lunes, 15 de septiembre de 2025

María, Madre de los pobres y Consuelo para los migrantes

María, madre de los pobres y Consuelo para los migrantes

         Como se ha visto, a lo largo de esta exégesis bíblica y pastoral sobre la unción de Betania hemos procurado mantener la centralidad cristológica que exige el texto evangélico. Sin embargo, como verdaderos cristianos, nos resulta imposible hablar de Jesús sin referirnos a su santísima Madre, la Virgen María, la humilde sierva de Nazaret. Por ello, detengámonos ahora a contemplar quién es María: la Madre de Dios y la Madre de los pobres.

         De María sabemos lo que nos revelan los evangelistas: que desempeña un papel protagónico en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Ante el mensaje del ángel, ella respondió con su fiat —“hágase”—, proclamándose sierva del Señor (Lc 1,38). Esta primera y esencial identificación de María, después de quedar manifiesta su virginidad, es la de humilde servidora de Dios. En ello se revela su lugar entre los más sencillos y desprendidos de este mundo, aquellos que, con total disponibilidad, se abren a la voluntad divina.

         María es Madre de Dios, y el Hijo que concibió fue generoso, pues siendo rico se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (2 Co 8,9). Como hemos visto, en Jesús reconocemos al pobre entre los pobres; por tanto, María, al ser Madre de Dios, es también Madre de los pobres, precisamente en virtud de su Hijo.

         Esta pobreza y humildad, que no son solo rasgos propios de María o de Jesús por separado, sino que abarcan también al justo José —y, por tanto, a toda la Sagrada Familia de Nazaret—, se manifiestan claramente en el nacimiento del Señor. Sabemos que Jesús no vino al mundo en un palacio, rodeado de lujos y riquezas, sino en un pesebre, el lugar más humilde, donde se alimentan los animales (Lc 2,7).

         Toda la grandeza teológica de María tiene su fundamento en la humildad de su vida concreta. Ella es María de Nazaret, una mujer sencilla del pueblo, que vivía la fe con la religiosidad popular de su tiempo: presentando a su Hijo en el templo, peregrinando a Jerusalén (Lc 2,21ss; 41ss), visitando a sus familiares (Lc 1,39ss), participando en las celebraciones de su comunidad, como las bodas (Lc 2,48.51; Mc 3,31-32), y permaneciendo fiel junto a la cruz, como una madre totalmente entregada (Jn 19,25). En esa pequeñez —y precisamente por ella, no a pesar de ella—, María llegó a ser todo lo que la fe proclama de su persona, porque el Señor hizo en ella maravillas (Lc 1,49)[1].

         Un hecho especialmente significativo fue la ayuda que María prestó a su parienta Isabel (Lc 1,56). La ancianidad de Isabel y su inesperado embarazo la colocaban entre las personas más pobres y vulnerables de su tiempo; sin embargo, allí estuvo María para asistirla. Fue en su ayuda sin demora ni reservas, “a toda prisa”, movida no por interés propio, sino por el deseo sincero de servir. Esta actitud refleja el corazón generoso de María, Madre de los pobres y Auxilio de los cristianos, como la invocamos en las letanías.

         ¿No acudirá María en nuestra ayuda si la invocamos con fe? ¿Podríamos acaso dudar de su auxilio maternal, especialmente para con los pobres? “La mediación de María es la prueba de su amor de madre para con los hombres”[2]. María, pobre y humilde, permanece siempre atenta a las necesidades de los demás, no solo de sus parientes, sino también de sus amigos. Recordemos la escena de las bodas de Caná, donde Jesús fue invitado junto con sus discípulos y también su Madre (Jn 2,1ss). Ante la falta de vino, es María quien primero percibe la necesidad y, movida por compasión, intercede ante su Hijo para que devuelva la alegría a los novios y a todos los presentes. Por eso, con razón, la llamamos Causa de nuestra alegría.

         Toda la vida y el testimonio de María proclaman la predilección de Dios por los pobres y su opción amorosa por ellos. Llena del Espíritu Santo, María profetizó en el Magnificat una auténtica revolución evangélica, social y espiritual, al cantar que el Señor “derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes; colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,52-53). En ella comprendemos con mayor claridad la preferencia de Dios por los últimos, porque María experimentó que el Señor exalta a los despreciados y sacia de bienes a quienes padecen hambre. La verdadera esperanza del pobre no eres tú ni yo: es Dios mismo, y María lo supo y lo vivió en lo más profundo de su existencia.

