martes, 31 de octubre de 2023

Petición de ministerios laicales y Martha Hildebrandt

“¿PLEONASMO?”

         Con el propósito de hacer la petición formal de los ministerios laicales del lectorado y acolitado, escribí a mano una carta que entregué al arzobispo la cual leyó en mi presencia y, de inmediato, me hizo alusión a una frase en la que él veía un supuesto error gramatical. Le escuché con atención y por un momento me resigné a aceptar el error, sin embargo, esa misma noche encontré la respuesta a mi inquietud literaria gracias a un video de la Dra. Martha Hildebrandt en el que explicaba con lujo de detalles la validez de la expresión que yo había utilizado.

         Copio a continuación mi carta manuscrita y resalto en ella la frase por la cual puedo ligar a la Dra. Hildebrandt con mi petición de ministerios:

Ayacucho, 24 de octubre de 2023

Mons. S. P. G-C.

Arzobispo Metropolitano de Ayacucho

 

         Yo, Pedro Andrés García Barillas, identificado con el CPP Nº 007014990, domiciliado en esta ciudad de Ayacucho desde hace tres años y habiendo colaborado durante el mismo lapso de tiempo en diversas pastorales de la Parroquia S. R. L., bajo la guía de su párroco el Pbro. B. A. C., y luego de un tiempo de discernimiento y para el servicio de la Iglesia, por medio de la presente me dirijo a usted para solicitarle ser instituido como lector y acólito de la Santa Iglesia Católica, consciente de que estos ministerios laicales afianzan más mi compromiso de servicio a Dios, pues al proclamar la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas, ayudo a la misión evangelizadora de la Iglesia, a la vez que en la asistencia a los presbíteros y diáconos en el ministerio eucarístico, participo de manera especial y me un al Cuerpo Místico de Cristo, al cual deseo servir.

         Suyo en Cristo.

Pedro Andrés García Barillas

         Bien, como habrán visto, la frase en cuestión es “lapso de tiempo”, que evidentemente suena redundante y se podría pensar que solo es suficiente con escribir “lapso” y no abundar con “de tiempo”, pues suele comprenderse que un lapso es precisamente eso, un tiempo transcurrido, tal y como era el comentario episcopal.

         La Dra. Martha Hildebrandt, reconocida filóloga peruana, explica en uno de sus tantos videos-entrevistas que es totalmente válido el uso de la frase “lapso de tiempo”, y no ha de considerarse un “pleonasmo”, es decir, una redundancia de palabras por las cuales se añade expresividad a lo dicho. La también lingüista asevera que la frase “lapso de tiempo” es necesaria al saberse que el término “lapso” cuenta en el diccionario con una acepción en la que se puede interpretar como “caída en una culpa o error”, y no solo como el “tiempo transcurrido entre dos límites”. Sin lugar a dudas, mi recurso literario en la misiva antes copiada es válido, aunque no lo parezca.

         No contento con la información fugaz recibida, me propuse buscar en la feria del libro de Ayacucho algunas de las publicaciones de la Dra. Martha Hildebrandt en donde ella abundara en explicaciones sobre la manera correcta de comunicar las ideas en el castellano. Así fue como compré dos de sus títulos más populares, el primero de ellos “Peruanismos” un ejemplar de la primera edición de 1969, y el segundo “El habla culta (o lo que debiera serlo)” en su segunda edición del año 2003, y es en este texto en donde la autora le dedica un apartado completo a la defensa de la frase “lapso de tiempo”.

         Hildebrandt, en la página 234 del mencionado texto,  inicia explicando que la razón por la cual muchos creen que se trata de una locución incorrecta, es, como ya hemos visto, “porque lapso, por sí solo, expresa ya la idea de ´espacio de tiempo´, ´período´”, sin embargo, en su etimología latina lapsus viene a significar un ´deslizamiento, resbalón o caída´, de ahí que en el habla culta sea utilizada como una “falta o equivocación cometida por descuido”, y continúa ejemplificando: lapsus linguae es un error que se comete al hablar, y lapsus cálami es el error que se comete al escribir.

         Finalmente, la expresión “lapso de tiempo”, deduce Martha, “aunque se sintiera (erróneamente) como expresión pleonástica, podría explicarse como una locución nominal en que la idea de ´tiempo´ está doblemente expresada por razones estilísticas.”

         Es así como una cosa lleva a la otra, y en mi pretensión de servir más a Dios como lector (el que lee la Palabra de Dios) y acólito (el que acolita o ayuda en el altar en las celebraciones litúrgicas), me topé con la filología exquisita de una peruana que trabajó muchos años en Venezuela y por eso manifestó en su momento que comprendía a los venezolanos en su forma de ser y de vivir.

         Entre los años 1953 y 1961, Martha Hildebrandt fue docente en la Universidad Central de Venezuela. Allí publicó en 1961 un extraordinario trabajo de investigación intitulado “La lengua de Bolívar. I. Léxico” en donde estudia y documenta la lexicografía del Libertador.

