domingo, 9 de julio de 2023

El Cantar del Mio Cid: resumen.

“EL CAMPEADOR”


         Con altísimas pretensiones de resumir la historia, me animo a escribir unas breves palabras al respecto, pues, tuve la oportunidad de escuchar, no leer, la totalidad del Cantar del Mio Cid, en un audiolibro de acceso libre en la más famosa plataforma de videos. Fueron casi tres horas consecutivas de una voz masculina natural en perfecta lectura que me fue narrando cada uno de los tres cantares de los que se compone el texto atribuido por algunos a Per Abad en 1207. Mientras empastaba con mis propias manos un cúmulo importante de hojas que deseo conservar en mi biblioteca, fui escuchando sin distracción alguna la lectura íntegra de esta gesta posiblemente anónima, cuyo protagonista es don Rodrigo Díaz, oriundo de Vivar, una población castellana del norte de España, cuya fortuna apeó en desgracia al enemistarse con el rey Alfonso VI por envidias y mentiras que en su contra idearon los adversarios jurados.

Lo más maravilloso de este relato es que está escrito en prosa, con aproximadamente 3735 versos, siendo la primera obra poética de tal magnitud escrita en castellano. El libro en físico yo lo tengo comprado desde el 1 de octubre de 2021, el cual adquirí en una feria en el centro de la ciudad de Ayacucho, sin embargo solo me había limitado a revisarlo por encima, sin leerlo como se debe, y ya vemos que no fue necesario, pues esta edición es una adaptación juvenil que en nada es fiel al texto original, siéndome provechosas solamente las anotaciones críticas e históricas que aparecen generosas al pie de las páginas.

Según el texto en físico que poseo son en total tres cantares o libros, subdivididos cada uno en nueve capítulos. El Cantar Primero se titula “El Cid en el destierro”, y se cuenta cómo Rodrigo Díaz de Vivar es desterrado por el rey Alfonso, teniendo que ir con los suyos hasta las proximidades de Burgos, para luego ser aconsejado por Martín Antolínez para que consiga dinero de unos judíos dejándoles dos cofres llenos de arena. La esposa del Cid Campeador, doña Jimena, y sus dos hijas, doña Elvira y doña Sol, son resguardadas en el monasterio de San Pero de Cardeña. Antes de salir del reino de Castilla, el arcángel Gabriel se aparece en sueños al Cid para animarle a seguir cabalgando, asegurándole la protección de Dios. Por aquellas épocas la invasión musulmana de la península ibérica obligó al paso de Rodrigo Díaz de Vivar a librar batalla contra los moros, derrotándoles con audacia y aprovechando las proezas y riquezas bien habidas para enviarle presentes al rey don Alfonso, los cuales son recibidos por este, pero sin llegar a levantarle el destierro. Finaliza este Cantar Primero con la clemencia que tuvo el Cid para con el conde de Barcelona, quien después de haber sido derrotado por el Campeador, es liberado luego de una prisión en la que se le obligó a comer y beber como única condición para optar clemencia de don Rodrigo Díaz de Vivar.

El Cantar Segundo, narra “Las bodas de las hijas del Cid”, pero sin antes dejar de precisar las victorias contra los reinos moros de Valencia y Sevilla, de cuyas caballerías vuelve a valerse don Rodrigo para agasajar al rey Alfonso, consiguiendo de Su Majestad le permitiese traer para Valencia a su esposa e hijas que aguardaban en el monasterio de Cardeña. Es en Valencia donde el Cid Campeador nombra obispo a don Jerónimo, un sacerdote que había oído hablar de la guerra santa contra los moros y, admirando al Cid, se había presentado ante él para solicitarle le permitiese participar en batalla. Sigue en Cantar con las victorias consecutivas que tiene Ruy Díaz en las batallas contra los reyes y emires de Marruecos, para alegría de él y angustia de su mujer. El rey decide levantar el destierro al Cid y consiguen reunirse ambos a las orillas del rio Tajo, seguidamente el rey pide al Cid que sus hijas fueran dadas por esposas a los infantes de Carrión, don Diego y don Fernando González, del reino de León, del cual también era soberano don Alfonso. A don Rodrigo no le agradó tal petición, pero aceptó las nupcias para no desairar al rey. las bodas se celebraron en Valencia con mucha pompa y dotes.

