UN PASTOR HUMILDE Y PRUDENTE
Ya son dos los rectores que he tenido en el
seminario a quienes han ordenado obispos. El primero fue monseñor Juan de Dios
Peña Rojas, nombrado obispo de El Vigía–San Carlos del Zulia en julio de 2015.
Ahora se trata de monseñor Alexander Rivera Vielma, quinto obispo de San
Carlos.
A monseñor Alexander lo tuve como rector entre
los años 2015 y 2018. Bajo su guía recibí la admisión a las sagradas órdenes
del diaconado y presbiterado el 15 de julio de 2018. Puedo dar fe de que es un
hombre recto, disciplinado y profundamente obediente y humilde. Su humildad es
tan evidente que, en un primer momento, me sorprendió su aceptación del
episcopado. Sin embargo, comprendí pronto que, así como la humildad lo define,
también lo caracteriza una obediencia firme y sincera. De ahí se entiende que haya
aceptado ceñir su cabeza con el peso de la mitra, no por ambición, sino por
fidelidad al querer de Dios y de la Iglesia.
En su última etapa como rector —pues ya lo
había sido antes— se mostró como un formador sereno y comprensivo, muy distinto
a lo que se comentaba de sus primeros años en el Seminario San Buenaventura de
Mérida, en el que fue muy rígido. Tenía la costumbre, cada domingo después de
completas en la capilla, de hacer un resumen de la semana. Aprovechaba para dar
indicaciones, correcciones oportunas y observaciones que llevaba anotadas
cuidadosamente en su agenda, muchas veces expresadas con buen humor. Todos esperábamos
ese momento, para enterarnos de los últimos acontecimientos de nuestra casa de formación.
Recuerdo una ocasión en que yo mismo fui
objeto de una de sus correcciones. Una noche, mientras me conectaba de manera
furtiva al wifi en el sótano del seminario para publicar un artículo en
mi blog, apareció de improviso el padre Alexander. Me sorprendió enormemente y,
tras preguntarme qué hacía allí en la oscuridad, solo me dijo en tono de
reprensión: “Ay, Pedrito, Pedrito…”. Sin más, se fue. Sin embargo, el
domingo siguiente relató la anécdota frente a todos, con un toque de humor, y
fui objeto de las bromas de mis compañeros, que asumí con gracia.
Otra vez, en una reunión comunitaria, se nos
reclamaba por el uso de un salón para la dirección espiritual que algunos
seminaristas teníamos con un sacerdote del Opus Dei. Aunque noté que no era del
todo de su agrado, me animé a intervenir recordando que se nos había dado
libertad para elegir nuestro director espiritual, ya que la lista propuesta por
el arzobispo incluía sacerdotes de diversas congregaciones y carismas. Tras
escuchar mis razones, el padre Alexander no hizo comentarios, y se comprometió
a facilitar la llave del salón todos los martes por la tarde. Desde entonces,
fielmente, cada martes acudía a pedirle la llave en su oficina, siempre pulcra
y ordenada.
Era un hombre sencillo y cercano. A veces, yo le
solicitaba permiso para salir a comprar pan, al regresar de la calle
compartíamos con él una taza de café con pan, especialmente cuando era café de
La Azulita, su pueblo natal, lo cual aceptada gustosísimo. Se notaba cuánto lo
disfrutaba, y al poco rato devolvía la taza ya lavada. En una ocasión me pidió
que le ayudara a recargar el saldo de su teléfono; desde entonces tuve su
número personal, algo que no todos tenían. Más adelante comenzó a enviarme por WhatsApp
breves notas de voz con un fondo musical, en las que hacía una oración y
compartía una reflexión sencilla sobre el Evangelio del día.
Sus homilías eran verdaderas joyas: siempre
bien preparadas, breves, con frases concretas y llenas de imágenes que
iluminaban la vida cotidiana, muy al estilo del papa Francisco. En una salida
comunitaria a unas piscinas, tras dar algunas indicaciones, terminó diciendo
con buen humor: “Prohibido pasarlo mal”, lo que nos arrancó risas y
gratitud.
También fue un hombre de escucha. Recuerdo que
acudí a él para contarle la situación con un compañero que me humillaba y había
llegado incluso a confesarme que quería golpearme. El padre Alexander me
escuchó con atención y me aseguró que hablaría con él. Al poco tiempo, noté un
cambio radical: aquel seminarista dejó de molestarme e incluso comenzó a
buscarme para charlar sobre filosofía y teología, muchas veces acompañados de
un café en mi habitación.
De él aprendí también lecciones firmes. Una
vez, llevado por rumores de mi parroquia, le comenté que un sacerdote interino
se hacía acompañar por una señora en la casa cural, lo que provocaba
habladurías en el pueblo. Él me escuchó y me respondió con claridad: “Pedro,
no se deje llevar por la gente. Entre bomberos no nos pisamos la manguera”.
Como corrección, me prohibió usar la sotana durante un tiempo.
Guardo recuerdos muy vivos: el 12 de diciembre
de 2016, mientras rezaba el rosario de noche frente al Sagrario, sentí su
presencia detrás. Al terminar, me dijo simplemente: “Pedro, ha fallecido
monseñor Javier Echevarría, prelado del Opus Dei”, sabiendo mi cercanía
espiritual con la Obra.
Una tarde, durante la cena, me pidió que
ayudara a un sacerdote a preparar unas diapositivas sobre la encíclica Laudato
si’ para un grupo de profesores universitarios. Acepté, sin saber que de
esa colaboración surgirían serias dificultades que más adelante motivarían mi
injusta salida del seminario, cuando ese sacerdote llegó a ser rector.
Sin embargo, aun después de que el padre
Alexander dejara la rectoría para ser vicario general de la arquidiócesis y
párroco universitario, lo seguí buscando. Me recibió en su oficina, escuchó mis
inquietudes y trató de darme ánimo. Aunque se equivocó al confiar en la bondad
del sacerdote que luego me haría tanto daño, yo no lo culpo: simplemente me
escuchó y me dio el aliento que necesitaba.
Tras dejar el seminario continué escribiéndole
por correo electrónico. Siempre me respondió con palabras de ánimo y fortaleza.
La última vez fue para felicitarlo por su nombramiento episcopal, y recibí de
él una respuesta agradecida: “Pedro. Agradecido por su saludo y
felicitaciones, alegría porque va haciendo camino. En la formación todo el
tiempo, ya en el sacerdocio toda una vida. Así que no hay que ir con prisa
hermanito. Un abrazo.”
Tuve la gracia de seguir en vivo, a través de
la transmisión por YouTube de su diócesis, la ordenación episcopal de monseñor
Alexander hoy sábado 23 de agosto. Me conmovió profundamente la homilía del
arzobispo de Mérida, ordenante principal, quien recordó con cariño la
trayectoria del padre Alexander y le expresó que dejaba atrás las frías
montañas merideñas para acrisolarse bajo el sol de los llanos venezolanos,
invitándole a ser un evangelizador itinerante, como lo ha sido hasta ahora.
Hoy, al recordar al ahora monseñor Alexander Rivera Vielma, quinto obispo de la diócesis de San Carlos (Cojedes, Venezuela), solo puedo desearle un fructífero episcopado. Que sea un pastor con olor a oveja, a ejemplo del papa Francisco, del papa Benedicto y de tantos santos pastores que entregaron su vida por sus ovejas.
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El padre Martín Carbonell con monseñor Rivera Vielma |
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