jueves, 3 de noviembre de 2022

San Martín de Porres, resumen de su historia en estrofas

“MARTÍN DE LA CARIDAD”


En Lima, de madre panameña

y de honrado padre español,

nació Martín el 9 de diciembre

para la gloria del Señor.

 

Juan de Porres y Ana Velázquez

en amor y a edad temprana,

tuvieron dos bellos hijos:

san Martín y su hermana Juana.

 

El pequeño hijo creció

a la sombra de su madre piadosa

y en las calles, entre mendigos,

forjó su alma generosa.

 

Solía visitar los templos

de la ciudad de los reyes, Lima,

empapándose de la piedad

que en la vida le llevó a la cima.

 

Se cuenta que socorría

a pobres, vagabundos y hambrientos

con sus ahorros les asistía

procurándoles alimentos.

 

De niño se habituó a la oración,

hasta le tenían por santo,

contaba con siete años

y su alma ya daba tanto.

 

Se fue a Guayaquil con su hermana

bajo la tutela de su padre,

en Lima quedó esperanzada

su buena y piadosa madre.

 

Por encargo del virrey

el padre se va a Panamá,

Juana se queda en Guayaquil

y Martín con su mamá.

 

En Lima siguió sus estudios

aprendiendo un buen castellano,

perfeccionó sus oficios

de barbero y artesano.

 

Martín conoció de medicina

hiervas y buenos remedios,

a todos bien atendía,

a pobres y dueños de predios.

 

Mientras hacía sus labores

aprovechaba de evangelizar

infundiendo a sus clientes

el gusto de oírle hablar.

 

Se adiestró con empeño

en el bisturí y la cirugía,

hacía un trabajo impecable

sanando a quien a él acudía.

 

Oraba y estudiaba de noche

sumido en profunda concentración,

pedía al Señor las fuerzas

para ejercer su profesión.

 

Asistía a la misa diaria

comulgando en cada ocasión,

después las horas pasaban

en sincera contemplación.

 

Su mayor lucha la tenía

en evitar el invencible sueño,

tomaba posturas incómodas

para lograr sus empeños.

 

En la iglesia de los dominicos

fue forjando su alma inmortal,

confesando sus pecados

y la dirección espiritual.

 

Un día habló con el prior

manifestando su pensamiento,

este alegre le recibió

como terciario en el convento.

 

Allí pudo atender a los religiosos

y a los pobres sin excepción,

se esforzaba por mantenerles

sanos y limpios en toda ocasión.

 

Una deuda del convento construido

le llevó en su amor apreciado

postular en pago concreto

el ofrecerse como esclavo.

 

Pero las fatigas del trabajo

su humanidad no aguantó

y entre tantos quehaceres

fray Martín se enfermó.

 

El prior lo mandó a descansar

hasta verlo de salud sana,

los religiosos lo descubrieron

con los zapatos puestos en cama.

 

Señal de desobediencia

reposo no había guardado,

el prior conoció en conciencia

que el santo no había pecado.

 

La habitación de fray Martín

estaba exenta de comodidades,

solo tenía lo necesario

para obrar sus caridades.

 

Una tabla sobre dos hierros

que sostenían un jergón,

un par de mantas roídas

no le hacían tan dormilón.

 

Armario bien equipado

de hiervas, vasos y ungüentos,

el santo tenía a su lado

todos los medicamentos.

 

Pero nada de eso era suyo,

nada para sí tenía,

todo era de los pobres,

providencial enfermería.

 

En su austera habitación

su mejor devocionario

una cruz, santo Domingo

y la Virgen del Rosario.

 

Como arma poderosa

el rosario a diario rezaba

uno al cuello, otro al hábito,

que siempre le acompañaba.

 

En la curación de los enfermos

tres métodos él aplicaba

la oración, los medicamentos

y al tocarlos los sanaba.

 

Al oído y susurrando

a todos él comentaba

la fe es la que está obrando,

“yo te curo, Dios te sana”.

 

Introducía en el convento

los enfermos de la calle,

los religiosos se enojaban,

no le entendían a detalle.

 

En la atención de moribundos

su propia cama disponía,

velando toda la noche

hasta encontrar su mejoría.

 

Estas buenas actitudes

le valieron penitencias,

y al final el superior

permitió sus diligencias.

 

Autorizó a fray Martín

para atender al momento,

a todo aquel necesitado

que trajera hasta el convento.

