“POBRES TENDRÉIS SIEMPRE CON VOSOTROS Y PODRÉIS
HACERLES BIEN CUANDO QUERÁIS”
INTRODUCCIÓN:
El relato de la unción en Betania (Mc 14,1-9) nos sitúa en el
umbral de la pasión, en un ambiente de creciente tensión y misterio. En medio
de esta escena íntima y profética, resuena una afirmación desconcertante de
Jesús: “A los pobres siempre los tendrán con ustedes” (v. 7). Estas palabras,
lejos de ser un simple comentario incidental, pueden provocar un profundo
debate teológico y pastoral, que es a lo que apunta esta exégesis. ¿Qué quiso
decir realmente el Señor con esta declaración? ¿Por qué, en un momento tan
solemne, parece relativizar la atención a los pobres, siendo él mismo el Mesías
amigo de los pobres?[1]
Esta expresión, tomada fuera de contexto, podría parecer una
resignación al orden injusto del mundo o una desvalorización del compromiso con
los necesitados. Sin embargo, al insertarla dentro del drama que se despliega
en la casa de Simón el leproso y a la luz del conjunto del Evangelio de Marcos,
se revela como una enseñanza densa y provocadora sobre la identidad de Jesús,
la urgencia de su pasión y la verdadera naturaleza del discipulado. Lejos de
resignarse ante la realidad de la pobreza, Jesús reafirma —como lo ha hecho a
lo largo de su ministerio— el amor y la atención a los pobres como un deber
permanente del creyente. Así lo confirma su propia afirmación: “a ellos podrán
hacerles bien siempre que lo deseen” (v. 7), subrayando que el gesto hacia su
persona no excluye la caridad, sino que la enmarca en el misterio de su entrega
redentora.
Se propone, entonces, abordar Mc 14,1-9 no sólo como un relato de
devoción personal, sino como un texto profético en el que se entrelazan el
anuncio del Reino, el escándalo de la cruz y la permanente presencia de los
pobres en la historia humana, aunque no en el Reino venidero, donde “no habrá
ya pobreza ni dolor”[2].
Jesús, como verdadero profeta, no evade la realidad de la pobreza; al
contrario, la sitúa en el horizonte pascual, donde el gesto de amor hacia su
persona anticipa el misterio de su entrega y adquiere un carácter profundamente
sacramental. Así, la frase “a los pobres siempre los tendrán con ustedes” no
implica un debilitamiento del compromiso con ellos, sino una reformulación
desde la centralidad de la cruz y la urgencia de su pasión. Es una llamada
profética que interpela constantemente al discipulado y que la Iglesia ha
sabido acoger, especialmente a través de la opción preferencial por los pobres
como expresión concreta del seguimiento de Cristo.
PROFUNDIZACIÓN:
El texto elegido Mc 14,1-9 en griego koiné[3]
y castellano:
1 Ἦν εἰμί δὲ τὸ πάσχα καὶ τὰ ἄζυμα
μετὰ δύο ἡμέρας, καὶ ἐζήτουν οἱ ἀρχιερεῖς καὶ οἱ γραμματεῖς πῶς αὐτὸν ἐν δόλῳ
κρατήσαντες ἀποκτείνωσιν·
Faltaban dos días para la Pascua y
los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con
engaño y matarlo.
2 ἔλεγον λέγω γάρ· μὴ ἐν τῇ ἑορτῇ,
μήποτε ἔσται θόρυβος τοῦ λαοῦ.
Pero comentaban: «Durante la
fiesta no, no sea que haya una algarada entre la gente.»
3 Καὶ ὄντος αὐτοῦ ἐν Βηθανίᾳ ἐν τῇ
οἰκίᾳ Σίμωνος τοῦ λεπροῦ, κατακειμένου αὐτοῦ ἦλθεν γυνὴ ἔχουσα ἀλάβαστρον μύρου
νάρδου πιστικῆς πολυτελοῦς· συντρίψασα τὸν ἀλάβαστρον κατέχεεν αὐτοῦ τῆς κεφαλῆς.
Estando Jesús en Betania, en casa
de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de
alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo
derramó sobre su cabeza.
4 ησαν δε τινες αγανακτουντες προς
εαυτους και λεγοντες εις τι η απωλεια αυτη του µυρου γεγονεν
Algunos de los presentes
comentaban entre sí indignados: «¿Para qué este despilfarro de perfume?
5 ηδυνατο γαρ τουτο πραθηναι επανω
τριακοσιων δηναριων και δοθηναι τοις πτωχοις
και ενεβριµωντο αυτη
Se podía haber vendido este
perfume por más de trescientos denarios y habérselos dado a los pobres.»
Y refunfuñaban contra ella.
6 ο δε ιησους ειπεν αφετε αυτην τι
αυτη κοπους παρεχετε καλον εργον ειργασατο εν εµοι
Mas Jesús dijo: «Dejadla. ¿Por qué
la molestáis, si ha hecho una buena obra conmigo?
7 παντοτε γαρ τους πτωχους
εχετε µεθ εαυτων και οταν θελητε δυνασθε αυτους ευ ποιησαι εµε δε ου παντοτε
εχετε
Porque pobres tendréis
siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis, pero a mí no me
tendréis siempre.
8 ο εσχεν αυτη εποιησεν προελαβεν
µυρισαι µου το σωµα εις τον ενταφιασµον
Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado
a embalsamar mi cuerpo para el entierro.
9 αµην λεγω υµιν οπου εαν κηρυχθη
το ευαγγελιον τουτο εις ολον τον κοσµον και ο εποιησεν αυτη λαληθησεται εις
µνηµοσυνον αυτης.
Yo os aseguro que dondequiera que
se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que
ésta ha hecho, para que su recuerdo perdure.»
Ubicación del texto (14,1-9) en el contexto del
evangelio de Marcos
El evangelio de Marcos presenta un relato cargado de tensiones,
paradojas y giros inesperados que desafían la comprensión del lector y
transforman su visión del mundo. En él, Jesús emerge como una figura
sorprendente en medio de conflictos morales, políticos y espirituales. Lejos de
ofrecer respuestas fáciles, Marcos narra con intención pedagógica y
transformadora, usando recursos narrativos para invitar al lector a cuestionar
sus expectativas y abrirse al Reino de Dios[4].
En este sentido, la narración inicial de la Pasión comienza con el complot de
los adversarios de Jesús para darle muerte, seguido por la disposición de Judas
Iscariote a entregarlo. Dentro de esta sección tradicional, Marcos ha
introducido el episodio de la unción en Betania (Mc 14,3-9)[5].
Así, la ubicación del relato de la unción en Betania dentro del
marco de la pasión no es casual: actúa como un contraste significativo frente a
la traición y la violencia inminentes, anticipando simbólicamente la muerte de
Jesús y revelando, a través del gesto de la mujer, una comprensión profunda de
su identidad y destino, a la par de la incitación de Jesús de hacer el bien a
los necesitados.
