lunes, 30 de agosto de 2021

Carta Virtual a Santa Rosa de Lima

ROSA DE SANTA MARÍA

La Arquidiócesis de Lima impulsa una hermosa iniciativa para alimentar la piedad y devoción de los fieles católicos que veneran la vida y ejemplo de Isabel Flores de Oliva, mejor conocida como santa Rosa de Lima, la primera santa americana, peruana y mujer laica, no religiosa. Esta iniciativa consiste en escribir cartas a la santa, implorando por las necesidades particulares de cada uno, como también las de la Iglesia universal. En este segundo año de Pandemia mundial, la Arquidiócesis propuso el envío de estas cartas de manera virtual, a través de su correo electrónico.

Esta fue la carta que escribí para santa Rosa de Lima. La Arquidiócesis acusó recibido con breves palabras, por lo que confiado y agradecido sé que esta misiva fue depositada en el pozo que recoge la oración de tantos cristianos y devotos de la santa limeña.

Ayacucho, 27 de agosto de 2021

Gloriosa santa Rosa de Lima, fiel ejemplo del seguimiento auténtico a Jesús, nuestro Señor, te envío esta carta para encomendar a tu intercesión las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en esta República del Perú. Intercede santa Rosa para que aumenten las vocaciones al sacerdocio, que cada día surjan más jóvenes dispuestos a seguir el llamado de Dios en el sacerdocio ministerial católico. Y a los que ya estamos en este camino de configuración con Cristo, alcánzanos santa Rosa, la gracia de la perseverancia en la fe, esperanza y caridad, para que formemos nuestro corazón según los deseos de Jesús Buen Pastor. Pedimos con humildad la perseverancia en la pureza y rectitud de intención de todos los seminaristas, diáconos, sacerdotes y obispos del mundo entero, especialmente de esta Patria Peruana, la que tú, santa Rosa, proteges y defiendes de las acechanzas del enemigo. Finalmente gloriosa virgen santa Rosa, ayúdanos a todos a ser más receptivos y caritativos con los pobres, los que sufren, los extranjeros, los enfermos y marginados por la sociedad. Que con tu ejemplo sepamos servir a todos sin distinguir nacionalidad, color de piel o credo religioso. Protege Santa Rosa al Sumo Pontífice y a nuestros obispos Castillo (Lima) y Piñeiro (Ayacucho), para que pastores y rebaño vayamos juntos por el camino de la salvación, que es Jesucristo, tu amado esposo, nuestro Señor. Amén.

P.A.

García

jueves, 19 de agosto de 2021

Palabras que animan


LOURDES ORA PRO ME


         En la vida damos consejos y también los recibimos, y hay que saber recibir consejos para poder llegar a viejos, como dice el refrán popular. En el sinfín de consejos y palabras de apoyo que he recibido durante mi exilio religioso en el Perú, éstas que les copio textualmente son unas de las mejores, por tres razones concretas.

         La primera razón es porque quien me las dirige es una persona que manifiesta haber pasado por lo mismo que yo, es decir, que ha sido víctima de la calumnia y la persecución por parte de los poderosos. La segunda razón por la que valoro especialmente este comentario, es porque en él se me manifiesta que hay esperanzas de verme realizado como sacerdote católico, para dar gloria a Dios, considerándome idóneo para tal ministerio. Y la tercera razón es porque mi vocación sacerdotal ha sido encomendada por esta persona, a la Santísima Virgen de Lourdes, precisamente en el sitio de su aparición al sur de Francia.

         Sin más preámbulos les dejo el comentario que recibí, no sin antes aclararles que el remitente es un sacerdote, exitoso en su ministerio, buen amigo y muy responsable de lo que dice y hace. En sus palabras, que me fueron dirigidas confidencialmente, encontraremos el testimonio en primera persona de las crudas realidades que tristemente se viven dentro de la jerarquía eclesiástica, a quienes siempre debemos rendir obediencia, y sobre todo, a quienes siempre debemos encomendar en la oración para que cumplan con autenticidad la misión de pastorear al rebaño del Señor.

“Pedro, -te lo digo por mi experiencia personal- Dios hace todo perfecto. Cuando vas al seminario, te encuentras gente muy buena, muy santa, y también te encuentras gente -como creo que ya te lo comenté- muy dañina, perversa y mala, que se enfrasca en querer apartarte del camino, a veces sin ninguna justificación, yo viví esa injusticia. Sin embargo, aprendí que Dios y la Virgen, siempre están a nuestro lado cuando hay sincera vocación; y que, mientras los seres humanos, los sacerdotes, toda esta gente, te cierran una puerta, Dios te abre otras, no una, sino varias, hasta que una de esas puertas es la correcta. Bueno, a ti te tocó que se te abriera esa puerta por allá, ése es tu presente, más el futuro no lo conocemos, porque eso está en las manos de Dios. Tu ahora estás sirviendo allí, no sabemos a qué te llamará Dios más adelante, al igual que a mí o a cualquiera de nosotros. Sus tiempos son perfectos y su misericordia es infinita. Entonces, pienso que allí donde estás, estás bien. Poco a poco ve avanzando, ve estudiando, que eso es lo importante, ve saliendo adelante, ve dando tus pasos vocacionales, recibe tus ministerios. Dios me permita acompañarte algún día en tu Ordenación Sacerdotal, es una gracia que vamos a pedir hoy aquí, que estoy en Lourdes, a la Santísima Virgen, ella que lo puede todo por su poder de intercesión, vamos a pedirle que te conceda la gracia de la Ordenación y que me conceda la gracia de estar, y bueno, apoyándote con mi oración y como siempre con mi amistad. Puedes contar conmigo”.

         Como ven, no todo está perdido. La herida ha sido profunda, pero Dios hiere y venda la herida. Como el justo Job debemos aprender a recibir de Dios los bienes y también los males. Me anima muchísimo saber que un sacerdote me ha puesto en su oración durante su visita al Santuario Mariano de Nuestra Señora de Lourdes, una de las advocaciones más conmovedoras de los últimos tiempos. Saber que la Virgen me escucha y escucha la oración de este sacerdote, me hace pensar que de seguro toda esta prueba ha sido posible superarla porque Ella ha estado allí, como la siento cercana todos los días, especialmente en el rezo del Santo Rosario.

