sábado, 15 de febrero de 2020

Vía crucis de los Legionarios de Cristo

EL CAMINO DE LA CRUZ

El vía crucis, como ejercicio espiritual de gran arraigo en la piedad tradicional de la Iglesia católica, pretende reavivar en la mente y en el corazón la contemplación de los momentos supremos de la entrega de Cristo por nuestra Redención, propiciando actitudes íntimas y cordiales de compunción de corazón, confianza, gratitud, generosidad, e identificación con Cristo.

         Esta forma de meditación, casi escenificada y alternada con cantos y oraciones, nos ayuda no sólo a recordar los sufrimientos de Cristo, sino a descubrir, en cierta medida, la profundidad, la dramaticidad, el misterio sumamente complejo, donde el dolor humano en su más alto grado, el pecado humano en su más trágica repercusión, el amor en su expresión más generosa y más heroica, la muerte en su más cruel victoria y en su definitiva derrota, adquieren la evidencia más impresionante.

Introducción

Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Padre Santo, mira benigno a quienes junto a Jesús, nuestro Redentor, nos disponemos a recorrer, paso a paso, el camino luminoso de la cruz. Te los pedimos por Cristo nuestro Señor.

O bien:
         Oh Dios, mira benigno a quienes, junto a Jesús, nos disponemos a contemplar los misterios de su pasión; edúcanos en la escuela del dolor redentor, para que sepamos descubrir y aceptar nuestra cruz, abrazándonos a ella por amor. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.


I
Guía:
         Primera estación: Jesús es condenado a muerte.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Viendo entonces Pilato que nada conseguía sino que el tumulto crecía cada vez más, tomó agua y se lavó las manos delante de la muchedumbre, diciendo: «Yo soy inocente de esta sangre, allá vosotros». Y todo el pueblo contestó diciéndole: «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos». Entonces se lo entregó para que lo crucificasen. (Mt 27, 24-26)
Lector 2:
         Lo más duro para el hombre es renunciar a su libertad; sin embargo, Cristo, Hijo de Dios, renunció a la suya, sometido a sus padres en Nazaret y después a las autoridades judías y romanas, en su pasión y muerte. Ofrecer la libertad voluntariamente al servicio de Dios es lo más grande que puede hacer el hombre, y es unirse al sacrificio redentor de Cristo, por cuya obediencia fuimos salvados. (M.M., Carta del 12 de mayo de 1973)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Te pedimos, Dios nuestro, que nos enseñes a agradecer y corresponder a todo lo que padeció y sufrió Jesucristo por nuestro amor, dando su vida por nosotros en la cruz y derramando toda su sangre para que nosotros nos salváramos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


II
Guía:
         Segunda estación: Jesús es cargado con la cruz.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Los soldados le llevaron dentro del atrio y convocaron a toda la cohorte, le vistieron una púrpura, le ciñeron una corona tejida de espinas y comenzaron a saludarle: «Salve, Rey de los judíos». Y le herían en la cabeza con una caña y le escupían e hincando la rodilla le hacían reverencias. Después de haberse burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus propios vestidos y le llevaron a crucificar. (Mc 15, 16-29)
Lector 2:
         Cuando falta el amor a Cristo los temores son muchos, los pretextos abundan, los sofismas surgen, pero cuando hay este amor que se adquiere con humildad y generosidad, la «carga es suave y la cruz ligera», porque el amor todo lo soporta. (M.M., Carta del 23 de marzo de 1968)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Concédenos, Señor, serte fieles no sólo en el momento de la prosperidad, cuando la fidelidad no es difícil, sino también en las horas amargas de la vida, ya que es entonces cuando sobre todo vale la pena ser fieles, siguiendo las huellas de Cristo, camino de la cruz. Te lo pedimos por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.


