miércoles, 15 de enero de 2020

El único peligro de dormirse en Misa


HOMILÍA INTERMINABLE
         Las Eucaristías en nuestras parroquias frecuentemente son valoradas por la duración, casi cronometrada, de toda la acción litúrgica, especialmente de la predicación u homilía que el sacerdote haya ofrecido. Es en este ámbito donde podemos escuchar frases como: “¿Y qué tal estuvo la Misa? Pues bien, muy bonita, el padre habló poco en la homilía, pudimos terminar temprano”. Sin embargo, en la mayoría de los casos, aquellos que se alegran de una corta predicación, o se quejan de una larga, no recuerdan ni una sola de las ideas expuestas en la reflexión.

Una Misa bien celebrada, desde la piedad litúrgica católica, puede inhibirse de la predicación. La homilía es solamente una parte importante de la Misa, pero no indispensable, más que en los domingos y solemnidades. Aunque sea parte constitutiva de la Misa, la homilía puede omitirse. El Papa Francisco la define como “el diálogo del pastor con el rebaño”, y al parecer ha dado instrucciones claras del tiempo propicio de su duración, pero en todo caso, el sacerdote es autónomo a la hora de predicar, largo o corto; lo que sí se le puede exigir, desde la fraternidad de los hijos de Dios, es que por favor tome en cuenta en su discurso sagrado las lecturas anteriormente proclamadas, haciendo énfasis en el Evangelio.

         Es común observar que en las predicaciones largas algún feligrés se quede profundamente dormido, o que cierre sus ojos y comience a cabecear, signo evidente de una feroz lucha entre el sueño y la atención. Aunque parezca ocurrente, he tenido la oportunidad de captar a unos cuantos, y sólo me animan, con su sueño, a subir el tono de voz en algunas palabras y así lograr despertarlos y volverlos a situar en lo que se está realizando. Pero es bueno preguntarnos: ¿por qué se duermen?, 1: ¿es que no durmieron la noche anterior? o 2: ¿tal vez es muy aburrido lo que se está diciendo? Puede deberse a la primera opción o a la segunda, o a las dos juntas, uno nunca sabe. La cuestión es que eso de dormirse en Misa no es nada nuevo, pues se tienen noticias históricas, contenidas en la Biblia, acerca de un joven que se quedó dormido en una larga predicación de san Pablo.

Conozcamos a continuación el texto completo que es fácil de ubicar en el libro de los Hechos de los Apóstoles 20,7-12, titulado “La Eucaristía de un domingo en Tróade”, según la Biblia Latinoamericana:

    El domingo nos reunimos para la fracción del pan. Pablo, que tenía que irse al día siguiente, les estuvo hablando y prolongó su predicación hasta media noche. Había abundantes lámparas en la sala donde estábamos reunidos. Un joven llamado Eutiquio estaba sentado al borde de una ventana, y como Pablo se alargaba en su predicación se fue quedando profundamente dormido. Vencido por el sueño se cayó desde el tercer piso, y cuando lo recogieron, ya estaba muerto. Pablo entonces bajó, se tendió sobre él y lo tomó en sus brazos diciendo: “No se alarmen, porque está vivo”. Volvió a subir, partió el pan y, después de comer, continuó conversando largo rato hasta que amaneció. Después se fue. En cuanto al muchacho, lo llevaron vivo con gran consuelo para todos.

         El joven Eutiquio de Tróade, si es que llegó a la santidad, podría ser considerado por el catolicísimo como el Glorioso Santo Patrono de todos aquellos que se duermen en Misa. Ahora bien, dejando a un lado el buen humor, pasemos a considerar el texto de Hechos de los Apóstoles.

         Lo primero que es necesario precisar es el sentido completo de la Eucaristía según las primeras comunidades cristianas, pues se reunían para la fracción del pan, y lo hacían el primer día de la semana, es decir, el domingo, distinguiéndose de esta manera de los judíos, que se reunían en el día sábado. Los cristianos se reunían no en templos propiamente dichos, sino en casas de particulares, y lo hacían para el compartir, la instrucción, la oración, terminando aquel primitivo acto litúrgico con la fracción del pan, acción de gracias, comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Señor.

         En el texto bíblico de los Hechos de los Apóstoles, Lucas aclara que Pablo tenía que irse al día siguiente, por lo que comprendemos que aquellos que escuchaban la larga predicación, lo hacían porque identificaban en Pablo la presencia del mismo Cristo, que les hablaba, que les instruía, y esa es la clave para que los católicos de hoy en día comprendan el sentido de las homilías y sean diligentes a la hora de escuchar las majestuosas exhortaciones y prédicas de sus pastores, pues no escuchan a un hombre cualquiera, escuchan a Cristo a través del ministro ordenado.

         Ahora bien, ¿qué pudo haberle pasado al joven Eutiquio, al caer del tercer piso donde se encontraba? La Escritura nos dice que lo recogieron muerto, y posteriormente Pablo baja y le devuelve la vida; analizando al autor de los Hechos de los Apóstoles, Lucas, que era médico de profesión, podemos concluir que Eutiquio fue realmente considerado un cuerpo sin vida, sin signos vitales, por los presentes, de allí que el texto que hemos presentado para la reflexión bajo el título de “La Eucaristía de un domingo en Tróade”, sea también titulado en otras traducciones como “La resurrección de Eutiquio”.

         No tenemos por qué negar que hay sacerdotes que predican como si tuviesen que irse al día siguiente, sin tener piedad de los atentos feligreses que reposan sus glúteos en las duras bancas de madera de nuestras iglesias tradicionales. Ni modo, paciencia mis queridos lectores, paciencia, escuchémoslos hasta el amanecer, siempre y cuando sea posible mantenernos despiertos. Tampoco tenemos motivos para negar o para callar que hay feligreses que, mientras el sacerdote predica, hacen de todo menos prestarle atención, revisan sus teléfonos, conversan con el del al lado, bostezan hasta que se les ponen aguados los ojos, se estiran, arrugan la cara, se encojen de hombros, menean la cabeza, entre otras muchas acciones que puede realizar un ser humano sentado, pero que en definitiva representa una leve distracción para aquel que tiene el micrófono en la mano y se está esforzando por transmitir un mensaje. Recordemos rápidamente las normas del buen hablante y del buen oyente…

         Eutiquio se quedó dormido por la predicación tan larga de san Pablo, y al caer de un tercer piso murió. Veamos qué peligroso puede ser para un cristiano dormirse en la homilía de un sacerdote. En fin, aquí lo importante es considerar que, las homilías, por largas o cortas que sean, son siempre un espacio privilegiado para encontrarnos con Jesús que nos habla, nos instruye, nos explica las Escrituras y luego parte para nosotros el pan.

“En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras” (Isaías 66,2).

¡Oh Glorioso San Eutiquio de Tróade!
Posible Patrono de los que se duermen en Misa,
concédenos la gracia de perseverar
en la escucha atenta de la Palabra de Dios.
Haznos comprender que en el sacerdote
escuchamos al mismo Cristo, el Señor,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.

P.A
García

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