miércoles, 22 de septiembre de 2021

Bienvenidos al aula, por fin clases presenciales

SEXTO GRADO DE PRIMARIA

         Para que quede constancia del inicio de clases semi-presenciales, copio textualmente el acta que los padres y representantes de mis alumnos del sexto grado firmaron el día de hoy.

Ayacucho, 22 de septiembre de 2021

Acta

Nosotros, los abajo firmantes, padres y representantes de los alumnos del Sexto Grado de Primaria de la Institución Educativa Privada Ciencias Discovery,  en común acuerdo y con el apoyo del director de la Institución y el profesor del aula, manifestamos estar de acuerdo con la modalidad propuesta por la Institución, a petición nuestra, de permitir la modalidad de clases semi presenciales para nuestros hijos, la misma que tendrá por esquema: lunes, miércoles y viernes, de 9:00 am a 12:00 m, quedando los días martes y jueves bajo la modalidad virtual y con el mismo horario. Comprendemos que esta iniciativa ha surgido de nuestra parte y ha recibido apoyo institucional, siendo conscientes de que nos encontramos en situación de pandemia, por lo que nos comprometemos a dotar a nuestros hijos de todos los medios necesarios para prevenir contagios: mascarillas, protector facial, alcohol, antibacterial, etc. Confiando de igual manera en la institución educativa y sus normas internas en cuanto a la prevención de contagios: distanciamiento entre alumnos, evitar contacto físico, etc. Comprendemos que el principal objetivo de esta iniciativa es el aprovechamiento del tiempo en el aprendizaje efectivo de nuestros hijos, por lo que somos conscientes de que ellos estarán acudiendo a la institución en los días antes señalados, sin faltas, y cuando se de ocasión de inasistencia, nos comprometemos a notificar debidamente la justificación de la misma. En común acuerdo queda de nuestra parte enviar a los alumnos  sin el uniforme reglamentario y hacer el mayor esfuerzo de llegar a las inmediaciones del colegio puntualmente. Sabemos que durante las clases presenciales, nuestros hijos no accederán a plataformas virtuales, por lo que no será necesario que tengan en su poder computadoras portátiles, tablets o teléfonos móviles, quedando bajo nuestra responsabilidad el uso de los mismos en espacios externos a la institución. Conforme a lo antes descrito, firmamos:

P.A

García

lunes, 20 de septiembre de 2021

Tres ciudades distintas y un mismo nombre: Mérida

“LAS TRES MÉRIDAS”


         La venezolana, andina y universitaria ciudad de Mérida, capital del estado bolivariano homónimo, comparte su nombre con otras dos urbes en el mundo, éstas son: la primera y madre de todas, la Mérida de Extremadura, en el Reino de España y la segunda, la Mérida de Yucatán, en los Estados Unidos Mexicanos. En el presente artículo conoceremos las realidades de éstas tres capitales, pero no en su actualidad, cuestión que sería muy sencilla con solo googlear, sino que nos trasladaremos a las “Méridas” de hace 228 años atrás.

         Antes de desarrollar el tema, permítanme presentarles la joya bibliográfica en la que me baso para escribir este artículo aficionado de historia local. Se trata de un “Diccionario Geográfico Universal, que comprende la descripción de las cuatro partes del mundo; y de las naciones, imperios, reinos, repúblicas y otros estados, provincias, territorios, ciudades, villas y lugares memorables, lagos, ríos, desiertos, montañas, volcanes, mares, puertos, golfos, islas, penínsulas, istmos, bancos, cabos, etc. que se encuentran en el Globo Terráqueo”.

Éste antiguo libro fue publicado en 1793, fecha que está impresa en la portada con números romanos (M.DCC.XCIII), por lo que podemos llamarle “libro de cuatro siglos”, pues, impreso a finales del XVIII, lo tenemos en buen estado en estos principios del XXI; tratándose en detalle de la quinta edición, corregida y enmendada por D. Antonio Montpalau, tomo segundo, impreso en dos columnas de 39 líneas cada una, en Madrid, en la oficina de la viuda e hijo de D. Pedro Marín, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros, con las licencias necesarias. Está cifrado éste volumen con el número (003026) y al ser el tomo segundo de un diccionario, solo contiene las letras de la G a la O. El libro lo compré por 5 dólares, y está valorado según los expertos en antigüedades en más de 120 dólares.