         No sé hasta cuándo Dios me permita alabar y bendecir a su Santísima Madre a través de esta hermosa devoción del Rosario, solo sé que mientras viva y pueda hacerlo conscientemente, rezaré el Santo Rosario a María Santísima con piedad, porque he comprendido que esta oración es poderosa, le agrada mucho a ella y me hace cada día mejor.

         Recuerdo que desde que ingresé al seminario menor, el 24 de julio de 2011, empecé a rezar todos los días el Santo Rosario, pues estaba fijado en el horario del seminario. Una vez que pasé al seminario mayor, en septiembre de 2013, ya no estaba esta piedad fijada diariamente, sino un día sí y otro no, por lo que de seguro dejaba de rezarlo, no lo recuerdo con certeza. Pero lo que sí sé, es que desde que cumplí 22 años, el 10 de diciembre de 2017, hice el propósito de rezar a la Virgen el Santo Rosario todos los días por unas intenciones personales particulares, y hasta la fecha no le he fallado, pero no es mérito mío, sino bondad y misericordia de Ella.

         Pero de qué valen las más de 23.725 avemarías que he rezado hasta el momento, si no soy mejor persona cada día. La Virgen fue inmaculada, pero de seguro también luchó contra la tentación y venció, como lo hizo su Hijo. Es éste el mejor ejemplo que debo tomar, como María, estar dispuesto a morir antes que pecar. Cómo me gustaría fomentar la devoción al Rosario en las demás personas, pero empezando por mí mismo. Cómo me gustaría ser un apóstol del Rosario.

         Sé que cuento con la oración de muchas personas, como la de éste sacerdote. Sé que hay muchos que esperan con paciencia que Dios vaya acomodando mi camino para que pueda algún día servirle como sacerdote, todo esto me anima, me hace sentir que no estoy solo, que Dios está de mi parte, y “si Deus cum nobis, ¿quis contra nos?”, si Dios está conmigo, ¿Quién contra mí?

         Como barco que sale del puerto, estoy atento del timón, para corregir el rumbo a cada instante, y así llegar al destino seguro, sin distracciones, superando tormentas y mareas altas, confiado de que no soy yo quien maneja la embarcación, sino Dios, y si el Señor maneja mi vida, pues no hay miedo, no hay tiempo perdido, todo es ganancia, todo es victoria, pues con Dios todo lo podemos, sin Él, nada es posible.

P.A

García

viernes, 6 de agosto de 2021

La justicia humana y la divina

¡CULPABLE! ¡LIBRE!

Esta es la historia de dos hombres que habían sido buenos amigos y compañeros en su juventud, pues desde niños asistieron al mismo colegio y universidad. Luis y Diego, a pesar de que no vivían tan cerca, siempre se encontraban en un punto específico para caminar juntos hasta el colegio, en el que compartían aula y equipo de voleibol. Por las tardes regresaban contentos y se desviaban del camino habitual para pasar por la tienda de helados. A Luis le agradaban más los helados de coco, pero prefería pedir ambos del sabor favorito de Diego: chocolate.

Pasaron los rápidos años de la infancia y adolescencia. La amistad de este par se acrecentó cada día más. Compartieron alegrías, cumpleaños, noches de campamento, viajes escolares, campeonatos deportivos, siempre unidos y apoyándose mutuamente. En la Universidad local Luis logró concretar su carrera, graduándose de abogado, para años más tarde, fungir como juez en la ciudad donde ambos residían; por su parte Diego, que siempre fue menos aventajado en los estudios, no quiso terminar su carrera universitaria, y aunque tuvo trabajo, automóvil y casa primero que su amigo Luis, llevó una vida de grandes aciertos y desaciertos.

Desde que Diego decidió abandonar sus estudios se separó de Luis, creía que a éste ya no le agradaría su amistad, pues siempre habían pensado casi igual y tenían por concretado que los estudios era la prioridad de ambos. En una oportunidad, Luis fue a casa de Diego para conversar con él, estaba dispuesto a ayudarle en sus estudios, ya que no le gustaba la idea de que los dejara, pues esto afectaba la amistad y les alejaba. Luis valoraba la amistad de su compañero, pero aquella visita no fue posible, pues Diego prefirió no abrir la puerta, a pesar de que era evidente que se encontraba en casa: su nuevo automóvil lucía esplendoroso frente a la entrada del domicilio.

Pasó mucho tiempo y un día como tantos despertó Luis muy temprano y dirigiéndose a su lugar de trabajo recibió un fuerte impacto en el parachoques trasero de su automóvil. Apagó el motor y decidió bajarse para ver qué había pasado, pero en contados instantes se encontró sólo, observando la grave abolladura; el descuidado conductor que le había chocado desapareció sin dejar rastro, sin embargo, no se percató de que con el golpe había incrustado la placa de su automóvil con la del automóvil de Luis, por lo que resultaba muy sencillo dar con el fugitivo irresponsable.

Aquel día Luis se llevó una gran sorpresa. Después de varios juicios durante la mañana, mientras tomaba café llegó a su oficina el nombre de la persona que le había chocado, era Diego, su antiguo amigo, con quien tenía años sin comunicarse, a pesar de que sabía dónde vivía y a qué se dedicaba. Los trabajadores le informaron que Diego había sido citado esa misma tarde, fue así como estos dos hombres se encontraron en un tribunal de justicia, el uno como juez y el otro como reo.

El caso era evidente, Diego había sido un irrespetuoso conductor, y aunque declaró que el motivo de su pequeña distracción al conducir era por contestar una llamada telefónica, el hecho de haberse dado a la fuga le quitaba toda posibilidad de salvarse de una decisión que le fuera hostil. El juicio se llevó a cabo con todas las de la ley, Diego fue declarado culpable por Luis. Dentro del tribunal, sólo Luis sabía quién era Diego, éste por su parte no le había reconocido, pues estaba muy nervioso y no parecía cómodo con aquella situación.