Autor y fecha del evangelio de Marcos
Existen
algunos testimonios antiguos, aunque escasos y tardíos, provenientes de los
padres de la Iglesia que hablan de Marcos como personaje histórico. El primero
en mencionarlo es Papías, obispo de Hierápolis, hacia el año 140, es decir,
unos 80 años después de la posible redacción del evangelio. Papías lo describe
como “intérprete de Pedro”, recopilador de relatos sobre Jesús, aunque
aparentemente sin un orden estructurado, lo que le lleva a considerar su obra
como una colección algo desordenada. A pesar de su juicio crítico, resulta
significativo que lo relacione directamente con Pedro y lo ubique en Roma. Más
adelante, san Ireneo también afirma que Marcos escribió su evangelio en Roma,
basándose en las enseñanzas de Pedro, pero después de la muerte del apóstol. A
partir de estos y otros indicios, se deduce que el evangelio de Marcos fue
compuesto en Roma, probablemente en torno al año 64-70, en el contexto
posterior al martirio de Pedro[6].
Entonces, se puede identificar en Marcos a un catequista cristiano
que recoge y redacta la tradición sobre Jesús para responder a las necesidades
de comunidades cristianas primitivas de Roma. Estas comunidades atravesaban una
crisis de fe al confesar a Jesús como Mesías e Hijo de Dios, pero sin
experimentar su poder en la historia concreta, marcada por la violencia del
Imperio y el culto al emperador. Marcos escribe para corregir una visión
triunfalista de Jesús y ayudar a los creyentes a descubrir al verdadero Jesús,
el Mesías que se revela en el sufrimiento y la cruz[7].
Justificación de la unidad literaria
La perícopa abarca los
nueve primeros versículos del capítulo catorce del Evangelio según san Marcos.
A primera vista, los versículos 1 y 2 —que sitúan la acción dos días antes de
la Pascua y presentan la intención de los sumos sacerdotes y escribas de dar
muerte a Jesús— podrían parecer desconectados del episodio en Betania (vv.
3-9). Sin embargo, el versículo 8 establece un vínculo esencial: “se ha
anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura”. Esta afirmación da
sentido y profundidad a la acción de la mujer, aparentemente extraña, y
justifica la inclusión de la introducción como parte integral de la unidad
literaria.
La tradición exegética de Mc 14,1-9 o 3-9 ha centrado su atención
principalmente en el gesto de la mujer que unge a Jesús —acto que da título al
relato—. No obstante, en el presente trabajo se pondrá especial énfasis en el
tema de los pobres y en la significativa frase pronunciada por Jesús, sin dejar
de valorar el simbolismo de la unción.
Breve visión sinóptica del relato
El relato de la unción en Betania que se lee en Marcos 14,3-9
tiene paralelos en Mateo 26,6-13 y Juan 12,1-8, lo que permite una lectura
sinóptica de estos pasajes. Por su parte, el evangelista Lucas presenta una
narración distinta en el capítulo 7,36-50 —el encuentro de Jesús con la mujer
pecadora—, aunque guarda un sentido aproximado. En todos los casos, se
mantienen como elementos centrales la figura de Jesús, la mujer y el perfume,
este último cargado de un profundo valor simbólico. Así, pese a las diferencias
narrativas y teológicas, estos relatos coinciden en resaltar el gesto
significativo de la mujer hacia Jesús.
En el Evangelio de
Marcos, el episodio de la unción interrumpe el desarrollo narrativo que une el
complot de los sumos sacerdotes (14,1-2) con la traición de Judas (14,10-11),
creando así un contraste intencionado. Tanto en Marcos como en Mateo, la mujer
unge la cabeza de Jesús, lo que puede interpretarse como un gesto simbólico que
reconoce su dignidad real. En cambio, en Juan y en la escena paralela de Lucas
(7,36-50), la unción se realiza en los pies, lo que puede sugerir una actitud
de humildad y entrega.
Ninguno de los evangelistas explicita claramente la intención de
la mujer, aunque es posible ver en su acción un gesto profético que proclama,
de forma simbólica, la realeza de Jesús. Mateo introduce una diferencia
significativa respecto a Marcos: mientras este habla de unos presentes que
critican la acción, Mateo atribuye esa reacción a los discípulos en general
(26,8), quienes la consideran un derroche que podría haberse destinado a los
pobres. Juan, por su parte, identifica al autor de la queja: Judas Iscariote.
La frase de Jesús: “a los pobres los tendréis siempre con
vosotros” aparece en los tres relatos evangélicos: Mc 14,7; Mt 26,11 y Jn 12,8.
Sin embargo, solo Marcos añade una matización significativa: “y podréis
hacerles bien cuando queráis”, subrayando la disponibilidad permanente para
ejercer la caridad, un imperativo que Jesús instituyó en su ministerio. Los tres
evangelistas coinciden en concluir el versículo con la expresión: “pero a mí no
me tendréis siempre”, destacando la singularidad del momento presente con
Jesús. Además, tanto Marcos como Juan coinciden en mencionar el valor del
perfume, estimado en 300 denarios, lo cual resalta la generosidad del gesto de
la mujer y el escándalo que provoca entre los presentes[8].
Estructura del evangelio[9]
Se puede estructurar en dos partes, de acuerdo con las dos facetas
del Evangelio respecto a la persona de Jesús: Mesías e Hijo de Dios. Las
subdivisiones son determinadas por las diversas reacciones ante esta
revelación, especialmente las de los discípulos.
• Introducción (1,1-13). Título (1,1): la promesa-evangelio se
cumple en Jesús de Nazaret, el Mesías que instaura el Reino de Dios.
• Primera parte (1,14 – 8,30): ¿Quién es Jesús? Tres tipos básicos
de respuesta ante la revelación de Jesús:
A. Jesús y los fariseos (1,14 – 3,6)
B. Jesús y el pueblo (3,7 – 6,6a)
C. Jesús y los discípulos (6,6b – 8,30)
• Segunda parte (8,31 – 16,8): ¿Cómo es Mesías? o el Misterio del
Hijo del hombre.
A. Catequesis a los discípulos sobre el modo del mesianismo
(8,31 – 10,52).
B. El juicio de Jerusalén (11-13).
C. Proclamación de la pasión, muerte y resurrección de Jesús
(14,1 – 16,8).
Un apéndice (16,9-20), añadido muy pronto a
la obra, resume algunas apariciones de Jesús resucitado y termina con el
mandato misionero universal.