III
Guía:
         Tercera estación: Jesús cae por primera vez.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre. (Jn 15, 20-21)
Lector 2:
         No importa caer mil veces, si se ama la lucha y no la caída. Por eso la desesperación no tiene sentido, sobre todo en el que lucha junto a Cristo. El esfuerzo de una lucha continua puede gustarle más a Cristo que la posesión pacífica y cómoda de una victoria. (M.M., Carta del 18 de julio de 1975)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Concédenos, oh Dios, no pensar en vidas sin cruces, sino más bien en cruces con Cristo; porque la cruz es un instrumento connatural a la vida del hombre y, en especial, para aquellos que hemos aceptado seguir a Cristo por los caminos del Calvario. Te lo pedimos por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.


IV
Guía:
         Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Cuando lo vieron en el templo, en medio de los doctores, quedaron sorprendidos y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo angustiados, te andábamos buscando». Él les dijo: « ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». (Lc 2, 48-49)
Lector 2:
         Los hombres, unos de una manera y otros de otra, todos llevan su calvario, y van por este camino en que los ha metido el pecado original. Lágrimas, sufrimientos, anidan en el ser humano, en el hombre como hombre, muy escondidos, y salen cuando ya no puede más. Por eso, de este amor filial y del sentirse niños cerca de María puede brotar un espíritu de inmensa confianza, porque se está cerca de la Madre (M.M., Homilía del 13 de mayo de 1982)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Al agradecerte, Señor, el claro ejemplo de fe que nos ha dado María, te pedimos que meditando y sufriendo con Ella, crezca en nosotros la comprensión de los misterios de Cristo, y que la fe constituya nuestra fortaleza y seguridad hasta el fin de nuestra vida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.


V
Guía:
         Quinta estación: Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Tomaron a Jesús y lo llevaron fuera para crucificarlo. Mientras salían, encontraron a un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, y le obligaron a tomar la cruz, detrás de Jesús. (Mc 15, 20-21)
Lector 2:
         Ninguno se haga ilusiones, Cristo es exigente: el camino de Cristo es estrecho. Jesucristo mismo no oculta esta verdad y la aspereza de su seguimiento, y por ello, invita a entrar por la puerta estrecha, porque es ancha y espaciosa la senda que conduce a la perdición. Toda su enseñanza se resume en la drástica invitación: «Quien quiera venir en pos de mí, tome su cruz y sígame». (M.M., Carta del 1 de junio de 1980)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Señor Jesús, danos la gracia de cargar con entusiasmo y constancia la cruz que tú benignamente nos has entregado para acompañarte camino del Calvario, alentados por el amor a las almas alejadas de ti. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


VI
Guía:
         Sexta estación: la Verónica enjuga el rostro de Jesús.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1:
         Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino… porque tuve hambre, y me disteis de comer; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme. (Mt 25, 34-36)
Lector 2:
         Jesucristo no defraudó a ninguno de los que pronunciaron su nombre con la vida, y fue para todos como un pozo profundo de donde cada uno sacaba su experiencia dulce y quedaba saciado, con la única hambre de repetirlo de nuevo, sin deseos de llenar sus ánforas en los pozos del mundo y de la carne: «El agua que yo te daré será para ti una fuente que salte hasta la vida eterna». (M.M., Carta del 20 de septiembre de 1975)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Ante el ejemplo de la Verónica que honra a Cristo y le rinde el homenaje sincero de su amor y gratitud, danos tu fortaleza, Señor omnipotente, para que seamos hombres del Reino que no se arredran ante una perspectiva de cruz y sufrimiento. Te lo pedimos por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.


VII
Guía:
         Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra; bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados; bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el Reino de los cielos. (Mt 5, 4-5.10)
Lector 2:
         Cristo crucificado es la fuente de toda gracia, la fuerza de nuestra debilidad, la alegría de nuestra vida. Él es el artífice de nuestra santidad, el impulso de nuestro apostolado. Que Cristo esté siempre presente en nuestra vida y sea el sostén para nuestra fragilidad. En él somos fuertes, en él somos poderosos. (M.M., Carta del 16 de abril de 1976)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Jesucristo, conscientes de que tú lo mereces todo de nosotros y que siempre será insignificante nuestra donación, mira con agrado nuestro afán de gastar la vida por ti sin cálculo y sin medida, y sé la garantía de nuestro triunfo final. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


