Inmaculada Virgen Mama Percca
El monasterio de Santa Clara,
en la Huamanga virreinal,
fue el glorioso pedestal
que la devoción prepara,
cuando la Virgen llegara,
mostrando su gran merced,
al plasmarse en la pared
con visión no comprendida,
bendiciendo con su vida
tantos ruegos, tanta sed.
Cierta monjita piadosa,
mezclando rezo y faena,
a María gratia plena
meditaba muy gozosa.
Juzgando, la religiosa,
que un cliso la observaba,
se sintió muy asustada
al notar, en su cocina,
cuando la mirada afina
un ojo allí se notaba.
Al principio no advirtió
la proverbial asistencia,
y en confusa ocurrencia
a la abadesa acudió.
En Satanás se pensó,
pues no habían distinguido
que aquel ojo aparecido
en medio de tanto hollín
sería la prueba, al fin,
de un milagro acontecido.
Insistiendo ambas mujeres
que aquel suceso en cuestión
era la cruel tentación
de infernales pareceres,
cumpliendo con sus deberes
a un albañil contrataron,
y el ojo con barro taparon,
mas no tuvo buen efecto,
pues el admirable espectro
en su plenitud miraron.
Entonces la pared descubrió
la dulcísima figura
de la Virgen Madre Pura,
que preciosa apareció.
Y la huamanguina sintió,
como bendición que aflora,
a Mama Percca, Protectora
del monasterio bendito,
donde ocurrió el fortuito
que esta historia rememora.
Fue en el mayo venturoso
de mil setecientos cincuenta y cinco,
cuando el amor puso ahínco
en aquel hecho glorioso.
De la imagen sin esbozo,
que en la pared fue hallada,
la Virgen hoy venerada
en el sitio que en otrora
fue sagrado como ahora
para María Inmaculada.
Mama Percca venerada,
hoy tus hijos imploramos
mantenernos como hermanos
bajo tu santa mirada.
Con el alma enamorada
por la vida de tu Hijo,
que de Dios también se dijo,
y te llenó con su gracia,
con plenitud y audacia,
del pesebre al crucifijo.
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