La unción de Betania se enmarca en la segunda parte del Evangelio
de Marcos, dentro de lo que puede considerarse la recta final del camino de
Jesús. Ya cerca de Jerusalén —y, por tanto, del momento de su muerte—, Jesús
intensifica sus gestos y palabras, que adquieren un claro tono testamentario
para sus seguidores. Después de episodios tan impactantes como su entrada
mesiánica en Jerusalén (Mc 11,1-11), la expulsión de los vendedores del Templo
(Mc 11,15-19), y las prolongadas enseñanzas mediante parábolas y confrontaciones
con las autoridades, Jesús se encuentra en Betania. Este es un lugar que, en el
Evangelio de Marcos, parece frecuentar con normalidad.
Desde la casa de Simón el leproso, y “faltando dos días para la
Pascua”, se desarrolla el episodio que será recordado como “la unción”. Con
este gesto simbólico, Marcos da inicio a los relatos de la Pasión y
resurrección de Jesús. En el transcurso de la narración, el Señor anima a sus
discípulos a hacer siempre el bien, no solo con los pobres, sino también con
él, pues —como les advierte— “no siempre lo tendrán”.
EXÉGESIS POR VERSÍCULO
Composición literaria en cuatro secciones:
Introducción contextual (vv. 1-2)
1Faltaban dos días para la Pascua y
los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con
engaño y matarlo.
Casi desde el inicio del ministerio
público del Señor algunos escribas, príncipes de los sacerdotes, etc., buscaban
«cómo perderle» (Mc 3,6). Esta decisión se ha hecho más persistente en los
últimos días (11,18; 12,12). Ahora deciden prenderle con engaño, (v. 1) y
encuentran un aliado en Judas, que desde entonces comienza a buscar el momento
oportuno para hacerlo (v. 11)[10].
Jesús, pobre e indefenso ante los jefes
de Israel, conocía profundamente los corazones y las verdaderas intenciones de
sus adversarios, como lo expresa claramente en Mt 23,1-12. Allí, dirigiéndose a
la multitud y a sus discípulos, declara: “En la cátedra de Moisés se han
sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que ellos les digan, pero
no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra”. Esta denuncia de su
hipocresía revela la raíz del rechazo hacia Jesús: los líderes religiosos, al
sentirse desenmascarados, buscan eliminarlo, incluso recurriendo a métodos
contrarios a la misma ley que profesan. La mentira y el falso testimonio,
condenados por la Ley de Moisés, son precisamente los medios que emplean para
llevar a cabo su condena, lo que pone en evidencia la contradicción entre su
apariencia de piedad y sus acciones reales.
2 Pero comentaban: «Durante la
fiesta no, no sea que haya una algarada entre la gente.»
Durante la
Pasión de Jesús se cometen diversos atropellos legales y religiosos. Uno de los
más notorios es la reunión nocturna del Sanedrín, llevada a cabo de manera
irregular y sin validez formal, que luego intentan legitimar con una sesión
matutina. Marcos, con aguda ironía, subraya que los líderes religiosos no
evitan arrestar a Jesús por respeto a la Pascua o por reverencia al carácter
sagrado de la fiesta, sino simplemente por miedo a que el pueblo se subleve. Lo
único que frena su decisión es el temor a una revuelta popular. De hecho, si no
fuera por esa posible reacción del pueblo, no dudarían en capturarlo en plena
celebración. Así, la paradoja es estremecedora: en la fiesta que recuerda la
liberación de Israel, planean asesinar al Mesías, al auténtico liberador
enviado por Dios[11].
Como se ve, finalmente, la aparente
cautela de los líderes religiosos judíos, que buscaban evitar disturbios
durante las festividades en Jerusalén, termina siendo dejada de lado cuando
deciden condenar a Jesús. Paradójicamente, su ejecución se lleva a cabo
precisamente en los días previos a la Pascua, una de las celebraciones más
sagradas y concurridas del calendario judío. Este contraste resalta no solo la
gravedad de su decisión, sino también la tensión entre el deseo de mantener el
orden y el temor que Jesús despertaba en las autoridades. Al actuar en vísperas
de la Pascua, estos líderes revelan que su afán por eliminar a Jesús pesaba más
que cualquier precaución religiosa o política, lo que a su vez subraya el
carácter profundamente injusto y apresurado del proceso que lo condujo a la
cruz.
Primera Sección: la acción iniciadora (v.3)
3 Estando Jesús en Betania, en casa
de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de
alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo
derramó sobre su cabeza.
Betania
significa "casa de la obediencia". Pero, san Jerónimo comentando este
pasaje se pregunta: ¿cómo es que, en Betania, precisamente en la casa de la
obediencia, se encuentra la casa de Simón el leproso? ¿Qué hace el Señor en
casa de un leproso? La respuesta es clara: Jesús entra en esa casa porque ha
venido a purificar, a sanar al leproso. A Simón se le llama “leproso”, no
porque aún padezca la enfermedad, sino porque alguna vez la tuvo. Fue leproso
antes de acoger al Señor, pero una vez que Jesús entró en su casa y fue roto el
frasco de perfume, la lepra desapareció. Sin embargo, conserva su antiguo
nombre para que quede en evidencia el poder del Salvador[12].
El
elemento clave de esta escena es el gesto que una mujer realiza sobre Jesús. El
hecho de que ella entre en un ambiente de intimidad y celebración sin generar
sorpresa entre los presentes sugiere que probablemente era alguien conocida del
grupo, ya que la crítica no se dirige a su presencia, sino al aparente derroche
del perfume. Es posible, entonces, que perteneciera al grupo de mujeres
discípulas mencionadas en Marcos 15,41. Además, en Marcos 14,9 se destaca que
esta mujer queda estrechamente vinculada, de un modo sorprendente y único, a la
proclamación del Evangelio. De manera semejante, las mujeres identificadas por
Marcos tienen un papel central y reiterado en los relatos de la pasión,
sepultura y resurrección de Jesús. Sin embargo, la mujer que unge a Jesús
permanece anónima en el relato de Marcos. El versículo 9 deja una inquietud:
¿por qué Marcos no menciona su nombre, si le atribuye una acción tan
significativa? Este silencio podría tener una intención catequética: el
anonimato permite que cualquier creyente se vea reflejado en ella, como una
nueva "mirófora", es decir, portadora de perfume. Lo esencial del
relato no es su identidad, sino el gesto de amor desbordante hacia Jesús que
ella representa[13].
El
gesto de la mujer forma parte de la antigua hospitalidad oriental que honraba a
los huéspedes ilustres con agua perfumada. La delicadeza y generosidad es
interpretada por algunos como un derroche (v. 4)[14].
Segunda Sección: la objeción de los comensales (v.4)
4 Algunos de los presentes
comentaban entre sí indignados: «¿Para qué este despilfarro de perfume?
Hasta
este momento, Jesús ha dedicado su atención al cuidado del cuerpo de los demás:
sanando a poseídos, enfermos y marginados. Ahora, en un giro sorprendente, es
una mujer anónima quien se ocupa de su cuerpo. El relato no nos revela sus
motivaciones, pero su gesto es significativo. La acción se interpreta de dos
maneras opuestas: para algunos presentes es un derroche innecesario (v. 4),
mientras que para Jesús se trata de un acto simbólico y anticipatorio, propio
de un rito funerario (vv. 7-8), una "unción anticipada" de su cuerpo
para la sepultura[15].
