totalmente normal, dejando a un lado la barrera de la virtualidad.

Todas las mañanas rezábamos en castellano o quechua o latín o inglés, el Padrenuestro, Avemaría y Gloria, principales oraciones del cristiano que no tardaron en memorizar al mejor nivel. Hice todo mi esfuerzo por preparar unas clases interesantes y participativas, con materiales audiovisuales y ejemplos concretos. Un norte determinante fue inculcarles el hábito por la lectura, es así como los pequeños alumnos leyeron varios libros, entre los que se encontraron: el Diario de Ana Frank, el Principito, el Niño con el pijama de rayas, el Caballero de la armadura oxidada, Los cuatro acuerdos y una selección de las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma, entre otros. Muchos mejoraron la fluidez al leer, todos lo notamos al final del curso.

Pero no todo el aprendizaje se llevó dentro del aula, pues también hubo algunas salidas, sobre todo a museos, para la asignatura de Personal Social, para conocer la Historia con las evidencias de los hechos.

El trato con los colegas docentes fue impecable. Todos ellos tuvieron para conmigo las consideraciones necesarias del que está llegando de lejos y desconoce la dinámica de un ambiente laboral tan agitado como lo es un colegio de Primaria y Secundaria. Con todos entablé una buena amistad y el respeto primó en todas las actividades docentes.

Respecto a los encargos pastorales ejercidos en la parroquia Santa Rosa de Lima, algunos de ellos fueron la preparación del Colegio de Monaguillos; el servicio en el altar los domingos; la Celebración de la Palabra en diversas comunidades foráneas y en la misma sede parroquial; acompañamiento en procesiones de fiestas de santos; charlas a grupos de jóvenes, catequistas, catequizandos y demás grupos de apostolado de la parroquia; charlas prebautismales para padres y padrinos vía internet, llegando a reunirse en algunas ocasiones más de 100 personas; entre otras actividades puntuales que no alcanzo a recordar.

La parroquia es una escuela para los que deseamos ser párrocos. En Santa Rosa estuve con el padre Braulio y sus dos vicarios, el padre Jesús Chuchón y el padre Edwin Laurente, ambos me animaban constantemente a seguir perseverando en la vocación y me iluminaban sobre los pasos venideros en el proceso de formar parte de la Arquidiócesis de Ayacucho. El padre Braulio me brindó toda su confianza, al punto de ocuparme para diversas actividades con un mínimo de anticipación de 5 minutos; él estaba seguro de que lo que me encomendara yo lo haría de la mejor manera. Solo una vez me corrigió con ímpetu, y fue cuando en las clases vacacionales saqué con métodos inapropiados a un alumno indisciplinado que estaba poniendo en riesgo la integridad de sus compañeros y mi paz interior, la que finalmente logró quebrantar, para vergüenza mía.

3. Que trabajó como secretario de este Arzobispado de Ayacucho desde el 28 de febrero de 2023 hasta el 31 de julio de 2024.

Me tocó vivir lo que nunca se me había pasado por la cabeza, y fue que, por recomendación del padre Braulio y vista la necesidad del arzobispo, él me llamó a ser su secretario, para entrar paulatinamente en el ambiente de la arquidiócesis, de modo que pasé de ser un profesor del Colegio Discovery a ser el secretario del arzobispo y del Arzobispado de Ayacucho, un espacio privilegiado para servir y conocer de cerca el gobierno de la Iglesia, atendiendo a sacerdotes, religiosas y laicos, cada uno de ellos con su tema.

A la Curia Arzobispal de Ayacucho llegaba todos los días a eso de 8:00 a. m., siendo el horario de atención de 9:00 a. m. hasta la 1:00 p. m. A los pocos días de haber asumido el cargo me entregaron las llaves de ingreso. Al igual que en el Colegio, en la Curia las relaciones con los demás trabajadores fueron óptimas. En la Sindicatura don Alejandro y el señor Edwin estuvieron siempre atentos a lo que se necesitara en la oficina; con el apoyo de ellos logramos hacer algunos pequeños cambios en la secretaría, procurando el mejor servicio al arzobispo y a quienes acudieran por allí. En la Cancillería el padre Orlando, vicario general, y el padre Percy, canciller, junto a la secretaria Sra. Janet, fueron un consultorio gratuito en los casos en los que no supe cómo proceder y no estaba el obispo para conversarlo con él. En la recepción estuvo Carlos, a quien dejé como dignísimo sucesor en el puesto, él siempre amable, respetuoso y atento, como también lo fue el señor Fernando, encargado de la limpieza.