La condena aplicada a Diego fue la de pagar una multa por los daños ocasionados al vehículo, siendo una cantidad considerable, pues se le sumaba la fuga que había emprendido. Pero, tan pronto como Luis hubo pronunciado la sentencia, se levantó de su sitial, se desvistió de su toga y, bajando el estrado se puso junto al reo, pagó la multa por él y luego le dijo: “Diego, querido amigo, espero que vengas a casa a cenar esta noche”.

En aquella sala todos quedaron mudos, hubo un breve silencio hasta que fue interrumpido por un espontáneo estallido de aplausos, comprendieron que se trataba de un amigo del juez y vieron emocionados cómo aquellos dos se abrazaban y conversaban amenos mientras abandonaban el recinto judicial. Esa noche Luis y Diego cenaron juntos y aprovecharon de festejar el 25 aniversario de la graduación de Luis como abogado.

Imaginemos la inmensa alegría de Luis al tener de nuevo a su antiguo amigo, y la gratitud de Diego por aquel hecho sin precedentes. A partir de ese momento Luis y Diego volvieron a ser como antes. Presentaron sus familias el uno al otro y buscaban a menudo ocasión para compartir juntos. De vez en cuando coincidían en aquella tienda de helados, que era atendida por el mismo dueño, ya anciano.

Diego contó a más de uno su experiencia, buscó rectificar sus negocios e inconvenientes pasados y con el apoyo de Luis logró concretar nuevas y mejores oportunidades económicas, empezando por inaugurar un taller de mecánica donde, al recibir uno que otro automóvil colisionado, recordaba lo que una vez le había llevado al reencuentro con un gran amigo.

¿Tenía el juez Luis, en atención a su antigua amistad con Diego, que invalidar la sentencia? No, él tenía que cumplir con su deber, ya que debe hacerse justicia, debe obedecerse la ley del país, además de que tenía una pulcra carrera destacada dentro de la legislación, y no podía faltar a los principios que siempre había practicado con todos los casos que por sus manos habían pasado. Este acto confirmó al juez como uno de los mejores de su época.

Lo mismo pasa con el pecador, o con todos nosotros que somos pecadores. Dios, el Supremo y Único Juez, no puede dejar pasar el pecado. Dios es Justo y Misericordioso a la vez, como lo fue Luis en esta historia. La ley divina manifiesta que debe hacerse justicia y la sentencia debe ser pronunciada, pero es Cristo mismo quien paga la deuda y el pecador es libre.

Lo único que tú y yo, pobres y culpables pecadores, tenemos que hacer es confesar nuestras culpas y aceptar por fe lo que Cristo ha hecho por nosotros. Él ha muerto por nuestros pecados, es decir, ha pagado la deuda de todos, se ha inmolado por la humanidad, menesterosa actitud de nuestra parte sería retribuirle con el mismo amor, obedeciendo sus mandatos y, cada vez que tengamos oportunidad, siendo misericordiosos y justos con nuestros semejantes.

Recordemos ante cualquier injusticia que vivamos, aquellas palabras del Padrenuestro, la oración por excelencia que nos enseñó el mismo Jesús: “dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris” (Lc 6,12), que normalmente se traduce como: “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”, pero cuya traducción literal haría referencia a las deudas que debemos perdonar a los deudores nuestros, pues debita se traduce principalmente por deuda, siendo más profundos y precisos, deuda en el sentido monetario. Perdonar, para el cristiano, puede llegar fácilmente a acciones como la del juez Luis con su amigo Diego.

Así como de seguro Diego, conmovido por el gesto de su amigo, prometió ser más cuidadoso al manejar, de igual manera debemos hacer nosotros, cuando recibamos el perdón divino de nuestros pecados, comprometernos de corazón a nunca más volver a pecar, es decir, manejar con cuidado el automóvil de nuestras vidas.

El gran jurista Ulpiano dijo: “Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi”, es decir, la justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho. Dios es el único y mejor referente de justicia que el hombre puede conocer, porque es justo y misericordioso.

“Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio”.

(Santiago 2, 13)

P.A

García


jueves, 5 de agosto de 2021

Pedro Andrés o Melquiades Eulalio

MIHI NOMEN EST

         La costumbre cristiana de dar nombre a los hijos tomando referencia el calendario de los santos es antiquísima. Magnánimos personajes de la historia han engrandecido con sus vidas heroicas a cuyos nombres les han sido impuestos, y con esto a sus santos, si es que llevan nombre cristiano; de ahí la idea de festejar con pompas los onomásticos, pero de manera especial cuando estos coinciden con la fecha de nacimiento del bautizado, pues se cree con firmeza que aquel santo del que llevamos su nombre es nuestro especial protector e intercesor.

         Esta costumbre ha ido menguando en los últimos años dentro del cristianismo, a pesar de que sea tradicionalmente recomendado por la Santa Iglesia, tal como se indica en un ritual de 1958:“Se dice al sacerdote el nombre que se da al niño… Este nombre ha de ser cristiano, y a poder ser, el de un santo, para que sea su intercesor en el cielo y modelo para la conducta de su vida. Está permitido dar varios nombres[1], aquí vemos cómo realmente hay una recomendación eclesiástica para que los padres pongan nombres cristianos a sus hijos, cuestión, como hemos dicho, que se ha ido perdiendo por la creciente descristianización de la sociedad.

El nombrar a los niños con el sacramento del bautismo es una herencia que el cristianismo ha tomado del judaísmo, pues recordemos que en esta religión, en el caso de los varones, a los siete días de nacimiento era llevado a cabo el rito de la circuncisión, aprovechándose de una vez para precisarle el nombre. Recordemos brevemente el caso de Juan Bautista, al que querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, en oposición a Isabel su madre que quería llamarlo Juan (Lc 1, 63).