Marcos
prefiere no mencionar los nombres de quienes se indignan ante el gesto de la
mujer que unge a Jesús; en cambio, el evangelio de Juan identifica claramente a
Judas Iscariote como el autor de esa protesta (Jn 12,4-6). Judas, encargado de
la bolsa común y administrador de los bienes destinados al sostenimiento del
ministerio de Jesús, representa una figura ambigua: por un lado, es responsable
de manejar los recursos que permitían la vida itinerante del Maestro, quien no
tenía ni siquiera “dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58); pero, por otro, su
crítica al gesto de la mujer no nace de un verdadero interés por los pobres,
sino de la codicia disfrazada de preocupación social. Juan incluso subraya que
Judas robaba de lo que se depositaba en la bolsa. Así, su reacción no solo
revela su hipocresía, sino que sirve de contraste con la entrega generosa y
gratuita de la mujer, cuyo gesto expresa una comprensión profunda del destino
de Jesús, mientras Judas representa el uso interesado y corrupto de los bienes
destinados a Dios y a los demás.
Tercera Sección: la respuesta de Jesús (vv. 5-8)
5 Se podía haber vendido este
perfume por más de trescientos denarios y habérselos dado a los pobres.» Y
refunfuñaban contra ella.
Πτωχος
(ptojós)[16]
“pobre, mendigo, mendicante[17]” designa
a quien no posee absolutamente nada y
tiene que proporcionarse mendigando lo indispensable para vivir, es decir,
designa al pobre de solemnidad, al mendigo[18];
este término griego aparece 34 veces en el Nuevo Testamento: 5 en Mt (5,3;
11,5; 19,21; 26,9 y 26,11), otras 5 en Mc (10,21; 12,42; 12,43; 14,5 y 14,7),
10 veces en Lc (4,18; 6,20; 7,22; 14,13; 14,21; 16,20; 16,22; 18,22; 19,8 y
21,3), 4 veces en Jn (12,5; 12,6; 12,8 y 13,29), 1 en Rm (15,26), 1 en 2 Co
(6,10), 2 en Ga (2,10 y 4,9), 4 en St (2,2; 2,3; 2,5 y 2,6) y 2 en Ap (3,17 y
13,16). En la Galilea de los tiempos de Jesús, la mayoría de la población era
pobre (penetes), aunque contaban con una modesta vivienda y una pequeña parcela
de tierra que les permitía sobrevivir gracias a un trabajo arduo y constante.
Sin embargo, los evangelios no se centran en estos pobres trabajadores, sino en
los indigentes (ptojós): personas sin tierras, a menudo sin hogar, que vivían
en condiciones extremas, expuestas permanentemente al hambre, la miseria y la
exclusión[19].
En
las páginas del Antiguo Testamento, más precisamente durante la conquista de
Judea por los babilonios, alrededor del 90 % de la población se encontraba en
condiciones de pobreza. Esta situación no mejoró con el regreso del exilio, ya
que la política fiscal impuesta por los persas generó nuevamente una profunda
crisis económica. En este contexto, la antigua creencia de que la prosperidad
era signo de justicia y que la pobreza era castigo por una mala conducta
comenzó a perder validez. Frente a la dura realidad, el pueblo de Israel empezó
a comprender que Dios no está del lado de los poderosos, sino que se manifiesta
cercano precisamente a los pobres. En su humildad y necesidad, ellos reconocen
su dependencia total de Dios, mientras que los ricos, con su autosuficiencia y
arrogancia, se alejan de Él al confiar únicamente en sus propias fuerzas. Así,
la pobreza dejó de verse como un castigo y comenzó a ser comprendida como un
lugar privilegiado de encuentro con el corazón de Dios[20].
La
relación de Jesús con los pobres más desamparados es profunda y directa; no
solo se preocupa por ellos, sino que se identifica con su situación,
compartiendo sus sufrimientos y su precariedad. Jesús no los contempla desde
una distancia condescendiente, sino que se hace uno de ellos, abrazando una
vida de sencillez, sin posesiones, dependiendo muchas veces de la hospitalidad
ajena. Su cercanía no es solo compasiva, sino también teológica: en su
enseñanza, los pobres ocupan un lugar central como destinatarios privilegiados
del Reino de Dios. Es más, Jesús los propone como modelo para entrar en ese
Reino, como lo muestra claramente al elogiar el gesto de la viuda pobre que, a
pesar de su extrema necesidad, entrega todo lo que tiene para vivir (Mc
12,41-44). En este acto ve una expresión de fe radical y de total confianza en
Dios, una actitud que contrasta con la autosuficiencia de los ricos y
poderosos. Para Jesús, los pobres no solo merecen ayuda, sino que encarnan las
disposiciones interiores que hacen posible la auténtica relación con Dios:
humildad, dependencia, generosidad y apertura al prójimo.
Una
cuestión debe quedar clara, la pobreza no es ni el propósito divino (Gn 1 y 2)
ni el destino del hombre (Ap 21 y 22), pues Dios Creador es rico (Sal 24) y
capaz de suplir las necesidades de sus hijos (Mt 6,33), es más, él mismo está
determinado a lograr la justicia para los pobres (Lc 1,51-53). La pobreza como
mal es resultado de la caída (Gn 3,17-19) y la Biblia recoge una multiplicidad
de factores que la producen: la explosión demográfica, la opresión de las
minorías, la opresión económica por naciones extranjeras, la explotación por
los ricos, las guerras y el hambre, la enfermedad, el mal gobierno, la
burocracia, la muerte prematura, la emigración, entre otras, como consecuencia
del pecado[21].
6 Mas Jesús dijo: «Dejadla. ¿Por
qué la molestáis, si ha hecho una buena obra conmigo?
Aunque
la gente lo ve como un derroche, para Jesús es un gesto de misericordia total
que lo involucra plenamente y crea un vínculo solidario que llega hasta la
entrega de su vida. Al anunciar su muerte, Jesús reafirma la dignidad de su
condición humilde, ofreciéndolo todo, incluso su propia vida, para la redención
de la humanidad[22].
La obra buena que Jesús reconoce en el gesto de la mujer hace referencia al
“enterrar a los muertos”, obra buena para la cultura judía, desvelando así la
consecuente vinculación entre aquella unción y su próxima muerte, además, el
Señor recibió de aquella mujer un derroche de riqueza con las que logra su
plenitud humana[23].
Jesús
conocía a fondo los corazones de quienes lo seguían de cerca, pero también de
aquellos que se mantenían a distancia. Incluso a estos últimos, al revelarles
la verdad de sus vidas e intenciones, lograba que lo reconocieran como profeta.