El ingeniero Jorge era frecuente conversador, así como el padre Orlando, pues en los ratos libres acudían a la oficina para conversar, sobre todo de temas arquidiocesanos, pues ellos con varios años de servicio, de todas se las sabían todas. Los encargados del Archivo Arzobispal también pasaban por la oficina, a sacar sus impresiones de los materiales de trabajo; Cristian, el director del Archivo, antropólogo de profesión siempre manifestaba y llevaba a cabo sus iniciativas afines a la preservación de la historia y de los documentos contenidos en su Archivo, secundado por la incondicional ayuda y técnica de Romel, con quien más tuve la oportunidad de conversar. En ocasiones muy puntuales venía el señor Juan, administrador del Centro Turístico Cultural “San Cristóbal de Huamanga”.

Abriéndose una nueva oficina, la Vicaría Judicial Adjunta, colaboré de cerca con el padre Melquiades, quien recibió de monseñor el encargo de atender con diligencia los casos de nulidad matrimonial. Prácticamente todas las semanas llegaba alguien interesado en saber el procedimiento para declarar nulo su matrimonio eclesiástico, aunque en realidad venían buscando el divorcio, cosa que no es lo que sucede con la nulidad.

El aspecto de trabajo cambió rotundamente cuando con el apoyo de mi mamá me dediqué a ornamentar los pasillos y la misma oficina con plantas. Eran varios los maceteros vacíos que había ya en la Curia, los que ocupé con tupidas y verdes plantas, mas otros que fui llevando poco a poco para “darle vida” al lugar. Así fue como tuve que dedicar un tiempo cada semana para regar las plantitas, que recibían buen sol y florecían agradecidas.

Como buen secretario estuve atento a lo que el arzobispo necesitara. Transcribir o redactar cartas, protocolos, oficios, decretos, informes, discursos, constancias, certificados de donación, declaraciones juradas, reconocimientos, entre otros. También compendié sus homilías de Semana Santa, fruto de este trabajo fue el libro autobiográfico que presentó Mons. Salvador con motivo de sus Bodas de Oro Sacerdotales y al cumplir sus 75 años de edad. Monseñor escribe de manera muy sencilla y diáfana, no le gusta la palabrería, es decir, su ideal es decirlo todo con pocas palabras, en un texto directo y afable, porque a veces menos es más…

Si la parroquia es una escuela para los que queremos ser párrocos, la secretaría del arzobispo es una escuela para los que quieren guiar por el camino correcto al pueblo de Dios que nos será encomendado. Cada conversación con monseñor Salvador era un cúmulo de aprendizajes, aquello era una verdadera cátedra. De muchas cosas tomé apuntes personales, para tenerlos en cuenta más adelante, en el futuro ministerio. Monseñor siempre sereno, alegre, conversador y sobre todo siempre padre y pastor; su sola presencia irradia paz, su palabra es obligada referencia a la representación divina que su posición encarna. Nunca recibí de él ningún improperio, pues creo que tampoco le di motivos. Los refranes saltaban a menudo, y casi siempre yo los traducía a la usanza venezolana, para deleite de ambos. De historia conversábamos muy seguido, él conoce e indaga sobre la obra bolivariana en el Perú, reconociendo a Bolívar y a Sucre como los hombres que liberaron estas tierras suramericanas.

4. Que fue instituido Lector y Acólito de la Santa Iglesia el 18 de febrero de 2024.

En octubre de 2023 presenté a Mons. Salvador la carta petitoria de los ministerios laicales, su respuesta rápida fue positiva: “con mucho gusto, busquemos la fecha…”. En razón de la pastoral que estaba ejerciendo en el penal, me fueron conferidos ambos ministerios, el de Lector y el de Acólito, en la fecha arriba mencionada. Antes de la ceremonia participé del retiro anual del clero en la Casa de Retiros San Juan Pablo II en Luricocha, Huanta, por invitación exclusiva del arzobispo.

En la misa de colación de los ministerios, monseñor tuvo unas palabras hacia mí muy significativas, las mismas que no quedaron grabadas en la transmisión en vivo de la santa misa por el Facebook de la Catedral, como para que solo quedaran grabadas en mi mente y en mi corazón, por eso con el salmista puedo decir “¿cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.

