La Acción Católica en el Perú
De la nostalgia por la Cristiandad a la búsqueda de nuevas formas de participación política en el mundo
Por: Jean Ansion y Pedro García
1. Introducción
En el presente
trabajo partimos con una revisión – como estado del arte – de lo trabajado
sobre el tema de la Acción Católica en el Perú por dos historiadores: Jesús
Ángel Ara Goñi (Ara 2019) y Jeffrey Klaiber (Klaiber 1988 y 2016). Esta
revisión nos lleva a centrarnos en los años 30 que son los del desarrollo
masivo y de la oficialización de la Acción Católica en el Perú, para ver luego
el proceso de autocrítica y declive de este movimiento.
A continuación,
presentamos nuestros pequeños hallazgos sobre la manera como los actores
participantes de la Acción Católica vivieron el proceso.
En este proceso
nos interesa indagar por la evolución de este movimiento eclesial, desde sus
inicios entusiastas, especialmente entre las mujeres y los jóvenes, y con gran
respaldo de la institución, considerando las tensiones que conducen a una
rápida fragmentación y casi disolución, pero que son también fuentes de muchas
novedades que luego empalmarán con el proceso del Concilio Vaticano II.
En particular,
descubrimos en la Acción Católica en el Perú una respuesta al declive de la
Cristiandad que, en gran medida había dado consistencia a la sociedad peruana. La
Acción Católica nos aparece como una respuesta a la falta de clérigos, pero
también a la “paganización” o “descristianización”. Ante el avance de la
Ilustración y el positivismo y, posteriormente de la competencia de modelos de
vida y de gobierno proveniente del liberalismo y del marxismo, se va
desarrollando la doctrina social de la Iglesia, con mucha fuerza con León XIII,
seguido en especial, en lo que concierne este trabajo con el afianzamiento de
la Acción Católica con Pío XI. Se busca una participación de los laicos, ya no
solo como personas individualmente piadosas, sino como laicos o “seglares” que
actúan en el mundo, desde la juventud y el mundo profesional, desde una
organización propia de la Iglesia. Los laicos deben ayudar a resolver la
escasez de clero, pero también ser activos en la “recristianización” del mundo.
Esto se dará dentro de muchas tensiones. Finalmente, una confrontación con el
pensamiento de Maritain desde los años 30 puede ayudar a entender los límites
de la Acción Católica en la medida que haya buscado volver a una cristiandad ya
inexistente. Con los cambios de la época y el impulso del Concilio Vaticano II surge
entonces una dinámica de búsqueda de nuevas formas de participación política en
el mundo.
2.
Estado del arte
La fundación, auge y declive de la Acción Católica en el
Perú representó uno de los episodios más resaltantes de la historia de la
Iglesia peruana en la primera mitad del siglo XX, pues marcó un punto de
partida para la actual perspectiva en que se encamina la praxis del laicado
católico. Examinamos en este estado del arte los dos principales autores que
han investigado sobre el tema, a saber: Jeffrey Klaiber, S.J. (1988 y 2016) y Jesús
Ángel Ara Goñi (2019).
La Doctrina Social de la Iglesia vio la luz en el
magisterio de León XIII con su encíclica Rerum Novarum, de la cual
cuarenta años después Pio XI refrescó y actualizó en una llamada a la acción
social con su encíclica Quadragesimo anno; sendos documentos tuvieron el
alcance esperado en todo el orbe católico e Hispanoamérica no fue la excepción,
de allí que el Perú se abocara decididamente a instaurar la doctrina social
católica en todos los ambientes, desde el trabajo del laicado en intrínseca
relación con el clero.
Los dos autores citados para esta investigación han
caminado cada uno por su propia metodología y estilo, tal es así que ambos
complementan una visión holística que reflejamos en este trabajo. Klaiber (2016[1])
proporciona fechas exactas, nombres propios de los principales protagonistas y
en líneas generales sus aportes a la consolidación de la Acción Católica en el
Perú; por su parte Ara (2019) es más profundo en el análisis de las
circunstancias políticas, sociales, económicas e incluso antropológicas que determinaron
el surgimiento de esta asociación, su precipitoso éxito, hasta hoy
prácticamente extinta.
Ara (2019) delimita su período de indagación hasta el año
1936, pues sus fuentes documentales no le permiten extender el discurso, ya que
se esfuerza en presentar un texto más elaborado y enarbolado con citas muy a
lugar, con apuntes que bosquejan el contexto histórico de los acontecimientos.