El cristianismo primitivo comprendió a temprana edad que era necesario bautizar a los niños recién nacidos, por diferentes motivos de peso espiritual, esto llevaba consigo, como en la circuncisión, la pronta y oportuna elección del nombre del nuevo cristiano. El Magisterio de la Iglesia pudo concretar, algunos siglos más tarde, una definición tridentina relativa al bautismo de los niños: “si alguno niega que sea necesario bautizar a los niños recién nacidos, aun aquellos que nacen de padres cristianos: sea anatema[2]”, como hemos dicho, los principales motivos eran de fuerza espiritual, pues la gracia bautismal es necesaria para la salvación, sin embargo, no podemos descartar que intrínsecamente unido a este acto, se da el importante momento de nombrar a las personas.

Ahora bien, ya que hemos tratado el tema de los nombres desde la perspectiva católica, paso a desarrollar la idea principal que da título a este comentario: Pedro Andrés o Melquiades Eulalio. Les pongo en contexto, nací un 10 de diciembre, festividad litúrgica de dos reconocidos santos del martirologio romano, ellos son: San Melquiades y Santa Eulalia de Mérida; razón por la que, si mis progenitores se hubiesen apegado a la antigua costumbre cristiana de la que hemos tratado, no sería yo Pedro Andrés García Barillas, sino por el contrario me llamaría Melquiades Eulalio García Barillas, por ende, este Blog sería llamado: “el Blog de Melquiades García”.

Como hemos visto, el llevar el nombre de un santo lo convierte a éste en nuestro intercesor y modelo de vida, por lo que se hace necesario conocer la biografía de aquellos santos, es por eso que a continuación desarrollaré brevemente los puntos más resaltantes de la vida de San Melquiades y Santa Eulalia de Mérida, para saber a qué santos me encomiendo y a qué santos debo imitar, como ellos de seguro imitaron a Cristo.

San Melquiades (+ 314)[3]

         Melquiades es un nombre propio proveniente del hebreo que significa “Mi Rey es Yahvé”, éste santo fue el Papa 32 de la Iglesia Católica, cuyo pontificado duró aproximadamente cuatro años (311-314), en los que pudo acompañar la transición de las persecuciones contra cristianos a la paz constantiniana. A este santo se le otorgó el Palacio de Letrán, que había pertenecido a la emperatriz Fausta, para ser usado como su residencia oficial. Se cree que no murió mártir, pero es venerado como tal, pues en su cuerpo llevó las profundas y dolientes huellas de la persecución. Enterrado en las catacumbas de San Calixto, Melquiades había nacido en África. En su pontificado logró condenar el “donatismo”, herejía reinante de su época. Fue un hombre que supo lidiar con la persecución y el triunfo, el dolor y la alegría, la catacumba y el palacio. De san Melquiades podemos imitar las virtudes de la templanza y el equilibrio ante el poder.

Plegaria a San Melquiades

Glorioso Padre del pueblo cristiano, San Melquiades, dígnate pedir al Príncipe de la Paz que al venir a nosotros, destruya toda resistencia y pacifique cualquier insurrección; que reine como Señor en nuestros corazones, inteligencias y sentidos. Pide también la paz para la Santa Iglesia Romana, cuyo esposo fuiste y que ha conservado fielmente tu memoria hasta el día de hoy; dirígela siempre desde lo alto del cielo y atiende a sus deseos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Oración

Dios todopoderoso y eterno, mira favorablemente a tu rebaño y guárdale siempre bajo tu amparo por la intercesión del Bienaventurado San Melquiades, Mártir y soberano Pontífice, a quien Tú colocaste como Pastor de toda la Iglesia. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Santa Eulalia de Mérida (+ 304)[4]

Eulalia es un nombre de origen griego que significa “La elocuente”. Nació en la ciudad Augusta Emérita (Mérida, España), a finales del siglo III. Virgen martirizada a los doce años de edad, se caracterizó por una madurez espiritual y respeto por los ancianos. Diligentes padres temiendo por la vida de su pequeña hija, la alejaron de la ciudad, pero ella escapó para hacer frente a sus perseguidores. Se negó a ofrecer incienso a los dioses paganos, y en su martirio, mientras le desgarraban sus tiernos pechos y los garfios abrían sus virginales costados hasta los huesos, Eulalia decía a Dios sin dolor: “He aquí que escriben tu nombre en mi cuerpo”. Finalmente fue prendida en fuego y el alma le salió de su boca como una blanca paloma. Rápidamente fueron venerados sus restos mortales, construida una hermosa basílica en su honor y desde entonces su testimonio ha servido de ejemplo para el cristianismo. De santa Eulalia de Mérida podemos imitar las virtudes del coraje por defender la fe cristiana y la firmeza en las pruebas.

Plegaria a Santa Eulalia de Mérida

Gloriosísima niña, bienaventurada mártir, prodigiosa virgen santa Eulalia de Mérida, alcánzanos de nuestro Señor los dones y beneficios que tú misma recibiste en vida; otorga a los jóvenes la perseverancia en la pureza, la constancia en la fe y la valentía para salir victoriosos de las acechanzas del enemigo; sé propicia en nuestros dolores y sufrimientos, para que podamos decir contigo: “He aquí que escriben el nombre de mi Señor en mi cuerpo”. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Oración

Dios todopoderoso y eterno, te suplicamos que a ejemplo de la bienaventurada Santa Eulalia de Mérida, virgen y mártir, y por su humilde intercesión, merezcamos la gracia para vencer en el esfuerzo de cada día, y poder así cantar tus alabanzas. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

P.A

García



[1] F.S.C. (1958) Curso de Instrucción Religiosa. Exposición de la Doctrina Cristiana. Gracia, oración y sacramentos, Editorial Bruño, Madrid, p. 146

[2] Denz. (# 791) H. Denzinger. Enchiridion symbolorum, El Magisterio de la Iglesia.

[3] Melquiades Andrés Martín (1959) Año Cristiano IV. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, p.p. 578-582.