Este conocimiento divino de la condición humana lo llevó a acoger con total
libertad un gesto profundamente simbólico: la unción realizada por una mujer.
Lejos de rechazarlo por contradecir su estilo de vida austero y desprendido de
lujos, Jesús lo reconoce inmediatamente como una “obra buena”. En esta escena,
lo vemos aceptando con gratitud la ofrenda generosa y voluntaria de una mujer
que desea expresarle su amor y entrega total. Su aceptación no es solo una
validación del gesto, sino una verdadera manifestación de misericordia: acoge
el amor sincero sin juzgar la forma, y le da un valor eterno, elevando una
acción humana al plano de lo sagrado.
El
tesoro más valioso que posee la Iglesia es Jesús Eucaristía, entonces, todo lo
que se refiera a la adoración de la Eucaristía es por esencia una obra buena. Recuerda
el Catecismo de la Iglesia Católica que la Eucaristía implica un compromiso con
los pobres, y que, para participar verdaderamente del Cuerpo y la Sangre de
Cristo, entregados por nosotros, es necesario reconocer a Cristo en los más
necesitados, sus hermanos (Mt 25,40). Así mismo, san Juan Crisóstomo profundiza
la idea y le da practicidad: Has probado la sangre del Señor, pero no reconoces
a tu hermano. Estás despreciando esta mesa sagrada si no consideras digno de
compartir tus bienes a quien Dios ha considerado digno de sentarse contigo en
ella. Si el Señor te ha perdonado todos tus pecados e invitado a su banquete,
¿cómo es posible que tú no te vuelvas más misericordioso con los demás?[24]
7 Porque pobres tendréis siempre con
vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis, pero a mí no me tendréis
siempre.
Jesús
se presenta como alguien plenamente consciente de su destino de muerte, al que
se entrega libremente. Por eso, a pesar de las críticas de los presentes, acoge
el gesto de la mujer como una unción anticipada de su cuerpo para la sepultura.
Invita así a no oponer esta acción al cuidado de los pobres. La enseñanza que
deja a su comunidad es clara: deben honrar tanto al Señor como a los pobres,
sin separar la devoción hacia Jesús del compromiso con los más necesitados[25].
En
el cristianismo, la pobreza no se entiende solo como carencia o marginación,
sino también como un estilo de vida inspirado en los "pobres de
Yahvé" del Antiguo Testamento y proclamado por Jesús como una
bienaventuranza. San Pablo enseña que los cristianos deben usar los bienes del
mundo sin absolutizarlos, reconociendo su carácter transitorio. Esta forma de
vivir, conocida como “pobreza evangélica”, es una exigencia para todos los
creyentes[26].
La
frase “a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre” no
debe entenderse como un distanciamiento de Jesús respecto a los pobres, como si
se colocara en un nivel diferente. Por el contrario, Jesús es el pobre por
excelencia. Las Escrituras lo presentan como el Mesías humilde y necesitado:
nace en Belén en condiciones de extrema precariedad (Lc 2,7); crece en Nazaret,
identificado como el hijo de un simple carpintero, lo que genera escepticismo
sobre su autoridad (Mt 13,55); vive su ministerio público sin posesiones ni
seguridad material (Mt 8,20); y muere en la cruz completamente despojado, al
punto de que hasta sus vestiduras son repartidas entre los soldados (Mt 27,35)[27].
Desde
esta perspectiva, el perfume derramado sobre Jesús no es solo un acto dirigido
a su persona, sino que se convierte también en un gesto de consagración hacia
todos los pobres de Dios. Es un signo que revela el valor sagrado de la pobreza
asumida con libertad, como actitud interior que libera al ser humano de la
esclavitud del tener y lo dispone al amor y al servicio. Lejos de contradecir
su opción por los pobres, Jesús eleva ese gesto como expresión profunda de
entrega y comunión con ellos, pues lo que pretende realmente es proteger la
unción recibida contra la falsa interpretación de ser un quebrantamiento de la
obligación, reconocida incuestionablemente, de cuidar de los pobres[28].
8 Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado
a embalsamar mi cuerpo para el entierro.
Jesús
vincula el gesto de la mujer con el sufrimiento que está por venir. Esta podría
ser la razón por la que Marcos ubica este episodio al inicio del relato de la
Pasión, destacando así que dicha unción adquiere su verdadero significado a la
luz de la Pasión y Resurrección de Jesús[29].
En
la Palestina del tiempo de Jesús, las mujeres vivían en condiciones de
marginación y, en última instancia, de pobreza en su dignidad. Sin embargo,
este panorama comienza a transformarse profundamente con el ministerio de
Jesús. Él no solo las acogió, sino que también las integró activamente a su
comunidad: tuvo discípulas, mujeres piadosas que escucharon su mensaje, lo
acompañaron con fidelidad y lo sostuvieron con sus bienes y su presencia
constante.
La
participación femenina se hace aún más evidente en los momentos más decisivos
de la vida de Jesús. Esta presencia comienza con la unción en Betania, un gesto
profético realizado por una mujer, y se intensifica en la pasión, cuando
algunas de ellas permanecen junto a Jesús mientras otros lo abandonan. Al pie
de la cruz están su madre y otras dos mujeres, testigos silenciosas de su
entrega final. Y aún después de su muerte, son las mujeres quienes, muy de
madrugada el domingo de la resurrección, van al sepulcro y reciben la gracia de
ser las primeras en encontrar al Resucitado.
Este
recorrido revela una verdad fundamental del Evangelio: las mujeres, al igual
que los pobres, ocupan un lugar privilegiado en el corazón del Señor. A ellos
se ha revelado con predilección, mientras que a los soberbios y autosuficientes
los ha rechazado, como proclama la Santísima Virgen María en el Magnificat:
“derribó del trono a los poderosos y exaltó a los humildes” (Lc 1,52).
Cuarta Sección: la afirmación rotunda de Jesús (v. 9)
9 Yo os aseguro que dondequiera que
se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que
ésta ha hecho, para que su recuerdo perdure.»
Esta mujer sin
nombre representa a la discípula auténtica, ejemplo de fidelidad para aquellos
seguidores que no habían comprendido el mensaje. Se convierte en un modelo
universal, válido "en cualquier lugar del mundo"[30].
El hecho de que el
episodio de la unción en Betania sea recogido por los cuatro evangelios —cada
uno con matices propios, pero todos resaltando su importancia— es ya en sí
mismo un testimonio del cumplimiento de la profecía pronunciada por Jesús en
este versículo final de la perícopa estudiada. Esta afirmación del Señor no es
solo una alabanza puntual, sino una declaración profética que eleva el gesto de
la mujer a la categoría de memoria sagrada, inseparable del anuncio evangélico.