Klaiber (2016), aunque historiador consagrado, es más diáfano y llano en sus
aportes, pudiéndosele leer de manera más rápida y concreta, pues su texto,
aunque muy bien esquematizado, no está acompañado de citas relevantes, pero sí
de la opinión de quien escribe la historia porque formó parte de ella o tuvo
contacto con sus protagonistas.
Una tensa relación entre la jerarquía eclesiástica y los
orígenes de la Acción Católica es dibujada por Ara (2019) dando a entender a la
vez, que esta asociación de laicos consiguió en los obispos de la Iglesia sus
principales impulsores y decididos promotores y al mismo tiempo sus más pesados
observadores, aquellos que medían con rigor los alcances; mientras que la
visión de Klaiber (2016) apunta más a una responsabilidad particular del
laicado en cuanto al declive de la Acción Católica motivado al cambio de
dirección en los esfuerzos de esta masa organizada, pues la ambición política
distrajo, a su parecer, el campo de trabajo de los socios y su vocación
inicial.
Finalmente, la comprensión contextualizada que nos
brindan los autores es completada con nuestros aportes a esta investigación en
materia de documentación afín a la idea de una Acción Católica Peruana como
suceso resaltante y determinante en lo que es la historia contemporánea de la
Iglesia católica en el Perú.
2.1.
Fundación
Fue en
el Concilio Provincial Limense del año 1912 donde por primera vez se tiene una
versión oficial de la Iglesia sobre la identidad definitoria de la Acción
Católica, y con esto, una primera resolución que, a lo largo de los años
consecutivos, no hizo sino mantenerse sin tener mayor alcance, principalmente
por dificultades económicas, y la poca preparación en cuestiones de apostolado
seglar tanto de laicos como del mismo clero (Ara, 2019: 322-323).
Posteriormente
el Concilio Provincial Limense de 1927 avanzó considerablemente en la
consolidación de la Acción Católica Peruana, pues se sabe que tuvo como
productos la aprobación de la Junta Organizadora de la Acción Católica del
Perú, el nombramiento de un director espiritual que recayó sobre la persona de
Pedro Pablo Drinot i Piérola, la redacción de unos estatutos que luego se
verían contenidos en el Manual de Acción Católica dedicado al pueblo
peruano, y, finalmente, el nacimiento de la Acción Católica de Damas Peruanas,
siendo esta la primera asociación femenina de la Acción Católica en el Perú
(Ara, 2019: 324).
Los
dos obispos que más promovieron la Acción Católica en el Perú fueron Mariano
Holguín y Pedro Pascual Farfán (Klaiber, 2016: 54). Por su parte monseñor
Mariano Holguín fundó en 1925 la Acción Católica arequipeña (Klaiber, 2016: 54)
El 30
de junio de 1934, monseñor Pedro Pascual Farfán de los Godos, arzobispo de
Lima, dirigió una Carta pastoral al Clero y Fieles sobre la Acción Católica, en
la cual exponía su idea, objeto, extensión, principales caracteres, vida
cristiana, cultura religiosa y necesidad de la Acción Católica, desde la
perspectiva de una acción laical en estricta dependencia de la jerarquía
eclesiástica (Ara, 2019: 252).
2.2.
El
Congreso Eucarístico Nacional de 1935 y la constitución de la Acción Católica
Peruana
El
Congreso Eucarístico Nacional del 23 al 27 de octubre de 1935 con la
participación de cien mil personas fue “fruto de los esfuerzos de los centros y
grupos de la Acción Católica en Lima y provincias” (Klaiber, 2016: 55). La idea
surgió el año anterior, con motivos de celebrarse el cuarto centenario de la
fundación de Lima, para lo cual se conformó un Comité arquidiocesano integrado
por párrocos, laicos, religiosos y dirigentes de Acción Católica, con el
impulso pastoral de Mons. Farfán (Ara, 2019: 255). Con el propósito de salvar
al pueblo de las corrientes ideológicas de la época, el 19 de marzo de 1935 el
episcopado peruano convocó oficialmente el Congreso Eucarístico Nacional, para
refrescar y destacar el fervor eucarístico del pueblo peruano, tan ligado a la
Iglesia (Ara, 2019: 257).