[4] Ángel Fábrega Grau (1959) Año Cristiano IV. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, p.p. 582-587.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Comentario y exégesis al Prólogo de un libro de Historia

“PRÓLOGO”

         Etimológicamente la palabra prólogo viene del griego pró, adverbio que significa “adelante”; y logos, que significa “palabra”. Entonces el prólogo es la palabra que va adelante, es la primera palabra, o mejor dicho, el primer discurso que se consigue en un libro, hallándose en sus introductorias líneas la perspectiva general que debe tener en cuenta el lector. En este caso, expondré detalladamente el prólogo de “Apuntamientos de Historia Universal Moderna, Tomo I, por Fermín Felipe Caballero y Morgáez, Madrid, 1831”, que por cierto es el libro más antiguo que hasta ahora (190 años) poseo en mi Biblioteca personal.

         De este prólogo me llaman la atención muchísimas cosas, por eso me animo a copiarlo en gran parte, y agregarle algunos comentarios personales, que es de lo que tratará este artículo, dedicado a todos los amantes de la Historia, o a los que al menos nos interesa apasionadamente esta ciencia maravillosa. Nuestro texto en estudio comienza en recto y culmina en verso. El recto inicial no presenta enumeración, pero es el III, en romanos, y el verso final tiene grabado el XII, por lo que concluimos que la extensión total del mismo es cinco hojas  (cuatro páginas y media), pues la última presenta texto hasta media página, concluido con frase latina. El texto original del prólogo aparecerá en cursiva.

Nuestra delicia literaria comienza así: Cuando se reflexiona el sentido en que Herodoto y otros escritores antiguos tomaron la palabra historia, y el que le dan los modernos de sano juicio, el ánimo más fuerte desconfía de ponerla al frente de una obra. La autoridad con la que comienza este “primer discurso” es máxima, pues menciona al gran Herodoto, griego considerado padre de la Historia, por ser el primero en escribir un texto lógicamente estructurado sobre hechos humanos. Ahora bien, para Herodoto la Historia es un recuento riguroso de los hechos, donde se narran las causas que provocaban dichos acontecimientos en su contexto, para que no cayeran en el olvido. Con razón nuestro prologuista, que presumimos sea el mismo autor Fermín Caballero, advierte desde un principio la imposibilidad de escribir un libro sobre Historia, considerando los altos fines a los que apunta esta ciencia.

Y continúa Caballero con las siguientes líneas, en las que deja clara su concepción de la Historia: La historia, hablando con rigor, es una indagación cuidadosa, una verdadera información de los hechos, y por lo mismo exige un ordenado interrogatorio, y una formal audiencia de testigos, que hagan una plena prueba histórica. Notemos cómo para Caballero, la historia es menesterosa de un ordenado interrogatorio y testigos formales que den fe de lo ocurrido, y es que para poder narrar un hecho, primero debemos preguntarnos por lo ocurrido, dando prioridad al orden en que acaecieron las cosas, para luego poder indagar con los testigos, que pueden ser personas, o personas que han sido testigos y han dejado algo escrito. La historia requiere de orden y testigos.

Caballero tiene claro lo que es la historia, pero de inmediato desconfía de un recto proceder en escribirla, es así como manifiesta: Las dificultades que ofrecen estas indagaciones escrupulosas, constituyen la incertidumbre que generalmente se nota en las narraciones históricas, incertidumbre que raras veces puede vencerse. Parece que nos encontramos ante una actitud pesimista por parte de nuestro prologuista, pues para él la incertidumbre o vacilación de escribir o narrar una historia, nunca puede vencerse. ¿Será esta una actitud pesimista o por el contrario muy realista? Podríamos preguntarnos ahora, ¿es o no posible escribir una historia, correctamente y sin temor a equivocarnos?

Caballero retoma de inmediato su argumentación y pasa a explicar desde su parecer cómo se concibe ordenadamente los fenómenos de la historia, por eso apunta: Los hechos de que se trata no existen ya, no pueden presentarse al espectador, ni confrontarse con la declaración del testigo; una verdad suprema en la pretensión histórica es que trabajamos con hechos pasados, es decir, sin la posibilidad de traerlos al tiempo presente, natural y obvia desventaja en la narración de una historia.

Continúa el autor: quedando el único arbitrio de juzgar de estos hechos por la analogía y por las cualidades del deponente: por analogía considerando su posibilidad o verosimilitud respecto de otros hechos semejantes que presenciamos; hallamos en estas palabras el permiso intelectual que se otorga al que, conociendo y comprendiendo el presente, pudiera dilucidar sobre los hechos del pasado; y respecto a los historiadores que lo refieren pesando en la balanza de la sana crítica su veracidad, su carácter, sus intereses, su relación con los sucesos, y demás circunstancias que pudieron influir en el ánimo del escritor. Aquí finalmente conseguimos una aseveración que más adelante el mismo autor recalcará, y es que cada quién escribe desde su perspectiva, teniéndose así una comprensiva desconfianza de todos los historiadores, pues movidos por sus propios criterios, pueden hacer de una historia la mejor o la peor de todas, tales son así los extremos de esta idea: escribir la historia.

En la mentalidad de Caballero, existen indiscutibles dificultades en la indagación de la verdad histórica, además de esto, los hombres: discordes por naturaleza en sus opiniones, como lo son en sus temperamentos, se han dividido sobre los hechos históricos que parecen más comprobados. Es así como se introduce a la clasificación de aquellos que plantean diversas teorías con respecto a la concepción de la historia, o mejor dicho, respecto a las maneras de percibir la historia escrita o contada por otro hombre.

En primer lugar conseguimos a los rigoristas y excesivamente críticos, estos son los más polémicos, los menos confiables, pues son quienes: se atreven a dudar de todo, porque nada encuentran susceptible de una demostración matemática. Para ellos la historia no es regularmente más que una larga recopilación de las desgracias del género humano, el archivo de guerras injustas y sanguinarias, el registro de la infame política, el panegírico de los malhechores públicos, cual pueden llamarse gran parte de los héroes y conquistadores. En todas las historias no ven otra cosa que debilidad, adulación al poderoso, tiros de la envidia, animosidades, excesiva credulidad, y un plan más o menos bien combinado de obscurecer las verdades que contrarían la opinión o el interés del escritor: un decidido empeño de presentar los sucesos a su gusto, rara vez como realmente acaecieron. Como hemos notado, ante una concepción rigorista de la historia, no se tendría ni el más mínimo interés de preocuparnos por el conocimiento de la historia escrita, pues si todo parece ser parte de un plan malévolo de unos para presentar lo que los otros nunca han sido o nunca han hecho, no valdría la pena enfrascarse en conocer las adornadas mentiras de un grupo de aduladores o apologistas. Esto por un lado.