          Martha Hildebrandt recuerda una anécdota de su estancia en Venezuela de la siguiente manera: "Estuve diez años en Venezuela y ahí tuve dos proyectos de investigación absolutamente distintos. En la mañana trabajaba en lenguas indígenas, esa sección estaba bajo el Ministerio de Justicia, y me traían los informantes de todas las tribus en avión. Yo nunca fui al campo. Me traían por una semana los hablantes de cada lengua y yo llenaba tres cuestionarios. Así que se documentaba la lengua con unos quinientos o seiscientos términos o más, y eso lo hice con 56 lenguas. Y en las tardes me ocupaba del castellano de Bolívar, o sea que era un cambio absolutamente abrupto y ahí tenía la dirección y colaboración de Ángel Rosenblat, que se portó maravillosamente bien conmigo.  Él fue mi mentor y con tremenda paciencia me explicaba y me ayudaba a interpretar el castellano de Bolívar, que era un buen castellano para el siglo XIX, lleno de galicismos, anglicismos, arcaísmos, en fin, todo el gran cambio que se produjo en el castellano del siglo XIX está documentado allí. Por supuesto, ese libro, que ha sido editado en Venezuela tres veces, algunas veces sin mi consentimiento, por ejemplo cuando fue el sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho vino un embajador de Venezuela a pedirme el permiso para que el Gobierno lo reeditara, y yo le dije:"bueno, en principio sí, pero lo voy a pensar". Para qué le dije eso, porque después me enteré que el libro había sido publicado y distribuido con motivo del sesquicentenario de Ayacucho, entonces llamé a Caracas y me dijeron: "sí, efectivamente se publicó" pero yo no había dado mi consentimiento, en Venezuela es así, absolutamente informal, "sí, pero el embajador se murió en su viaje de regreso". Como yo quiero a los venezolanos y me casé con un venezolano y los entiendo, ellos están contra toda pseudo seriedad de oficina. Bueno, lo publicaron."

P.A

García

jueves, 12 de octubre de 2023

12 de octubre, Día de la Hispanidad

HISPANOAMÉRICA Y NO LATINOAMÉRICA


Los pueblos son el resultado de la herencia de sus antepasados, los mismos que han recibido, han aportado y han mezclado su cultura, idioma y religión con las de los venidos de tierras lejanas. Ninguna nación del mundo puede jactarse de ser "pura", pues todos tenemos un poco de aquí y de allá. En el caso de los pueblos del continente americano es de opinión común el reconocimiento a la hispanidad, a la herencia española, que impregna hasta los días actuales nuestra sociedad, tal es así que, unos han preferido denominar  a esta región geopolítica como Hispanoamérica, principalmente por el catolicismo y el castellano como religión y lengua obtenidas de aquel 12 de octubre de 1492, cuando el almirante Cristóbal Colón divisó las islas caribeñas, en cuyos periplos posteriores, ya en su tercer viaje para ser exactos, descubrió las aguas del Orinoco para así estar seguro de haber llegado por fin a tierras continentales.

El 12 de octubre es, pues, propiamente el Día de la Hispanidad, aunque por decreto en nuestro país deba llamársele "Día de la Resistencia Indígena…", pero no es este el momento para abordar opiniones políticas sobre el tema, ahora lo más importante es recordar el origen de esta fecha y su aporte para nosotros, que tenemos una misión concreta, la de hacer presente a Dios en todos los ámbitos del mundo a través de la predicación del Reino de los Cielos, siendo precisamente este el ideal que compartían los Reyes Católicos Fernando e Isabel a finales de aquel lejano siglo XV de nuestra era.

Decíamos al principio que los pueblos son la adición de diversos caracteres, en cuya mezcla radica su riqueza, y este encuentro de diversidades no anuló a unos en salvaguarda de otros, sino que, por el contrario, se conformó una mezcla tan natural y necesaria, que ahora no podemos pensarnos sin ese pasado de luces y sombras con el que debemos reconciliarnos, y en este sentido, Venezuela no ha sido la excepción, pues, por ejemplo, fue uno de los primeros territorios explorados por los grandes intelectuales, geógrafos y navegantes venidos de Europa, entre ellos Américo Vespucio, quién después inspiró el nombre del continente; fue él quien encontró similitudes en los pueblos costeros del Lago de Maracaibo, que alzaban sus chozas por sobre las aguas, con la ciudad italiana de Venecia, y así surgió el nombre de nuestra nación: Venezuela, es decir, "la pequeña Venecia". Sin olvidar que fue en nuestro suelo patrio donde se celebró por primera vez una Santa Misa en territorio firme americano, en Santa Ana de Coro. Ahí la evidencia de que también nosotros hemos sido protagonistas de la historia.