Otros detalles es que consta de un total de 424 páginas, y en su portada hay un sello editorial que recrea dos trompetas enlazadas con ramas de alguna planta común de heráldicas, y en su interior un rostro humano mirando hacia abajo y desprendiendo a su vez rayos luminosos sobre el conjunto de letras que, sin temor a equivocarme, sería el abecedario oficial de la lengua castellana para 1793, conformado por 25 letras, faltando la (ch, ll, ñ y la w); además variando en la ubicación final de las letras (t, v, u, x, y, z), y no t, u, v, como en nuestros días. A mi interpretación, este sello editorial rinde un precioso homenaje a las letras que conformaron el total de grafemas para escribir en castellano esa obra de recolección de datos tan precisa y universal.

Ahora sí, vamos a conocer en detalle lo que éste libro nos brinda sobre nuestras Méridas. La primera en aparecer, en obediencia a una justa jerarquía, es la Mérida española, y propone su auténtico nombre latino “Emérita Augusta”, continuando su descripción: “célebre y antigua Ciudad de España en la Extremadura, sobre el río Guadiana, en una colina suave, cuyo terreno abunda de granos, frutas, y pastos. Fue en tiempo de los Romanos una Colonia considerable, Convento Jurídico, y Cabeza de la Lusitania. Manifiestan su pasada grandeza los muchos fragmentos de la antigüedad que conserva a pesar de la barbarie de los Godos y Moros, y de la iracunda de los modernos. Aún subsisten el circo, el teatro, varios arcos, columnas, acueductos, estatuas, inscripciones, &c. bien que en un deplorable y ruinoso estado.  Se han celebrado en ella varios Concilios cuando la Silla Metropolitana, que después se trasladó a Santiago. Fue recobrada del poder de los Sarracenos en 1230. Pertenece a la Orden Militar de Santiago; y el Prior de S. Marcos de León nombra en ella un Provisor Eclesiástico con jurisdicción en todo su partido. Hoy está reducida a una población de cerca de (?) vecinos, 3 Parroquias, 5 Conventos de Frailes, 4 de Monjas, y 2 Hospitales. Es patria de muchos Varones insignes en letras y armas. Dista 18 leguas S.E. de Alcántara, y 56 S.O. de Madrid. Longitud 12. 15. Latitud 38. 45”.

La segunda Mérida en relatar es la mexicana, diciendo de ella que es una “Ciudad de la América Septentrional de la Nueva España, Capital de la Provincia de Yucatán, donde reside Obispo y Gobernador de esta Provincia. La habitan Españoles e Indios. Está a 12 leguas del mar. Longitud 289. 30´. Latitud 20. 10´”.

Y finalmente nos habla sobre la Mérida venezolana, precisando su jerarquía urbanística como una “Villa de la América Meridional, en el Nuevo Reino de Granada, en un terreno abundante en todas suertes de frutos. Está a 40 leguas N.E. de Pamplona. Longitud 309. 17´. Latitud 8. 30´”.

Como hemos visto, éste diccionario parece desarrollar sus ciudades de acuerdo a la importancia de las mismas. Es evidente que, de  la Mérida española abunda en detalles, menguando un poco en la Mérida mexicana y casi solo limitándose a nombrar a la Mérida venezolana. Pero de lo poco que nos habla sobre ésta última, podemos sacar varias conclusiones, como lo haremos a continuación.

Lo primero que precisa es su jerarquía urbanística, como hemos visto, nuestra Mérida para 1793, y según este diccionario, era una Villa del Nuevo Reino de Granada, y conociendo el orden propuesto en la portada del diccionario, las villas se encontraban por debajo de las ciudades y por encima de los “lugares memorables”. En 1793, la villa de Mérida ya era sede episcopal, dato no mencionado por el diccionario, además contaba con su Seminario, fundado en 1785.

