domingo, 26 de junio de 2022

Mi error fue servir

¿SEMILLERO DE QUÉ?

Palabras más o palabras menos, aquí una narración sincera de los acontecimientos. Sirva de recuerdo, para que no se repita.

Padre, es cierto que hubo ingenuidad de mi parte, pues tal vez me dejé llevar por las circunstancias y no me detuve a pensar mejor las cosas.

Reconozco que actué mal en muchas cosas, pero lo que ellos ven peor es que hayan escrito al señor Nuncio Apostólico y demás obispos y rectores de seminarios de Venezuela, cosa que yo no hice y es de lo que me responsabilizan. Con toda tranquilidad puedo afirmar que nadie en Mérida, ni en el seminario, ni los compañeros, ni el arzobispo tiene pruebas para sustentar que yo haya hecho eso. Se basan en suposiciones, así como creen que yo redacté la carta que todos firmaron, cosa que también es falsa. Por esa parte se equivocan en culparme de algo que yo no he hecho. Les escuché decir que lo más probable es que haya sido yo, pues como me dedico a escribir y tengo un blog… pero razonan mal, en su equivocación me perjudican muchísimo.

Le comento detalladamente cómo sucedieron las cosas en ese 2019. En diciembre de 2018, en la casa de retiros San Javier del Valle, fui llamado por K. R. seminarista de filosofía y C. V. seminarista de teología para que yo les ayudara a organizar un acercamiento al Cardenal con la intención de manifestarle el malestar general del seminario. Ya estábamos notando el ambiente del seminario muy pesado e incómodo. Las conversaciones con el Cardenal en ese diciembre no fueron posibles, pues él tenía ordenaciones sacerdotales y una agenda muy apretada y no hubo tiempo para nosotros.

En enero de 2019, después de la sorpresiva expulsión de E. V. seminarista de teología y otros más, se decidió hablar con sacerdotes externos al seminario para hacer llegar al Cardenal el descontento, confiamos en esos sacerdotes y ellos mismos nos animaron a no quedarnos callados, supuestamente ellos nos respaldarían. Ya se habían sumado a esta intención aproximadamente 10 seminaristas, que pusimos en común las experiencias vividas en los meses anteriores. Yo nunca fui líder de ese grupo, no lo fui, porque realmente los que llevaban la batuta eran los de 3ero y 4to de teología, de mi curso 2do de teología habíamos dos. Les apoyé, opiné oportunamente y me involucré en la cuestión como los demás lo estaban haciendo. Era una preocupación de todos y no hacer nada nos hacía sentir mal.

En febrero de 2019, el seminarista J. R., asesorado por Mons. J. de D. obispo de E.V.S.C.Z. y el p. G. M. vicario general de la misma diócesis, redactó la carta que firmaron 34 seminaristas, de las diferentes diócesis que hacían presencia en el seminario. 34 seminaristas representaban más de la mitad, es decir, la mayoría, pienso yo, porque no era cosas de dos o tres, éramos la mayoría.

Al momento de firmar la carta yo estaba en mi habitación, me trajeron la carta, la leí, vi algunos errores ortográficos pero no pude corregirla porque ya varios la habían firmado, nunca tuve en mis manos la carta lo suficiente como para obligar a otros a firmarla, cosa que también se me acusa. Fue otro seminarista el que pasó habitación por habitación con la carta para que los que quisieran la firmaran, yo no hice eso. No escribí esa carta, pues, ya vino refrendada desde la Diócesis de E.V.S.C.Z., cuyos seminaristas en Mérida fueron amparados en todo momento por su obispo y reubicados en diferentes seminarios de Venezuela luego de la expulsión masiva. Ellos corrieron con la suerte de ser extradiocesanos. Los de la Arquidiócesis estábamos como oveja sin pastor, literalmente.

Para finales de febrero de 2019 se logró que el Cardenal hablara con nosotros los seminaristas, en esa oportunidad le expresé personalmente lo que había preparado por escrito, un “informe” personal de 5 páginas con 14 puntos desarrollados, de cosas reales que se vivían en el seminario. Se lo dije a él, no se lo mandé a decir con nadie, ni lo publiqué en ningún sitio web o periódicos del orbe. En esa conversación que tuvimos en el Palacio Arzobispal, el Cardenal quiso discutirme algunos puntos que le mencioné, tratando de hacerme pensar que él estaba informado de todo, pero no era cierto. Él conocía solo una parte de lo que los formadores y el rector le comunicaban. Escuchó pero hizo caso omiso, no creyó, confiaba más en sus sacerdotes, los de "confianza".

Esa fue mi actuación. Nunca fui líder ni cabecilla de ninguna rebelión. Nunca escribí a nadie fuera del seminario ni dentro. Nunca obligué a nadie a nada. Los cabecillas fueron otros, yo participé como invitado y todos opinamos con libertad. Callar no era una opción, voltear la mirada no era posible.