Hasta el momento hemos enfatizado nuestro discurso guiados por el aspecto religioso, sin embargo, este no es el único en que podamos detenernos, aunque sí el más importante. Pensemos ahora en la natural organización de la sociedad que la hispanidad nos legó, una cultura en la que se centraba el poder administrativo, religioso, político, económico y cultural alrededor de las plazas mayores de los pueblos fundados con la venia del Monarca ibérico que, aunque alejado por la inmensidad del océano Atlántico, siempre se preocupó por llevar su bandera cristiana civilizadora a todos los lugares donde sus emisarios pudiesen llegar, procurando mediante Cédulas Reales y decretos el respeto y consideración de los habitantes de estas tierras llamadas equivocadamente “Indias Occidentales”. En este sentido, la historia de América no puede entenderse sin España y la historia de España no puede entenderse sin América, y es que alguna vez fuimos lo mismo y, llegado el tiempo oportuno, cual hijo que desea dejar de depender de sus padres, los pueblos americanos vislumbraron su emancipación porque ya se sentían con la mayoría de edad como para autogobernarse y seguir adelante en la consolidación de sus ideales, aunque bien sabemos, este cambio costó la vida de miles de personas, tanto americanas como peninsulares, ambas bajo idénticos criterios jurídicos dependientes de la Corona española, de ahí que se pueda concluir que las guerras independentistas fueron de facto una guerra entre hermanos...

Pero el 12 de octubre no es propiamente un día para recordar las independencias, sino más bien para fomentar la unidad que indiscutiblemente formamos como resultado de aquella descabellada aventura del genovés don Cristóbal Colón y el grupo de arriesgados hombres que le acompañaron, quienes pretendían llegar a la India por el occidente, sin saber que en medio se encontraba un nuevo continente, de ahí la expresión, "el encuentro de dos mundos".

Que hubo resistencia, es cierto, pero no más que aquella que se ciega al cambio porque ignora su benevolencia; que hubo mestizaje, también lo es, y al mirarnos las caras ahora, somos nosotros mismos la certeza de esto, pues, ¿qué somos?, un pueblo mestizo. Pues al final no quedó mayor remedio que ceder cada uno para poder encontrarse en la constitución de una misma población, con las diferencias naturales de cada cual, pues, por ejemplo, no podemos comparar el carácter bélico de tribus como los Caribes en nuestra costa venezolana con la tranquilidad y mansedumbre de los Taínos del actual Puerto Rico y República Dominicana. En cada zona fue distinto el proceso, pero en todas ellas venció el signo de la Cruz gloriosa de Cristo.

Pero, hablar de hispanidad es reconocer también que con la llegada de los españoles a estas tierras vinieron con ellos no solo epidemias y enfermedades que diezmaron la población, sino también las Iglesias, para dar culto al Dios verdadero, las escuelas y universidades, para enseñar las ciencias y las artes a todos, los hospitales, para sanar las enfermedades con la medicina del momento, los orfanatos y asilos, para atender las necesidades de los más pobres... en fin, una “civilización” aportando a otra “civilización” lo mejor que podía ofrecer. En aquel momento no había mejores ni peores, sino pensamientos, costumbres e idiosincrasias distintas que se encontraron y caminaron juntas hasta nuestros días.

Finalmente, no podemos olvidarnos que, junto a este Día de la Hispanidad, recordamos también a nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, que es la única aparición de la Santísima Virgen María antes de ser Asunta a los cielos en cuerpo y alma, pues como lo narra la tradición, se apareció al apóstol Santiago para darle fuerzas en su misión evangelizadora en las tierras de la Hispania romana. Y así es, María es una madre bondadosa que se preocupa por sus hijos y de igual forma como salió presurosa a ayudar a su prima Isabel, lo hace también corriendo detrás de nosotros para sostenernos con su omnipotencia suplicante.

María es la madre de la Hispanidad, es el orgullo de nuestra raza, a ella le pedimos de manera especial por tantos hermanos venezolanos que están saliendo del país en busca de mejores condiciones de vida para ellos y los suyos. María, Consuelo para los migrantes, interceda por los hispanos en su día.

P.A

García

miércoles, 11 de octubre de 2023

¿Por qué negar el otro es morir?

Ensayo argumentativo a la luz de los capítulos 2, 3, 4 y 11 del Génesis

Introducción

        El presente ensayo argumentativo intitulado ¿Por qué negar al otro es morir? se basará en las reflexiones propuestas por André Wénin, autor de la obra “El hombre bíblico. Interpretaciones del Antiguo Testamento”, traducción de Ana Pinedo, Ediciones Mensajero (2007), páginas de la 43 a la 55, donde se dialogará con el texto bíblico con las interrogantes propias de un buen lector, en la búsqueda de un compromiso que autentique la lectio divina. En esta lectura de los capítulos 2, 3, 4 y 11 del Génesis veremos cómo desde temprano la historia de la salvación del género humano ha pasado por la alternativa de elegir entre el bien y el mal; en este sentido conoceremos tres elecciones equivocadas en el pecado de Adán y Eva, el homicidio de Caín y la torre de Babel, donde analizaremos la pregunta inicial que da título a este ensayo.

Cuerpo

1.    El pecado de Adán y Eva (Gn 2-3)

Wénin inicia su discurso precisando lo que él llama la “autonomía moral”, la pretensión de Adán y Eva luego de ser engañados por la serpiente, que consiste en hacerse de la “facultad de decidir uno por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo”, estando esto en evidente contradicción con Dios, que es el Creador y de quien se espera el conocimiento absoluto. Pero, según el autor, esta interpretación de un Dios envidioso o celoso con el conocimiento, es la interpretación que hace la serpiente, precisamente para engañar, pues al obviar el mandato de Dios y su apertura a que Adán y Eva pudieran comer de todos los árboles del jardín, se centra solo en la prohibición mencionada por el Creador luego de ofrecer la casi totalidad de árboles para el consumo humano, para, de esta manera, negar el don de Dios.