Sobre el Nuevo Reino de Granada, o el “Virreinato de Nueva Granada”, como comúnmente le conocemos a éste antiguo territorio del Imperio Español, el diccionario menciona algunos datos importantes, a saber: “de una extensión muy considerable. Se extiende en la Costa del mar del Sur desde Panamá hasta el Golfo de Guayaquil; y en el mar del norte, desde el Reino de México hasta el Orinoco; y se interna tanto, que llega hasta el Reino de Quito. El interior de este País es la mayor parte montuoso, lleno de bosques impenetrables, y comúnmente estéril. Santa Fe de Bogotá es su Capital”. Nuestra Mérida de finales del siglo XVIII era súbdita de Bogotá.

Luego continúa especificando que este territorio: “Pertenece al Rey de España desde 1536, por el valor y habilidad de Sebastián de Benalcázar, y de Gonzalo Ximenez de Quesada. Cuenta 943 poblaciones y sitios, entre ellas 62 Ciudades y 21 Villas”. Nuestra Mérida venezolana era una de esas 21 villas del Virreinato de Nueva Granada. Sigue el diccionario: “El terreno de esta Provincia está tan elevado sobre el nivel del mar, que aunque muy próximo a la línea, su clima es bastante templado. Sus valles no ceden en fertilidad a ningunos de la América; y en las partes elevadas encuentran piedras preciosas de diferentes especies. […] Las Ciudades de esta Provincia están florecientes, muy pobladas, y con señales de nuevos acrecentamientos por medio del cultivo, y la industria, y por la comunicación con Cartagena y el río Drinoceo”.

Pues bien, esta era la realidad de la Mérida neogranadina, hoy venezolana, una villa fértil en frutos al norte de la Nueva Pamplona. Pudiéramos quedar inconformes con los datos contenidos en este diccionario, pero, en honor a la verdad, eso era para su momento la ciudad y eso es lo que en el resto del mundo se sabía de ella, o al menos según la visión general de D. Antonio Montpalau, quien, es de suponer, nunca estuvo personalmente en todas las ciudades descritas en su obra, pudiéndose comprender alguna imprecisión.

A juzgar por el mapa que acompaña este artículo, que es fechado en 1776, es decir, 17 años antes de la publicación del libro citado, la descripción del mismo no se aleja tanto de la realidad puntualizada por el diccionario, ya que, como se evidencia en dicho mapa, la villa de Mérida constaba de al menos 6 templos y una treintena de casas, algo realmente pequeño, considerando las dimensiones de otras ciudades venezolanas de la época, como Maracaibo, del que se dice en este diccionario que era una: “Ciudad rica y considerable de la América Meridional, Capital de la Provincia de Venezuela. Hay en ella un gran comercio en cueros, cacao el mejor de toda la América, y excelente tabaco. Se apoderaron de ella los Flibustieres en 1666, y 1678. Está sobre la boqueta o garganta de mar que comunica con el gran lago de su nombre”.

P.A

García

domingo, 5 de septiembre de 2021

La Iglesia no es una democracia

“EL PUEBLO NO GOBIERNA”

Iniciemos nuestro comentario aclarando el significado etimológico de la palabra “democracia”, a saber, que es entendida como el “gobierno del común de la población por medio de representantes o en asamblea directa”. El gran filósofo Aristóteles toma en cuenta a la democracia como una de las tres formas -según él- para ejercer el gobierno de un Estado, las otras dos eran la monarquía y la aristocracia. Ahora bien, la democracia suele ser más oportuna para pequeñas comunidades, donde evidentemente es más posible el conocimiento mutuo de los habitantes.

Entonces, ¿será la democracia compatible con la Iglesia?, veamos algunas consideraciones. El jesuita español Jorge Loring explicó muy detalladamente cómo la sociedad actual pretende entender el concepto democrático. Nos refiere el citado autor: “Hoy está de moda la democracia; pero la verdad y el bien no dependen de lo que diga la mayoría”. La Iglesia es la portadora de la Verdad y está perpetuamente comprometida con el bien, y esta verdad y bien son valores absolutos. En ciertos temas referentes a la naturaleza humana, como la verdad y el bien de las cosas, “una minoría de entendidos vale más que una mayoría que no lo es”. Pues, ciertamente que “si se trata de la salud, vale más la opinión de tres médicos que el resto de un grupo mayoritario formado por una peluquera, un carpintero, una profesora de idiomas, un arquitecto, etc.”. Para el padre Loring hay un caso justo en los que cabe ser democráticos, y es “cuando todos los que opinan entienden del tema”, no bastando por ende la opinión de la mayoría si ésta no está capacitada para opinar, es decir, que no entienda del tema. Culmina el autor aludido ratificando que “la democracia mal empleada puede ser funesta” y cita las palabras de Francisco Bejarano: “los ignorantes son muchísimo más numerosos que los sabios y los votos de unos y otros valen lo mismo”, por desgracia nada más verdadero.

