HABEMUS
PAPAM
“Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, reza el adagio popular, y
no hay frase que mejor represente el sentir de la gran mayoría de católicos
tras la muerte del papa Francisco.
La madrugada del lunes después de Pascua, revisé mi teléfono casi por
instinto y encontré una notificación reciente de un joven teólogo español en
YouTube: “El Papa ha muerto”. Aún medio dormido y deslumbrado por la luz del
celular, confirmé la noticia en la página oficial del Vaticano. La tristeza me
invadió de inmediato. Apoyando la cabeza en la almohada, esperé el amanecer,
sumido en pensamientos sobre el pontificado de quien, por más de doce años,
había guiado con sencillez y profundidad la barca de Pedro: argentino, jesuita,
cercano, de buen humor y de gran corazón.
Los días siguientes transcurrieron con ese aire solemne propio de un
duelo oficial y personal. Pasados los funerales e iniciado el cónclave, me
dediqué a hacer predicciones con entusiasmo. Estaba convencido de que el nuevo
papa sería el diplomático italiano Pietro Cardenal Parolín. Su cercanía con
Francisco y su experiencia como nuncio en Venezuela lo convertían, a mi juicio,
en el candidato ideal. Incluso un medio católico respetado lo señaló como
favorito. Todo parecía confirmar mis suposiciones… pero la realidad se encargó
de sorprendernos.
El jueves 8 de mayo, segundo día de votaciones en el cónclave, salíamos
de clases de Eucaristía en el seminario cuando vimos en redes sociales el humo
blanco elevarse desde la chimenea de la Capilla Sixtina. Nos dirigimos
apresurados a la sala de televisión para presenciar en vivo el esperado
anuncio: habemus papam. Mientras el cardenal protodiácono pronunciaba
las palabras solemnes, yo, con el teléfono en mano para grabar nuestra
reacción, repetía en voz baja: “¡Parolín! ¡Pietro! ¡Parolín!”. Pero no fue él.
El nombre anunciado fue Robertum Franciscum Cardinalem Prevost.
De inmediato supe que se trataba de Robert Prevost, el obispo agustino
que había sido cardenal y prefecto del Dicasterio para los Obispos. Aunque no
lo conocí personalmente durante su servicio en el Perú, sabía que había sido obispo
de Chiclayo y que había dejado huella como un verdadero padre y guía
espiritual. Curiosamente, un par de hermanos seminaristas ya lo habían señalado
como favorito.
Nuestra transmisión de EWTN estaba ligeramente retrasada, por lo que uno
de mis compañeros, al ver la noticia antes que nosotros, se acercó y me susurró
al oído: “León XIV”. Me pareció un momento profético. Cuando finalmente lo
escuchamos del cardenal, la emoción estalló. Grité de alegría y dejé de grabar
para verificar la información en internet. Recordé entonces que mi arzobispo
había sido uno de los tres obispos consagrantes de Prevost en 2015, y que en
una conversación reciente me había confiado que sentía que él podría ser el
próximo Papa.
Esperamos con expectación su salida al balcón. Queríamos ver con qué
estilo se presentaría: ¿la austeridad de Francisco o la solemnidad de Benedicto
XVI? León XIV apareció radiante, revestido con la muceta roja y el estolón de
los Apóstoles, y bendijo a la ciudad y al mundo con emoción visible.
Sus primeras palabras fueron una verdadera catequesis. La mención
especial a “mi querida diócesis de Chiclayo en el Perú” nos hizo vibrar de
emoción. Recé con él el Padrenuestro en italiano y me signé con devoción al
recibir su primera bendición urbi et orbi, consciente de que una nueva
etapa había comenzado.
Nueva etapa, sí, pero no olvido del pasado. No parece tratarse de una
simple continuidad, pero tampoco de una ruptura. El espíritu renovador de
Francisco queda como legado vivo. León XIV es, sin duda, el Papa que
necesitamos en este tiempo: un pastor con experiencia, arraigado en el
Evangelio, abierto a los desafíos del mundo contemporáneo. Su elección es fruto
del discernimiento humano guiado por la acción del Espíritu Santo.
Hoy, al mirar con fe los comienzos de este nuevo pontificado, solo me
queda dar gracias a Dios. Por el testimonio de Francisco, por la elección de
León XIV, por el amor constante de la Iglesia hacia sus hijos. Como católico,
seminarista y creyente, rezo con esperanza: que el Señor lo fortalezca, lo
ilumine y lo acompañe siempre, para que confirme en la fe a sus hermanos y
conduzca con sabiduría la Iglesia de Cristo. ¡Viva el Papa! ¡Viva León XIV!
- La Iglesia Católica se alegra
- por el nuevo representante de Jesús
- que vive en el Vaticano
- su nombre es León del Perú.
- De la Orden Agustiniana
- nacido en la ciudad de Chicago
- fue misionero en Chulucanas
- y santo obispo de Chiclayo.
- Es el papa León catorce
- el patriarca universal
- que con la ayuda de María
- nos guiará hasta el final.
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