VIII
Guía:
         Octava estación: Jesús consuela a las santas mujeres.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Y les decía: «El que os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que diere de beber a uno de estos pequeños aunque sólo fuera un vaso de agua fresca, en verdad os digo que no perderá su recompensa». (Mt 10, 40-42)
Lector 2:
         No temamos caer en la angustia y en la desazón si tomamos en serio el compromiso y la misión apostólica ya que podremos participar de la dicha de fatigarnos por Cristo, sufriendo por la causa del anuncio del Evangelio. Y, créanmelo, este consumirnos por el Evangelio será nuestra mayor gloria y satisfacción. (M.M., Carta del 16 de abril de 1976)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Padre de bondad, ilumina nuestra mente y nuestro corazón para que comprendamos todo lo que Cristo quiere ser para nosotros; y otórganos gozar del perdón y de la paz que él nos ha ganado con su entrega generosa. Te lo pedimos por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.


IX
Guía:
         Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Y Jesús les dijo: «Velad y orad para que no caigáis en tentación; el espíritu está pronto pero la carne es flaca». Y decía: «Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». (Mt 26, 41-42)
Lector 2:
         La vida de un hombre del Reino que no se instale en la comodidad es una vida dura. La cruz tiene que estar presente y tiene que doblegarnos bajo su peso. No penséis nunca en una vida fácil, lejos del sufrimiento, del sacrificio. La vida terrena es para luchar, para caer en el polvo mil veces y levantarse otras mil veces. (M.M., Carta del 16 de abril de 1976)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Padre Santo, haznos comprender que no importa caer mil veces cuando se ama la lucha y no la caída, danos fuerza para luchar continuamente seguros de que esto le agrada más a Cristo que la posesión pacífica y cómoda de una victoria fácil. Te lo pedimos por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.


X
Guía:
         Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Llegado al sitio llamado Gólgota –que quiere decir lugar de la calavera-, diéronle a beber vino mezclado con hiel, mas en cuanto lo gustó no quiso beberlo. Después, los soldados se dividieron los vestidos echándolos a suertes, y sentados, hacían allí la guardia. (Mt 27, 33-36)
Lector 2:
         Jesús es el hombre militante por excelencia. No hubo nada que pudiera interrumpir ni obstaculizar el cumplimiento exacto de la voluntad del Padre. Ni el cansancio, ni la sed, ni la desnudez, ni los golpes de la guardia, ni los salivazos, ni los azotes, ni las espinas, ni las burlas de la soldadesca le apartaron un solo instante de la misión. (M.M., Carta del 22 de noviembre de 1981)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Señor nuestro, clava en nuestra conciencia la certeza de que a medida que la vida avanza y la eternidad se acerca, sólo el amor de Cristo queda; haz que este amor sea nuestro tesoro por el cual vendamos todo, hasta llegar a sentir gusto y alegría de ser semillas caídas en el surco junto a él. Te lo pedimos por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.


XI
Guía:
         Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Tomaron, pues, a Jesús y le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado y a Jesús en medio. Escribió Pilato un título y lo puso sobre la cruz. Estaba escrito: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos». Muchos de los judíos leyeron este título porque estaba cerca de la ciudad el sitio donde fue crucificado Jesús, y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. (Jn 19, 18-20)
Lector 2:
         Tenemos como camino la vida y las obras de nuestro Señor Jesucristo que, siendo siempre fiel a los mínimos deseos de la voluntad de su Padre, supo afrontar con heroísmo y decisión los mayores y más costosos sacrificios que ha conocido la naturaleza humana. Jamás consintió a la tentación de una vida más cómoda porque conocía la misión encomendada por su Padre. (M.M., Carta del 18 de octubre de 1967)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Padre lleno de amor, que en la cruz de Cristo nos has manifestado la realidad viva de tu amor personal al hombre, ilumina nuestro interior para que creamos que no hay vida más fecunda y hermosa que la del que sigue a Jesucristo hasta la cruz para cumplir tu voluntad. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.