Cada
día del Congreso tuvo una dedicación especial: el 23 se dedicó al papa, el 24
tuvo lugar la multitudinaria comunión de los niños en el día de la Infancia, el
25 fue la familia, el 26 se dedicó a la Patria y, finalmente, el día 27 de
octubre se honró a Cristo Rey (Ara, 2019: 270).
Terminado
el Congreso Eucarístico, el 30 de octubre de 1935 se produjo la primera asamblea
de la Acción Católica de la Mujer Peruana junto con la Acción Católica de la
Juventud Femenina Peruana. Los prelados también se constituyeron en asamblea
hasta el 6 de diciembre (Ara, 2019: 281). Como resultados de las conclusiones
de sesiones previas, los obispos decidieron “dictar una serie de instrucciones
relativas a la creación de la asociación Acción Católica Peruana, que serían
incorporadas […] en los Estatutos de la Acción Católica del Perú.” (Ara
2019: 282). Su principal órgano de decisión sería la Junta Nacional de la
Acción Católica Peruana, con el arzobispo de Lima, Pedro Pascual Farfán como
director eclesiástico y César Arróspide de la Flor como presidente seglar (Ara
2019: 282).
La Acción Católica Peruana se regía así, en su
estructura fundacional, según el modelo italiano, con una Junta Nacional y sus
principales ramas: “los caballeros, las señoras, la juventud masculina y la
juventud femenina” (Klaiber, 2016: 56) y también surgieron las ramas
especializadas de estudiantes y obreros, la UNEC y la JOC (Klaiber, 2016: 56).
César Arróspide
fungió como primer presidente de la Junta Nacional, en compañía del padre
Amelio Placencia como primer asesor eclesiástico (Klaiber, 2016: 56-57).
El
caso de José Dammert Bellido, militante laico de la Acción Católica Peruana,
fue especialmente particular, pues habiendo estudiado en Italia y entrado en
contacto con la Acción Católica de ese país, a su regreso al Perú fungió como
profesor de la Universidad Católica de Lima colaborando como miembro laico de
la Juventud Católica antes de ser ordenado sacerdote en 1947, para
posteriormente llegar a ser el asesor del Consejo Nacional de la Juventud
Católica, obispo auxiliar de Lima en 1958 y obispo de Cajamarca en 1962 (Klaiber,
2016: 58).
Al
igual que Dammert, Luis Vallejos Santoni también salió de las filas de la
Acción Católica. Ordenado sacerdote en 1957, fue obispo del Callao en 1971 y
arzobispo del Cusco de 1975 hasta 1982, cuando muere trágicamente en un
accidente vehicular (Klaiber, 2016: 58-59).
El
padre Gustavo Gutiérrez, siendo estudiante de medicina en la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, presidió el Centro Católico de Barranco y en
1960, al regresar de sus estudios en Europa, fue asesor arquidiocesano de la
UNEC – Unión Nacional de Estudiantes Católicos – y luego asesor nacional (Klaiber,
2016: 59). La UNEC, en esa época era parte integrante de la Acción Católica.
2.3.
Dos
movimientos fundamentales de la Acción Católica
Por su
importancia en el desarrollo de la Acción Católica Peruana vale la pena
mencionar especialmente a dos movimientos: el de la juventud femenina y el de
la juventud universitaria.
2.3.1.
La Acción Católica de la Juventud Femenina
Peruana
La
Acción Católica de la Juventud Femenina Peruana surge de un grupo de
estudiantes del colegio Sagrado Corazón que, para finales de 1934, se formaba
con la intención de colaborar con la Acción Católica, dedicándose en sus
primeros años a consolidar su estructura, a la par de prestar ayuda concreta en
el Congreso Eucarístico Nacional, haciendo contactos con agrupaciones afines
fuera del Perú y teniendo muy clara la misión de salvaguardar la moral católica
(Ara, 2019: 314).
Se
mencionó la primera asamblea de la Acción Católica de la Mujer Peruana y la
Acción Católica de la Juventud Femenina Peruana luego del Congreso Eucarístico
Nacional. Cabe resaltar que, al dar los obispos instrucciones para la
conformación de la Acción Católica del Perú en general, no podían ignorar la
fuerza peculiar de estos dos movimientos de mujeres que se convirtieron así en
una base fuerte de la Acción Católica.
