martes, 4 de abril de 2017

Resumen de la Nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis

EL DON DE LA VOCACIÓN PRESBITERAL
Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis


El documento de la Congregación para el Clero, publicado en la Ciudad del Vaticano el 8 de diciembre de 2016, inicia su discurso haciendo énfasis en la necesidad de una nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, ya que el anterior documento había sido redactado y actualizado hace ya treinta años tomando en cuenta el Código de Derecho Canónico; de igual manera agradece las aportaciones de san Juan Pablo II con la Exhortación apostólica post-sinodal Pastores Dabo Vobis (1992) y de Benedicto XVI con el motu proprio Ministrorum Institutio (2013) y no deja atrás el agradecimiento al Papa Francisco, porque este nuevo documento ha sido posible gracias a su impulso e indicaciones.

Esta nueva Ratio fundamentalis quiere describir el proceso formativo de los sacerdotes, a partir de cuatro notas características de la formación, que es presentada como única, integral, comunitaria y misionera. Las cuatro dimensiones de la formación, anteriormente mencionadas por la Pastores Dabo Vobis, humana, intelectual, espiritual y pastoral, son rescatadas y revalorizadas en este nuevo documento, ya que con todo esto se pretende que en todos los seminarios se formen discípulos y misioneros “enamorados” del Maestro, pastores con “olor a oveja”, que vivan en medio del rebaño para servirlo y llevarle la misericordia de Dios, por ende la formación integral va a ser entendida como una continua configuración con Cristo.

Un punto clave para tener en cuenta, es que dentro de esta única formación, que es integral y progresiva, se distinguen la fase inicial y la permanente; y en esta Ratio fundamentalis la formación inicial se articula en cuatro etapas: 1) etapa propedéutica, 2) de los estudios filosóficos o etapa discipular, 3) de los estudios teológicos o etapa configuradora, 4) pastoral o etapa de síntesis vocacional. El Ordo studiorum es planteado para ser aplicado en todos los seminarios, y aclara que los estudios filosóficos-teológicos deben trascurrir en el lapso considerado como sexenio. De igual manera, el documento contiene varias orientaciones de tipo teológico, espiritual, pedagógico y canónico, todo esto lo constituye como un documento realmente enriquecido por los aportes que ha tomado en cuenta.  

La Congregación para el Clero, principal encargado de la elaboración y promulgación de este tipo de documentos, promueve la pastoral vocacional, especialmente las vocaciones para las Sagradas Órdenes, y ofrece a los señores Obispos y a las respectivas Conferencias Episcopales algunos principios y normas para una adecuada formación inicial y permanente de los presbíteros.

Tomando como punto de base la nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, cada Conferencia Episcopal deberá realizar una Ratio Nationalis Institutionis Sacerdotalis, asumiendo el compromiso de que todas las normas de la Ratio fundamentalis y de las Ratio Nationalis, sean aplicadas en los seminarios diocesanos e interdiocesanos de una nación, y estas reglas deberán pasar a formar parte de los diferentes estatutos o reglamentos de cada casa de formación.

Es necesario que estas Ratio Nationalis trabajen para unificar la formación sacerdotal de la nación, facilitando el diálogo entre Obispos y formadores, para lograr un beneficio a los seminaristas y a los mismos seminarios, ya que es preciso que cada Conferencia Episcopal elabore su plan de trabajo tomando en cuenta las realidades sociales y educativas de cada contexto.

La formación de las vocaciones al sacerdocio, debe ser considerada como una tarea delicada, pues estas vocaciones son muestra de la bondad de Cristo, y por ello deben ser tratadas con respeto, valoradas y cultivadas con toda solicitud pastoral, para que puedan florecer y madurar. Siempre se ha visto a la Iglesia como la encargada de cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, especialmente las vocaciones al ministerio sacerdotal, en esta misión eclesial, los Obispos son los primeros responsables.

Por su parte, en todo este proceso de formación, la finalidad de un seminario menor es ayudar a la maduración humana y cristiana de los adolescentes que muestren algunos signos de la vocación al presbiterado, con el fin de desarrollar, conforme a su edad, la libertad interior que les haga capaces de responder al designio de Dios sobre su vida. Donde no haya seminarios menores, deben aplicarse otros métodos para acompañar a estos jóvenes con inquietudes.

