martes, 28 de enero de 2020

Pablo en el Areópago: predicación atrevida


ATENAS

         Los viajes de san Pablo, en su afán por desgastarse en la expansión del Evangelio, constituyeron un importante avance para la propagación del mensaje salvador de Jesucristo por todo el Imperio Romano. Pablo, más que nadie, fundó iglesias y en ellas dejó bien cimentada la fe, luego les animó mediante sus cartas particulares, las cuales hoy día forman parte del Nuevo Testamento. Las Escrituras nos hablan de Pablo como un apóstol inquieto por cumplir su misión: hacer que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Pero, ¿qué es la verdad?, o mejor dicho ¿quién es la Verdad? Pablo no vaciló en predicar a la Verdad: Jesucristo, el Hijo de Dios, él es la Verdad, el Camino y la Vida. Ego sum via, veritas et vita.

         El tema de la búsqueda de la Verdad ha sido el rompecabezas de los filósofos y pensadores de todos los tiempos. Pablo fue consciente de que la cultura helenista, en la que le tocó vivir, se empeñaba en dar con la verdad de las cosas, en responder a las interrogantes sobre Dios, el Mundo y el Hombre, principales temas de reflexión de la Filosofía como ciencia. Es por eso que, en su paso por Atenas, Pablo predica en el Areópago, principal centro de intelectuales y sabios, donde le escucharon algunos filósofos epicúreos y estoicos.

         La ciudad de Atenas fue el centro de la cultura griega, el lugar más acreditado para enterarse de las novedades del mundo antiguo, y, aun cuando perdió su dominio político, continuó siendo la capital intelectual del Imperio Romano. Cuando Pablo habló a los atenienses, adaptó su lenguaje a un público politeísta, es decir, que creían en varios dioses, y es en este campo donde aparecen los filósofos epicúreos y estoicos: los primeros se esmeraban por lograr la libertad interior, dominando las pasiones y sensibilidad por medio de la razón, y los segundos, por el contrario, creían que el fin del hombre era alcanzar el placer, el bienestar y la felicidad, evitando caer en el exceso, venciendo los temores.

         El texto de Hechos de los Apóstoles 17, 16-34 nos narran los acontecimientos de Pablo en Atenas, especificando en primer lugar que Pablo esperaba en esa ciudad a Timoteo y Silas, pero mientras los esperaba notó que aquella ciudad estaba llena de ídolos por todas partes, fue así como empezó a tener contacto con judíos y griegos, aprovechando de predicarles, no sólo en las sinagogas, sino también en las plazas de la ciudad.

         La fama de Pablo en la ciudad empezó a crecer, no por su persona, sino por lo que predicaba, es así como fue invitado al Areópago para que expresara la nueva doctrina que enseñaba, pues estaban muy inquietos por saberlo todo. Pablo inicia su discurso elogiando la religiosidad de aquellas personas, y les anuncia que él predica al Dios que ellos adoraban sin conocer. Luego les manifiesta que ese Dios no está lejos de las personas, pues en el vivimos, nos movemos y existimos; y en seguida les cita a los poetas griegos: “Somos también del linaje de Dios”. Finalmente, Pablo hace mención de la resurrección de Jesucristo, cuestión que acabó por escandalizarlos, y así, unos se burlaron de él y otros prometieron escucharle sobre ese tema en otra ocasión, sin embargo, Pablo ganó para Cristo a Dionisio, miembro del Areópago, y a una mujer llamada Damaris, entre otros.

         Conociendo el texto base, podemos pensar que Pablo sufrió un fracaso en su discurso en el Areópago, pues, como vemos, mencionar la resurrección de los muertos fue el detonante para que no le prestaran más atención, sin embargo, no hay ningún fracaso en este hecho, pues la Escritura bien especifica que Pablo ganó para la iglesia de Cristo a varios de los presentes, y con eso era suficiente, pues el mensaje de Dios siempre ha sido predicado a multitudes, pero solo unos pocos han sido los capaces de entenderlo, precisamente los pobres, los humildes y sencillos.

         Lo que le sucedió a Pablo en el Areópago de Atenas, sucede también a los predicadores del Evangelio de hoy en día, pues los receptores de una predicación, son tan atrevidos como los atenienses, y en este sentido son capaces de levantarse y abandonar el templo cuando se está predicando algún tema que no les interese escuchar, precisamente porque les toca alguna realidad concreta de la vida.

         Hay cristianos a conveniencia, escuchan y hacen eco de las palabras de la Biblia que más les gusta, pero, por el contrario, lo que les hiere, lo que les invita a cambiar de actitud no lo mencionan, no lo soportan, huyen de esa realidad. Como a Pablo, a Cristo también le sucedió lo mismo, no era comprendido por todos, hasta el punto de que algunos le abandonaron escandalizados por sus palabras.

         Queridos lectores, alegrémonos cuando en la Palabra de Dios se dice algo que nos toca una realidad específica de nuestra vida. Démosle gracias a Dios cuando él nos mueva el corazón a la conversión. No tengamos miedo de enfrentar nuestras realidades, de superarlas, de buscar soluciones en Dios, desde la fe, con la ayuda de la oración. Nos basta la gracia de Dios, con Él lo podemos todo, y sin Él no podemos hacer nada. Que nuestro mayor gozo sea vivir en la verdad, porque ella nos hará libres.

Señor, danos un corazón humilde y sencillo,
que sea capaz de escuchar la totalidad de tu Palabra,
y que esté presto a aceptar las exigencias del Evangelio.
A los que predican, Señor, ayúdalos a predicar sin miedo,
ayúdalos a ser cooperadores de la verdad, de tu Verdad. Amén.

P.A
García

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