Esto
parece coherente con la pronta aprobación por el Arzobispado de Lima, para su
jurisdicción, de la organización denominada Acción Católica del Perú – Rama de
Mujeres el 24 de abril de 1936. En esta aprobación se proponían programas de
acción apostólica en favor de la religión, la moralidad y la formación católica
de las mujeres y la organización propia de las directoras de esta asociación y
el reclutamiento y formación religiosa y moral de todas las socias, bajo la
consagración a Cristo Rey y a María Reina de los Apóstoles, contando con el
patronato especial de santa Rosa de Lima (Ara, 2019: 298).
En ese
año de 1936, la Acción Católica Peruana de Lima, en su rama femenina,
desarrolló diversas actividades en el orden de la piedad, entre las que
destacaron: retiros mensuales con su asesor eclesiástico el padre Benito Jaro,
la profundización de sus catecismos, la preparación de la feligresía para las
comuniones generales y de la Pascua, culminando con la última festividad
litúrgica del año, dedicado a Cristo Rey (Ara, 2019: 301).
De las
iniciativas limeñas se inspiraron las demás diócesis del Perú, es así como para
el año 1936, la Acción Católica Peruana – Rama de Mujeres tuvo presencia
consolidada en ciudades como Huánuco, Iquitos, Trujillo, Piura, Chachapoyas,
Arequipa, Ayacucho y Huaraz, como lo refieren las páginas de la revista Ora
et Labora, órgano divulgativo de la Acción Católica Peruana y nexo entre
los consejos parroquiales y diocesanos (Ara, 2019: 303).
2.3.2.
La Unión Nacional de Estudiantes Católicos
(UNEC)
La
UNEC nace de la Juventud de Estudiantes Católicos (JEC) fundada en 1941 por
Fernando Stiglich Gazzini, con filiales en el Cusco, Arequipa y en la capital
del país, quienes al unirse conformaron en 1943 la Unión Nacional de Estudiantes
Católicos (UNEC), con un exitoso 10 por ciento del total de universitarios de
la época, alrededor de ochocientos socios (Klaiber, 2016: 61). La UNEC
perteneció a la Acción Católica cuya estructura orgánica superior era
“estricta” según UNEC (2022: 6).
A la
vez, la UNEC se vinculó desde temprano con el consorcio internacional de
universitarios católicos Pax Romana, lo que le permitió a Lima ser la
anfitriona en 1946 de la Primera Asamblea Inter-Americana de Universidades
Católicas, a la vez que envió a sus delegados para asistir a los congresos de
Pax Romana en Europa, acompañados por el entonces padre Juan Landázuri Ricketts
(Klaiber, 2016: 62).
Esta
Unión Nacional de Estudiantes Católicos, que experimentó en sus orígenes una
respuesta al ambiente anticlerical universitario imperante, pasó por diversas
etapas. En opinión de Klaiber, a partir de 1960, radicalizó sus posiciones
políticas inclinándose a conformar la llamada “izquierda católica” que,
avanzados los tiempos y por el crecimiento de la población estudiantil, perdió
su presencia y alcance hasta llegar a conformar pequeños núcleos en los años
setenta (Klaiber, 2016: 62-63).
2.4.
Autocrítica
y declive
En el
IV Congreso Eucarístico Nacional, efectuado en el Cusco en 1949, los dirigentes
de la Acción Católica se propusieron examinar el camino recorrido desde la
fundación, que ya arribaba a los quince años, arguyendo el incumplimiento de
sus metas originales por dos principales razones: la emulación de modelos
europeos los cuales no eran contextualizados en la realidad peruana y la falta
de autodefinición y excesiva injerencia del clero y la jerarquía (Klaiber, 2016:
60).
Movidos
por la cuestión social en el Perú y el resto de Latinoamérica, en 1945 los
presidentes de la Acción Católica del Perú, Chile y Bolivia organizaron en
Santiago la Primera Semana Internacional de Acción Católica. Cuatro años
después se llevó a cabo la segunda en La Habana. La tercera fue en Chimbote, en
1953, donde tocados por la pobreza del lugar se pudo por fin tratar el tema de
la cuestión social que, en las anteriores reuniones no había sido tomado en
serio por diversas razones (Klaiber, 2016: 60-61).
Para
el padre Klaiber, S.J. el declive de la Acción Católica en el Perú estuvo
marcado por este encuentro de Chimbote, pues, en lo sucesivo, los dirigentes se
dedicaron específicamente a la reestructuración de la sociedad a través de
acciones políticas, creyendo esta su misión, de ahí que los fundadores de la
Democracia Cristiana (1955) así como la UNEC perdieran su dependencia de la
Acción Católica, quedando esta sin aparente campo propio, por lo que se
desvaneció progresivamente con la etapa postconciliar (Klaiber, 2016: 61).