El texto de Wénin, en su novedosa interpretación, nos ayuda a comprender desde otra perspectiva cuál es el verdadero límite que el Señor pone al hombre, y es el de no pretender quererlo todo para sí, es decir, el egoísmo y el cierre a toda posible relación, pues esto acarrea la muerte, y evidentemente, el hombre tenía todos los árboles del jardín, menos el árbol de bien y del mal.

El límite fue tan necesario, que solo a partir del conocimiento del otro, Adán y Eva fueron conscientes de que juntos podían ser una sola carne, pero solos estaban incompletos y por ende necesitados de relacionarse entre sí y también con el Creador.

El engaño de la serpiente, el autor lo tiene claro, fue tergiversar el límite de su sentido positivo a uno negativo, que dejaba en evidencia el anhelo de los hombres por conseguirlo todo para sí, creyendo que la prohibición divina era el impedimento de una vida plena. Y, una vez consumido el fruto prohibido, el hombre pierde la gracia cuya consecuencia más evidente es una triple violencia: en primer lugar, con los animales creados, en segundo lugar, con la mujer a la que empieza a dominar, y en tercer lugar contra la tierra de la que deberá obtener con esfuerzo su alimento.

Ahora bien, ¿dónde está el pecado? se pregunta Wénin, y logra precisar una respuesta al aseverar que la falta radica en creerle a Satanás, el padre de la mentira, y con ello pensar que el Creador solo desea ser superior y mantener su dominio sobre sus creaturas. La equivocación que da muerte a la vida es la de creer que lo merece todo sin posibilidad de límites y de compartir. En resumen, el pecado original es negar a Dios y su bondad, cuya consecuencia es la muerte; Adán y Eva pecaron cuando dijeron no a Yahvé. Pero no todo está perdido, hay aún posibilidades de vivir felices, y esto es con la “aceptación gozosa de la finitud y de la diferencia como oportunidad de relación, el rechazo al egoísmo, el agradecimiento y el compartir”, concluye afirmando Wénin.

2.    El fratricidio de Caín contra Abel (Gn 4, 1-16)

La primera pareja de hermanos en el Génesis conforma una complementariedad fundada en el mismo mandato divino de labrar la tierra (Caín) y dominar a los animales (Abel), ambos hermanos, el primogénito como agricultor y el menor como pastor, harán posible el intercambio propio de las diferencias. Para Wénin esta armonía fraternal llega a su fin “cuando ofrecen al Señor los frutos de su trabajo”, pues en el misterio de la elección de Dios, “Abel es aceptado y Caín no”. La “injusticia” sufrida por el primogénito es tal y tan trascendente que, para Wénin, toda la humanidad se ve en él identificada, pues “todos tenemos nuestro Abel que suscita en nosotros sentimientos de envidia”.

Efectivamente “Dios hiere y venda la herida”, y esto lo evidenciamos en su diálogo con Caín, quien lleno de amargura escucha el remedio propuesto por el Señor, y este es “hacer el bien”, y aún mejor, Dios deja claro que Caín está en la capacidad de dominar esa violencia producto de la envidia. Esto se lee mejor en la cita textual que Wénin hace de P. Beauchamp, “llegar a ser pastor de su propia animalidad…”.

Wénin apunta su propio “antídoto” para los sentimientos de envidia, y este consiste en “aprender a alegrarse de la dicha de los otros”, pues ciertamente la envidia puede ser definida como el sufrimiento de unos al reconocer el bien en los otros, tal cual lo experimentado por Caín, que fue rechazado por Dios.

La interrogante final en este apartado se encamina en dar respuesta a la cuestión de la negación del otro, del hermano. Wénin opina que es la maldición misma el fruto de la muerte de Abel en manos de Caín, pues según el sentido bíblico es maldito aquel que lleva consigo signos de muerte o la muerte misma, y es el caso del primogénito de Adán y Eva. Podríamos decir, siguiendo la línea del autor que, al morir Abel, murió también Caín, pues, efectivamente, la negación del otro es morir.

La esperanza conclusiva del primer fratricidio de la historia bíblica es que, a partir de la “injusticia” del rechazo y la elección del otro, estamos invitados a no sentir que ese otro es un rival, sino una auténtica oportunidad de enriquecimiento mutuo, pues cada uno aporta al otro lo que a este le hace falta, como Caín, que cultivaba la tierra, y Abel, que pastoreaba rebaños, ambos, como lo menciona Wénin, eran el dúo complementario.

3.    La torre de Babel (Gn 11, 1-9)

La violencia imperó de tal manera en el mundo creado por Dios, que este no tuvo otra alternativa que eliminarlo, destruirlo por completo, a excepción de Noé y su familia, para, a partir de ellos, comenzar una nueva creación, sin embargo, el Señor se arrepintió de tal decisión y por eso prometió no volver a amenazar a la Tierra con una destrucción como esa, pues él ama la vida y es un Dios de oportunidades. Pero no olvidemos, la violencia después de la muerte de Abel, fue el detonante de la autodestrucción de los hombres, podríamos decir, siguiendo la lectura y análisis del texto de André Wénin.