XII
Guía:
         Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Uno de los malhechores crucificados le insultaba diciendo: « ¿No eres el Mesías? Sálvate pues, a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le increpaba: « ¿Ni tú, que estás sufriendo el mismo suplicio temes a Dios? En nosotros se cumple la justicia pues somos dignos de castigo, pero éste nada malo ha hecho». Y decía: «Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu Reino». Él le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Después, dando una gran voz, gritó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y habiendo dicho esto, inclinó la cabeza y expiró. (Lc 23, 39-43.46)
Lector 2:
         Quisiera ofrecerte al Señor cuando entrega su alma al Padre, un manojo espléndido, abundante, de almas inflamadas y convencidas por el amor de Cristo; un manojo de apóstoles que haga con su vida y acción que esa sangre redentora y salvadora, que cae de la cruz, llegue al interior del hombre, al seno de la familia y a la vida de la sociedad. (M.M., Carta del 16 de abril de 1976)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Padre Santo, viendo a tu Hijo en la cruz, vituperado por sus enemigos, negado por los suyos, callando y sufriendo por nuestro amor, infúndenos valor para que llevemos nuestra cruz con el optimismo del cristiano que por la fe conoce la trascendencia de su vida frente a la eternidad, y ayudemos a otros a llevarla, como buenos samaritanos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.


XIII
Guía:
         Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Y uno de los soldados atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero; él sabe que dice la verdad para que vosotros creáis, porque esto sucedió para que se cumpliese la escritura: «No romperéis ninguno de sus huesos». Y otra que dice: «Mirarán al que traspasaron». Después, José de Arimatea rogó a Pilato que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. (Jn 19, 34-38)
Lector 2:
         Vean a Cristo: su camino de afrentas, de desprecios y de humillaciones. Vean su hoja de servicio en honor del Padre y de los hombres, sus hermanos, para que no quieran seguir, como tantos cristianos y almas consagradas a él, un camino diverso, un camino de honores, de comodidades y de atenciones. (M.M., Carta del 5 de octubre de 1953)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Haz, Señor, que nuestros sufrimientos no nos alejen de ti, sino que nos hagan comprender mejor los sufrimientos de la pasión de tu Hijo Jesucristo y nos acerquen más a él. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.


XIV
Guía:
         Decimocuarta estación: Jesús es colocado en el sepulcro.
El que preside:
         Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Todos:
         Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Lector 1:
         Le envolvieron en una sábana y lo depositaron en un monumento, cavado en la roca, donde ninguno había sido aún sepultado. Movieron la piedra sobre la entrada del monumento. Era el día de la Parasceve y estaba para comenzar el sábado. María Magdalena y María de José, miraban dónde se le ponía. (Lc 23, 53-54; Mc 15, 46-47)
Lector 2:
         La cruz no lo es todo; Cristo murió en ella para resucitar y así la cruz se convierte en el signo de nuestra victoria. Fijarse en la cruz y no ver más que el dolor es como vivir sin esperanza. (M.M., Carta del 17 de mayo de 1979)
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Ayúdanos, Padre, a meditar y desentrañar el misterio de la cruz, porque en ella está nuestra confianza y nuestra grandeza; y que al morir y sepultarnos con Cristo, nuestra existencia pobre y débil se transfigure y resucite con él. Que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

Conclusión
Guía:
         Oremos:
El que preside:
         Que tu bendición, Señor, descienda con abundancia sobre esta familia tuya que ha conmemorado la muerte de tu Hijo con la esperanza de su santa resurrección; venga sobre ella tu perdón, concédele tu consuelo, acrecienta su fe y consolida en ella la redención eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
O bien:
         Padre Santo, después de recorrer paso a paso el camino de la cruz, concédenos la gracia de grabar en nuestra mente y nuestro corazón la imagen de tu Hijo crucificado en este acto supremo de amor con el que ha quebrado la amargura y el sinsentido del dolor, convirtiéndolo en dulzura y medio indispensable de salvación y santificación. Que a la constancia del dolor en nuestra vida, sepamos responder con la constancia del amor, y a la intensidad del sufrimiento, con la intensidad del ofrecimiento. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

Textos del Vía crucis
tomados del Manual de Oraciones
de la Congregación de los Legionarios de Cristo,
trascritos por Pedro Andrés García Barilas
Febrero de 2020

P.A
García

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