En efecto, a lo largo de la historia y en todas las culturas donde
el Evangelio ha sido predicado, este episodio ha sido leído, meditado y
venerado, haciendo que el acto de amor de esta mujer anónima permanezca vivo en
la conciencia cristiana. Su gesto, aparentemente simple y desmesurado a los
ojos del mundo, se convierte en un símbolo del amor radical, de la entrega sin
cálculos, de la adoración que brota del corazón. Ella encarna el verdadero
discipulado: aquel que reconoce la dignidad de Jesús y lo honra con lo más
valioso que posee.
Al recordar su acción junto con la Pasión del Señor, los evangelios
enseñan que el amor generoso, incluso si es incomprendido o criticado, nunca es
en vano. Su historia permanece como parte esencial del kerigma, del anuncio
mismo del misterio pascual. Así, la memoria de esta mujer no solo ha perdurado,
sino que ha sido canonizada por el propio Jesús, integrada para siempre en la
historia de la salvación, y como esta mujer, es válido el reconocimiento de
otras tantas que siguieron al Señor y llevaron su mensaje en lo más profundo de
su ser, pues en la Iglesia, la mujer comparte plenamente los dones de Cristo y
transmite su testimonio a través de una vida de fe y caridad. Así lo vemos
reflejado en figuras como la samaritana; en las mujeres que siguieron a Jesús y
lo asistieron con sus bienes; en aquellas que estuvieron presentes al pie de la
cruz; en las que fueron enviadas por el mismo Señor a anunciar a los apóstoles
la noticia de su resurrección; y también en las que formaron parte activa de
las primeras comunidades cristianas[31].
SÍNTESIS TEOLÓGICA
La unción de Jesús en Betania y los pobres
Durante
su vida pública, Jesús se enfrentó a los grupos poderosos del pueblo judío.
Llamó “zorro” a Herodes, representante del poder romano (Lc 13,32), y consideró
a los publicanos, colaboradores del poder político, como pecadores (Mt 9,10;
21,31; Lc 5,30; 7,34). Su crítica a una religiosidad basada solo en
observancias externas lo enfrentó fuertemente con los fariseos. Jesús, en la
línea de los profetas, exigió un culto auténtico fundado en una disposición
interior sincera, en la fraternidad y en el compromiso con los más necesitados
(Mt 5,23-24; 25,31-45). Acompañó esta crítica con una oposición clara a los
ricos y una opción radical por los pobres: es la actitud hacia ellos la que
define la validez de toda religión. El Hijo del Hombre ha venido, ante todo,
por ellos[32].
Este es el Jesús que
recibe la unción en Betania, a solo dos días de la Pascua judía. El mismo que
se hizo carne y se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9); el
que sabía que había sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Is
61,1), a instaurar el Reino de Dios, un Reino de justicia y paz (Rm 14,17); el
que pasó por este mundo haciendo el bien, como lo recuerdan sus más cercanos
seguidores (Hch 10,38).
Es Jesús, el Profeta, el Mesías, el Hijo de Dios hecho hombre,
quien se deja ungir por una mujer en un claro gesto simbólico del mesianismo
que Israel esperaba, como ocurrió con Saúl, el primer rey de Israel (1 Sam
10,1).
Jesús es ungido, y con él son ungidos los pobres. En su persona se
encarna la pobreza evangélica: la de quien lo espera todo de Dios y, al mismo
tiempo, se preocupa de tender la mano a quien lo necesita.
Que alguno de los presentes haya protestado por el aparente
derroche de 300 denarios habla bien de Jesús y del espíritu de la comunidad que
lo rodeaba y que él mismo había formado. Esa reacción revela una sensibilidad
hacia los necesitados, fruto de una práctica habitual de hacer el bien,
aprendida por Jesús en el hogar de Nazaret y transmitida a los Doce como parte
esencial de su enseñanza. Es imposible abordar la unción de Betania e ignorar
el llamado a hacer el bien a los más necesitados.
La opción preferencial por Jesús y por los
pobres
Como
se ha visto, el ejemplo de la mujer en Betania ha sido conservado en las cuatro
tradiciones evangélicas, pues ella optó por amar a Jesús de manera
extraordinaria con un gesto profundamente significativo. No sería exagerado
pensar que estuvo dispuesta incluso a dar la vida por aquel a quien tanto
amaba, porque mucho le había sido perdonado (Lc 7,47).
Esta mujer eligió a Jesús de forma preferencial: irrumpió en la
cena en casa de Simón, ya sea haciendo uso de cierta posición o, por el
contrario, superando la barrera de su aparente indignidad como mujer. Se
atrevió a formar parte de la escena y ungió a Jesús, coronándolo no solo con
perfume, sino con la atención de todos los presentes. Sin embargo, su gesto,
más que abrir los ojos de los demás, pareció distraerlos, incapaces de
reconocer lo que ella sí había percibido con claridad. La opción preferencial de
esta mujer por Jesús se entiende mejor a la luz de la inminencia de su Pasión.
Ahora bien, es razonable pensar que aquella misma mujer —cuyo
gesto fue acogido y alabado por Jesús—, testigo privilegiada de su aprobación y
de la enseñanza: “a los pobres podréis hacerles el bien siempre que queráis”
(cf. Mc 14,7), haya sido también una pionera en la vivencia auténtica de la
caridad. No se trata de un simple asistencialismo, sino de una forma de amor
comprometido, nacido del encuentro personal con el Señor.
Habiendo comprendido el valor único de Jesús y la urgencia de su
entrega, es muy posible que esta mujer haya canalizado ese amor hacia los más
necesitados, siguiendo el espíritu del Maestro: un amor que no se limita a dar
cosas, sino que se entrega a sí mismo con gratuidad, ternura y misericordia. Su
gesto anticipa así no solo la unción para la sepultura, sino también una manera
nueva de relacionarse con Dios y con los pobres, desde el amor total y
desinteresado; definitivamente, ella optó con preferencia por Jesús y por los
pobres.
Una espiritualidad encarnada
Como
se ha visto, resulta grosero y forzado separar la relación con Jesús de la
vivencia de la caridad. Todo aquel que se encuentra verdaderamente con el
Maestro de Galilea experimenta una transformación radical para bien. Así lo
demuestra el caso de Zaqueo, quien, tras recibir a Jesús en su casa, decidió
restituir y compartir generosamente con los pobres (Lc 19,1-10).
Definitivamente, no es posible seguir a Jesús sin encarnar su
mensaje; no se puede llamar cristiano quien no actúa frente al sufrimiento del
prójimo. La indiferencia ante la necesidad ajena contradice el corazón mismo
del Evangelio. Jesús lo dejó claro en la parábola del buen samaritano (Lc
10,25-37): amar a Dios implica, inseparablemente, hacerse prójimo de quien
sufre y actuar con compasión.
