Fuera de los pobres no hay salvación
Este
título, tan sugerente como controversial, es el de uno de los libros del
teólogo Jon Sobrino, publicado en 2007. También fue el título de la homilía
dominical de un sacerdote jesuita venezolano[1]
en la Jornada Mundial de los Pobres, el domingo 16 de noviembre de 2025, fecha
en la que además se prologa este libro.
El padre
Molina, desde la sede de Radio Nacional de Venezuela en Caracas, introduce su
reflexión sobre el evangelio leído (Lc 10, 25-37, “El buen samaritano”),
recordando que la Jornada Mundial de los Pobres fue instituida por el apreciado
papa Francisco para recordarnos lo que, a su vez, caracterizó su pontificado:
levantar la voz por los más excluidos, por los pobres, por los inmigrantes, por
los pueblos atropellados, y por aquello a lo que estamos llamados como Iglesia.
Como
testimonio de este llamado, el padre presentó la vida de Ignacio Ellacuría,
S.I., uno de los seis jesuitas asesinados en El Salvador el 16 de noviembre de
1989. Ellacuría, entonces superior de la Universidad Centroamericana, fue
ejecutado por el ejército junto a sus hermanos de comunidad y a una mujer laica
con su hija.
Retomando
el evangelio, el padre Molina resalta que la pregunta del Doctor de la Ley a
Jesús es, en esencia, una pregunta por la salvación: “Maestro, ¿qué debo hacer
para poseer la vida eterna?”. Recuerda de inmediato aquella conocida premisa de
la doctrina católica que afirma que “fuera de la Iglesia no hay salvación”,
para luego presentar la propuesta de Sobrino, teólogo centroamericano, quien
afirmó: “fuera de los pobres no hay salvación”. Así, ante la pregunta del
Doctor de la Ley sobre cómo alcanzar la salvación, Jesús no se limita al
cumplimiento de los Mandamientos —amar a Dios y al prójimo como a uno mismo—
que, aunque cruciales, no agotan su respuesta. Jesús va más allá y responde con
la parábola del buen samaritano ante la nueva pregunta del Doctor de la Ley
sobre quién es realmente su prójimo.
La
parábola es conocida: un sacerdote y un levita pasaron junto al hombre medio
muerto al borde del camino y lo ignoraron; pero un samaritano, al verlo, se
compadeció de ese pobre, de ese hombre en extrema precariedad, despojado de
todo por los salteadores. El padre Molina detalla entonces las actitudes del
amor hacia los pobres y nuestras disposiciones para atenderlos. La primera es
la compasión: ante los pobres, lo primero es compadecerse, es decir, sentir en
nosotros lo que ellos viven. Compadecerse ante el rostro de los enfermos, los
abandonados, los ancianos, los niños, los jóvenes en riesgo de caer en drogas o
delincuencia, los indígenas, los inmigrantes, las madres que sufren porque
tienen un hijo privado de libertad… El rostro del pobre de esta parábola era,
además, el rostro de la muerte, pues el texto evangélico señala que lo habían
dejado medio muerto. Lo primero es compadecerse.
En
segundo lugar, el samaritano se acerca. Acercarse a los pobres significa ir
donde ellos están y ponerse a su lado, sin rechazo ni distancia, superando la
aporofobia —ese desprecio o repulsión hacia los pobres—. Esta actitud, señalada
por el papa Francisco en la presentación del libro “Iglesia, pobre y para los
pobres” del cardenal Gerhard Ludwig Müller, nos interpela cuando él pregunta:
“¿Quién de nosotros no se siente incómodo incluso frente a la sola palabra
«pobreza»?”[2].
Su reflexión subraya precisamente la dificultad humana de mirar la pobreza de
frente, y al mismo tiempo nos invita a vencer ese miedo para imitar la cercanía
compasiva del samaritano.
En tercer
lugar, el samaritano lo unge con aceite y vino; con lo que llevaba consigo le
brindó ayuda, un auxilio que le salvó la vida. Esta unción nos recuerda el
gesto de la mujer anónima de Betania.
En cuarto
lugar, luego de vendar sus heridas y montarlo en su cabalgadura, lo trasladó a
una posada, a un lugar seguro. El padre Molina destaca que el samaritano dejó
que el pobre encontrado en el camino cambiara su agenda. Y los cristianos de
hoy estamos llamados a dejarnos cambiar la agenda por los pobres, quienes
muchas veces no figuran en nuestros planes. El samaritano interrumpió su viaje,
descendió de su mula, se puso al lado del pobre, lo atendió con lo poco que
tenía en ese momento y luego derrochó en él su generosidad, dejando dos
denarios para su cuidado y comprometiéndose a pagar cualquier gasto adicional a
su regreso. El samaritano desaparece al final de la parábola porque sirve y ama
sin hacer ruido.
Finalmente,
es Jesús quien interroga al Doctor de la Ley, preguntándole cuál de los tres
—el sacerdote, el levita o el samaritano— se había comportado como prójimo del
hombre herido. La respuesta del Doctor de la Ley, aunque clara, es también
evasiva, pues no menciona explícitamente al samaritano; se limita a decir: “el
que tuvo compasión de él”.
El padre
Molina concluye afirmando que aquel samaritano, ese día, se ganó el cielo: al
atender al pobre, ganó la salvación, que era precisamente la pregunta inicial
del Doctor de la Ley. En consecuencia, fuera de los pobres no hay salvación; o,
dicho de otra manera, amar a Dios a través de la caridad hacia los pobres nos
otorga la aprobación divina, nos hace más cercanos a Dios y, en definitiva, nos
salva.
Como ya
dijimos, el título del libro de Jon Sobrino, “Fuera de los pobres no hay
salvación”, es a su vez el tercer capítulo de su obra "Extra pauperes
nulla salus", frase que es tan novedosa como provocadora y, sin duda,
profundamente contracultural. Como lo afirma el mismo autor en el prólogo de su
libro, corresponderá al lector juzgar cuán racional o razonable resulta esta
afirmación. Sobrino fue consciente de que, al abordar el tema, le asaltaron la
perplejidad y el desasosiego; sin embargo, conservó la esperanza de que otros
puedan criticar, enriquecer y completar esta reflexión. En cualquier caso,
Sobrino mantiene el título como una llamada urgente a tomar en serio la
postración de nuestro mundo y a reconocer que, en ese “abajo” de la historia
tantas veces ignorado, incomprendido y despreciado, se encuentra también la
posibilidad de salvación[3].
La
soteriología no entra en conflicto con lo expuesto hasta ahora, pues nadie
niega que la salvación nos viene de Jesús y solo de Él, el Hijo de María, a
través de su muerte en la cruz y su gloriosa resurrección. Sin embargo, es
igualmente cierto que el Cristo que murió en la cruz fue un Hombre-Dios pobre,
porque —como ya hemos señalado— que el Verbo se haya hecho carne significa que
Dios se hizo pobre. En consecuencia, fuera de Cristo pobre no hay salvación.
[1] El padre José Numa Molina García, S.I., compartió su
predicación a través de su canal de YouTube Entre Valores. Video disponible en:
https://youtu.be/rGZFYiXO19Q?si=b-7qFGFsEaDmQTQZ
[2] MÜLLER, G., (2014), Iglesia pobre y para los pobres, con
escritos de Gustavo Gutiérrez y Josef Sayer, San Pablo, p. 5.
[3] SOBRINO, J., (2007), Fuera de los pobres no hay
salvación, pequeños ensayos utópico-proféticos, Trotta, p. 15.
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