viernes, 19 de agosto de 2016

Reflexión del Jueves 09-04-2015

DIOS EN SU INFINITO AMOR
Custodia y pintura de la Parroquia San Vicente Ferrer
        
Dios en su infinito amor y misericordia nos ha convocado como Asamblea Santa en torno al altar del Señor Jesús Resucitado, para adorarle, bendecirle y glorificarle con nuestras vidas, porque en lo cotidiano es donde nos santificamos, y esto es posible, porque Dios está siempre con nosotros, ya lo reza la Liturgia de las Horas de modo poético pero certero: Quien diga que Dios ha muerto, que salga a la luz y vea, si el mundo es o no tarea, de Dios que sigue despierto y más adelante para convencernos de la presencia de Dios entre nosotros, continua con estas palabras: Ya no es su sitio el desierto, ni en la montaña se esconde, decid si preguntan dónde, que Dios está sin mortaja, en donde un hombre trabaja, y un corazón le responde Lo que espera Dios de nosotros, en el aquí y en el ahora, es que le respondamos con amor, al amor que Él no tiene, porque Él nos amó  primero dicen las Escrituras, pues somos sus hijos y él es nuestro Padre y esta noticia es suficiente para hacer espacio a Dios en nuestras vidas.

         Venimos al Templo, a la Casa de Dios, que es Casa de Oración, no de relajos, con la disposición total para escuchar a Dios que nos habla a través de su Santa Palabra y a través de sus ministros, que aunque indignos, llevan el mensaje de Dios al pueblo fiel, al pueblo que ha puesto su confianza en el Señor y en ésta su Santa Iglesia Católica, porque la Iglesia como Esposa de Cristo, cumple también el papel de Madre y Maestra de la Fe.

         No podemos dejar que el maligno nos distraiga en este momento de reflexión, porque este es un momento sagrado el cual lo debemos dedicar plena, consciente y activamente al Señor, las ocupaciones que tengamos pueden esperar, los comentarios que nos resulten también pueden esperar y fuera de la Iglesia se pueden hacer, siempre y cuando no vallan dirigidas a destruir al prójimo. Que el Señor nos conceda la gracia de escucharle con humildad. Dispuestos a cambiar para bien, meditemos pues lo que Dios nos dice en la Liturgia de la Palabra.

         La primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos habla de la curación de un paralítico en el Templo de Jerusalén, este milagro fue presenciado por los judíos, y no salían de un asombro, impresionados estaban, porque a veces nos acostumbramos a ver a los demás como los paralíticos, estancados, o tal vez somos nosotros los que estamos caídos en el piso, en el suelo como lo peor y como no somos capaces de tender una mano amiga ni de proponernos salir adelante, viene Jesucristo, el que todo lo puede y nos levanta, nos levanta con su poder sanador, nos levanta de la esclavitud del pecado y nos da nueva vida en el amor y en el servicio.

         Esta lectura, nos hace reflexionar en las buenas consecuencias que tienen los milagros que de parte de Dios recibimos en nuestras vidas. Cuando reconocemos que Dios obra en nosotros, no debemos quedarnos cruzados de brazos, no, al contrario debemos glorificar a Dios con nuestro testimonio de vida, porque es Cristo, y el poder de la Fe la que nos libera de todos los males que a veces tenemos y de los cuales en necesario conocerlos para poder pedir la sanación al Señor Todopoderoso. A través de la curación de este hombre paralitico, la muchedumbre se reunió en torno al apóstol Pedro y éste les dirigió la palabra.

         Pedro les explicaba a los judíos todo lo que sucedió con el Mesías, cómo por petición de ellos mismos fue crucificado y murió maltratado y humillado, esto por la gracia de Dios no sucedió en vano, pues al tercer día resucitó y por la muerte de Cristo nos hemos lavado los pecados y por medio del bautismo, que es mandato suyo nos hemos ganado un puesto en el Cielo, al lugar que todos deberíamos aspirar llegar, aunque en este mundo, pareciera que algunas personas no se quisieran ir al Cielo después de morir, pues con su vida desordenada en muchos sentidos están rechazando a Dios.

 Recordemos que para Dios ya hemos sido salvados, sin embargo, en nosotros está la libertad de aceptar o rechazar esa salvación. Porque cuando no cumplo los mandamientos de Dios, cuando vivo sin Él, yo mismo me estoy condenando, yo mismo me estoy enviando para el infierno, para el lugar del castigo y Dios ahí no tiene voz ni voto, porque libres nos ha creado y libremente le rechazamos o libremente le aceptamos. Dice un santo sacerdote que si la Iglesia dejara de hablar del infierno o de la condenación eterna, sería una mentirosa, pues así como el amor de Dios y el Cielo existen para aquellos que aman al Señor, así también debe existir un lugar para aquellos que no se arrepienten de sus pecados. Conmovidos por esta verdad de fe, pidamos al Dios Justo que nunca se nos acabe el santo temor de Dios, no para temerle y escondernos de Él, sino para amarle y cumplir su voluntad, la cual consiste en que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado.

En esta primera lectura estamos invitados a considerar cómo Jesús Resucitado borra los temores, las dudas y desconsuelos que impiden la fe en El. Pedro y Juan predicaron sin temor alguno y con autoridad hablaron de las cosas de Dios, pues aquel que había salido victorioso de la muerte los acompañaba siempre y de toda maldad humana los iba a librar, con el poder de la fe se obró este milagro, es por eso que el Salmo de hoy reza: ¡Qué admirable, Señor, es tu poder!

El evangelista san Lucas nos sitúa en la escena de los discípulos de Emaús, ayer hablábamos sobre ese episodio donde reconocen a Jesús al partir el Pan, Cristo nos explica las Escrituras y parte para nosotros el Pan, he allí una primitiva Eucaristía. 

Los discípulos no terminaban de creer lo que estaba sucediendo, el sepulcro esta vacío, unas mujeres nos dicen que está vivo y se les ha aparecido, el corazón humano duro e incrédulo no creía en el milagro de la Resurrección, en medio de esta incredulidad el mismo Cristo se aparece y les dice: “La paz esté con ustedes” y esto es precisamente lo que Jesucristo trae para nosotros, paz, tranquilidad, amor, serenidad. Paz en la guerra, paz en las discusiones entre familias, paz en los ambientes de trabajo, paz en las almas de cada uno de nosotros, porque antes de desear la paz, debemos ser nosotros mismos constructores de paz y nadie da lo que no posee.

Una vez más Cristo nos enseña que compartiendo nos unimos a Él, este gesto lo podemos notar cuando pide a sus apóstoles de comer y con ellos come un trozo de pescado asado, hizo esto también para confirmarles que estaba vivo, que no era un fantasma.

Cristo les recuerda a sus discípulos lo que sucedió, y hoy también nos lo recuerda a nosotros con las palabras finales del Evangelio: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados.” Todos estamos necesitados de Dios, todos necesitamos arrepentirnos de nuestros pecados, para recibir de Dios el perdón y así vivir con Él, en este mundo que lo rechaza porque se enceguece en el pecado y la maldad.

Que nuestra Señora de Coromoto, Patrona de Venezuela nos acompañe también en esta lucha por mantenernos firmes en la fe, alegres en la esperanza y activos en la caridad. María madre nuestra, tu que nos traes a Dios, llévanos a Él, que así sea. Amén.

PER REGNUM CHRISTI AD MAIOREM GLORIAM DEI

P.A
García

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