El día antes de la entrevista con el Cardenal, 5 seminaristas fuimos animados y asesorados por el p. J. M. para escribir nuestras experiencias desagradables con respecto a la “inmoralidad” del rector. Éramos 10 los seminaristas que teníamos algo que decir, pero solo 5 nos atrevimos a decirlo y a ponerlo por escrito, con firma. Igualmente esos testimonios eran sumamente privados y fueron entregados por un sacerdote al arzobispo. De eso no tengo copia, de los demás textos sí. Todo con fecha y hora. El Cardenal desestimó los testimonios porque todos fueron redactados bajo los cánones del Código de Derecho Canónico, cuestión que él consideró inapropiada para el uso de seminaristas. Creo que le tuvo miedo a esos papeles y nos dijo que eso no servía de nada, cosa grave, porque valen muchísimo.

Mi único error fue creer que todo iba a funcionar bien. Los comentarios pudieron más. El seminario se acabó por dentro.

Quise conversar directamente con el rector y él no me lo permitió. Lo busqué varias veces en su oficina y nunca tuvo tiempo, descaradamente no me quiso atender, aun cuando era su obligación escucharme. Me tuvo miedo, le tuvo miedo a la verdad, ya tenía una decisión tomada, sin considerar nada, sin sustento ni caridad ni misericordia. Hablé con el Vicario General de la Arquidiócesis y se lavó las manos sin importarle lo que le decía, manifestando una amistad entrañable con el rector. No creyó las actitudes que denunciábamos, el rector demostraba ser demasiado "bueno" como para andar en cosas raras.

Mi único error fue expresar lo que sentía, lo que vivía, lo que veía, pienso que de no haberlo hecho, me hubiera formado como un perro mudo, al que le pueden decir haz esto o aquello y sin pensar, sin analizar si es bueno o malo. Los seminaristas estamos para obedecer, pero antes de obedecer a los formadores, que son hombres y por ende se pueden equivocar, estamos para obedecer a Dios que nos habló claro en nuestras conciencias. No había opción, o decir las cosas o guardar silencio, y el silencio no es una opción ante la injusticia. La Iglesia es sabia, la Iglesia no es una democracia, lo sé, pero donde no hay caridad, con dificultad se puede conseguir a Dios. El padre R. fue el primero en faltar a la caridad con todos nosotros. Él abusó de su poder sobre toda la comunidad. La maldad le brilla en los ojos. Su corazón no tiene nada bueno, es un manipulador, ese es su mejor currículum. Es tan manipulador que ninguno es capaz de imitar al Cardenal como él lo sabe hacer.

Los demás formadores fueron unos perfectos títeres de él. Nadie pudo llevarle la contraria. Y al final del año académico la mayoría de ellos salió del seminario a tizón venteado, todos amargados, insatisfechos y contentos a la vez porque salían de esa casa de terror y opresión.

¿Cómo fue mi desempeño groso modo en el seminario?

En el seminario yo escribía las notas noticiosas e informativas para la prensa de la Arquidiócesis de Mérida e incluso algunas veces esas notas pasaron al Departamento de Prensa de la Conferencia Episcopal Venezolana. También en mis ratos libres corregía las tesis de compañeros de filosofía y teología, en cuestiones metodológicas y de redacción. Era el más empapado en protocolos cuando había algún evento especial. Para lo que me ocupaban siempre decía que sí, estaba disponible para todo y para todos. Traté de darle institucionalidad al seminario. Era el secretario del departamento de pastoral vocacional y encargado de las redes sociales del seminario. Era el presidente de la Legión de María. El profesor de historia de la Iglesia me nombró su sustituto para mi curso cuando él faltara. Desde hace 7 años mantengo mi propio blog, donde subía material de filosofía y teología. He formado amistades con personalidades externas en el campo académico. Tenía una investigación abierta en el archivo arquidiocesano. Era miembro de la biblioteca del seminario, a la cual dediqué horas de trabajo organizativo, hasta el punto de enfermedad por estar tanto tiempo en contacto con los libros. En mi propio cuarto tenía más de mil libros que gustosamente prestaba a quien los necesitara, e incluso perdí algunos porque los presté y no me los devolvieron. Rezaba, me veían en la capilla, le ponía seriedad a la liturgia, al santo rosario, a los estudios, al uso de la sotana, al vestir decentemente, al proceder honradamente. Muchos me consultaban cosas, confiaban en mi buen criterio para opinar.

Además de todo eso, semanalmente conversaba con un santo sacerdote del Opus Dei, confesión semanal y dirección espiritual. No soportaron tanto, no podía estar ahí, me tenían que sacar, ¡qué peligro!

Definitivamente, mi error fue servir.

P.A

García

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