Ahora conozcamos los otros dos grupos clasificados por Caballero, en primer lugar los más crédulos, al parecer los más ingenuos, quienes por el contrario: se contentan con el testimonio de cualquier historiador para prestar su asenso;  estos parecen no pensar mucho, o no dedicarse tanto a la sana crítica; y en segundo lugar: los que creen seguir el término medio entre ambos extremos, se fatigan en confrontar y depurar los hechos, en explicar medallas, e interpretar inscripciones, para fundar la prudente fe histórica a que según ellos puede aspirarse. Estos últimos son igual de peligrosos que los dos primeros, pues pretenden ser el equilibrio, y como justa medida, o injusta realmente, se jactan de poseer la palma de la victoria, como si la escritura de la historia fuese una batalla entre dos bandos.

Para 1831, fecha del texto en estudio, se tenía claro que: las dificultades y divergencia de pareceres [no] se limita [únicamente] a los acontecimientos antiguos, de los que solemos estar tan alejados y faltos de testigos; Caballero reconoce que: en la historia moderna se ofrecen otros nuevos inconvenientes al que busca las verdaderas causas y circunstancias de los sucesos, pues como hemos dicho antes, cada escritor, queriendo o no, apunta en su historia lo que desea que no caiga en el olvido.

Caballero es consciente de que: de los hechos recientes tenemos más datos, mayor número de testigos de vista; pero estos mismos, interesados unos en los acaecimientos, partidarios otros de los principales actores y no pocos enemigos de los que figuraron en la escena, todos propenden y aun se empeñan en que aparezcan los hechos con el brillo que les sugiere su pasión, o con la ignominia a que los excitan sus celos. De ahí          que podamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que cada historia contiene la verdad que pensó quien la escribió.

Pero, ¿por qué según Caballero puede haber tanta hostilidad para con la historia escrita? El mismo autor nos responde, cuando pone de manifiesto que: La sangre vertida en las batallas y conmociones tiene aún parientes que aspiran a vengarla: las glorias de los que triunfaron tienen émulos que procuran eclipsarlas: la pugna de los partidos está en su mayor calor: hasta los fríos espectadores forman opiniones encontradas según el grado de su instrucción, o conforme a su sistema físico y moral: cada cual da a los sucesos el colorido que le conviene, ocultando circunstancias, exagerando otras, y aun suponiendo incidentes que no ocurrieron. Cada vez tenemos más clara la vulnerabilidad que sufre la historia escrita o contada por éste o aquél historiador.

Hasta donde hemos tratado el tema de la historia, se ha dejado entrever que para su mejor comprensión y elaboración escrita, es muy necesaria la “sana crítica”, o la “crítica sana”; entiéndase de inmediato que la palabra “crítica” debe  ir precedida o antecedida por el adjetivo calificativo “sana”, que evidentemente indica bondad en su aplicación. A tal efecto nos explica Caballero que: La crítica, diestra escudriñadora de la verdad, no puede ejercerse tan inmediatamente sin gran riesgo: porque ¿quién hablará con la debida imparcialidad de asuntos que tanto pueden ofender al que logró ensalzarse con un fingido mérito, con un simulado patriotismo, con una aparente rectitud? Son estas las consecuencias dobles de la “sana crítica”, pues cuando se es muy riguroso con el héroe, por agradar a sus contrarios, se falta a la verdad, y también, cuando se es muy benévolo con el héroe, ignorando a sus contrarios, se falta también a la verdad.

Entonces, ¿qué solución nos propone Caballero que pueda solventar al menos un poco esta situación? Ya no se trata de un contexto bélico, en el que debe salir un victorioso, ahora Caballero nos invita a concebir la escritura de la historia como un evento donde es necesaria la negociación, veamos por qué: El que más ostenta escribir con verdad, tiene que ceder al influjo o al temor del partido dominante, si no alterando las formas, degradando al menos los obscuros del cuadro histórico, y cubriendo entre celajes los rasgos más difíciles de representar.

Según nuestro autor, este hecho de negociar en los extremos de una historia para ser escrita, es el: fundamento de los que opinan que los personajes vivos no están sujetos a la autoridad del historiador, y quieren reservar su biografía a las generaciones venideras, que podrán juzgar más imparcialmente de sus virtudes o vicios. Paradójicamente parece evidente que, mientras un personaje resaltante viva, no podrá escribirse su biografía con suficiente “crítica sana”, pues en vida, como en muerte, gozará de la defensa de sus más preciados amigos, como de la contrariedad de sus más empecinados enemigos. Solo tiempo después llegará la época propicia en que podrá ser juzgada su vida, sus virtudes y vicios, de manera más imparcial, ya sin amigos o enemigos que intervengan. Con razón el dicho popular: “la historia nos dará la razón”, o “la historia me absolverá”.

Caballero recuerda, a continuación, los ejemplos de: nuestros antiguos cronistas, ocupados exclusivamente en redactar los acontecimientos del reinado en que vivían; y lo están asimismo la experiencia y la inveterada costumbre de los escritos periódicos, destinados a anunciar las novedades que diariamente ocurren en todos los países. Esta manera de escribir la historia es muy necesaria, a pesar de la nula imparcialidad a la que se expone, por evidentes razones, pues un cronista escribe lo que vive, con sus pasiones en flor, al igual que un periodista narra lo que acontece, con su particular opinión. Finaliza Caballero dando carta aval a estas dos maneras de escribir la historia, pues: ¿Ni qué razón hay para estorbar a los coetáneos que formen juicio de lo que presenciaron, ni para privar a la generación presente del conocimiento de los sucesos que ocurren en sus días? Ya será oficio de otros el juzgar con criterio de historiadores estos escritos de cronistas y periodistas.