3.
Desarrollo: la Acción Católica vista por sus actores
3.1.
Desde la visión del papa
La
Acción Católica es expresión de la conciencia de la Iglesia de que necesita
renovar profundamente su manera de relacionarse en el mundo. Para ello, se
requiere la participación activa de los laicos organizados bajo la dirección
del magisterio de la Iglesia. En su encíclica Quadragesimo anno, el papa
Pío XI se refiere a ella del siguiente modo:
“Estamos
persuadidos […] que ese fin se logrará con tanta mayor seguridad cuanto más
copioso sea el número de aquellos que estén dispuestos a contribuir con su pericia
técnica, profesional y social, y también (cosa más importante todavía)
cuanto mayor sea la importancia concedida a la aportación de los principios
católicos y su práctica, ciertamente por la Acción Católica (que no se
permite a sí misma actividad propiamente sindical o política) sino por
parte de aquellos hijos nuestros que esa misma Acción Católica forma en esos
principios y a los cuales prepara para el ejercicio del apostolado bajo la
dirección y el magisterio de la Iglesia.” (Quadragesimo anno, n° 96
– las cursivas son nuestras).
Destaquemos
aquí tres cosas:
-
Se busca
actuar en el mundo con laicos (o “seglares”) competentes en sus campos.
-
La Acción
Católica, como organización, no tiene actividad propia en lo sindical o
político.
-
Todo se da
bajo el magisterio de la Iglesia, lo que se concreta en los documentos por el
sometimiento a la autoridad jerárquica.
Molette,
desde Francia, indica claramente la intención del papa: “Lo que está en juego a
través de la vida del más humilde de los jocistas, es la misión de la Iglesia
en el mundo de hoy. Pío XI se dio cuenta de ello” (Molette 1963: 30).
Si
bien la Acción Católica se fortalece y es reconocida formalmente por Pío XI, también
se mantiene fuertemente ligada al papa Pío XII como lo muestra la siguiente
cita del I Congreso Mundial del Apostolado Seglar de 1951 refrendada por el
papa:
“El
apostolado seglar […] consiste, ante todo, en dirigir a los hombres, con pleno
respeto, a su libertad, hacia la verdad y amor de Cristo. Implica, por lo
tanto, una irradiación de los principios y del espíritu evangélicos sobre las
instituciones y las estructuras humanas de orden temporal. (Ecclesia,
20-10-1951, página 16)”. (Citado por Avelino, 1956: 133-134).
3.2.
Visiones desde el entusiasmo inicial en el Perú
En el
órgano de la Acción Católica de Miraflores de 1941, Ernesto Segura publica un
artículo sobre “El nuevo estilo de vida” que trata de la fe de los jóvenes y
revela mucho del espíritu de la época.
“La
esperanza, en la juventud nueva, es un deseo de vivir que involucra […] que se
abren rumbos nuevos en la vida. Esa fe que abre horizontes nuevos es
la fe cristiana […] es la única que, abriendo nuevos rumbos a la
vida, nos hace pregustar ya la plenitud de esa vida en la tercera de las
grandes virtudes: la caridad. La caridad es la virtud que nunca comprendió la
generación que muere. […] Para la nueva juventud, en cambio, la caridad
es la virtud que vivifica todo y en la que encuentra su plenitud la vida
nueva, que la fe cristiana ha abierto a la esperanza.” (Acción – Órgano de
la Acción Católica de Miraflores. 1941 – las cursivas son nuestras).
Es
época de la Segunda Guerra mundial. Se requiere una nueva juventud y la
esperanza en una nueva vida. La fe cristiana es la única que conduce a ella. La
Acción Católica, como parte de la Iglesia, se presenta como la única
alternativa.