Si un joven desea ingresar al seminario menor, debería tener un vínculo espiritual con algún sacerdote, una intensa vida sacramental, una práctica inicial de la oración, la experiencia eclesial en una parroquia, en todo esto lo que se espera es que los formadores evalúen la idoneidad integral (espiritual, física, psíquica, moral e intelectual) de los jóvenes.

En cuanto a las vocaciones adultas, es necesario una especial dedicación, para llegar al discernimiento de los motivos por los cuales opta por la vida ministerial, de igual manera es muy conveniente que se destine un seminario propio para estos adultos llamados por Dios. Con respecto a las vocaciones indígenas, se aconseja que éstas no pierdan sus raíces culturales, y que sean formadas con el Evangelio inculturizado.

Dentro de los fundamentos de la formación está el precisar el sujeto de la formación, que es el seminarista, quien con el auxilio del Espíritu Santo va forjando su vida con la de Cristo; el seminarista tiene que estar dispuesto a salir de sí mismo, para orientar sus pasos hacia Cristo, solo en Cristo crucificado y resucitado tiene sentido este proceso de integración. La base y la finalidad de la formación es la identidad presbiteral, pero lejos de ser educados de modo que no caigan en el “clericalismo” ni busquen el aplauso popular.   

El camino de la formación debe ser presentado como un camino de configuración con Cristo, de manera que sirva este camino para una formación de la interioridad y de la comunión. Este documento presenta unos medios específicos para la formación, entre los cuales resaltan: el acompañamiento personal y el acompañamiento comunitario. Se busca también una unidad de la formación, haciendo énfasis en que es el seminarista el principal protagonista de su propia formación, ayudado por supuesto, por la personalidad madura y recia de los formadores.  

La formación, como camino único discipular y misionero, se puede dividir en dos grandes momentos, el primero la formación inicial en el Seminario, y el segundo la formación permanente en la vida sacerdotal. La formación inicial se realiza durante el tiempo que precede a la ordenación, y la formación permanente que abarca toda la vida y el ejercicio del ministerio sacerdotal.

Algo que ha parecido novedoso de este documento, ha sido la invención de la etapa de pastoral o de síntesis vocacional, la cual consiste en los momentos finales de la estancia en el seminario y la ordenación presbiteral, pasando obviamente a través de la recepción del diaconado. Esta etapa tiene una doble significación, la primera consiste en insertarse en la vida pastoral, a través de una paulatina adquisición de responsabilidades, las cuales deben ser llevadas con espíritu de servicio, y la segunda como preparación adecuada para recibir el sacramento del Orden Sacerdotal.

Para la ordenación diaconal y presbiteral, en la conclusión de los estudios realizados en el Seminario, los formadores deben estar dispuestos a ayudar a los candidatos a aceptar con docilidad la decisión del Obispo, una vez alcanzado el ministerio sacerdotal, debe formarse un enlace con la formación permanente, la cual se empieza a gestar en la familia del presbiterado, es decir, cuando se forma parte de un clero. En la formación permanente se busca garantizar la fidelidad a Cristo y al ministerio sacerdotal, en un camino de continua conversión, para reavivar el don recibido con la ordenación, en tal proceso se construye la identidad presbiteral, la cual consiste en una vivencia de la fe y de la llamada, con la presencia especial del esfuerzo por vivir más a fondo los concejos evangélicos de la pobreza, castidad y obediencia y las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, ya que es muy importante que los fieles puedan encontrar a sus sacerdotes maduros y bien formados e identificados con su vocación.

Como ya se ha mencionado anteriormente, hay cuatro dimensiones que comprometen la vida del formando, por su parte la dimensión humana encuentra su sentido cuando se comprende que la llamada divina interpela y compromete al ser humano en concreto, en la dimensión espiritual se orienta a alimentar y a sostener la comunión con Dios y con los hermanos, en la amistad con Jesús Buen Pastor y en una actitud de docilidad al Espíritu Santo; la formación intelectual busca que los seminaristas obtengan una sólida formación en la filosofía y la teología, al igual que una preparación cultural de carácter general, para sostener con la luz de la razón la verdad de la fe; y en la dimensión pastoral se busca el cumplimiento del objetivo de un seminario, que es preparar a los seminaristas para que sean pastores a imagen de Cristo, capaces de sentir la misma compasión, generosidad y amor por todos.

Entrando en materia de los agentes de la formación, se tiene que es la Santísima Trinidad el principal agente  de la formación sacerdotal, por su parte el Obispo diocesano es el principal responsable de la admisión al seminario y de la formación para el sacerdocio, tal responsabilidad la comparte con el presbiterio, que unidos y en comunión procuran una mejor formación para los futuros sacerdotes, los seminaristas mismos, como ya se ha dicho, son los protagonistas de su propia formación, además también se cuenta con la presencia de un equipo formador que se compone por presbíteros elegidos por su buena preparación para esta tarea de colaborar en la delicada misión de la formación sacerdotal.

Un Rector debe ser un presbítero que se distinga por su prudencia, sabiduría y equilibrio, altamente competente, y que coordine la actividad educativa en el gobierno del seminario. Esta misión debe estar acompañada por la presencia de un Vicerrector y un Director Espiritual, previamente designado por el Ordinario del lugar.

Los profesores también forman parte de los agentes de la formación, los mismos serán nombrados por el Obispo y deberán, junto con los seminaristas, de adherirse con plena fidelidad a la Palabra de Dios. La dedicación de los seminaristas al trabajo intelectual personal, debe ser considerada un criterio de discernimiento vocacional y una condición para el crecimiento gradual en la fidelidad a las responsabilidades ministeriales del futuro. Dentro de ese campo intelectual es oportuno que los especialistas de diversas materias puedan asistir a los seminarios para ofrecer su contribución, por ejemplo, en el ámbito médico, pedagógico, artístico, ecológico, administrativo y en el uso de los medios de comunicación.

La familia, la parroquia de origen o de referencia y otras realidades comunitarias no deben separarse de la formación del futuro sacerdote, mucho menos en el ejercicio de su ministerio, ya que esto fortalece la sana autoestima de los formandos, de igual manera, el seminario ha de contribuir en un plan pastoral que incluya a las familias de los seminaristas.

Deben formarse los futuros sacerdotes de manera que puedan apoyar la diversidad de los carismas dentro de la Iglesia. La presencia de la mujer en el proceso formativo es importante, ya que en la acción pastoral, son las mujeres las que representan el más alto porcentaje de participación.

La importancia de los estudios filosóficos recae en que lleva a un conocimiento y a una interpretación más profunda de la persona, de su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios. Por otro lado, la teología debe llevar al candidato al sacerdocio a poseer una visión completa y unitaria de las verdades reveladas por Dios en Jesucristo, y de la experiencia de la fe en la Iglesia, la Iglesia busca una formación integral que garantice el buen desenvolvimiento del sacerdocio en estos días tan particulares. Además de estos estudios básicos, que resultan necesarios para la formación de todos los sacerdotes, el apostolado puede exigir la especialización de algunos de ellos.

Se ha comprendido desde siempre, que el Seminario no es un edificio cualquiera, por el contrario, es una comunidad formativa, por eso los seminaristas que legítimamente habiten fuera de un seminario, serán encargados a un sacerdote idóneo, para garantizar una formación espiritual y disciplinar. Explicando la admisión, expulsión y abandono del Seminario, se comprende que la Iglesia tiene el derecho de verificar, también con el recurso de la ciencia médica y la psicología, la idoneidad de los futuros presbíteros.

La salud física y psíquica de los futuros sacerdotes debe ser demostrada al Obispo y al Rector del Seminario. En este aspecto, los que presenten tendencia homosexual no pueden ser admitidos a la formación, ya que no se puede ignorar las graves consecuencias de la Ordenación de personas con homosexualidad arraigada.

En conclusión, la Iglesia ha propuesto a los sacerdotes que encuentren en la Virgen María el modelo perfecto de su propia existencia, invocándola como Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles, Auxilio de los Presbíteros en su ministerio. El Santo Padre Francisco ha aprobado este Decreto y ha autorizado su publicación.

P.A
García

4 comentarios:

  1. Gracias por este comentario de la Ratio. Dios te bendiga...Ánimo en el Señor en este proyecto de vida....

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  2. Saludos hermano desde el Seminario Franciscano de Palmira Táchira, excelente iniciativa lo de tu blog. Dios te siga bendiciendo, paz y bien.

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