La espiritualidad, entendida como un acto de amor, unión y
comunión con Dios, pasa necesariamente por el amor al prójimo. En efecto, nadie
puede afirmar que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien sí
ve (1 Jn 4,20) y aquí entiéndase amar como darse como persona y dar de lo poco
o mucho que se tiene. Jesús mismo lo expresó con claridad al decir que todo lo
que se haga por uno de los más pequeños, a Él mismo se refiere (Mt 25,40),
revelando así su presencia casi sacramental en los pobres y necesitados.
En conclusión, la unción de Jesús en Betania, leída a la luz de su
opción por los pobres y de la respuesta amorosa de la mujer[33]
que lo ungió, revela el corazón del Evangelio: una espiritualidad encarnada que
une inseparablemente el amor a Dios con el compromiso concreto con los
necesitados. Jesús, el Ungido de Dios, acoge el gesto gratuito y profético de
una mujer que intuyó la profundidad de su entrega, y con ello anticipa no solo
su Pasión, sino también la lógica del Reino: un amor preferencial por los
pequeños, por los pobres, por los excluidos. Esta escena desafía a todo
creyente a vivir una fe auténtica, no reducida a ritos vacíos, sino expresada
en el servicio, la compasión y la solidaridad. Seguir a Jesús implica
reconocerlo en los rostros sufrientes de nuestros hermanos y hermanas, y optar
cada día, como la mujer de Betania, por amar con generosidad, con ternura y con
una entrega sin reservas.
APLICACIÓN PASTORAL
No es casual que la
crítica tan dura a la unción provenga de Judas, el traidor. Este detalle revela
una gran verdad sintetizada por el papa Francisco: “quien no reconoce ni valora
a los pobres, traiciona el corazón del mensaje de Jesús y no puede considerarse
verdaderamente su discípulo”[34].
Es por eso que en esta exégesis se ha enfatizado en la estrecha relación de la
unción con la opción de Jesús por los pobres.
Como se ha señalado, con este pasaje de Mc 14,1-9 comienza el
relato de la pasión de Jesús. El contexto es claro: faltan solo dos días para
la Pascua, la fiesta que conmemora la liberación de Israel, durante la cual el
Mesías será entregado a la muerte y resucitará. En este momento decisivo, Jesús
se encuentra en Betania, una localidad cercana a Jerusalén, en la casa de
Simón, quien había sido leproso, pero fue sanado por el Señor. Ya no está
frente a las multitudes enseñando en parábolas, sino que comparte una cena
íntima con sus más cercanos. En medio de esta comida festiva, una mujer se
acerca y, con un gesto de generosidad y ternura, unge a Jesús. Su acción
transforma el ambiente: no busca protagonismo, sino que, a través de su gesto,
sitúa a Jesús en el centro del encuentro. En ese instante, queda claro que lo
más importante no es ella ni el perfume, sino Él y lo que está por acontecer.
La escena principal tiene lugar durante un banquete de los grandes
preparativos ante las fiestas[35].
En aquella sociedad antigua, donde el pan era escaso y la mayoría del pueblo
vivía en la pobreza, una comida abundante representaba una verdadera
celebración. El anfitrión es Simón, llamado «el leproso», alguien que en su
momento fue marginado por su enfermedad, pero que, una vez sanado, ahora abre
su casa para compartir con otros. En este ambiente festivo —marcado por la
comida, la alegría y el aroma de un perfume costoso que una mujer derrama sobre
Jesús—, se anticipa, sin embargo, la cercanía de su pasión: la cruz ya proyecta
su sombra sobre Él
Una mujer sin nombre —identificada como María, hermana de Lázaro,
en Juan 12,3— derrama un costoso perfume de nardo puro sobre la cabeza de
Jesús. Se trata de un ungüento de gran valor: teniendo en cuenta que un denario
equivalía al salario de un día (Mt 20,2), el perfume representaba
aproximadamente el sueldo de todo un año, unos trescientos denarios, según el
cálculo de los hipócritas presentes. Frente a la cercanía de la muerte de
Jesús, esta mujer “hizo lo que pudo”, al igual que la viuda del templo que “dio
todo lo que tenía” (Mc 12,44). Mujeres como ellas transforman el mundo con
gestos sencillos, pero profundamente significativos. La mujer de Betania
realizó una “obra buena”: anticipó la unción del cuerpo de Jesús para su
sepultura, tal como hacía Tobit (Tob 1,16-18). Por eso, Jesús la defiende con
firmeza y la elogia con una promesa conmovedora: “dondequiera que se anuncie el
evangelio en todo el mundo, se contará también lo que ella hizo, para que se
recuerde su memoria”.
Jesús es el Mesías que sufre. En su evangelio, Marcos ofrece un
detalle significativo: la mujer derrama el perfume “sobre la cabeza” de Jesús
(Mc 14,3; Mt 26,3), a diferencia de lo que narran Juan y Lucas, donde el
ungüento se vierte sobre los pies (Jn 12,3; Lc 7,38). En la tradición de
Israel, la unción en la cabeza era un signo reservado para reyes, profetas y
sacerdotes (1 Sam 10,1; 2 Re 9,3.6; Sal 133). Con este gesto, el evangelista
insinúa que Jesús es el Mesías consagrado por Dios. Justo en el momento en que
va a ser entregado a la muerte, una mujer piadosa reconoce su dignidad real y
mesiánica. A pesar de la traición de los hombres, Jesús permanece como el
escogido de Dios. Todo el relato gira en torno a Él: algunos buscan entregarlo,
otros lo honran con amor. Jesús es, indiscutiblemente, el centro de la escena.
Así como Jesús ocupa el centro de la escena en Betania, también
los pobres tienen un lugar central en su corazón y en todo su pensamiento. Su
vida, su predicación y sus gestos lo confirman constantemente: Jesús no solo se
acercó a los pobres, sino que se identificó con ellos hasta el extremo de decir
que lo que se hace con ellos, se hace con él mismo (Mt 25,40). La opción
preferencial por los pobres no es un añadido marginal al Evangelio, sino una
consecuencia lógica y necesaria del seguimiento auténtico de Cristo.
Por eso, quien se proclame discípulo de Jesús —sea catequista,
sacerdote, religioso o laico— no puede mantenerse indiferente ante el
sufrimiento de los excluidos, ni vivir una espiritualidad desvinculada de la
justicia. Ser amigo de los pobres no se reduce a un sentimiento pasajero de
compasión, sino que implica un compromiso profundo, una relación de cercanía,
respeto, escucha y solidaridad. Y es que, sin verdadera amistad con los pobres,
no hay caridad real, porque la caridad evangélica no es dar desde arriba, sino
compartir desde abajo, desde la humildad del servicio.