El Cantar Tercero, último tramo de esta interesante historia, “La afrenta de Corpes”, explica con detalle un curioso espectáculo en el que, escapándose un león de una jaula, hizo quedar en ridículo a los yernos del Cid, pues actuaron con cobardía ante el peligro que significaba la fiera liberada, y para mayor deshonra de los infantes de Carrión, fue el mismo don Rodrigo quien imperioso devolvió al felino a su lugar. A partir de este episodio los infantes de Carrión maquinan en sus mentes la venganza contra el Cid y sus caballeros. Del conde de Barcelona el Cid había tomado la espada Colada en el último capítulo del Primer Cantar, y en este último ganó del rey Búcar de Marruecos la espada Tizona, ambas armas de gran valía serían parte de a dote del Cid a sus yernos don Diego y don Fernando, los infantes de Carrión. En el robledal de Corpes ultrajaron a sus esposas, quitándoles la ropa y azotándolas hasta el cansancio, dejándolas por muertas prosiguieron su camino hacia Carrión. Doña Elvira y doña Sol son socorridas por un primero suyo y llevada de vuelta a Valencia. Ruy Díaz herido en su honor reclama a don Alfonso, quien convoca las cortes en Toledo para reparar el daño de los infantes, a quienes les corresponde devolver el dinero de las dotes, las espadas y librar batalla con caballeros del Cid, para ser derrotados en su honor. Finaliza el Cantar Tercero con las nuevas nupcias de doña Elvira y doña Sol con los infantes de Navarra y de Aragón, para feliz reparación de estas. El Cid Campeador, don Rodrigo Díaz de Vivar fallece en Pascua de resurrección.

El aspecto religioso está muy presente en toda la obra, como es de esperarse dadas las fechas de su redacción. En este sentido me gustaría solo apuntar un breve texto del Cantar Primero, capítulo IV, en cuyo contexto se puede ubicar a doña Jimena, postrada ante un altar, elevando una oración a Dios en la que suplicaba la protección de su marido con estas hermosas palabras:

¡Tú, Señor glorioso,

padre que en el cielo estás,

que hiciste el cielo y la tierra,

y al tercero día el mar,

que hiciste luna y estrellas,

y el sol para calentar,

que en Santa María Madre

fuiste carne a tomar,

y que naciste en Belén

conforme a tu voluntad;

tú, que por nuestra tierra

anduviste treinta y dos años,

enseñándonos milagros

que nunca se han de olvidar,

que del agua hiciste vino

y de los guijarros pan,

que a Lázaro resucitaste

porque sí fue tu voluntad,

que dejaste te prendieran

y te llevaran al Gólgota

y que en la cruz te dejaste clavar;

tú, que del sepulcro supiste resucitar,

y a los infiernos bajaste,

las almas de los justos a rescatar;

a ti, rey de los reyes,

Padre de la humanidad,

a ti adoro y en ti creo

con toda mi voluntad,

y a San Pedro ahora le pido

que me ayude a rogar

por Mio Cid el Campeador,

para que entre tú y él

le guardéis de todo mal,

y que, si hoy nos separamos,

vivos nos vuelva a juntar!

 

Como podrán apreciar, este texto del Cantar del Mio Cid es propiamente un símbolo de la fe o Credo escrito en versos, muy admirable y bastante exacto en la manera de presentar las principales verdades de la fe católica.

Hasta aquí mi comentario sobre este maravilloso texto legendario cuya historia puede ser seguida por las crónicas de la época. La historia del Cid es la de todos aquellos hombres y mujeres que hemos sido desterrados por las envidias e inventos de aquellos que poco aprecio nos guardan. Dios quiera y tengamos honra final, cual Campeadores del mundo.

 

P.A

García

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