El pobre
de espíritu es aquel que reconoce su necesidad radical de Dios, lo busca con
sinceridad y deposita en Él toda su confianza, esperando de Él cuanto necesita.
Este sentido se comprende mejor si se atiende a la evolución del término
“pobre” en la tradición hebrea. El griego ptojós traduce dos palabras
hebreas: ’ebión y ’aní, que atraviesan un proceso de desarrollo
en tres etapas. En un primer momento, significan simplemente “pobre”, en el
sentido de carecer de bienes materiales (Dt 15,4.11). Más tarde, pasan a
expresar la condición de quien es “vejado y oprimido” (Am 2,6; 8,4).
Finalmente, alcanzan su pleno significado: el pobre, despojado de todo recurso
humano, sin poder, prestigio ni influencias, al no poder esperar ayuda de
nadie, sólo puede confiar en el auxilio de Dios. Así, estas palabras acaban
designando a quienes, al no tener nada en la tierra, ponen toda su esperanza y
confianza en el Señor (Am 5,12; Sal 10,2.12.17; 12,5; 14,6; 68,10)[2].
León XIV[3]
nos recuerda que existen muchas formas de pobreza: aquella de los que no tienen
medios de sustento material (los indigentes, los desempleados, los sin techo,
los campesinos sin tierra, los migrantes que huyen del hambre o la violencia);
la pobreza del que está marginado socialmente y no tiene instrumentos para dar
voz a su dignidad y a sus capacidades (las mujeres discriminadas, las personas
con discapacidad física o mental, los niños abandonados, los ancianos solos,
los enfermos crónicos o terminales); la pobreza moral y espiritual (quienes
viven sin esperanza ni fe, los que se cierran a Dios o se esclavizan al pecado:
los ateos militantes, los corruptos, los narcotraficantes, los explotadores,
los dictadores); la pobreza cultural (los que no tienen acceso a la educación,
a la cultura o a la información veraz, los que viven en el analfabetismo o en
contextos de manipulación ideológica); la del que se encuentra en una condición
de debilidad o fragilidad personal o social (los migrantes, los refugiados, los
enfermos mentales, los adictos, los sobrevivientes de violencia doméstica o de
guerra); la pobreza del que no tiene derechos (quienes no pueden acceder a la
justicia, los que no pueden pagar un abogado, los explotados laboralmente), ni
espacio (los desplazados por conflictos, desastres naturales o persecuciones),
ni libertad (los presos hacinados, los cautivos de regímenes totalitarios o de
redes de trata de personas).
“Acomodarse
con la pobreza es ser rico. Se es pobre, no por tener poco, sino por desear
mucho”[4].
Pero, hay que tener claro que la pobreza no es una virtud ornamental, sino una
virtud necesaria, “se trata de salvarnos como en los naufragios: arrojando el
equipaje”[5],
además, “no hay que buscar la pobreza, es ella la que viene a buscarnos a
nosotros cuando nos decidimos de veras a amar”. Esta vocación a la pobreza
constituye un llamado profundamente eclesial. Como hemos visto, fue san Juan
XXIII quien, al inaugurar el Concilio Vaticano II, acuñó con fuerza esta
inspiración, dando origen a la expresión “Iglesia de los pobres”, que desde
entonces ha encontrado numerosos seguidores. Todos comprendemos el sentido de
esa frase: encierra un programa admirable y evoca los esfuerzos ya emprendidos
para hacerlo realidad. Sin embargo, tal expresión podría no ser del todo
afortunada. Por un lado, parece insinuar que la Iglesia excluye de su seno a
los ricos, anticipando ya en la historia la separación definitiva entre el
trigo y la cizaña; por otro, podría interpretarse como una simple preferencia
por los pobres, con el riesgo de caer en una actitud paternalista. Quizá,
entonces, sería más justo y evangélico hablar no tanto de una Iglesia de los
pobres, sino de una Iglesia pobre[6].
[1] TILLARD, J.
M., (1968), La salvación misterio de pobreza, Sígueme, pp. 17-18.
[2] BARCLAY, W.,
(1977), Palabras griegas del Nuevo Testamento, su uso y significado,
Casa Bautista de Publicaciones, p. 190.
[3] DILEXI TE, n°
9.
[4] VILA, S.
(1976), Enciclopedia de citas morales y religiosas, Clie, p. 359.
[5] CABODEVILLA,
J., (1986), Discurso del Padrenuestro, ruegos y preguntas, Biblioteca de
Autores Cristianos.296.
[6] p. 301.

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