Hemos visto la realidad democrática secular, en la que muchas veces el ejercicio de esta forma de gobierno suele ser la menos adecuada para regir los destinos de los pueblos, es decir, no todo debería someterse a elección de una mayoría. La Iglesia desde siempre ha entendido y mantenido que “el pueblo debe ser enseñado; no seguido”, lo que en latín es “populus est docendus, non sequendus”.

Antes de saber por qué la Iglesia para sí misma excluye el elemento democrático, debemos comprender cuál fue la voluntad de su Fundador con respecto a la autoridad y gobierno de su Iglesia. Bien es conocida la cita de Mateo 16, 18 en la que Jesús entrega las llaves del Reino a Pedro y le hace base de la Iglesia naciente. En esta cita Pedro es constituido fundamento de la Iglesia. Pero si él recibiese la autoridad para ejercerla con dependencia del pueblo, ya la Iglesia no se apoyaría sobre Pedro, sino Pedro sobre la Iglesia, entonces, por Proposición: “Cristo confirió inmediatamente la autoridad del gobierno eclesiástico a san Pedro y a los apóstoles, y a los sucesores de éstos, pero de ningún modo al pueblo”.

Según el sentido de Juan 20, 21 Cristo envió a sus Apóstoles como Él mismo fue enviado por su Padre: es así que Cristo fue enviado con plenitud de potestad sin ninguna dependencia del pueblo; lo que debe comprenderse de igual manera con sus Apóstoles. Y en el sentido de Mateo 28, 18 los Apóstoles son enviados igualmente por la plenitud y potestad de Cristo, para que le engendren un pueblo, y después de engendrado, lo rijan “enseñándoles a guardar todas las cosas…”. En este segundo caso, no hay intermedio ningún pueblo entre el Señor y sus Apóstoles, pues más claramente éstos poseían la plenitud de potestad antes que el pueblo existiera.

Como hemos visto, la Iglesia no es una democracia. La Iglesia debe ser gobernada por hombres capaces de desempeñar tal servicio. Estos hombres no son elegidos democráticamente por el pueblo, por el contrario, es Dios mismo quien elige a los gobernantes de la Iglesia, como lo dejó claro san Pablo a los cristianos de Galacia, cuando en la carta dirigida a ellos les saluda diciéndoles: “Pablo apóstol, no por los hombres, ni por medio de hombres, sino por Jesucristo y Dios Padre” (Gal 1,1), por eso comprendemos que los jerarcas de la Iglesia, como los Apóstoles, recibieron la plenitud de potestad inmediatamente de Cristo, y deben ejercerla independientemente del pueblo.

Hasta donde vamos, hemos visto y comprobado que la Iglesia no es una democracia, sin embargo, es preciso hablar de la elección de obispos y del mismo Pontífice Romano. Con respecto a los obispos, en la Iglesia primitiva no era el pueblo quien los elegía, sino los Apóstoles por sí mismos, por ejemplo, Pablo y Bernabé en Hechos 14, 22 constituyeron presbíteros y obispos en cada ciudad.

Los jerarcas de la Iglesia ejercen su gobierno sirviendo al pueblo, pero en calidad de mandatarios, como un padre usa de su potestad en bien de los hijos, pero no la recibe de éstos ni la ejerce con dependencia de ellos. Es por eso que los Apóstoles y sus actuales sucesores los obispos son “príncipes”, aunque, a ejemplo de Jesús que vino a servir y no a ser servido, les conviene procurar, no su propio bien, sino el de los fieles, como buenos padres y pastores.