Recibir un ministerio es algo ciertamente importante, mas cuando se desea, cuando se pide y uno se prepara para recibirlo. Recuerdo los dolores de cabeza que esto significaba en el seminario donde estuve 6 años, era casi un Armagedón, el fin del mundo, porque uno simplemente quería dar el paso que tocaba, vivir paulatinamente la vocación. Los que conocen de la formación sacerdotal me entenderán con facilidad.

5. Que cursó estudios de diplomatura en Teología en la Pontificia Universidad Católica del Perú desde agosto de 2023 hasta julio de 2024.

Un buen día de junio de 2023 me interesé en una publicidad de la PUCP en la que anunciaba el próximo inicio de una Diplomatura, con facilidades de pago o incluso con la opción de una beca o media beca. El arzobispo estuvo de acuerdo desde el principio y gracias a su carta de presentación obtuve la beca completa. Durante todo un año consagré los sábados en la mañana, de 9:00 a. m. a 1:30 p. m. a conectarme vía Zoom con el docente y los compañeros (que ahora son amigos) para participar de las interesantísimas clases de esta Diplomatura en Teología, de un nivel académico muy elevado y exquisito como también exigente. Todos los trabajos escritos de ese año los publiqué en mi Blog y también están impresos en mi libro “Desde Ayacucho. Santuario de la Peruanidad…”.

El ambiente de la PUCP en su Departamento de Teología es muy afín a la Teología de la liberación, de ahí que me interesara por saberlo todo sobre este tema que nació en el Perú, por eso se me dio la oportunidad de conocer personalmente al mismísimo padre Gustavo Gutiérrez, padre de la Teología de la liberación, a quien visité en compañía de un amigo de la diplomatura, así como también adquirí su libro base en la edición de sus bodas de oro, del cual hasta el momento solo he leído y resumido para mi Blog la introducción “Mirar lejos”, una especie de síntesis de su Teología. En opinión de monseñor Salvador, el padre Gustavo Gutiérrez es un hombre de Iglesia, nunca ha estado fuera de las verdades reveladas, es decir, no es un hereje ni mucho menos un reformador al estilo revolucionario; lo que sí hay que hacer es reconocerlo como un gran teólogo, pensador, misionero y un hombre que encarnó la opción preferencial por los pobres.

6. Que colaboró con la Pastoral Carcelaria Arquidiocesana desde enero de 2023 hasta julio de 2024.

Mi paso por la cárcel, no como recluso sino como agente pastoral, fue también muy provechoso como necesario. Fui a la cárcel a visitar a Jesús, el Hijo de Dios, que estuvo preso y fuimos a visitarlo. En cada rostro está el Señor, en cada vida Dios se manifiesta, todos son valiosos, merecen respeto, un trato digno y dignificante, su mejor presentación es seguir siendo hijos de Dios. En la cárcel fui consciente de lo débiles que somos, lo fácil que es pecar, o transgredir las leyes, que no siempre es lo mismo. La debilidad humana se ejemplifica en breves instantes, pero tiene consecuencias largas, penas duras, años y años sin libertad. Si es así aún con la esperanza puesta en Dios, cuán duro será cuando no se tiene fe.

Comprendí que no se trataba tanto de ir a hablar, a decir o a “entretener” a los internos, como lo pensó alguno de los directivos, sino que la sola presencia, la escucha atenta y el trato amable fueron suficientes para restaurar la fe, para evangelizar; porque ya es suficiente condena la que viven allí recluidos, por eso como agente pastoral me enfoqué en hacer de los espacios permitidos y de las actividades planificadas, una vivencia fraterna, distinta, amigable, que desearan seguir participando, para que, como lo dice la Sagrada Escritura, veamos “qué alegría y qué paz convivir los hermanos unidos.”, en contraste con la opresión y los malos tratos que a menudo reciben de los encargados y de sus mismos compañeros de prisión.

Una experiencia triste fue el hecho de sentirnos y vernos realmente traicionados por aquellos en quienes habíamos puesto toda nuestra confianza para el correcto funcionamiento de las actividades de la pastoral allí dentro, en la capilla del penal, pues equivocándose en el obrar y transgrediendo las normas internas que el INPE estipula, se hicieron daño a sí mismos y las consecuencias las vivimos todos, pues a partir de aquel escándalo ya nada fue igual. Fue un recomenzar, un volver a poner la confianza solo en Dios, que nunca falla. Aquel episodio nos movió al llanto amargo.