 

Por un espacio de tiempo

en Limatombo sirvió,

trabajando con los indios

a quienes les predicó.

 

De vuela en la ciudad

notó huérfanos por doquier,

agilizó un proyecto

¡algo tenía que hacer!

 

El virrey y el arzobispo

en su apoyo concretaron

buenas sumas de dinero

entre todos colectaron.

 

Fray Martín fundó orgulloso

el Asilo de Santa Cruz,

como escuela para huérfanos

quienes vieron una luz.

 

Primero acogió a las niñas

procurando su educación,

luego asistieron varones

todo fue una bendición.

 

Su caridad no tenía límites

pues también curaba animales,

a un perro sangrando vio

y le reparó de sus males.

 

Una semana en su cuarto

sobre una alfombra de paja,

le aplicó sus medicinas

y el canino se amortaja.

 

Martín fue amigo de todos

amaba a Dios y a su creación,

no era raro verle a menudo

con animales en conversación.

 

Pero los traviesos ratones

hicieron muchísimo daño,

pues rompieron todas las telas

del convento y sus escaños.

 

El sacristán del convento

preparó un fuerte veneno,

quería matarlos a todos,

pensando que sería bueno.

 

Fray Martín lo impidió

hablando con un ratoncito,

a quién dio orden explícita

de abandonar aquel sitio.

 

Les buscó un mejor lugar

para tenerlos guardados,

llevándoles alimentos,

todo había mejorado.

 

A la Virgen del Rosario

sus velitas encendía,

bonitos ramos de flores

a su imagen le ponía.

 

De santo Domingo de Guzmán

fray Martín con devoción

practicaba tres disciplinas

en grata mortificación.

 

Una por los pecadores

en acto muy meritorio,

la otra por los agonizantes

y las almas del purgatorio.

 

Con su ángel de la guarda

tuvo buena relación,

este le guiaba de noche

evitando cualquier distracción.

 

Por la ciudad y a oscuras

caminaba tranquilo Martín

contaba con su ángel guardián

que le guiaba hasta el fin.

 

La viruela llegó a Lima,

todos sufrían la infección

el convento quedó cundido

y Martín no fue la excepción.

 

Aún enfermo se dispuso

atender a los necesitados

le veían ir y venir,

nunca se le vio agotado.

 

Entraba en lugares cerrados

sin aparente razón,

hacía el bien solicitado

y volvía a la oración.

 

Muchos le vieron presente

en varios sitios a la vez

curando y cuidando gente,

en dos lugares o tres.

 

En sus éxtasis milagrosos

los curiosos le perseguían,

pero por designio divino

fray Martín desaparecía.

 

Muchos trabajos y vigilias

fueron menguando su cuerpo

los ayunos y quehaceres

los mantuvo todo el tiempo.

 

Resolvía los conflictos

de hermanos y enemigos

matrimonios y negocios,

todo lo mal habido.

 

En mil seiscientos treinta y nueve

el santo predijo su suerte

y contrajo una gran fiebre

que le llevaría a la muerte.

 

El diablo más le tentaba,

apareciéndosele iluminado,

en las llamas del infierno

que Martín había evitado.

 

Agonizando e inquieto

compañía pudo tener

María, José, Domingo,

Catalina y Vicente Ferrer.

 

Alrededor de su cama

los religiosos reunidos,

a todos pidió perdón

por algún mal cometido.

 

Pidió rezaran el credo

en clara y fuerte voz

y en “el Verbo se hizo carne”

Martín durmió en el Señor.

 

Las campas bien que sonaron

y a todos les anunció

que el santo había abandonado

este mundo para ir con Dios.

 

Llegaron rápido al convento

el virrey y el arzobispo

religiosos y autoridades

se encontraron aquel abismo.

 

Fray Martín había muerto

y Lima lloraba triste

fue muy santa aquella vida

que en esta historia leíste.

 

         Este resumen de la historia de san Martín de Porres fue tomado en su totalidad del libro “Año Cristiano IV”, de la Biblioteca de Autores Cristianos, número 186, sección V de Historia y Hagiografía, páginas 288 a la 302, biografía escrita por Antonio García Figar, O. P. quien a su vez citó los principales documentos de la causa de canonización del entonces beato Martín de Porres, en 1959. San Martín de Porres fue canonizado por el papa Juan XXIII el 6 de mayo de 1962.

 

P.A

García

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