No obstante para la Iglesia la democracia no es una opción, pero sí que lo es para el mundo, de ahí que san Juan XXIII la recomendara en Pacem in terris, (#52): “Ahora bien, del hecho de que la autoridad proviene de Dios no debe en modo alguno deducirse que los hombres no tengan derecho a elegir los gobernantes de la nación, establecer la forma de gobierno y determinar los procedimientos y los límites en el ejercicio de la autoridad”.

Dejo para otro artículo el tema de “las elecciones en la Iglesia”.

P.A

García

viernes, 3 de septiembre de 2021

Entrevistado por bibliófilo

BOOKLOVERS


         Hace días leí en la web un excelente artículo titulado “Los libros como refugio de la realidad venezolana”[1], de José Gregorio Bello, publicado el 19 de agosto de 2021. Me animé a comentarle en privado a éste escritor por el excelente trabajo. Naturalmente recibí respuesta y para mi sorpresa me tomó en cuenta para hacerme unas breves preguntas con respecto a un artículo que realizaría, “sobre los libros dejados por la migración venezolana”. Estas fueron sus preguntas y mis respuestas:

1.      ¿En qué país te encuentras actualmente?

 

Me encuentro en el Perú, específicamente en la ciudad serrana de Ayacucho. Los motivos de mi migración son netamente académicos, pues en este país podré culminar mis estudios, además de contar con el apoyo y presencia de todo mi núcleo familiar (papá, mamá y hermanas).

 

2.     ¿Te llevaste algún libro contigo? De ser así, ¿en qué criterio te basaste?

 

Viajé al Perú en noviembre de 2020, con una rigurosa restricción fronteriza a causa de la pandemia, por lo que la prioridad era llevar lo menos posible en el equipaje. El recorrido desde mi casa en Mérida hasta Ayacucho fue por tierra, y no pude traer más de lo necesario. Dejé mis libros, sin poder traer ninguno, pero sí me hubiese gustado traer unos cuantos. Mi madre viajó tiempo después y ella sí pudo traerme cuatro valiosos libros (las Liturgias de las Horas) que es una especie de manual de oraciones que usan los sacerdotes y religiosos para orar a Dios.

 

3.     ¿Qué sientes cuando piensas en los libros que dejaste?

 

En mi casa dejé una biblioteca personal debidamente organizada con más de 1.850 libros, todos indexados detalladamente en una lista en Word que tengo en mi computadora. Cuando pienso en mis libros, naturalmente me entristezco mucho, pues solamente yo sé lo que dejé y que ahora mismo no puedo disfrutar, porque realmente disfruto de los libros, me hacen compañía, los leo, los ojeo, los acomodo, etc. los libros son mi gran tesoro. Dejar mis libros ha sido una de las decisiones más difíciles, pues son parte importante de mi vida. En mis últimos años de estudios en Mérida, cada semana adquiría algún texto nuevo, era experto en visitar todas las librerías de la ciudad y conseguir lo que me interesaba y a buen precio. Además también hice amistad con algunos personajes que no dudaron en hacerme buenas donaciones.

 

Justo antes de viajar al Perú, estaba colaborando con la Biblioteca de mi pueblo, por lo que pensé donar algunos de mis libros, pero no lo hice, pues tengo la esperanza tenerlos todos nuevamente conmigo, tal vez trayéndolos poco a poco al Perú, porque regresar a Venezuela (por ahora) no es una opción muy cómoda para mí, realmente pienso radicarme aquí de manera permanente.

 

4.     ¿Has podido comenzar una biblioteca en el extranjero? ¿Qué libros son los que te atraen ahora?

 

Cuando apenas llegué a Lima, visité la librería del Terminal Plaza Norte, donde compré dos libros que me interesaban desde hacía tiempo, uno fue el Diario de Ana Frank, del cual hice un resumen personal, y el otro una biografía no autorizada de la Boy Band OneDirection. En seguida adquirí los libros de la saga de Harry Potter para, luego de leerlos, cambiarlos por otros de mayor interés.

 

Aquí ya estoy formando la “segunda parte” de mi biblioteca personal. Hasta el momento, en diez meses que llevo en este país, ya tengo treinta y tres textos que me han servido muchísimo para mis intereses particulares.