El autor deja a un lado la clásica interpretación de este episodio bíblico y va más allá de creer que la torre de Babel se trata de la “competencia entre el ser humano y un dios envidioso de su fuerza y de su posición”. La cuestión es entendida por Wénin teniendo como antecedente la dispersión y diversificación de los tres hijos de Noé, cada uno distinto y original, irrepetible y distinguible, lo que, en opinión de Balmary, es bueno, es correcto así.

El centro de la equivocación de aquellos hombres era pretender uniformar (dar una única forma) a toda la humanidad, pues su proyecto en común, asevera Wénin, consistía en la eliminación de toda diversidad, yendo de frente en contra de la misma creación de Dios, que la hizo diversa, distinta y capaz de vivir en armonía. Se podría decir que el pecado de la construcción de la torre de Babel fue la negación de la “alteridad” creada por Dios, es decir, negar a Dios, pretender superar los límites y negar al otro, al prójimo, al próximo.

Hay una palabra clave que Wénin introduce en su explicación, y esta es “dictadura”. El autor es del pensar que una voluntad común, tal y como se presenta en el contexto bíblico que analizamos, estaba orientada a una “dictadura a la que nada es imposible”, y por eso Dios les confunde, porque él conoce que es mejor la diversidad, pues en esto consiste la misma libertad y vida de los seres humanos, en reconocerse diferente, como diría el beato Carlo Acutis, “ser originales y no fotocopias”.

Wénin no finaliza su discurso sin dejar claro que Dios en realidad opta por la unidad de los hombres, pero no en el sentido que hemos visto, de la uniformidad dictatorial, sino como sucedió en Pentecostés, y recordando aquel pasaje de los Hechos de los Apóstoles, el autor explica cómo cada uno de los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, “hablaban su propia lengua y otros le comprenden”; allí está el milagro de la diversidad, el milagro del lenguaje del amor, que es entendible para todos.

Podríamos finalizar comprendiendo que la catolicidad de nuestra Iglesia es signo mismo de esta diversidad que Dios bendice, pues formamos parte de una institución divina conformada también por hombres y mujeres de diversas nacionalidades, costumbres y culturas, de diversas maneras de concebir el mundo, pero con un mismo fin, la salvación, que no hace distingos de ninguna índole.

En este último ejemplo bíblico, en la pretensión fallida de la torre que alcanza el cielo, el desorden humano fue enfocarse en una “uniformidad” aplastante, asfixiante, excluyente y condenadora al silencio, como bien lo resume Wénin, una uniformidad que “hace morir”, porque efectivamente, negar la diversidad, negar al otro es morir, es destruir la obra de la creación de nuestro Dios.

Conclusión

        Como lo enunciamos en la introducción, las tres elecciones equivocadas de la humanidad, caracterizadas por los relatos del Génesis en el pecado de Adán y Eva (Gn 2-3), el fratricidio de Caín contra Abel (Gn 4, 1-16) y la torre de Babel (Gn 11, 1-9), son claramente presentadas por André Wénin como las opciones que, negando rotundamente al otro, rechazando la alteridad, trajeron como consecuencia la muerte, la negación de la vida pensada por Dios en la libertad de sus hijos.

         Ya en el cuerpo de este ensayo se ha dejado por escrito que Dios no se opone a la unidad, sino más bien la promueve, pero una unidad en la diversidad, y para esto nos puede ayudar mucho la oración de Jesús en Jn 17, 21, cuando el Señor pide por los suyos y clama al Padre celestial ut unum sint, para que todos sean uno, “en la diversidad”, como el Padre y el Hijo, que, aun siendo distintos, son el mismo Dios en la unidad del Espíritu Santo.

P.A

García

miércoles, 4 de octubre de 2023

La Teología de la Política y del Trabajo

Ensayo reflexivo

Análisis del capítulo III de la obra “Especificidad de la democracia cristiana” (2002) del Dr. Rafael Caldera, desde la perspectiva de la Antropología Teológica aplicada a la política y el trabajo

Dr. Rafael Caldera Rodríguez

Introducción metodológica

El presente ensayo reflexivo justifica su desarrollo dentro de la opción “c” de la evaluación final (35%) de la asignatura Antropología Teológica, Creación, Gracia y Salvación, de la Diplomatura en Teología de la Pontificia Universidad Católica del Perú, impartida por el profesor Juan Miguel Espinoza Portocarrero, en la que posibilita orientar el trabajo bajo la siguiente premisa: “Me interesa analizar algún problema social, político, cultural o religioso, o quizás una película, un documental, una pieza de arte o una obra literaria, empleando el material del curso”. Es así como el presente ensayo sostendrá un discurso analítico y crítico de una postura política comparada y enriquecida con los fundamentos de la Antropología Teológica vistos en las clases virtuales.