La mujer que unge a Jesús lo intuye: su gesto amoroso no es un
lujo superfluo, sino un acto profético. Mientras algunos piensan en “el dinero
que se podría haber dado a los pobres”, ella reconoce a Jesús, el primer pobre,
el Mesías sufriente, y lo honra con lo mejor que tiene. En ese momento, sin
palabras, ella recuerda que solo quien ama de verdad a Cristo, ama también a
los pobres. Porque no se puede amar al Señor sin amar su cuerpo, que son los
pequeños, los olvidados, los últimos. Allí donde están los pobres, está también
el corazón de Cristo latiendo con fuerza.
Una Iglesia pobre y para los pobres puede parecer un mensaje
revolucionario o novedoso, pero en realidad está enraizado profundamente en la
tradición cristiana. Ya el Concilio Vaticano II afirmaba con claridad que “la
Iglesia debe caminar, impulsada por el Espíritu Santo, por el mismo camino que
recorrió Cristo: el camino de la pobreza, la obediencia y el servicio”[36]. La
opción por los pobres no es una idea nueva, sino una llamada constante del
cristianismo. En tiempos recientes, especialmente durante el pontificado del
papa Francisco, se ha tomado mayor conciencia de que la Iglesia solo es fiel a
Cristo si camina con los pobres y se deja evangelizar por ellos.
La homilía 50 de san Juan Crisóstomo sobre san Mateo sirve de
resumen para esta opción preferencial por Jesús y por los pobres que se ha
planteado; allí se trata sobre los frutos eficaces de la eucaristía y cómo
proceder: “¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consintáis que
esté desnudo. No lo honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis padecer
de frío y desnudez (...) ¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena toda
de vasos de oro, si él se consume de hambre? Saciad primero su hambre y luego,
de lo que os sobre, adornad también su mesa (...) Al hablar así, no es que
prohíba que también en el ornato de la iglesia se ponga empeño; a lo que
exhorto es que (...) antes que eso, se procure el socorro de los pobres (...)
Mientras adornas, pues, la casa, no abandones a tu hermano en la tribulación,
pues él es templo más precioso que el otro”[37].
La lógica del Evangelio es sencilla: primero los pobres. Primero
está atender a Jesús, presente en los pobres, y luego todo lo demás: el ornato,
la belleza de la liturgia, el orden, la pulcritud y la dignidad de los templos.
Primero el vestido y el alimento de los demás, luego el nuestro. Esta es la
enseñanza que nos deja Jesús en la unción de Betania: la preferencia por Jesús
solo es auténtica cuando se expresa en la caridad, la amistad y el amor
concreto hacia los pobres, sus predilectos.
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[1] MISAL ROMANO,
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[2] MISAL ROMANO, (1970), Plegaria
Eucarística para las misas de los niños III.
[3] NESTLE-ALAND, (1995), Novum
Testamentum Graece, Deutsche Bibelgesellschaft, pp.136-137.
[4] RHOADS, D. [et. al.] (2002), Marcos
como relato, introducción
a la narrativa de un evangelio,
Sígueme, p. 13
[5] SCHNACKENBURG, R. (1980), El
evangelio según san Marcos, Herder, p. 235.
[6] DELORME, J. (1990), El evangelio,
según san Marcos, cuadernos bíblicos, Verbo Divino, pp. 8-9.
[7] RODRÍGUEZ, A. (2006), Evangelio
de Marcos, Desclée de Brouwer, pp.10-11.
[8] ALONSO, J. y SÁNCHEZ-FERRO, A.,
(1966), Evangelio y Evangelistas; las perspectivas de los tres primeros
evangelios en sinopsis, Taurus, pp. 255-256.
[9] RODRÍGUEZ, A. (2006), Evangelio
de Marcos, Desclée de Brouwer, pp.13-14.
[10] UNIVERSIDAD DE
NAVARRA, (2016), Sagrada Biblia, EUNSA, s/p.
[11] CASTRO, S., (2005), El
sorprendente Jesús de Marcos; el evangelio de Marcos por dentro, Desclée de
Brouwer, p. 386.
[13] RUIZ, M., (1998), Communio,
vol. XXXI, pp. 3-23.
[14] UNIVERSIDAD DE NAVARRA, (2016), Sagrada
Biblia, EUNSA, s/p.
[15] LÉONARD, P., (2001), Evangelio
de Jesucristo según san Marcos, Verbo Divino, p. 63.
[16] PARKER, J., (1982), Léxico-concordancia
del Nuevo Testamento en griego y español, Mundo Hispano, pp.
702-703.
[17] PABÓN, J., (1967), Diccionario Manual
Griego, griego clásico-español, VOX, p. 521.
[18] BALZ, H. y SCHNEIDER, G., (1998), Diccionario
exegético del Nuevo Testamento, vol. II, Sígueme, p. 1260.
[19] PAGOLA, J.,
(2007), Jesús, aproximación histórica, PPC, p. 27.
[20] RATZINGER, J.,
(2009), Jesús de Nazaret I, Morgan, p. 75.
[21] NELSON, W., (1974), Diccionario
ilustrado de la Biblia, Caribe, p. 516.
[22] ALONSO, L., (2008), La Biblia
de Nuestro Pueblo, Mensajero, p. 1607.
[23] SOCIEDAD BÍBLICA CATÓLICA
INTERNACIONAL, (2019), Biblia Latinoamericana, Verbo Divino, p. 99.
[24] CATECISMO DE
LA IGLESIA CATÓLICA, (1992), n°1397.
[25] COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO,
(1987), Predicar el evangelio de Marcos, EDICE, p.151.
[26] DOCUMENTO DE
PUEBLA, (1979) n°1143.
[27] LEÓN-DUFOUR, X., (1996), Vocabulario
de Teología Bíblica, Herder, p. 699.
[28] BALZ, H. y SCHNEIDER, G., (1998), Diccionario
exegético del Nuevo Testamento, vol. II, Sígueme, p. 1263.
[29] CONFERENCIA
EPISCOPAL ESPAÑOLA, (2018), Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, p.
1571.
[30] MESTERS, C., (1997), En camino
con Jesús; Lectura del evangelio de Marcos, Verbo Divino, p. 53.
[31] DOCUMENTO DE
PUEBLA, (1979), n°843.
[32] GUTIÉRREZ, G.,
(1971), Teología de la liberación, perspectivas, Centro de Estudios y
Publicaciones, p. 289.
[33] VALVERDE, J., (1993), La mujer
en la Biblia, Equipo de Coordinación de Lectura Pastoral de la Biblia, p.
150.
[34] MENSAJE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO para la V Jornada Mundial de los Pobres 14 de
noviembre de 2021, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario.
[35] GOWER, R.,
(1986), Nuevo Manual de Usos y Costumbres de los Tiempos Bíblicos,
Portavoz, p. 356.
[36] CONCILIO
VATICANO II, (1965), Decreto Ad Gentes, n°5.
[37]
SAN JUAN CRISÓSTOMO, (1956), Obras completas II, Biblioteca de Autores
Cristianos, pp. 80- 82.