 

Los libros que compro ahora en el Perú, como los que compré y tengo en Venezuela, son de historia, filosofía y teología, que son las ciencias que estudio, además de la novedad del Quechua que estoy estudiando particularmente y para lo cual he adquirido algunas gramáticas, diccionarios y hasta la Biblia en Quechua.

 

Un lujo que ahora me puedo dar, es comprar libros antiguos, primero por el interés de la lectura y segundo por el valor como antigüedad. El libro más antiguo que poseo es del año 1831.

P.A

García

jueves, 2 de septiembre de 2021

La libertad de conciencia desde la espiritualidad cristiana

“VERITAS ET VITA”


    Nos refiere el Catecismo de la Iglesia Católica que: “Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos”[1], esto significa que le ha creado libre y capaz de seguir la voz de su conciencia. Pero, ¿cómo se entiende la libertad desde la fe cristiana?, responde el mismo texto magisterial: “La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios”[2], por ende, libertad sin Dios no es auténtica libertad.

 

         En la actualidad existe una urgente necesidad de revalorar el significado de la libertad de conciencia en los hombres, entendiéndose éste en el sentido de que el hombre en el Estado tiene el derecho de seguir, según su conciencia, la voluntad de Dios y de cumplir sus mandamientos sin impedimento alguno”[3], en la expresión de León XIII. En seguida nos viene al caso el tema de la democracia como garante de la libertad de conciencia, sin embargo, tengamos cuidado con esta posible afirmación, pues, no siempre democracia es sinónimo de libertad.

 

         Para el padre Jorge Loring S.I., “la democracia no es un mecanismo para definir lo que es verdadero o falso, bueno o malo[4]. Si pretendemos convertir la democracia en el sustituto de la capacidad racional del hombre para conocer la verdad, nos equivocamos. El cristiano, amparado por su fe, tiene el derecho y la obligación de defender lo bueno y lo verdadero ante la sociedad para procurar que la verdad y el bien se reflejen en las leyes. Éste sería el sentido cristiano de la democracia.

 

         La auténtica libertad de conciencia, “la libertad digna de los hijos de Dios, que protege tan gloriosamente la dignidad de la persona humana, está por encima de toda violencia y de toda opresión” (León XIII), es más, “la suprema autoridad de Dios sobre los hombres y el supremo deber del hombre para con Dios encuentran en esta libertad cristiana un testimonio definitivo”. Sería un grave error pensar que la libertad cristiana bordea democráticamente con el espíritu de insurrección y de desobediencia. Claro está que “cuando el poder humano manda algo contrario a la voluntad divina, traspasa los límites que tiene fijados y entra en conflicto con la divina autoridad. En este caso es justo no obedecer”.

 

         Ahora bien, el cristiano debe estar convencido de que su libertad de conciencia ha de ser vivida conforme a las enseñanzas de la Iglesia, que ha sido la principal protectora de este valor, pues, como lo precisó san Juan Pablo II, “la autoridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menoscaba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos; no sólo porque la libertad de la conciencia no es nunca libertad con respecto a la verdad, sino siempre y sólo en la verdad, sino también porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la fe”[5].

 

         La única referencia que el Concilio Vaticano II hace a la libertad de conciencia es mencionada cuando precisa “el derecho de la Iglesia a establecer y dirigir libremente escuelas de cualquier orden y grado, [siendo que] esto contribuye grandemente a la libertad de conciencia, a la protección de los derechos de los padres y al progreso de la misma cultura”[6]. La Iglesia sabe que desde la educación cristiana, se fundan las bases para que los hombres crezcan adecuadamente formados en la libertad de conciencia.

 

“La verdad os hará libres” (Jn 7, 32) es una sentencia del Evangelio que no ha perdido su esplendor, pues la libertad es la fuerza de la vida, que redime al ser humano, existencialmente, de la opresión del pecado, de la condena y de la muerte. En nuestros días, comprender la libertad de conciencia desde la espiritualidad cristiana, no es otra cosa que reconocer que nuestras vidas están naturalmente orientadas hacia Dios, el Supremo Bien y Verdad, esa misma Verdad que nos hace libres.