La pastoral carcelaria me dejó un buen puñado de auténticos amigos, con ideas en común, con confianza y comunicación abierta y, sobre todo, con tiempo para compartir y deseos de vernos progresar en la fe, me refiero tanto a los agentes pastorales, como a los mismos internos. La calidad humana de algunos nos permite seguir creyendo en la humanidad, porque no todo está perdido, sí hay gente buena en el mundo.

Todos los martes iba al penal para dictar el taller bíblico. Me ayudaba con la laptop y el proyector para dinamizar un poco las sesiones. Procuraba llevar un canto o un vídeo distinto para cada encuentro, así como materiales impresos; hubo también pequeñas evaluaciones, como para tantear un poco el progreso del curso. Desde un principio les dejé claro a los internos asistentes que yo era un simple facilitador del taller, pues no soy experto en Sagradas Escrituras, solo un apasionado en pañales; lo cierto fue que aprendimos juntos, fue un camino hermoso, y la gratitud se evidenció en la despedida y entrega de certificados. Algunos martes me acompañó una joven psicóloga, Keiko, que ocupaba la mitad de la tarde, permitiéndome así descansar un poco de tanto hablar dictando el taller, pues la garganta se seca y duele la cabeza por el esfuerzo de mantener la atención de los presentes.

Como todos los martes, también los domingos iba al penal, prácticamente todo el día, pues había dos misas, una en la mañana para los señores y otra en la tarde para las señoras. El ingreso era a las 9:00 a. m., almorzábamos allí dentro y salíamos a eso de las 4:30 p. m. Solía acompañar al padre David en la santa misa, él me pedía que leyera el evangelio, y por las tardes me encargaba que predicara para las señoras. Cuando no estaba el capellán, me encargaba de la Celebración de la Palabra dominical.

Desde que pisé por primera vez el penal no ha habido un solo día en que no me acuerde de ellos, de sus penas y necesidades, pero sobre todo del gran potencial humano y cristiano que cada uno posee.

El trabajo en común con la piurana madre Julia Huiman Ipanaqué, Hermana de la Caridad de Leavenworth, me dejó buenos aprendizajes y una gran ayuda, pues nos invitó a vivir a mi mamá y a mí en la Casa de Acogida “San Vicente de Paúl” que ella está fundando desde la Pastoral Carcelaria Arquidiocesana de Ayacucho, en una casa que es propiedad del mismo Arzobispado. Con gusto aceptamos su generosidad, además de colaborarle en todo lo que sea necesario respecto a la administración y mantenimiento de dicha casa. Allá se quedó mi mamá sola, pues yo ahora estoy en Huancayo, aunque en las vacaciones volveré.

Finalmente, el decreto arzobispal que he ido desglosando, culmina con una séptima consideración y la admisión: 7. Habiendo recibido el informe del Seminario Mayor San Buenaventura de Mérida, con el visto positivo del rector del Seminario Mayor San Pio X de Huancayo y del rector del Seminario Conciliar San Cristóbal de Huamanga. Por las presentes letras: ADMITIMOS a Pedro Andrés García Barillas como seminarista de nuestra Arquidiócesis de Ayacucho para que curse estudios teológicos en el Seminario Mayor San Pio X de Huancayo, con nuestra bendición y agradecidos por su entrega a la Iglesia ayacuchana. Que Jesús el Buen Pastor y la Santísima Virgen María le acompañen en este camino vocacional. Dado en la Curia Arzobispal a los doce días del mes de julio de dos mil veinticuatro. Comuníquese, regístrese y archívese. Y siguen sendas firmas de Mons. Salvador Piñeiro García-Calderón, Arzobispo Metropolitano de Ayacucho y del Pbro. Percy Quispe Misaico, Canciller.

Pues bien, parece ser el final feliz de una historia, pero de ninguna manera es así, pues es en realidad es el feliz comienzo de la última etapa de formación. Estas letras las escribo desde Huancayo, en el Seminario San Pío X, a los 13 días del mes de agosto, en la memoria de los santos Ponciano, papa, e Hipólito, presbítero, mártires; seminario al que arribé el día martes 9 de agosto, Bicentenario de la Batalla de Junín, luego de mi visita turística a la ciudad del Cusco.

P.A

García