miércoles, 4 de enero de 2023

Fueron necesarias las lágrimas

¡IRA SANTA!

El escenario era el mismo de las veces anteriores. Sentados los dos, cómodamente, frente a frente y con un delicado tema a tratar. El ambiente quiere perfumarse de tranquilidad, pero en realidad hay mucha tensión. Aquel día reclamaba ser contundente y definitivo, pues ya hacían dos años que Dios había cruzado las vidas de estos dos cristianos; uno joven, indefenso pero lleno de ganas y optimismo, y otro anciano, poderoso, vivido y herido por la vida, aunque también premiado y privilegiado por Dios.

La conversación inicia como de costumbre, preguntas van y preguntas vienen, la familia, el trabajo, la vida espiritual, aquel trágico pasado, cómo fue que todo sucedió, una y mil veces explicado y las mismas incomprendido… Pasados ya unos quince minutos, y como queriendo quitarse un gran peso de encima, aquel anciano se mostró convencido de que ya no había nada que hacer. Pensó despedir sin esperanza alguna a quien le suplicaba ayuda, caridad y misericordia. Parecía una decisión premeditada, pero no por eso acertada.

Los prejuicios pueden más, el miedo puede más, la desconfianza es grande cuando mucho se ha vivido y mucho le han herido. Pero no tiene por qué ser siempre igual. Hay gente distinta, no se puede perder la fe en la humanidad y, por el contrario, hay que creer que todavía sigue existiendo gente buena en este mundo. Gente buena de verdad, no solo con apariencia de buena, porque por sus frutos se conoce al árbol...

Cuando la conversación parecía estar llegando hasta el adverso final, cuando el anciano estaba decidido a dar por terminada la cita con un superficial e irresponsable "no puedo hacer nada por ti, lo siento mucho, ánimo" (y palmaditas en el hombro), el sentir genuino de quien se ve perdido, abandonado y horriblemente condenado diluyó unas lágrimas sinceras y amargas de decepción y protesta santa. La voz temblorosa pero segura. ¿Cómo que no puede hacer nada? ¡Entonces no pida a Dios ayuda, si la tiene en frente y la rechaza! ¡No suplique públicamente a Dios colaboradores, si tiene uno en frente y quiere dejarlo ir! Y… todo cambió. El rostro del anciano empezó a relajar el ceño y a pensar, ahora sí, como padre y pastor que es, y no solo como juez y administrador. Empezó a ser él mismo. Pensó con el corazón y no solo con la cabeza.

Había que buscar una solución, porque no puede ganar el mal. Era cuestión de bien o mal, y el anciano finalmente se decidió por el bien, por la caridad y la misericordia. Fueron necesarias las lágrimas, justificadas por un humilde sentimiento filial y cristiano. Aunque la escena no deja de ser penosa para aquel que tuvo que suplicar cual hijo pródigo que quiere volver a casa, pero al contrario de la parábola del evangelio, consigue a un padre que solo quiere escuchar al hermano mayor, y no aceptar al hermano menor.

"El que no sabe de amores no sabe lo que es martirio", dice una popular canción mexicana, pues es muy cierto. El amor es sacrificio, el amor es dolor, el amor es llanto, son lágrimas. Ahora sí, aquel joven imperfecto, pero con ganas de perfección puede decir como tantas veces ha querido: "Mi vida es toda de amor y si en amor estoy ducho es por fuerza del dolor, pues no hay amante mejor que aquel que ha llorado mucho". 

P.A

García


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