 

P.A

García



[1] (#1730)

[2] (#1731)

[3] León XIII, (1888), “Libertas praestantissimum” (#21-22).

[4] Jorge Loring S.I., (2004), Para Salvarte (p. 416).

[5] San Juan Pablo II, (1993), “Veritatis splendor” (#64).

[6] Concilio Vaticano II, “Gravissimum educationis” (#8).

miércoles, 1 de septiembre de 2021

Las Misas de Réquiem ¿piedad o abuso?

“PRO DEFUNCTIS”

         La palabra latina “réquiem” es popularmente usada en la piedad cristiana cuando se ora por los difuntos, por eso tenemos la jaculatoria: “Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace. Amen”, que se traduce como: “Concédeles, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Amén”. “Réquiem” es la forma acusativa de “réquis”, que significa descanso, de ahí que cuando se habla (o se hablaba) de “Misa de Réquiem”, se hace referencia a la misa que se celebra teniendo como única intención orar por el eterno descanso de los difuntos, lo que hoy en día se conoce como “Misa Funeral” o “Misa de Aniversario de Defunción”, que no es lo mismo que “Misa Exequial”.

         ¿Qué es la Misa Exequial[1]? Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia en la que se expresa la comunión eficaz con el difunto, aprovechándose de anunciar la vida eterna a la asamblea reunida para despedir al cristiano que ha sido llamado por Dios. En esta misa está el cuerpo presente del que ha muerto.

La Misa Exequial como la Misa Funeral, expresa[2] la comunión con los difuntos, pues, la Iglesia peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones, “pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados” (2 Macabeos 12, 45).

Las Misas de Réquiem –como se les llamaba antes del Concilio Vaticano II- ahora conocidas como Misas Funerales, (no exequiales), son de las más celebradas en la vida cotidiana parroquial, esto puede arrastrar un posible abuso y desproporción en muchas de las parroquias de nuestra Iglesia latinoamericana, problemática que no es nada actual, sino que es herencia de los errores y desviaciones del pasado, incluso previos al Concilio Vaticano II, y que éste mismo no pudo corregir. ¿Por qué abuso? Porque en muchas partes se suele omitir la misa diaria por la celebración de funerales o Misas de Difuntos.

Esta problemática, como se ha dicho, no es para nada actual, se tienen indicios preconciliares –como el siguiente- y postconciliares -como en la vida diaria-. A continuación les presentaré una valiosa reflexión al respecto, publicado hace más de 70 años, en “El amigo del Clero”, órgano oficial del arzobispado de Lima, año LIX, abril de 1950, n° 1499. El artículo reflexivo está ubicado dentro de la sección “liturgia” y tiene como título: “Las Misas de Réquiem”.

Como es mi costumbre, presentaré el texto original en cursiva y mis comentarios personales inmersos en el discurso.

Comienza el autor de este comentario, cuyo nombre es difícil de pronunciar, diciendo que: “En muchas parroquias las misas de “réquiem” se multiplican de una manera excesiva; no es raro encontrar iglesias en las cuales todos los días hay “una misa de negro”. Este es un verdadero abuso que produce graves consecuencias en el sacerdote y los fieles. Lo primero en resaltar es que para la mentalidad preconciliar ya era tenido por abuso la constante y única celebración de estas misas, cuyas consecuencias las sufre en primer lugar los sacerdotes, y en segundo lugar la feligresía. ¿Realmente pueden haber consecuencias negativas de esta realidad? La respuesta la tendremos en el resto del comentario.

Seguidamente el autor hace un brevísimo panegírico sobre las misas de difuntos, aseverando que: Sin duda la misa de “réquiem” constituye, respecto a los difuntos, un acto de caridad espiritual; para el sacerdote que la celebra y para los fieles que la siguen, ella constituye una lección elocuente sobre la vida futura. Y en seguida advierte tajantemente: Mas, por ello, suprime fatalmente la misa del día: multiplicar las misas “in negris”, es reemplazar el Misal por la “Misa pro defunctis”. Esta última frase es muy fuerte, pues se reconoce que con las misas de difuntos constantes y supliendo las del día, se está reemplazando toda la riqueza de la liturgia contenida en el Misal, por una sola fórmula lícitamente aplicable, pero no de uso excesivo. Y finaliza esta idea el autor: Ahora bien el Sacrificio, no lo olvidemos nunca, es “por todos los fieles”.