Datos del autor y de la obra

El Dr. Rafael Caldera Rodríguez (1916-2009) fue un político venezolano formado en su juventud en la Acción Católica, siendo en dos ocasiones presidente de la República de Venezuela[1], destacándose en su praxis por una profunda fe, considerándosele como la figura modelo del “político católico”, aunque sabemos que no existe propiamente una “política de índole católica”. En 1972 publicó su libro “Especificidad de la democracia cristiana”, siendo este el producto de las notas de clase para cursos dictados en el IFEDEC (Instituto de Formación Demócrata Cristiana) en la ciudad de Caracas, con la intención de formar y aclarar el pensamiento de los dirigentes más jóvenes de los diversos países de Latinoamérica[2]. La edición que utilizamos para este ensayo corresponde al año 2002.

Análisis del capítulo III “El elemento cristiano”

La Antropología Teológica encamina al pensamiento humano en la propia autocomprensión como ser creado por Dios y con el fin objetivo en su Creador, como lo plantea la visión judeocristiana del creacionismo, aunque -sabemos- esta idea no solo es bíblica, sino que nace de la misma experiencia humana, pues comprendemos que nadie puede ser la causa de su propia existencia[3], pero esta antropología también abarca la vida concreta, personal y social de los hombres, partiendo del mensaje integral de Cristo[4], y será en este aspecto social -de la política y el trabajo- donde nos enfocaremos con mayor profundidad.

El hombre posee una vocación social, a la política y al trabajo, la misma que le invita a participar en las realidades temporales de este mundo, dentro de las que se encuentra la sociedad, la política y la economía[5], y siguiendo el consejo evangélico, los creyentes en Jesús saben que son la sal de la tierra y la luz del mundo (Cf. Mt 5, 13-14), es decir, son capaces de aportar un sabor distinto al mundo, el sabor de Dios. Allí donde se pare un cristiano ha de percibirse la presencia del mismo Cristo y, por ende, todo lo que hagamos o dejemos de hacer estará orientado a testimoniar nuestra identidad cristiana. No existe la política cristiana, pero sí cristianos políticos.

El capítulo III, intitulado “El elemento cristiano”, de la obra “Especificidad de la democracia cristiana”, logra sentar las bases antropológicas del hombre, desde la perspectiva sociopolítica del autor, teniendo como principal modelo la persona de Jesucristo, el hijo de Dios, e inicia su paso en defensa del modelo cristiano, afirmando que “el problema social es, ante todo, un problema moral[6]”, pues, ciertamente la política “no es un simple arte de conveniencias sino un mantenimiento de actitudes, un ejercicio de comportamientos que, como todo lo relativo a la conducta del hombre, están sujetos al orden ético…”[7]. Notamos cómo la política tiene un primer acercamiento a la fe a través de los aspectos éticos y morales, pero no se limitará solo a esto, como lo veremos más adelante.

La Iglesia, por su parte, comprende que la política mira al bien común, y aporta en los medios y en la ética de las relaciones sociales del género humano en su relación con la creación de Dios, por lo tanto, es de interés eclesial, pues puede entenderse a la política como una forma de dar culto al Dios único, desacralizando y a su vez consagrando el mundo a él[8], donde todo se orienta a la justa armonía de un mundo creado bueno por Dios. La participación de los cristianos en la política se anima en la comprensión de una teología política que “subraya el carácter público del mensaje cristiano”[9], que lo hace presente en todos los escenarios de la contemporaneidad, según el mismo querer de Jesús (Cf. Mt 28, 19).

Para Caldera la filosofía cristiana, en los ámbitos de la política y el bienestar social, contribuye con un elemento de suma importancia, y esta es la afirmación de lo espiritual, pues, “la nuestra es una concepción que no se agota en lo material, y que ve en lo espiritual, un principio positivo de superación, la aspiración del hombre a un destino mejor[10]”, y sobre este eje va la predicación de la Iglesia, la que no se cansará nunca de anunciar el Reino de Dios, que no es solo bien material, sino un reino de justicia y paz para todos (Cf. Rom 14, 17), donde lo transcendente importa tanto como lo temporal, pues “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios” (Mt 4, 4).

El autor tiene claro que la política posee un “fondo ético”, pues se hace necesario una “subordinación de la conducta política a las normas éticas”, ya que, el hombre como fin objetivo de la acción política, ha de saberse invitado a desarrollar su ideal político en “subordinación a las normas morales que rigen la conducta de los hombres”, esto es, en el caso de la democracia cristiana, los ideales del Evangelio de Jesucristo[11], pero aclarando que la acción política, cuyo centro han de ser los hombres y en particular los pobres, no es para la Iglesia una opción cultural, sociológica, política o filosófica, sino que en realidad es una “categoría teológica”[12], es decir, la Iglesia trabaja por los pobres porque son los elegidos de Dios (Cf. Lc 1, 52-53).

Existen otros tres aspectos constituyentes de una antropología teológica y política que desarrolla el capítulo III de la mencionada obra, y estos son, en primer lugar, la dignidad de la persona humana, seguido de la primacía del bien común, y la perfectibilidad de la sociedad civil. Veámoslos brevemente.

