lunes, 28 de junio de 2021

La libertad religiosa en la democracia del Perú Bicentenario

         El sábado 28 de julio de 1821, José de San Martín proclamó solemnemente la independencia del Perú con estas palabras: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de causa que Dios defiende…”. Dicho suceso había sido precedido por la firma del acta de la Declaración de Independencia del Perú, cuyo texto fue redactado por Manuel Pérez de Tudela el 15 de julio del mismo año y firmado por las personalidades más destacadas de la ciudad de Lima, capital del Virreinato del Perú, hasta ese momento dependencia del Imperio Español.

         En las palabras de San Martín se conjugan los principales ideales libertarios de la ocasión; en primer lugar la voluntad del pueblo y en segundo y no menos importante la justicia que Dios defiende, justicia de la cual Él es el mejor referente y garante, máxima de la fe cristiana que se profesaba en aquel tiempo, como en la actualidad. Si los patriotas del Perú como los de toda la América no se hubiesen sentido inspirados por Dios para luchar por su independencia, difícilmente hubiesen emprendido tan ambicioso proyecto sin el amparo y fortaleza que infunde la fe.

         El Perú Bicentenario festeja la libertad que ganó por voluntad divina y popular, libertad que se canta con honor en todo el territorio de la República, en las palabras del Himno Nacional: “[…] antes niegue sus luces el Sol, que faltemos al voto solemne que la Patria al Eterno elevó”. El Perú Bicentenario, ahora más que nunca, recuerda el voto que hizo al Eterno de luchar y mantenerse independiente de regímenes autoritarios, extranjeros o nacionales, que le opriman o le lleven por caminos donde se ponga en juego la libertad religiosa, de pensamiento y de opinión.

         En los primeros meses del 2021 se llevó a cabo en esta nación una de las elecciones más problemáticas de los últimos tiempos. Indiferentemente del candidato ganador, el país se enfrentará a una desestabilización política, propia de la crisis global que ha afectado al mundo entero, de manera particular por la Pandemia que aún se lucha por desterrar. En todo este panorama, Dios juega el protagonismo, el Dios que San Martín invocó al proclamar la independencia, el Dios que todos los peruanos mencionan al cantar el coro de su himno nacional.

         Los peruanos han confiado en la democracia para elegir a su futuro gobernante. Es de suponer que gran parte de los electores confió su voto a la luz del Espíritu Santo, sin embargo, en un país que se declara de mayoría cristiana, parece estar ganando terreno los partidos políticos de ideologías anticristianas, ateas y totalmente opuestas a la religión como expresión sana y derecho natural del hombre.

         Es menester recordar al Perú lo que consagra su Constitución Política, en el artículo 2, parágrafo 3: [Toda persona tiene derecho] “A la libertad de conciencia y de religión, en forma individual o asociada. No hay persecución por razón de ideas o creencias. No hay delito de opinión. El ejercicio público de todas las confesiones es libre, siempre que no ofenda la moral ni altere el orden público”. Partidos políticos que se autodefinen como marxistas-leninistas -per se-, estarían atentando contra este derecho de libertad religiosa, pues sus ideales al respecto consideran que la religión es el opio del pueblo, abogando de esta manera por la abolición de toda expresión religiosa y la aceptación descarada del ateísmo. ¿Ha elegido esto el pueblo peruano?

         No solo la Constitución Política del Perú resalta esta idea, recordemos también lo que reza el artículo 18 de la Declaración de los Derechos Humanos (a la cual la República del Perú está suscrita): “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión…”. Y aunado a esto, el Catecismo de la Iglesia Católica, en el numeral 2108 aclara que: “[…] la libertad religiosa es un derecho natural de la persona humana a la libertad civil, es decir, a la inmunidad de coacción exterior, en los justos límites, en materia religiosa por parte del poder político”. Ningún poder está por encima del derecho a la libertad religiosa.

Es bueno que en medio de los festejos bicentenarios el Perú reflexione en el valor de aquello que es parte constitutiva de su idiosincrasia: la fe, la cristiana principalmente. Un hombre sin fe, o un pueblo sin fe, es como un caminante sin camino, no sabe a dónde va, no puede saber hasta dónde llegará, sólo sabe decir que está perdido. Por ahora nos basta con rogar a Dios y estar atentos, para no faltar al “voto solemne que la Patria al Eterno elevó”.

P.A

García

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