Hablando particularmente de los fieles vivos, no de los difuntos, el autor explica que: Es de la verdad total, sembrada en todas las páginas del Misal, que ellos tienen necesidad de nutrirse; se comprende el daño que se les causa imponiéndoles casi cotidianamente la misma página, por más bella y rica que sea. El resultado cierto y nefasto: rutina, fastidio, falta de cuidado, falta de esfuerzo, desinterés progresivo. En las palabras finales se apuntan con diáfana precisión los resultados de usar diaria y únicamente las misas de difuntos: rutina, fastidio, falta de cuidado, falta de esfuerzo, desinterés progresivo, entre tantos otros resultados negativos que podrían anotarse sin temor a la equivocación. Nótese evidentemente que en cada resultado copiado del autor, sería necesario especificar que es vivido por “clero y pueblo”, porque es así, en primer lugar por el clero, que es el acostumbrado a presidir las ceremonias, y en segundo lugar por el pueblo, que las asiste a ciegas.

El autor finaliza su reflexión con el siguiente exhorto: El pastor que tiene cura de almas está obligado a la discreción; él reaccionará, si es necesario, contra la tendencia invadente, haciendo comprender a sus fieles que la misa puede ofrecerse por los difuntos sin ser una “misa de negro”. Evidentemente es tarea del sacerdote catequizar a su feligresía para que comprendan esto: que todos los difuntos pueden encomendarse en las intenciones de una misma celebración eucarística,  y que el sacrificio es un acto social que interesa a toda la Iglesia. Disminuyendo así la excesiva frecuencia de las misas de “réquiem”, el pastor no quitará a los difuntos nada del beneficio de la oración de sus hermanos y salvaguardará los intereses espirituales de sus fieles. Abate Theyssen[3]

Ahora bien, según el Código de Derecho Canónico (#905), el sacerdote está obligado a celebrar al menos una misa diaria, y como máximo dos o en casos extremos hasta tres. Pensemos en esto cuando somos conscientes de que hay parroquias en las que se celebra una misa a cada hora, completando en una jornada de la mañana hasta 7 misas, sin contar todas las que se puedan celebrar durante la tarde. Esto es realmente un abuso. La misa no se puede parcializar de esa manera. En una parroquia promedio, deberían celebrarse como máximo dos misas diarias, una en la mañana y otra en la tarde, y en esas misas encomendar las almas de todos los fieles difuntos que se quieran, sin necesidad de celebrar una misa por cada difunto, para complacer a familias concretas.

No es justo que un sacerdote tenga que celebrar más de dos o tres misas diarias para complacer las intenciones de los difuntos de cada familia. No es justo que los católicos asistan a misa solamente cuando en ellas se está encomendando el alma de un familiar fallecido. Tampoco es justo que los sacerdotes, conociendo las normas de la Iglesia y los peligros de abusar de la liturgia, sigan complaciendo a sus feligreses con misas particulares por cada difunto, cuando perfectamente todos los difuntos pueden ser encomendados en una sola celebración.

Para finalizar es bueno preguntarnos: ¿cómo comprender el sentido de la Misa? En la Misa, el pueblo de Dios se reúne para celebrar la Palabra del Señor, orar por las necesidades del mundo entero, cantar alabanzas y dar gracias a Dios por su obra creadora y salvadora, para recibir a Jesucristo en la Comunión y, después, para ser enviados en el Espíritu como apóstoles del Evangelio.

Nos hace falta más formación litúrgica, que en realidad es formación cristiana, para valorar y comprender lo que celebramos en los sacramentos, de manera especial en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Hagamos el compromiso de formarnos en este sentido y de formar a los demás, para que vivamos nuestro catolicismo con alegría.

P.A

García



[1] Catecismo de la Iglesia Católica #1864

[2] Catecismo de la Iglesia Católica #958

[3] (De “La Vie Spirituelle”, año 15, pp. 191-2)