sábado, 18 de julio de 2020

Palabras para decirle el último adiós a Vicente

TOVAR JUNIO 5 DE 1954



La muerte precipitosa de José Vicente Escalante, “Vicente”, como todos le llamaban, hirió profundamente al pueblo de La Playa, a sus familiares y a sus compañeros de trabajo. La juventud vibrante de quien tenía todas las ganas de vivir, se frustró con el doloroso pero valiente acto del suicidio, como decisión irrevocable.

A continuación se trascriben las palabras pronunciadas por el jefe de la oficina en la que trabajaba Vicente con 28 años de edad. Se entrevé el profundo dolor que esta muerte causó, pero mejor aún, se conoce por palabras de su propio jefe, el desempeño de Vicente, su manera de actuar, de pensar, de ver la vida, pero manifiesta también el descontento por sus escondidos designios.

Nadie comprendió la muerte de un joven cuya nobleza de sentimiento y  generosidad de alma le habían caracterizado. Ninguno supo cómo un hombre cuyas cualidades de acrisolada honradez, grandiosa dignidad en su austera pobreza estudiantil había tomado tan cruel decisión. Todos se percataron que a quien despedían era un playense de contagiante humildad, con dotes de inteligencia vivaz.

         Transcrito del original que se publicó en el sepelio de José Vicente Escalante en Tovar. Copia facilitada por el Prof. Alejandro Castillo.

        

         Palabras para decirle el último adiós a Vicente

Dr. Miguel A. Villasmil h.

         Compañero… Amigo… y Hermano…

         Te nos vas, Vicente, con altiva protesta de las decisiones irrevocables, pero algo así como la hurtadilla, rumiando muy en silencio el lacerante dolor de una pena profunda y heroica, sin darnos a entender nada, sin delatarnos absolutamente una sola palabra siquiera, tal vez porque tu intuición y tu innegable perspicacia, presentían que de nuestros labios sinceros de amigos entrañables, saldría el primer reproche enérgico en contra de tus escondidos designios, porque sabías que nosotros amábamos y amamos la plenitud de la vida, con todos sus triunfos, todas sus desdichas, todas sus amarguras, todos sus éxitos, todas sus inconformidades y todas sus satisfacciones…

         Te nos vas, Vicente, “por la puerta franca del suicidio”, como en la realista expresión del escritor, y nos dejas este impresionante ejemplo de desprendimiento, porque desprendido y sin egoísmo siempre fuiste…

         Eras un joven de ansiedades, un espíritu inquieto, en quien no me fue difícil adivinar tu prisa por las grandes cosas; y así, de prisa, fue tu vuelo hacia la eternidad, sin un reclamo airado, sin una queja, sin una protesta…

         Tu afán de eternidad se hizo eclosión en el trágico instante de tu roja tragedia; pero aquí queda sembrado indeleblemente, nuestro gran disgusto, nuestra irreductible inconformidad con tu determinación, porque tu compañía nos hacía, nos hace, nos hará falta… tu presencia en la diaria batalla de nuestro común subsistir, era ya cosa de carácter necesario… y, aun cuando poco a poco, te vas separando de nuestras existencias y de su razón de ser, para elevarte al cielo, Antonio y Peñaloza y yo, y junto con nosotros, todos aquellos que te profesaban cariño, todos aquellos que te ofrecían aprecio de verdad, no vamos a encontrarnos y a sentirnos a gusto, en el tránsito de los rumbos y en el desbrozar de las esperanzas que aún nos quedan y nos apuntalan…

         Tal vez, Vicente, rebozadas la medida de tu vida, y los límites de este terrenal mundo, te resultaban insuficientes para contenerla y albergarla, porque tu madera era sencillamente desbordante, y tenía muchísimo de una dimensión plena de anhelos, quizá difíciles de cristalizar, por lo mismo nobles, por lo mismo fecundos, por todo lo humanos, por todo lo apasionados… por todo lo imposibles…

         ¡Cómo sabías compartir con nosotros, todos nuestros aciertos, todo el mayor número de los posibles desaciertos, todo el limpio fruto de nuestro infatigable tesón!... ¡Todas nuestras íntimas alegrías de saber y presentir que algún beneficio, en algún sentido, alguna utilidad por pequeña que fuese, estábamos rindiendo, desde nuestra modesta y humilde trinchera, en favor de nuestras gentes, y, por ende, de la total humanidad, porque nos sabíamos y nos sentimos parte integrante de ella!...

         ¡Qué nobleza de sentimiento para con nosotros, de la que hacías gala desinteresadamente!

         ¡Qué generosidad de alma la tuya para con nosotros, y para con la inmensa mayoría de tus coterráneos!

         ¡Qué cualidades de acrisolada honradez en todos tus actos, públicos y privados!

         ¡Qué grandiosa dignidad en tu austera pobreza estudiantil!

         ¡Qué contagiante humildad la tuya, en todos los días, para muchos quizá anónimos, de tu existir!

         ¡Qué dotes de inteligencia vivaz, en el análisis escudriñador de los hechos cotidianos!

         ¡Qué parquedad la tuya para sugerir e insinuar con tino, cuantas veces requerimos tu concurso!...

         Y, sin embargo… toda la agonía de una pena íntima, solamente vivida por ti, como tu propio drama, precipitándote hacia el portete del sepulcro, y preparando el enorme sacrificio cruel de tu vida útil, para traición contra nosotros, para sollozar incontenible de nuestras pupilas ya hechas para la vigilia, para congoja irremediable de nuestros atribulados corazones y meditación obligante de nuestras ávidas mentes…

         Compañero… Amigo… y Hermano…

         Llévate este girón de nuestro recuerdo inextinguible, que nosotros sabremos guardar y conservar el tuyo, para siempre…

         Tovar, junio 5 de 1954.

P.A

García

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