Precisemos nuevamente en este momento la fecha de publicación del prólogo que estudiamos (1831) pues, el autor explica en su momento que: Es tanto lo que los hombres han escrito de todas materias, especialmente en poco más de tres siglos que se conoce la preciosa invención de la imprenta, que casi nada puede decirse de nuevo. Parece que la publicación de libros, una vez inventada la imprenta fue de tal magnitud, que escribir algo nuevo podría ser visto como llover sobre mojado, pero si nos fiamos del criterio universal de la sana crítica, nunca será suficiente con un punto de vista sobre tema cualquiera, pues tantos puntos de vista existirán, como hombres que se dediquen a pensar.

Para Caballero ¿cómo eran los criterios de los escritores de historia del siglo XIX? Copiar con más o menos discernimiento, elegir e imitar es casi el arbitrio de cuantos hoy escriben; y de mil obras que se publican, apenas hay una que merezca en todos los sentidos el título de original. Y si esto sucede en lo general de los escritos ¿quién podrá inventar en materias históricas? No pudiendo el escritor deponer de los hechos sino por relación, solo tiene el recurso de elegir las narraciones que aparecen más verídicas y juiciosas. Y es así, pues el oficio de un buen historiador, que no sea investigador propio, es el de elegir las narraciones que para el común parezcan más verídicas y juiciosas, y sobre éstas trabajar. No todo historiador está obligado a innovar, también puede dedicarse a expresar de mejor manera y con mayor lucidez lo que otros ya han plasmado.

Finaliza Caballero su prólogo preguntándose: ¿Hay producción humana en que todos estén acordes, y más cuando se trata de historia? La respuesta es evidente y única: no; pues: Cada lector juzgará conforme al grado de su instrucción, según su imparcialidad o interés, y a medida que sus ideas coincidan o se aparten de las nuestras: el sabio nada hallará de nuevo; el ignorante encontrará mucho que aprender; el crítico notará mil defectos, y al crédulo y de buen paladar le harán gracia hasta los mayores descuidos. Precisamos aquí de modo claro los cuatro tipos de lectores: los sabios, los ignorantes, los críticos y los crédulos, y cabría preguntarnos para finalizar el tema: ¿cuál de estos cuatro somos nosotros?

Un lector sabio es aquel que por el título de la obra ya sabe de lo que trata, pero si tal es su sabiduría y ha perdido la capacidad de asombrarse, está en notable desventaja, pues no es capaz de darse la oportunidad de encontrar cosas nuevas en un libro nuevo. Un lector ignorante tiene trabajo para rato, pues todo lo ignora y por ende  todo lo debe aprender, si es que es esa su intención al acercarse a la lectura de un libro. El crítico se empeña en una empresa que ni él es capaz de satisfacer, pues viendo defectos aquí y allá, se deja cegar por su orgullo y sabiduría, cerrándose como el sabio a lo nuevo, a lo que está por descubrirse de una lectura sana. Y finalmente el crédulo, como el ignorante, lo tomará todo como una orden a la que obedecer escrupulosamente, es tal su tonta ingenuidad,  que acaba por creerlo todo, sin sopesar nada, pues esto tiene en común con el lector ignorante.

Ahora bien, ¿qué actitud será mejor para leer?, ¿la de un sabio y crítico?, o tal vez la de un crédulo e ignorante. Pienso que, por como van las cosas en el mundo actual, con solo disponerse a tomar un libro en las manos, ya se tiene el terreno ganado. Bastaría con que se empapara de cultura general y criterio propio para responder a las interrogantes planteadas.

P.A

García

domingo, 1 de agosto de 2021

Sobre el Diaconado

“DIÁCONO-SERVIDOR”

     Algunas cuestiones sobre el Diaconado: artículo dedicado a mi buen amigo Eudes Ovidio Puentes Matheus, neo diácono de la Iglesia Católica en Mérida, Venezuela, 01 de agosto de 2021.

     Fundamentación Bíblica del Diaconado:

     Los diáconos en la Iglesia primitiva se originaron a partir de una “murmuración” entre discípulos hebreos y griegos, tal como lo refiere Hechos 6, 1-6. Los griegos reclamaban de los hebreos una mejor atención de sus viudas en el “ámbito alimenticio”, por lo que los Doce decidieron convocar a todos los discípulos para buscar la solución. A los hebreos no les parecía justo “descuidar la Palabra de Dios para servir a la mesa”, por lo que eligieron “a siete hombres de buena fama, dotados de Espíritu y de prudencia”, a quienes encargarían dicha tarea, mientras ellos se dedicaban a la oración y al ministerio de la palabra. La solución parece haber funcionado, pues todos aprobaron la propuesta y eligieron a “Esteban, hombre lleno de fe y Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía”. El grupo de siete fue presentado a los Apóstoles, y “éstos después de orar les impusieron las manos”, nacían así los primeros diáconos de la Iglesia, hombres de buena fama, dotados de Espíritu y de prudencia.

     El padre Luis Alonso Schökel, jesuita español, reflexiona acerca de este acontecimiento, y asevera que: “con la imposición de las manos, los apóstoles transmiten a los siete elegidos el encargo y la gracia de Dios para cumplirlo. La imposición de las manos en la cultura bíblica venía a significar la comunicación del espíritu del que impone las manos sobre quien le son impuestas. Así se le confiere una misión y un ministerio”. Este gesto es todavía usado en la ordenación diaconal, así como también en la presbiteral y episcopal, los tres grados del Sacramento del Orden.

     También San Pablo, a través de sus cartas, nos dejó las características que él consideraba oportunas precisar en los varones que fuesen elegidos diáconos, a saber: “que fueran dignos, sin doblezno dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura” (1 Timoteo 3, 8-13). El Apóstol creía conveniente primero someterlos a prueba y después, si fuesen irreprensibles, aceptarlos como diáconos, además de profetizarles que los que “ejercen bien el diaconado alcanzan un puesto honroso y grande entereza en la fe de Cristo Jesús”. Nuestros diáconos católicos son sometidos a prueba y son hallados dignos de tal ministerio.