La concepción antropológica del hombre para la democracia cristiana se centra en la siguiente idea cardinal de la dignidad de la persona humana: “(…) el hombre es un valor fundamental, considerado, no como individuo, sino como persona; no como número, con señorío aislado y excluyente en torno a determinados intereses, sino como sujeto cuya substancia lo distingue de los otros animales y le da una calificación especial dentro del conjunto de los seres creados, la cual reside en la racionalidad y en la libertad”[13], esta libertad no será para la “autoafirmación egocéntrica, sino para el ejercicio del amor servicial”[14], como Cristo, que “no vino a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28). El hombre es, pues, un ser libre y racional, libre para trabajar y racional para hacer política.

Qué importante es reconocer que el llamado “gobierno del pueblo” o democracia no puede estar por encima de la libertad del hombre como individuo y como ser creado por Dios con todas las posibilidades de desarrollarse. Bien sabemos que no siempre lo que el pueblo dicte será lo correcto, pues, como lo recordaba Benedicto XVI “la verdad no la determina el voto de la mayoría”[15], pensemos, por ejemplo, en la decisión injusta que tomó Poncio Pilato con respecto a Jesús, animado por los gritos de la multitud (Cf. Lc 23, 23-25).

La primacía del bien común pretende encarnar la propia idea de la dignidad de la persona humana, entendiéndose por bien común: “no el simple beneficio mayoritario, numérico, de la población, sino del conjunto más armónico posible, de manera que la población pueda disfrutar, a través de normas de justicia, de los beneficios que el orden social asegura, para que cada uno pueda cumplir sus propios fines de manera satisfactoria”[16], esta dignidad radica en que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Cf. Gn 1, 26), y por esto aspira a la perfección de su persona, la cual se conforma de cuerpo y alma.

El hombre es, pues, según su vocación social y política, un ser en relación con los demás, en donde la “vulnerabilidad” es entendida como base para construir esas relaciones que exige la política. Esta vulnerabilidad es, según James Keenan, una “dimensión ontológica del ser humano[17]” que facilita las relaciones de unos con otros. Podríamos pensar las relaciones entre los que tienen el poder político y los menos favorecidos, los pobres, donde los primeros han de “resultar heridos”, al ser capaces de comprender que comparten la responsabilidad con la vida de los segundos, lo que no comprendió Caín, cegado por la soberbia (Cf. Gn 4, 9). El sentirnos vulnerables nos capacita para trabajar por nosotros y por los demás.

La teología del trabajo

La perfectibilidad de la sociedad civil es entendida por Caldera en el sentido bíblico del Génesis 1, 28, cuando Dios encarga a los hombres gobernar (trabajar) la tierra, y en este sentido, “el hombre y la sociedad -integrada por hombres- tienen en última instancia capacidad de decidir sobre su propio destino, de actuar y transformar las circunstancias y las realidades[18]”, pero no bajo cualquier criterio, sino inspirados en la moral y ética del cristianismo, es decir, teniendo una visión cristiana del trabajo santificado[19], y la política, en este sentido, ha de trabajar en diálogo con la economía, colocándose definitivamente al servicio de la vida humana[20], para lograr esa perfectibilidad de la sociedad civil, que no es una ilusión utópica, sino que es posible con la implementación de las políticas correctas.

En el desarrollo de “El elemento cristiano”, Caldera plantea la valía esencial del trabajo, lo que para él constituye un valor fundamental de la sociedad. El autor es consciente de que, a diferencia de otros credos religiosos, en cuyos fundadores se encontraron grandes personajes de noble procedencia, en el caso del cristianismo se ve un origen más humilde, pues “tuvo su fundador en un obrero, un trabajador manual[21]”, Jesús de Nazaret, quien era considerado el hijo de un carpintero (Mc 6, 3), pero la gran diferencia con los demás es que este personaje no es solo intermediario entre Dios y los hombres, sino que es Dios mismo. En este sentido, la figura de Jesucristo no ha de politizarse, pues su persona no puede parcializarse o ideologizarse. No fue Jesús ningún político o líder revolucionario, sino el Señor de la Historia[22], que enseñó con el ejemplo.

Sin embargo, este reconocimiento del trabajo como valor fundamental del hombre cristiano y de todos los credos, siendo uno de los elementos históricos más importantes del cristianismo, se excluye y deforma a través de los tiempos[23]. Es en este espacio donde la Antropología Teológica hace su aporte en la correcta comprensión y aplicación del mandato de Dios a Adán y Eva de dominar la tierra, al respecto comprendemos que este dominio humano debe existir dentro del dominio de Dios, orientándose al cuidado de la creación y su sano desarrollo, participando del poder divino en servicio de la creación, no solo como dominio interesado[24].

