domingo, 29 de enero de 2023

Cuando la violencia pretende ser la solución

“TERRORISMO VISUAL”

Imagen referencial presente en la web, lo que indica que la práctica es más común de lo que se cree.

         El Diccionario de la Lengua Española explica sobre el terrorismo, en su segunda acepción, que es una “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”, y quiero dejar clara la definición del término en uso para poder justificar por qué lo utilicé en el subtítulo de este comentario.

         El año pasado mientras caminaba como de costumbre de mi casa al colegio donde trabajo vi un enorme cartel que aquí le llaman gigantografía, de proporciones industriales, ubicado en una calle cercana al cementerio general de la ciudad de Ayacucho. Dicho material visual contenía un mensaje que yo no dudé en catalogar desde el primer momento en que lo leí como “terrorismo visual”, y es que, entre otras cosas, apuntaba en letras mayúsculas y rojas que “TODO DELINCUENTE QUE SEA CAPTURADO SERÁ LINCHADO” y en otros párrafos considerablemente más pequeños al anterior se advertía que a quien fuese capturado delinquiendo sería entregado a la policía.

         El primer mensaje me dejó impactado por varios días. Cada vez que pasaba por ahí, volteaba la mirada para darme cuenta de lo que realmente decía, porque no pasaba a creerlo. En oportunidades me hacía el propósito de no mirar para no mortificarme, pero era inútil, y peor me fue aun cuando descubrí que al final de dicha calle habían colocado otro cartel idéntico, de modo que ya no era uno solo, sino dos enormes gigantografías incitando a la violencia desmedida, la anarquía y el terrorismo “comunal”.

         Pasaban los días y yo seguía dándole vueltas al asunto. Quería hacer algo, necesitaba hacer algo para contrarrestar una barbaridad tan catastrófica y anticristiana. Lo primero que hice fue conversar con mis alumnos, ya que muchos de ellos viven por la zona. Primero les pregunté si habían visto el cartel, y fueron pocos los que se habían enterado. Luego les pregunté si estaba bien o mal poner algo así en la calle, y la respuesta de la mayoría fue desaprobatoria. A través de reflexiones y sin tratar de imponerles mi manera de pensar, llegamos todos a la conclusión de que era un acto que incitaba a la violencia, por lo que era reprobable.

         Pero no era suficiente con conversar con mis alumnos. Era necesario ir más allá, y recordé que justo en frente de donde estaba ubicado uno de los anuncios violentos de vereda a vereda vivía una señora conocida que frecuentaba la iglesia, con la cual ya había tenido algún tipo de confianza en oportunidades anteriores, por lo que me atreví a hacerle algunas preguntas sobre el tema. La señora negó saber quiénes habían puesto eso allí, pero aseguró que fue una decisión comunitaria en la que participaron varios de los habitantes de esa calle en particular, al parecer cansados de sufrir robos y buscando tomar la justicia en sus manos. Finalmente cuestioné a la señora si desde nuestra fe católica ese acto era bueno o malo, a lo que respondió sin titubear que era un acto inmoral, malo, negativo, que incitaba a la violencia, un acto desmedido, un error, una falla de raciocinio de todos aquellos a quienes se les ocurrió la desastrosa idea de acabar con la delincuencia con un anuncio violento, es decir, acabar con la delincuencia con más delincuencia, ¡qué absurdo y ridículo!

         Cuando parecía que yo ya estaría conforme, recordé que en el Perú existen leyes que normalmente se hacen cumplir, por lo que me pregunté si en la municipalidad distrital habrían dado algún tipo de permiso o habrían sabido de la colocación de dicho material visual violento en plena calle, y así me dirigí presuroso hasta el local de gobierno del distrito para averiguar un poco. En el distrito la atención fue buena, una recepcionista me escuchó con esmero, manifestó no saber de la existencia del cartel y me invitó a poner por escrito mi duda o reclamo, y como era viernes, me indicó que sería llamado el lunes siguiente para ser atendido personalmente por algún funcionario público al que le correspondiese tratar un caso como el que yo exponía.

         Pasó ese fin de semana y el día lunes no fui llamado, ni el martes, ni el miércoles. La decepción se aproximaba, pues mi objetivo era hacer caer en la cuenta de que esto estaba mal y había que quitarlo de inmediato. El día jueves en la mañana, cuando pasaba caminando para ir a trabajar, me fijé que el cartel violento ya no estaba, había sido roto por mitad y ambas partes colgaban en cada uno de los extremos desde donde había sido sujetado. Un sentimiento de orgullo y satisfacción corrió por mi mente. Había logrado mi objetivo, quitar de la calle un anuncio de terrorismo visual. Pero, ¿realmente fui yo el promotor de que quitaran ambos anuncios violentos?  Me surge la duda porque en realidad nunca regresé a la municipalidad distrital para preguntar sobre el asunto y tampoco fui llamado, además de saber que por esa calle entran y salen con cierta periodicidad algunos camiones de carga que, a juzgar por sus alturas, pudieron haber sido los responsables de la rotura en dos de los anuncios violentos, pues al intentar pasar por la calle, de seguro les estorbaba y tuvieron que deshacerse de ellos.

         Como profesor, no podía soportar la idea de que mensajes tan abominables se presentasen en plena calle como si nada. Pensaba en que eso afectaría la educación de los niños, porque crecerían con la conciencia de que al que hace algo malo hay que matarlo, asesinarlo a sangre fría, porque eso es lo que significa la palabra “linchar”, ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo.

         Es conocido también que en algunos lugares han prendido fuego a los que la gente misma ha capturado infraganti. Sé que la rabia y la desesperación es muy grande cuando somos víctimas de la delincuencia, yo mismo lo he sido en varias oportunidades, pero eso no justifica que matar deje de ser un grave pecado y un delito.

         Algunos días después, nos enteramos de que una señora carnicera apuñaló a un perrito de la calle que le robó un pedazo de carne de su local. Toda la ciudad se pronunció en rechazo del acto, hubo marchas en protesta, diciendo no al maltrato animal, pero nadie protestó como debería por la ubicación de un anuncio violento en plena calle, ¿acaso eso lo ven con normalidad? No puede ser. La violencia genera más violencia, al mal hay que acabarlo a fuerza de bien.

         ¿Qué propondría yo en vez de gastar dinero en carteles violentos y además con errores ortográficos? Destinar los esfuerzos de la comunidad en la colocación de varias cámaras de seguridad que puedan captar a los delincuentes, muchos de los cuales se trasladan en motos, para que así puedan ser rastreados por la policía. Me parece que es una solución un poco más razonable, pues se colabora con la justicia, más no se la toma en las manos desproporcionadamente. A nadie hay que hacer lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Hay que usar más la cabeza y menos las vísceras.

         “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. (Mt 5, 9)

P.A

García

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