         Como primera discípula de su Hijo, María sale a nuestro encuentro para conducirnos hacia Él. Pensemos en las dos grandes mariofanías que guarda con amor la fe de América Hispana: Guadalupe, en México, y Coromoto, en Venezuela. En ambas, la Madre de los pobres elige a los más humildes y se acerca a los últimos, pues en san Juan Diego Cuauhtlatoatzin y en el cacique Coromoto están representados nuestros pueblos originarios, los excluidos y los desamparados. El mensaje de María es siempre un anuncio de salvación y liberación, una invitación a la confianza en Dios y a la fidelidad a su Hijo, porque la auténtica piedad mariana es cristocéntrica y soteriológica.

         El libro del Apocalipsis nos recuerda que quienes obedecen los mandamientos de Dios y conservan el testimonio de Jesús son la descendencia de María, sus verdaderos hijos, contra los cuales se desata la furia de Satanás (Ap 12,17). María, Madre de los pobres y Madre de la Iglesia, es para nosotros refugio seguro e inspiración constante en la lucha contra el mal y todas sus formas, la principal de ellas: la pobreza.

         En junio de 2020 el papa Francisco agregó tres nuevos títulos a la lista de las Letanías Lauretanas a la Santísima Virgen María: Mater misericordiae –Madre de la misericordia-, Mater spei –Madre de la esperanza- y Solacium Migrantum –Consuelo para los migrantes-. Meditemos ésta última letanía a continuación[3]. Por solacium se pueden tener como sinónimos: alivio, consuelo o ayuda. María Santísima es el alivio, el consuelo y la ayuda para los migrantes.

Primero que todo agradezcamos al Santo Padre Francisco por este noble gesto de presentarnos a María como modelo a seguir y a acudir en la situación de migrantes. El mismo Papa es hijo de inmigrantes italianos residenciados en Argentina, y no le avergonzó decirlo, pues lo recordó en el discurso de su primera visita a la Casa Blanca en la capital de los Estados Unidos de América. Definitivamente, nuestro mundo es uno solo, y en este planeta cabemos todos. Las naciones históricamente están acostumbradas a recibir personas de otras procedencias, las mismas que a lo largo de los siglos han ayudado en el desarrollo de los países donde han llegado, basta solo con echar una mirada al pasado y nos convenceremos de que esto es así.

Consuelo para los migrantes -hermoso título mariano- encuentra su fundamento teológico en las Sagradas Escrituras, específicamente en el evangelio de Mateo, capítulo 2, versículos 13-21; donde se narra la huida de la Sagrada Familia a Egipto, para escapar de la persecución del rey Herodes, seguida de la matanza de los inocentes y culminando el relato con la vuelta de José, María y el niño Jesús a la tierra de Israel. Analicemos pausadamente este pasaje y veamos por qué María es el Consuelo para los migrantes.

El relato de la huida a Egipto está precedido por el relato de la visita de los magos (2, 1-12), en cuyo final los tres visitantes depositan sus regalos a los pies del recién nacido: oro, incienso y mirra. De este episodio podemos deducir que José y María experimentaron una gran alegría, pues su pequeño era reconocido como Dios y Señor por estos magos de Oriente, además, habían recibido unos regalos que, dadas las circunstancias del viaje y el repentino parto de María, les vendría muy bien. Podríamos pensar que la Sagrada Familia de Nazaret estaba experimentando una bonanza económica, pues ciertamente el oro recibido habría de invertirse en la crianza del Mesías. Pero es en estas circunstancias en las que parece llegar la supuesta desgracia.

Relata el evangelista que, una vez retirados los magos, el Arcángel Gabriel “se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle»”. Imaginemos la confusión de José y María, ya que, después de una escena tan gloriosa como la visita de los magos, ahora Dios les pedía huir de su tierra, dejar sus cosas, sus propiedades por muchas o pocas que tuvieran -la carpintería de José, por ejemplo- para partir hacia una tierra lejana y desconocida para los tres.

José, el humilde hombre elegido por Dios para ser Custodio del Mesías, no se acobardó ni titubeó ante semejante noticia, por el contrario, “él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes”. Notemos cómo la respuesta de José fue inmediata –salieron de noche-, pues un padre de familia hace lo que sea por cuidar de los suyos, sin importar el qué dirán. En Belén más de uno hubo de preguntarse cómo era posible que José hubiera levantado a su mujer y al recién nacido para partir; tal vez alguno le hubiese aconsejado quedarse y soportar la persecución de Herodes, aun cuando la vida del pequeño corría peligro, porque para algunos, resistir es un acto heroico, pero en este caso, como en muchos, significaba un auténtico suicidio. José no dudó, se armó de valor y emprendió el viaje hacia Egipto, enfrentándose a una cultura, una religión y hasta una lengua diferente. Y en todas estas ¿qué podemos decir de María?