Apenas
terminada la Segunda Guerra mundial, vamos a presentar una conferencia para la Juventud
de la Acción Católica femenina que se dio en el marco de una reunión en Lima de
ese grupo de Acción Católica del 1 al 5 de agosto de 1945. Se trata de la
conferencia que la Srta. Caty Cassinelli, tesorera del Secretariado de Prensa y
Propaganda, dio con el título de “Razón de la Existencia de la Acción Católica”
(JFACP, 1945: 41-57) [2]. Este
texto hace una buena presentación de las preocupaciones del momento de las
mujeres pertenecientes al movimiento y presenta una visión de la historia tal
como se percibía en la época. La Iglesia, vinculada al principio de universalidad,
se muestra como “un fenómeno político espiritual que vivió Europa bajo el hermoso
nombre de ‘La Cristiandad’” (p. 42). Sin embargo, dice el texto, esta
universalidad iba a sufrir “un golpe en su tarea civilizadora con el Cisma de
Occidente, el cual separó de Roma vastas regiones de Europa Oriental” (p. 42) que,
aunque se mantuvieran cristianas serían privadas del beneficio de la
universalidad. “Durante el Renacimiento la misión universal de la Iglesia
fue de nuevo atacada por el protestantismo, cuyas consecuencias funestas
para la paz del mundo no pueden ser exageradas” (p. 43). Luego de criticar el
protestantismo que se destroza y contradice “en la incoherencia del libre
examen” (p. 43), como “típica imagen del renegado” p. 44), la conferencista ataca
a los “filósofos, los naturalistas, los darwinianos [para quienes] todo absurdo
es posible como origen del hombre, menos su ascendencia divina proclamada por
la Iglesia Universal” (p. 43). Luego vino la industrialización y, con ella, los
marxistas, “apóstoles del proletariado”, cuyo movimiento “se inició a base
de descristianización de las masas y fomento de odio exasperado de clases”
(p. 49).
A
continuación, la Srta. Cassinelli menciona a los papas, empezando por Pío IX
con su encíclica Quanta Curay, para centrarse en el papa León XIII y la
“sensacional encíclica Rerum Novarum”. De ella recalca su anuncio de
“los daños gravísimos de la revolución marxista latente, apoyada por la
paganización reinante” (p. 51) así como los límites que pone el papa a la
ambición capitalista a la vez que “establece las condiciones decentes a que
debe sujetarse el trabajo del obrero, condena su explotación y señala también
al obrerismo sus deberes y límites” (p. 52). Presenta a León XIII como el
fundador de la doctrina social de la Iglesia y recomienda a los miembros de la
Acción Católica la lectura de su encíclica que considera muy avanzada en su
tiempo. Luego destaca el papel del “inmortal Pío XI”, fundador de la Acción
Católica que fue una necesidad de los tiempos, no solo para “conjurar la
absorción totalitaria” (p. 52), sino también por “muchas necesidades en todo el
mundo; la paganización invasora, el materialismo triunfante, la laicización
de la enseñanza, todo aquello que daba su fruto de católicos débiles y
desorganizados frente a fuerzas adversas y sólidamente constituidas para
derribar el árbol de Cristo.” (p. 53) Ante “los bárbaros entretelones del
Estado endiosado” y los “grandes problemas sobre el totalitarismo o el marxismo
el Papa de Roma parece haber recuperado sus antiguos fueros y habla
implícitamente en nombre de la Cristiandad” (p. 55). Ante ello, “ha llegado
el momento de mostrar si somos levadura en la masa, […] ha llegado la época que
tal vez previó Pío XI al fundar la A. C., de restaurar todas las cosas en
Cristo” (p. 57). Las cursivas de estas citas son nuestras y ponen de relieve
los énfasis puestos en el recuperar la cristiandad en contra de las tendencias
de la época.
En otra
conferencia, en el mismo evento, sobre el tema de la “vida espiritual y
formación intelectual base del apostolado”, la Srta. Doctora Matilde Pérez
Palacio Carranza afirma por su parte:
“La acción católica que es la participación
de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia para recristianizar
la sociedad, requiere que cada una de nosotras esté ya recristianizada.” (JFACP,
1945: 96) (las cursivas son nuestras).
Esto
significa entre otras cosas, continúa la Srta. Matilde Pérez, que aparece “como
símbolo de redención en pleno siglo XX esta organización de la Acción Católica
que quiere darle vida, vida nueva y abundante a nuestra Iglesia, y al decir
Iglesia estamos pensando en la unión de todos los que profesamos una misma fe.”
(p. 97). Esto significa que la acción sea de participación. Esta última idea
está presente en el documento Nociones de Acción Católica (A.C.J.F.P. 1938)
que recuerda la definición de la Acción Católica por el papa Pío XI:
“participación de los seglares en el Apostolado Jerárquico” (p. 55).
3.3.
Visiones
desde la experiencia y la autocrítica
3.3.1.
César Arróspide de la Flor
César Arróspide de la Flor es descrito por Klaiber como
hombre sumamente culto que llegó a simbolizar la Acción Católica Peruana.
“Dictaba cursos de historia de música en su alma mater [UNMSM] y en la
Universidad Católica, donde también llegó a ser decano de la Facultad de Letras
y Ciencias Humanas. En 1926 fundó el grupo Acción Social de la Juventud.”
(Klaiber, 2016: 53). Y fue el primer presidente nacional de la Acción Católica
Peruana. Asumió en diciembre de 1935 y siguió teniendo liderazgo en la
evolución de esta asociación. En una conferencia de 1966, desde la perspectiva
del Concilio Vaticano II, hace una evaluación sobre el papel de los laicos en
la que la crítica al clericalismo está clara.
“[E]l Concilio nos
da una versión positiva y actuante del laico mismo, como cooperador de la
verdad al lado del sacerdote, y como responsable directo en el mundo temporal
de su ordenamiento según el Plan de la creación. […] El laico de hoy […] ha de
vivir la urgencia de su propia conversión para ser humanamente apto al encarar
su tarea apostólica, ha de superar toda una tradición de apostolado de
fuerte matiz clerical que mermaba su eficacia de laico […]” (Arróspide de
la Flor, 1988: 26 – Nueva visión de la
misión del laicado en la Iglesia y en el mundo, Conferencia de 1966) (las
cursivas son nuestras).
Concordante con esta apreciación, en el capítulo IV de la
misma publicación (Arróspide, 1988) el autor recuerda la actitud crítica de la
Convención Nacional del Cuzco de 1949 sobre la Acción Católica Peruana. Comenta
ahí las principales conclusiones de este evento realizado entre el 13 y el 16
de mayo de ese año. Observa en ellas “una conciencia nueva que iba haciendo
crisis en el empeño recristianizador” (p. 87). Se comprobó el impacto
provocado por el anuncio oficial de la Acción Católica que convocaba
oficialmente a los cristianos para que participaran en el apostolado
jerárquico. El desconcierto produjo incomprensiones y también actitudes
adversas. Un gran tema era cómo recristianizar un mundo paganizado. Una de las
conclusiones criticaba que “muchos seglares, a quienes habría correspondido
ejercer el apostolado en su medio, creyeron necesario huir del mundo
descristianizado para ‘preservarse’” (p. 89). Muchos, en ese contexto,
asumieron “una función de infra-clérigos, o ‘sub-diáconos’, actitud que
determina en el seglar una calidad de seglar disminuido” (p. 89). Ante
los diversos problemas sometidos a la crítica, se planteó la necesidad de una
formación sólidamente autónoma de los miembros de la Acción Católica, para lo
cual se aconseja que “para formar personalidades en la Acción Católica (se)
precisa el contacto con fuentes que de suyo produzcan una transformación
interior, como son los Evangelios” (p. 95). Sería una forma de evitar que los
laicos sean exclusivamente una fuerza auxiliar de la Jerarquía, una simple
“ayuda al párroco”. Estas reflexiones críticas son consideradas por el autor
como un vislumbre de la concepción de Lumen Gentium. En este caso
también, las cursivas son nuestras y señalan aspectos importantes de la
crítica, la que nos va indicando por qué, a la larga, el movimiento se va
debilitando y descomponiendo.
Visto el tema desde hoy, el gran problema es cómo la
Iglesia se transforma con la incorporación activa de asociaciones de laicos (o
“seglares”) ante los inmensos retos de las transformaciones del mundo. Pero
estos cambios se van dando, naturalmente, desde formas de organización y de
pensamiento doctrinal propias del pasado. De ahí las enormes tensiones que
conducen a la desintegración para dar lugar a otras formas de organización.
3.3.2.
Jacques Maritain
Jacques
Maritain, filósofo cristiano venía trabajando sobre estas tensiones desde los
años 30. En contra de una tendencia conservadora con respecto al tema de la
política y de la relación de los cristianos con el mundo, su pensamiento influyó
sin duda en la evolución de la Acción Católica.
Cuando, en 1945, la Srta. Cassinelli hablaba con mucha
reverencia de la Cristiandad y anhelaba volver a ella, es casi seguro que ni
ella ni sus compañeras de la Asociación Católica Femenina habían leído el libro
de Jaques Maritain publicado por primera vez en francés en 1936 (Maritain, Jacques, 1966/1936). Nada en lo que
dicen lo indica porque ellas se aferran al antiguo concepto de cristiandad. Sin
embargo, en ese libro, el filósofo francés habla del “ideal histórico de una nueva
cristiandad”. En ese texto precisa su pensamiento sobre la relación entre lo político
y lo espiritual:
“La sociedad
política no tiene por oficio conducir a la persona humana a su perfección
espiritual y a su plena libertad de autonomía, es decir a la santidad […]. Sin
embargo, la sociedad política está destinada esencialmente, en razón del fin
terrenal que la especifica, a desarrollar condiciones de medio que lleven a la
multitud a un grado de vida material, intelectual y moral conveniente para el
bien y la paz del todo, de tal suerte que cada persona se encuentre ayudada
positivamente en la conquista progresiva de su plena vida de persona y de su
libertad espiritual.” (Maritain, 1966: 106).
Como bases de esa nueva cristiandad, Maritain, luego de
analizar la cristiandad medieval con sus “errores mortales” que no se puede ni
se debe repetir, plantea algunos principios para un nuevo tipo de sociedad
inspirada en el cristianismo. Estos principios son: el pluralismo, la autonomía
de lo temporal, la liberad de las personas, la unidad de “raza social” (que
supone igualdad fundamental y democracia), la obra común consistente en una
comunidad fraterna por realizar.
3.3.3.
Gustavo Gutiérrez
Gustavo Gutiérrez ha sido asesor de la UNEC durante muchos
años. En su libro de 1979 recién vuelto
a publicar, La fuerza histórica de los pobres, ubica su teología ‘desde
el reverso de la historia’. En esta obra, tanto teológica como política, como
lo afirma Raúl Zegarra en su prólogo, Gutiérrez habla del papel de la corriente
socialcristiana proveniente de Europa en el despertar de la conciencia social
de ciertos grupos cristianos:
“Esta corriente –
sostiene – había surgido bajo la influencia del ala moderna del liberalismo
católico, de algunas ideas del catolicismo social francés y de la doctrina
social de la Iglesia nacida con León XIII. Jacques Maritain será su principal
forjador y vertebrará esas diferentes líneas con la filosofía tomista. Es un
intento por liquidar la mentalidad de cristiandad y abrirse moderadamente a los
valores del mundo moderno.” (Gutiérrez 2024: 245).
La teología de la liberación es, sin duda, una crítica a la
mentalidad de cristiandad. Simultáneamente, llama a los cristianos a participar
en la transformación de un mundo injusto que reduce a los pobres en “no
personas”, según la formulación de Raúl Zegarra en Gutiérrez (2024: 23). Y esto
supone ingresar a la política aceptando la tensión propia del espacio de lo
temporal para quienes están movidos por aspiraciones espirituales tal como lo
plantea también Maritain. Esta perspectiva, a la vez que nos ayuda a entender
las limitaciones propias de la Acción Católica nos muestran también cómo fue un
momento necesario en el desarrollo del proceso, el mismo que hoy se trabaja
desde la perspectiva de la sinodalidad.
4.
Conclusión
Como hipótesis razonable luego de nuestra demasiado breve
investigación, nos parece que la Acción Católica, en su afán por ser un
baluarte de renovación de la Iglesia confrontada con las nuevas realidades de
la modernidad, no supo distinguir como lo hizo Maritain entre la cristiandad
medieval obsoleta y la búsqueda de una nueva cristiandad con principios como
los que Maritain señala. Las tensiones y críticas que de allí derivan parecen
haber conducido a su casi disolución luego de que los líderes más activos y
pensantes – tal vez también influenciados por el pensamiento de Maritain – se
encaminaran, desde su trabajo en el mundo, hacia la política más directa aunque
sin mayores éxitos (Democracia Cristiana) o hacia la consolidación de
organizaciones laicales que se irían vinculando a los cambios de la Iglesia del
Concilio Vaticano II y luego hacia la Teología de la Liberación y los
encuentros del CELAM. El proceso sinodal vigente es, en ese sentido una
continuación y superación de la Acción Católica, la que en el Perú se vivió con
mucha intensidad y dio lugar a importantes formas de organización.
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UNEC. Lima.
Revistas:
Acción
católica de la mujer peruana. Anuario 1935.
Acción
– Órgano de la Acción Católica de Miraflores. Año II, N° 70, Miraflores, 20 de
abril de 1941.
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