     El Catecismo de la Iglesia Católica y el Diaconado

     Según el Catecismo de la Iglesia Católica, (CEC por sus siglas en latín) el diaconado es el grado inferior del Orden, y está presto “para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio” (Cf. # 1569). En la ordenación diaconal, sólo el obispo impone las manos,ya que el diácono está fundamentalmente unido al obispo en el ejercicio de su ministerio.

     El numeral 1596 del CEC resume: “Los diáconos son ministros ordenados para las tareas de servicio de la Iglesia; no reciben el sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere funciones importantes en el ministerio de la palabra, del culto divino, del gobierno pastoral y del servicio de la caridad, tareas que deben cumplir bajo la autoridad pastoral de su Obispo”.


     El Código de Derecho Canónico y el Diaconado

     El numeral 767 del Código de Derecho Canónico (CIC por sus siglas en latín) destaca que es tarea también del Diácono la predicación de la Palabra de Dios en las celebraciones eucarísticas. Al diaconado, así como al presbiterado y al episcopado solo puede ser admitido el varón bautizado (# 1024).

     Del candidato al diaconado se exige que reúna, a juicio del Obispo propio o del Superior mayor competente, las debidas cualidades, que no le afecte ninguna irregularidad o impedimento (# 1025). El candidato debe gozar de libertad, es decir que no puede ser obligado a ordenarse (#1026), debe estar enterado de las obligaciones a las que se someterá (#1028), debe gozar de una fe íntegra, estar movido por recta intención, poseer la ciencia debida, gozar de buena fama y costumbres intachables, virtudes probadas y otras cualidades físicas y psíquicas congruentes con el orden que vaa recibir (#1029).

     Seis meses le son suficientes al diácono para recibir luego la ordenación presbiteral (#1031). Sólo es ordenado lícitamente quien haya recibido el sacramento de la confirmación (#1033) y quien haya sido admitido antes como candidato (#1034), además de haber ejercido durante el tiempo conveniente los ministerios de lector y de acólito (#1035), y de haber participado de ejercicios espirituales, al menos durante cinco días (#1039).

     El Concilio Vaticano II y el Diaconado

     La Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, sobre la Iglesia, refiere al tema del diaconado, entre otras cosas que: Es oficio propio del diácono, según la autoridad competente se lo indicare, la administración solemne del bautismo, el conservar y distribuir la Eucaristía, el asistir en nombre de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir los ritos de funerales y sepelios (#29), oficios en los que deben recordar estas palabras: “Misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos”, de San Policarpo.

     “A los diáconos, respetadlos como a la ley de Dios” dice San Ignacio de Antioquía, además de recordar “que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, [pues] sin ellos no se puede hablar de Iglesia”.

     Potestades preconciliares y postconciliares del Diaconado

     El diaconado confiere los poderes siguientes:

1. Asistir inmediatamente al celebrante en las misas solemnes cantadas, ofreciéndole la patena con la hostia y el cáliz con el vino.

2. Cantar el Evangelio.

3. Predicar, con autorización del obispo.

4. Llevar la Sagrada Eucaristía en el copón o en la custodia.

5. Bautizar solemnemente con licencia del Ordinario o del párroco, licencia que para concederse requiere causa justa y que se presume en caso de necesidad. Igualmente, habiendo causa grave, puede administrar la Sagrada Comunión con licencia del Ordinario o del párroco, bastando en caso de necesidad la autorización presunta.

     Obligaciones de los ordenados.

1. Santidad de vida.

2. Obediencia.

3. Rezo del Oficio Divino.

4. Celibato.

5. Otras obligaciones: Dedicarse al estudio de las ciencias sagradas y llevar el hábito sacerdotal.

     Signo sensible del sacramento del Orden para los Diáconos.

     El gesto consiste en la imposición de manos del obispo, que en el rito del diaconado ocurre sólo una vez; la fórmula es el prefacio que sigue, del cual se requieren para la validez estas palabras: “Te suplicamos, Señor, le envíes el Espíritu Santo, mediante el cual sea fortalecido con el don de tu gracia septiforme, para cumplir fielmente la obra de tu ministerio”.

     Entre otras oraciones propias del rito de ordenación diaconal se tiene: “Dios Todopoderoso... tú haces crecer a la Iglesia... la edificas como templo de tu gloria... así estableciste que hubiera tres órdenes de ministros para tu servicio, del mismo modo que en la Antigua Alianza habías elegido a los hijos de Leví para que sirvieran al templo, y, como herencia, poseyeran una bendición eterna”.

     Querido amigo Eudes Ovidio:


     Me alegra que ya seas diácono, es decir, servidor no sólo de oficio, sino también de orden y ministerio. Empezamos juntos la experiencia del seminario mayor con el curso propedéutico, el 27 de septiembre de 2013, y hoy 1 de agosto de 2021, siete años, diez meses y cinco días después, recibes el orden de los Diáconos. Eres el primero de aquel grupo de 15 en ordenarse y eres el único que perseveró hasta el final, sin mayores complicaciones, en el mismo Seminario, el “San Buenaventura de Mérida”.

     Espero que la rectitud, piedad y disciplina que siempre te han caracterizado en el Seminario, se mantengan y se perfeccionen ahora que ya recibes el orden sacerdotal en su grado inferior. Espero que recuerdes siempre lo aprendido en el Seminario, en el discipulado y en la etapa configurativa, todas las experiencias vividas, todos los conocimientos adquiridos y sobre todo, las cosas buenas que pudiste asimilar de tus formadores -los buenos- y compañeros –también los buenos-.

     La Azulita, tu querido pueblo se alegra contigo. Tu familia orgullosa festeja este momento. Desde el cielo tu padre Ovidio te bendice, y todos tus amigos y compañeros te deseamos lo mejor en esta nueva etapa, que como bien sabemos, no es el final, sino el principio de una vida dichosa y privilegiada en el servicio a Dios y a la Santa Madre Iglesia.

P.A

García