Conclusión

Como se ha visto, la concepción del hombre para la democracia cristiana se podría resumir en la esencia de un ser superior a las demás obras de la creación de Dios con la capacidad de participar en esa creación a través del trabajo, sin embargo, aunque esta visión social y política no se aleja mucho del ideal de la fe, es cierto que le falta una mayor comprensión del fin ultimo del hombre, que es la salvación, en este sentido, la salvación ha de ser entendida como gracia de Dios y no basada solo en “preceptos morales, sino en acontecimientos que comprometen a las personas”[25], es decir, en el trabajo por esa salvación, pues “creer en la salvación de Dios no es cruzarse de brazos a esperar una recompensa después de la muerte, sino exige que cada persona asuma su responsabilidad en el cosmos y la humanidad”[26], es decir, cada uno desde su labor cotidiana, contribuye a la edificación del Reino que es la Iglesia, la que a su vez es sacramento universal de salvación.

Así, pues, el trabajo es mandato divino, como lo recordó san Pablo con su vida y sus escritos a los cristianos de Tesalónica, cuando claramente les expresó que “el que no quiera trabajar que tampoco coma” (2 Tes 3, 10), pues Dios mismo había ordenado desde antiguo que seis días habrían de dedicarse al trabajo, y el séptimo sería para el descanso (Cf. Ex 20, 9), por eso, podríamos concluir que la Biblia registra la vida de un pueblo trabajador, y que la ministerio de Cristo y su llamado a los apóstoles se llevó a cabo en medio de sus trabajos, pues “dejando las redes le siguieron” (Mc 1, 18)[27].

Finalmente, veamos en el cambio de actitud de aquel hijo que primero dijo que no iría a trabajar, pero que después se arrepintió y fue (Mt 21, 29), el modelo a seguir en nuestro propio ideal cristiano, pues solo si somos conscientes de la dignidad del trabajo humano, seremos capaces de consagrarnos al servicio político y social de los hermanos que necesitan del pan material y del espiritual.

El trabajo de Dios y de su hijo Jesucristo no ha acabado, es constante (Cf. Jn 5, 18) y, aunque el Creador haya descansado en el séptimo día (Gn 2, 2-3), nunca ha dejado de obrar en el mundo y Jesús completa en su persona y en sus seguidores la obra de Dios, por lo que todo aquel que haga política y trabaje por el prójimo vive y encarna los mismos sentimientos de Cristo (Cf. Flp 2, 5), que busca la salvación de los hombres, y en cuya tarea ha querido involucrar a los mismos hombres, pero no porque necesite de nuestra ayuda, sino que así lo dispuso para mayor gloria de la Iglesia, su esposa[28], a la que le basta su gracia (Cf. 2 Cor 12, 9), sin la cual el hombre es “incapaz de alcanzar el fin divino al que está llamado y orientado por Dios”[29], la salvación, que “se manifiesta en la materialidad de nuestro mundo y es experimentada por nuestros cuerpos, pues después de todo el ser humano es uno en cuerpo y espíritu”[30].

En síntesis, el capítulo III “El elemento cristiano” de la obra “Especificidad de la democracia cristiana” abre un interesante debate sobre la concepción que tiene el hombre sobre su responsabilidad política y vocación al trabajo como identificación con Jesucristo, obrero y Señor. El cristiano ha de conocerse llamado por Dios a hacer política y democracia con los ideales cristianos, sin ideologizar la fe, sabiendo que es bueno trabajar por el bien común y “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21).

P.A

García



[1] Cf. La Enciclopedia, (2004), volumen 3, Salvat Editores, Madrid, España, p. 2356

[2] Caldera, R., (2002), “Especificidad de la democracia cristiana”, p. 6. (Nota del autor para la quinta edición castellana).

[3] Guía de estudio Nº 1, p. 1

[4] Cf. Documento de Puebla, Nº 517

[5] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 898-899

[6] Caldera, R., op. cit. p. 49

[7] Ídem

[8] Constitución Dogmática Lumen Gentium, Nº. 34. Documento de Puebla, Nº 521

[9] Gutiérrez, G., (1980), La fuerza histórica de los pobres, Centro de Estudios y Publicaciones, Lima, Perú, p. 332

[10] Caldera, R., op. cit. p. 51

[11] Ídem

[12] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, Nº 198

[13] Caldera, R., op. cit. p. 52

[14] Ruiz, J. (1993) Creación, gracia y salvación, Editorial Sal Terrae, Bilbao, España, pp. 44-75. Guía de estudio Nº 2, P. 1

[16] Caldera R., op. cit. p. 53

[17] Guía de estudio Nº 2, p. 3

[18] Caldera R., op. cit. p. 54

[19] Cf. Documento de Puebla, Nº 956

[20]Carta Encíclica Laudato Si´, Nº 189

[21] Caldera R., op. cit. p. 57

[22] Cf. Documento de Puebla, Nº 178

[23] Cf. Caldera, R., op. cit. p. 58

[24] Cf. Guía de estudio Nº 1, p. 4

[25] Maldamé, J. (2014) El pecado original. Fe cristiana, mito y metafísica. Editorial Sanesteban p. 152

[26] Guía de Estudio Nº 1, p. 8

[27] Cf. Diccionario ilustrado de la Biblia (1974) Editorial Caribe, Barcelona, España, p. 668

[28] Haring, B., (1968), El mensaje cristiano y la hora presente, Editorial Herder, Barcelona, España, p. 530

[29] Guía de estudio Nº 4, p. 3

[30] Ibidem, p. 6