María es la humilde esclava del Señor, en ella se cumplió la Palabra del Altísimo. Pensemos en la joven nazarena al lado de su valiente esposo y con su hijito en brazos. Imaginemos a María siempre optimista y entusiasta en la huida a Egipto, pendiente de la criatura y bondadosa también con el fatigado José, cariñosa en palabras y gestos. Ella, la Reina del cielo y de la tierra fue, de seguro, el mejor refugio de José y Jesús. Hermosa Madre y Esposa.

Tras largos días de caminata, expuestos al sol y al peligro de los ladrones y viandantes de aquellas regiones desérticas, una vez ubicados en tierras lejanas, es posible que José repitiera la escena de Belén, con María y el niño sobre el jumento, de posada en posada buscando un lugar para resguardarse. ¿Qué harían José y María en sus primeros días de migrantes? De seguro José no se quedó de brazos cruzados, ni mucho menos se abandonó a las limosnas de las gentes. ¡Qué hermoso es verlo caminar de un lado a otro, esperanzado en conseguir un encargo para dedicarse al arte de trabajar la madera, que era lo que mejor sabía hacer! ¡Qué hermosa es María, atentísima en los quehaceres del hogar, pendiente de Jesusito y siempre puntual con la comida de san José obrero! Esa es María, la más humilde e importante a la vez, la más necesaria. Es ahí donde podemos comprender que, efectivamente, es María el Consuelo para los migrantes.

El texto evangélico continúa explicando la matanza de los inocentes, esto se llevó a cabo por orden de Herodes, quién consideró oportuno asesinar a todos los niños varones menores de dos años, para asegurarse así de que el Mesías pereciera también. Mateo finalmente agrega: “Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño»”. Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Amigos, qué final tan oportuno. La Sagrada Familia volvió a su tierra, una vez muerto Herodes.

En nuestra actualidad son muchas las familias que se ven obligadas por los nuevos Herodes a abandonar sus naciones, en busca de un futuro mejor. Todas esas familias deben verse reflejadas en la Sagrada Familia de Nazaret y saber que la situación de migrantes, en el mejor de los casos, no durará toda la vida. Así como Jesús, María y José sufrieron persecución y destierro, pero finalmente volvieron a su tierra natal, asimismo aquellos que sobrellevan actualmente la situación de migrantes, algún día retornarán a sus casas. María es el Consuelo para los migrantes porque ella misma fue migrante, y con la ayuda de Dios y el esfuerzo de José logró superar esa etapa de su vida, saliendo victoriosa y –como siempre- alegre y optimista.

Concluyo esta reflexión con unas palabras de Benedicto XVI en su famoso libro La infancia de Jesús: “Con la huida a Egipto y su regreso a la tierra prometida, Jesús concede el don del éxodo definitivo. Él es verdaderamente el Hijo. Él no se irá para alejarse del Padre. Vuelve a casa y lleva a casa. Él está siempre en camino hacia Dios y con eso conduce del destierro al hogar, a lo que es esencial y propio. Jesús, el verdadero Hijo, ha ido él mismo al «exilio» en un sentido muy profundo para traernos a todos desde la alienación hasta casa”.

No olvidemos que, Jesús es la única y verdadera razón de esta hermosa letanía a María Santísima, pues es Jesús el gran migrante. Primero lo fue en su infancia, con la huida a Egipto, y luego en el ejercicio de su ministerio, pues como lo relata (Lc 4, 24) Jesús fue rechazado por los mismos aldeanos y vecinos suyos, de ahí que pronunció con dolor las siguientes palabras: “ningún profeta es bien recibido en su patria”, o como lo decimos comúnmente, nadie es profeta en su tierra.

El Señor en su evangelio no es ajeno a la situación de los que abandonan su patria para ir a lejanos lugares, como le pasó a él mismo, por eso lo dejó claro en Mateo 25, 44-45: “Ellos replicarán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, emigrante o desnudo, enfermo o encarcelado y no te socorrimos? Él responderá: Les aseguro que lo que no hicieron a uno de estos más pequeños no me lo hicieron a mí”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario