jueves, 1 de junio de 2023

Homilías de Mons. Salvador Piñeiro, arzobispo de Ayacucho

Catedral de Lima, 28 de mayo de 2023


2023

Homilías pronunciadas por S.E.R. Mons.

Salvador Piñeiro García-Calderón

Arzobispo Metropolitano de Ayacucho

en la Semana Santa del 2023

y en sus Bodas de Oro Sacerdotales

 

Ayacucho, Perú

Transcripción: Pedro Andrés García Barillas

Curia Arzobispal, Jirón 28 de Julio Nº 132

ÍNDICE

DOMINGO DE RAMOS 2 DE ABRIL: Atrio de la Catedral.

LUNES SANTO 3 DE ABRIL: Templo de la Buena Muerte.

MARTES SANTO 4 DE ABRIL: Templo de la Amargura.

MIÉRCOLES SANTO 5 DE ABRIL: Templo de Santa Clara.

JUEVES SANTO 6 DE ABRIL: Catedral. Misa Crismal.

VIERNES SANTO 7 DE ABRIL: Catedral. Introducción al Sermón de las Siete Palabras.

Conclusión al Sermón de las Siete Palabras.

SÁBADO 6 DE MAYO DE 2023: Homilía de la Solemne Eucaristía de las Bodas de Oro Sacerdotales, Catedral de Ayacucho.

DOMINGO DE PENTECOSTÉS 28 DE MAYO DE 2023: Homilía de la Solemne Eucaristía de las Bodas de Oro Sacerdotales, Catedral de Lima.

DOMINGO DE RAMOS 2 DE ABRIL: Atrio de la Catedral, 6:00 p.m.

Muy queridos hermanos. Con profunda emoción y piedad inauguramos la Semana Santa del 2023, y la llamamos así porque en estos días vamos a acompañar a Jesús, cuando reza en el huerto, cuando recibe la injusta condena, cuando se encentra con su madre, cuando está yacente en la espera de la resurrección. Son los días más importantes del año, porque para esto vino Jesús, y lo vemos en su cruz, para abrirnos el cielo que la soberbia del Adán nos había cerrado, para abrirnos el corazón, que no haya odios, resentimientos, que no esté la palabra del Caín: “no tengo nada que ver con mi hermano”.

Cristo, cada vez que lo meditamos en la cruz, nos está interpelando, eres hijo de Dios, y al Padre se le escucha, se le obedecen sus mandatos, y está abrazándonos para que vivamos como hermanos, ¡qué hermosa lección la de la Semana Santa: grabar en nuestro corazón los sentimientos de Jesús! Y lo hacemos en la gran tradición ayacuchana, en su arte, las alfombras, las palmeras tejidas, los adornos de cera, que recogen la cosmovisión andina. Semana Santa es Jesús y por eso Ayacucho vive la fe.

Y en estos días, comenzamos con el Domingo de Ramos recordando la entrada del Señor a Jerusalén, y se nos ha leído la Pasión según san Mateo, porque es el evangelista que este año nos va a acompañar, (no se cansen con la palmera, escúchenme). Y en este evangelio, al escucharlo, he visto cómo también estamos nosotros graficados. Cuántos, movidos por el espectáculo, los curiosos, que están en la vera del camino para ver qué pasa, qué hacen en Ayacucho. Cuántos curiosos, pero también cuántos que blasfeman, que lo escupen, que dicen diatribas y Jesús nos enseña a perdonar las ofensas. Cuántos como el Pilato, que se lavan las manos, “no tengo nada que ver en este asunto”, cuántos de nosotros estamos como Pedro, con las lágrimas del arrepentimiento, le hemos fallado al Señor, que olvide nuestros miedos, nuestras cobardías.

Pero también, junto a la cruz, hay este grupo selecto de inspirados, que, movidos por la víctima de amor del Calvario, lo acompañan. Cómo no recordar en María Magdalena a las mujeres valientes, o como dice la tradición, a la Verónica, que están para acompañar a Jesús, para limpiar su rostro. Cómo no recordar al cireneo, que le obligan a llevar la cruz y aprende en ese acto lo que es amar, lo que es servir. Al apóstol Juan, por eso saludo a los jóvenes valientes, que apuestan por Cristo, que aman a la Iglesia. Él pudo decir con toda lógica: “tengo techo, qué me hago aquí ante este fracaso…” y fue el único de los doce que lo acompañó.

Pero, sobre todo, María, ella está al pie de la cruz, valiente, no está derrotada, ofrendando lo único que tiene, lo que ha labrado en sus entrañas virginales, al Hijo del eterno Dios. Y qué hermosa tarea, Jesús pensó en su madre, no quiere que esté abandonada, porque no tiene marido ni hijos que la cuiden, y se la encarga a Juan, y Juan la llevó a su casa.

Llevemos a María a nuestros hogares, ella camina con nosotros, ella nos ayuda a hacer de nuestra casa el Nazaret del amor, de la comprensión, pero, sobre todo, en esa hora recibe el testamento espiritual, ya no solamente va a ser la madre de Jesús, sino es nuestra madre, la madre de la Iglesia, que nos acompaña, que nos cuida a lo largo de todos los días. Sí, hermanos, no somos espectadores, no seamos Pilatos, seamos valientes misioneros, testigos del Calvario.

Y eso es la Semana Santa, y al escuchar la Pasión según san Mateo, me ha impresionado el último verso, la oración de un capitán, de un soldado romano, de un pagano, que no sabía nada de las tradiciones judías, que recibe el encargo de Pilato, organizar el ajusticiamiento, y buscan esa montaña que se llama La Calavera, El Calvario, para que sea un lugar de escarmiento, y aquel soldado ve cómo muere Jesús con el evangelio que enseñó: perdonando, se preocupa de su madre, premia con el Paraíso al ladrón arrepentido y, al final, le toca el tiro de gracia, la lanzada en el corazón, y Jesús ya muerto, pero todavía brota sangre y agua, Jesús sigue dando su vida, sigue amándonos, y aquel soldado hace la oración más hermosa de la historia: “realmente este era el Hijo de Dios”.

Sí, hermanos, Jesús es el Hijo de Dios que viene a enseñarnos el camino, a darnos su vida, por eso cuánto nos alegramos los hijos de Ayacucho con nuestras tradiciones, con nuestras ilusiones venimos a decirle al Señor: “cuenta conmigo”. Y esto es lo hermoso de esta celebración, yo no sé dónde vives, ni dónde trabajas, ni cómo te llamas, pero todos alrededor del Señor de Ramos nos hemos sentido hermanos, esta es la fe, esta es la alegría de este domingo. Que acompañemos a Jesús en esta semana, especialmente en nuestra casa.

Invito: que haya momentos de oración de comprensión en el hogar. Tú, papá, eres como el sacerdote de tu casa, háblales a los tuyos de Dios. Tú, mamá, eres la catequista, que educas, que orientas a los tuyos. ¡Qué hermoso, hagamos de nuestra casa un Nazaret! ¡Hagamos de nuestro barrio, el lugar donde nos queremos, nos ayudamos! Y sabemos que Cristo está presente también en el rostro de los que sufren. Ojalá y esta semana visitemos al asilo, al puericultorio, al hospital, a la cárcel.

Estuve el jueves en (la cárcel de) Yanamilla, estuve el viernes en el Hospital Regional, hay hermanos que sufren, que nos esperan, y que tenemos que estar con ellos, para darles nuestro cariño, nuestra amistad. Que sea una Semana Santa donde nos renovamos espiritualmente, porque al escuchar a Jesús, nuestros corazones se conviertan y se transforme nuestra sociedad. Que se alejen los odios, las mentiras, que se aleje todo aquello que nos divide, que sean días de paz, de reconciliación. Gracias, Señor, porque inauguramos esta Semana Santa y recibes nuestro compromiso. Semana Santa es Jesús. Ayacucho vive tu fe. Muy bien, felicidades.

LUNES SANTO 3 DE ABRIL: Templo de la Buena Muerte, 7:00 p.m.

Muy queridos hermanos, en este camino de la Semana Santa escuchamos a Jesús y lo acompañamos en los momentos de tanta significación, esta noche, en el huerto, en oración, y si hay algo que llama la atención en el Evangelio, es la actitud orante de Jesús, cómo pasa largas jornadas en oración, está en ese diálogo con el Padre de los cielos, para traernos la bendición, para ayudarnos a vivir el mandamiento del amor.

Y para esa actitud orante nos recuerda en el Evangelio algunas normas que no debemos olvidar. Para rezar tenemos que estar en paz con los hermanos. Qué bien nos dice Jesús, si tienes algo en contra, un resentimiento, deja tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano.

A veces nos cuesta la oración, porque en nuestro corazón hay resentimientos, antipatías, prejuicios. Hay que estar en paz en el alma. Hay que rezar como el publicano, que está al fondo del templo repitiendo el estribillo “soy pecador, ten piedad de mí”. Esa es la oración de la Cuaresma y de estos días santos, pedir perdón. Hay que rezar con insistencia.

Recordemos esas dos parábolas del amigo inoportuno, que llega la noche y el vecino tiene que ir a buscar alimento, “ya estamos descansando”, pero al final, para que no insista, lo atiendo. O aquella viuda que era desatendida, olvidada en su justo reclamo, y el juez “mejor, atiéndela para que no fastidie”. Hay que orar con insistencia, hay que orar en el nombre del Señor.

Y qué hermoso cuando oramos en la iglesia, cuando dos o tres nos reunimos para decirle al Señor cuánto lo amamos y cuánto lo necesitamos. Jesús es el orante, busca a Dios, su Padre. Eso es orar, dialogar con el Padre que nos ama y nos escucha y sabe lo que necesitamos. Esa oración sencilla, constante. Y sobre todo Jesús reza en los grandes momentos de su historia: cuando tiene que comenzar su evangelización, la cuarentena del desierto; cuando tiene que elegir a los apóstoles de entre los muchos discípulos, subió a la montaña y pasó la jornada en oración; cuando tiene que ir a la cruz, como lo acaba de proclamar el Evangelio, fue al Getsemaní, el Huerto de los Olivos. No sé si ustedes han tenido esa experiencia, de estar en un olivar, verdaderamente invita a la oración esos árboles que parecen personas que nos acompañan, ese silencio.

Jesús acostumbraba ir a rezar al Getsemaní, y en la noche de la captura está rezando y pidió que lo acompañaran tres de los apóstoles: Pedro, el que iba a ser el responsable de la Iglesia; Santiago, el primero de los apóstoles que dio su vida por el Maestro siendo responsable de la comunidad de Jerusalén; y Juan, el apóstol joven que nos va a escribir con detalle todo el camino de la Pasión y la hora de la cruz. Jesús fue al huerto a rezar porque sabía que venía ya la traición del amigo, el beso de Judas, que venía a ser tomado como prisionero, con ese injusto juicio.

Ya estaban tramando los entendidos de la religión, “preferimos que muera uno, antes de que el pueblo pase dificultades, no podemos enemistarnos con las autoridades romanas…” ya estaban todos haciendo esos esquemas de la razón humana, pero no del corazón y por eso lo toman preso en el huerto, pero él va para entregar su vida por nosotros, para esa cruz de la salvación.

Hoy también acogemos especialmente a los entendidos en las artes agrarias de nuestra gloriosa universidad de San Cristóbal, ellos, que bien promueven los estudios de nuestra tierra para que dé sus frutos, y cómo lo engalanan tan bien, nuestras andas ayacuchanas, el maíz, los andamios, las flores, todo este mundo es una expresión de la cosmovisión andina, todo nuestro pueblo, toda nuestra tierra alaba al Creador y acompaña a Jesús en esta oración.

El Señor bendiga a nuestro dilecto rector a quien acompaña especialmente la Facultad de Ciencias Agrarias, a nuestro mayordomo, que no pierdan esa hermosa tradición de ser los guardianes de este culto al Señor del Huerto, y que nosotros también no olvidemos la lección del Señor: seamos orantes, busquemos a Dios en el silencio de nuestra oración, en la coherencia de nuestra vida, porque la fe es trabajar todos los días el Evangelio en el aula universitaria, en los campos, en nuestras familias. Semana Santa es Jesús y Ayacucho vive la fe.

Que el Señor los bendiga y al salir en procesión lo acompañemos para que nos traiga la ansiada paz, se aleje sobre todo las situaciones del clima tan difícil en la costa del norte de nuestra patria, se alejen las crisis económicas, pero sobre todo la crisis moral, que no olvidemos los mandatos de Jesús, que trabajemos por la solidaridad por los necesitados, por la paz y la reconciliación que está en nuestras manos. Así sea.

MARTES SANTO 4 DE ABRIL: Templo de la Amargura, 10:00 a.m.

Muy queridos hermanos, la Semana Santa es seguir a Jesús, escuchar al Maestro y vivir su mensaje, su Evangelio, pero, sobre todo, la hora de la cruz que es el signo de nuestra salvación. Y es muy típico en la piedad ayacuchana, cómo cada día de la semana vamos reviviendo páginas de la Pasión.

Ayer con la Universidad rezábamos en el huerto de Getsemaní, hoy con la Magistratura ante la imagen del Señor de la Sentencia, la más injusta calificación. No hubo Ministerio Público para defenderlo, todas eran mentiras, que ya se habían fabricado con tiempo. Siempre le ponían zancadillas, pretextos, preguntas en doble sentido, y Jesús, con qué pedagogía iba aclarando el camino que necesita el hombre para vivir en paz, para encontrar la justicia.

Pero llega el final, y entonces, se unen la fuerza y el poder. Pilato no quiere entenderse y se lava las manos, Anás, Caifás y los técnicos de la religión aseguran que, para la paz, mejor que muera alguien en la Pascua y no estar con intrigas, con problemas: la muerte del Justo. Por eso hoy, también venidos ante esta venerada imagen para encomendar el trabajo de todos ustedes en el Poder Judicial, en la Fiscalía. Nadie va a felicitarlos, siempre llevando los problemas. Hoy queremos encontrar orientación, justicia.

Hoy día por eso le decimos al Señor, el conoció la hora difícil de la incomprensión, de las intrigas, de las mentiras, pero cómo nos enseñó a perdonar. Y la primera palabra de púlpito del Calvario resume todo el Evangelio: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Jesús nos trae la ley del Evangelio, que no es solamente la que escuchó Moisés en el Sinaí, sino la que él proclamó en la montaña de las Bienaventuranzas.

No eres feliz solamente porque no matas o no robas, tienes que ser dichoso, bienaventurado, si construyes la paz, si cuidas la vida, si llevas solidaridad, misericordia a los que sufren, esta es la ley del Evangelio. La ley de Moisés está escrita en nuestro corazón, pero hay que seguir a Jesús con estas normas que harían un mundo más humano, más fraterno, donde reine la comprensión, la solidaridad.

Especialmente me dirijo a los que tienen que sentenciar los casos humanos, porque una casa, un automóvil no me convence, pero sobre todo cuando el corazón humano ha fallado y necesita enmienda. El jueves pasado estuve en Yanamilla, y he visto también cómo el Instituto Penitenciario cada vez trata de adaptarse buscando auxiliar a aquellos hermanos que han delinquido. Nadie está libre de los errores y están ustedes para dar la medicina del alma.

El castigo tiene que tener ese espíritu medicinal, ya lo decía el gran legislador, san Agustín, el gran converso de la historia, “que las penas sean medicinales”, porque confiamos en el hombre y queremos que cambie su vida, y que las familias los esperan, y que la sociedad los necesita. Venimos, pues, en esta mañana de oración ante Jesús, el Señor de la Sentencia. Ayer en el huerto, mañana en el encuentro con su madre.

La Semana Santa ayacuchana es seguir a Jesús y llegar al momento principal cuando el domingo anunciemos que Cristo vive, que ha vencido el pecado y la muerte, que su enseñanza es verdad, que en él no hay un mundo que fabrica mentiras, que su cruz es salvación en medio de una sociedad que nos confunde, que fomenta odios, que fomenta discordias.

Esta Semana Santa es una llamada a la reflexión a que cambien nuestros corazones, ya lo anuncia el Evangelio, cambia tu vida y cree en este mensaje, por eso hemos venido a esta casa de la Amargura, esta pequeña capilla que es guardiana de esta imagen del Señor de la Sentencia.

Que el Señor bendiga a los que la cuidan, especialmente al padre párroco de la Merced, y a todos nosotros nos renueve, y nuestro dilecto Prefecto, que se ha estrenado en el trabajo ayudándonos para que esta Semana Santa sea de orden y de paz. Y también a todos los magistrados, que el Señor los proteja, los cuide, y sepan que cuentan con mi oración en esas grandes decisiones de la vida. Vamos a rezar.

MIÉRCOLES SANTO 5 DE ABRIL: Templo de Santa Clara, 6:30 a.m.

Muy queridos hermanos, en esta mañana de oración, venimos a la casa del Nazareno, agradeciendo a la Madre Abadesa y a la querida comunidad de Santa Clara, guardianas de este tesoro de Huamanga, de esta imagen tan venerada que nos habla del camino de la cruz. Hoy día muchos no queremos hablar de la cruz y Jesús asume esa tarea y sube al Calvario con la cruz de nuestras miserias, de nuestros pecados, de nuestras cobardías, y será en esa hora de la salvación que abrirá los cielos y con sus brazos abiertos nos acogerá a todos para iluminarnos en el camino, para perdonarnos.

Qué hermosa tradición que se pierde en la historia. El padre José Cárdenas Romaní era párroco en Julcamarca y tenía una inmensa devoción a Jesús Nazareno, al Jesús que lleva la cruz de la esperanza y del perdón, y siempre había tenido esa ilusión, y vienen un día dos peregrinos, como los de Emaús, a buscar posada porque iban hasta Acobamba, y el buen sacerdote los acoge en su casa y ve que atardece y que el camino no es fácil, y en el diálogo, en la mesa de los amigos, dando hospedaje a aquellos forasteros les hace su confidencia y habla de la devoción al Señor Nazareno, y ellos le dicen: “nosotros somos artesanos, somos artistas, denos un cuarto y un poco de luz y tallamos una imagen para usted”, y así fue, en el rincón de la casa trabajan por la noche, y al día siguiente muy de mañana va a ver cómo había sido el quehacer de estos hombres de arte y de piedad y no los encuentra, ya se habían marchado, pero habían dejado esta imagen tan preciosa, tan elocuente, con su mirada penetrante que llega a nuestra alma para que nos convirtamos.

Esta es la imagen preciada del Nazareno, fueron ángeles, manos benditas, que la construyeron para quedarse con nosotros. 1600, han pasado cuatrocientos años, y el padre Cárdenas Romaní es llamado para trabajar en nuestra Catedral como canónigo, y ciertamente se trae su preciado regalo, la devoción al Nazareno, y les pide hospedaje en esta casa de Santa Clara, cuántos años han pasado, y como hoy, Miércoles Santo, venimos a decirle al Señor gracias porque tú nos acompañas en el camino, porque tú nos muestras a María, tu madre, en esta hora del sacrificio y de dolor.

No estamos solos, ella viene también con nosotros a caminar. Y en la noche del encuentro cantaremos el “Apu Yaya”, aquel himno de Jerónimo de Oré, religioso franciscano huamanguino, cuyas hermanas fueron fundadoras de este claustro, y que él también recibió el encargo de ser obispo en Chile, en Concepción.

Qué hermosas tradiciones, la imagen, la peregrinación, nuestra oración, nuestros cantos, es que la Semana Santa es Jesús, y cómo a lo largo de toda la semana hemos ido acercándonos para rezar con él en el huerto, para contemplarlo en la injusta condena, para hallarnos en el encuentro con María.

La Semana Santa es escuchar, es seguir a Jesús, es estar atento a su voz y hacerlo al estilo ayacuchano, con estas ceras que engalanan las andas, con los frutos de nuestra tierra. Esta es la cosmovisión andina: reconocer la gloria de Jesús y vivir cada día ese Evangelio de amor, de generosidad.

El Evangelio de hoy nos habla de la traición del amigo, del fracaso de Judas. Nosotros queremos ver al Señor con las lágrimas de Pedro, de nuestro arrepentimiento. Son dos actitudes diferentes, Judas fracasa en su proyecto, fracasa en sus gestiones, en cambio, Pedro, le falló al amigo, se arrepintió.

También nosotros hoy, con las lágrimas de Pedro le decimos al Señor que perdone nuestras miserias, nuestro pecado. Y queremos vivir el gozo de la Pascua. Lo típico de Ayacucho, que es la Semana Santa, no termina en el Viernes del Calvario, esperamos al Domingo de la Resurrección, Cristo vive y nos demuestra que su enseñanza es verdad, que su cruz es salvación.

Agradezco a todos los que durante esta Cuaresma han venido muy de mañana en espíritu de penitencia para escuchar las lecciones bíblicas, las reflexiones que nos ha hecho nuestro capellán, el padre Martín. Y nos hemos venido preparando, y hemos llegado al día del encuentro. Que el Señor bendiga a la querida comunidad de Santa Clara, guardianas de estas preciadas imágenes que hoy nos enseñarán con sus gestos, con sus signos.

Veremos a la Verónica, esa mujer valiente, que en medio de la gente ofuscada que gritaba, se lanza y limpia el rostro del Maestro, y Jesús le contesta su caridad quedándose en el lienzo. Sí, hermanos, hoy día pienso en las mujeres valientes, las heroínas de Ayacucho, que lloran muchas al hijo ausente, que en su corazón hay tristeza, pero son las que levantan el hogar y nos cuidan con tanta generosidad.

Hoy también pienso en los jóvenes, que como el apóstol san Juan apuestan por Jesús, aman a la Iglesia, no tienen temores. Cristo sigue llamando a los jóvenes, por eso este año hemos proclamado para nuestra ciudad y nuestra Arquidiócesis un Jubileo Vocacional, que lo trabajen en los colegios, en nuestras parroquias. El Señor sigue llamando, se ha atado de manos, sino que tenemos que responderle, y qué importante la vida de familia, porque es el semillero de la vocación, qué importante el docente en la escuela que orienta, que guía a los jóvenes y descubren a aquellos que tienen un corazón generoso para que sigan al Señor en la vocación sacerdotal y las jóvenes en la vida consagrada.

Qué hermoso día de oración. Jesús, escucha nuestras peticiones, las hacemos por manos de María, agradeciendo a las Verónicas de hoy y a los jóvenes que tanto necesitan de orientación y del buen ejemplo de nosotros los mayores. Gracias, Señor, porque hemos llegado a este Miércoles Santo, día del Nazareno, Rey de Huamanga y de nuestros corazones.

JUEVES SANTO 6 DE ABRIL: Catedral, 10:00 a.m. Misa Crismal.

Muy queridos hermanos, el Jueves Santo, es el día para agradecer a Jesús, que nos trae su espíritu, que nos unge con su amor, desde el día de nuestro bautismo, para ser testigos, misioneros de su mensaje. Y especialmente esa unción para los sacerdotes. Que no es una alabanza y un privilegio, sino un servicio a su Iglesia.

Qué hermoso el texto del Evangelio, y ya también el profeta, ocho siglos antes, cuando venga el ungido de Dios, el Mesías, el Cristo, es el mejor sobrenombre que damos a Jesús de Nazaret, el que tiene el poder de lo alto, para dar libertad a los oprimidos, para que su Evangelio resuene entre los pobres, y reine la paz, la justicia, es el día que agradecemos el don del Espíritu, que es el trabajo de Jesús, y que nos lo regala a nosotros.

Por eso la Iglesia renueva la unción del Bautismo, pero también hoy la unción sacerdotal, porque así lo quiso Jesús, que del pueblo santo haya hermanos que se encarguen de las cosas de Dios, para que en el mundo se viva el Evangelio del amor.

Hoy oramos por nuestros sacerdotes, y me acompañan en el altar para renovar sus promesas que hicieron el día de su ordenación, y sentir también esa unción del Espíritu, como lo hicimos el día de nuestra ordenación. Para mí ya lejano, pero muy cercano hoy por el jubileo sacerdotal. Me acuerdo que el que era mi arzobispo, el cardenal Landázuri me llamó un día de san José y me dijo, te agradezco la carta que me has enviado pidiendo la ordenación y quiero hacerlo pronto, y señaló es seis de mayo, y dónde quieres que te ordene, le dije, en mi parroquia, en san Marcelo, donde yo nací por el bautismo a la fe, donde vivíamos tan cerca y con mis padres participábamos en todas las tareas de la Iglesia. Y así fue, llamó a mi párroco y le dijo, el seis de mayo voy a ordenar sacerdote a Salvador y quiero hacerlo en su parroquia de san Marcelo, mi párroco pintó por dentro y por fuera y fue un acontecimiento en el barrio de la iglesia parroquial.

Qué importante hoy agradecer cada uno de nosotros esa llamada del Señor. Tenía compañeros de mucha valía en sus estudios, en sus trabajos, pero el Señor nos llama con nuestras deficiencias, pero también con nuestras ilusiones para servir a la Iglesia. Cada uno de nosotros dígale al Señor, gracias porque me llamaste al sacerdocio, porque me has fortalecido en el camino, para ser testigo de tu Evangelio y de tu cruz. Y en este día de oración, que agradecemos la cercanía de Jesús, no guardó su gloria, vino a estar con nosotros, y subir al Calvario, y regalarnos su Iglesia. En este día, también, renovar nuestro compromiso con el Señor.

Tenemos que estar cerca de Dios, en nuestra oración de cada día, en la vivencia de los sacramentos, en el trabajo sacerdotal. Estar cerca de Dios, porque somos sus mensajeros, sus embajadores, los que tenemos que contagiar en el mundo la esperanza que tanto lo necesita, ante una sociedad de intrigas, de odios. El sacerdote tiene que estar cerca de Dios porque da las cosas santas. Sacer-dote, el que da las cosas santas, las cosas de Dios. Tenemos que estar cerca, en nuestra oración, en nuestros compromisos, en nuestra misión. Tenemos que estar cerca a los hermanos sacerdotes. Hay un dicho popular que el peor enemigo es el de tu profesión, felizmente nosotros no tenemos una profesión, tenemos la fraternidad sacramental, somos hermanos en la unción del Espíritu, y por eso tiene que haber siempre esa cercanía de fraterno amor, de preocupación unos por otros, compartir también el deporte, las alegrías, la amistad. Qué importante es estar cerca de Dios y cerca de nuestros hermanos sacerdotes.

Y, en tercer lugar, tenemos que estar cercanos a nuestro pueblo. Tenemos que compartir sus ilusiones, sus gozos. No somos funcionarios eclesiásticos, somos pastores, no somos técnicos en las cosas de religión, que muchas veces nos puede distraer de lo fundamental. Tenemos que tener un corazón muy cercano de los hermanos, especialmente de aquellos que pasan una hora más difícil por las incomprensiones, por las fatigas, la enfermedad, la soledad.

Y ustedes que conocen el quechua, practicarlo con caridad a tantos hermanos. Como aquella viejita que el otro día me dijo en la confesión. Le digo, mamita, manan quechua, anda al frente, ¡aprende, pues, quechua, si no quién me va a evangelizar! Sino que ya soy loro viejo, difícil de aprender el quechua, pero ustedes que lo saben, estar cerca de nuestras mamitas, de aquellos hermanos que vienen del campo y buscan el consuelo, la orientación, la paz.

Sí, hermanos, tenemos que estar cerca de Dios, y por eso el altar es el lugar privilegiado para sentirnos familia con todos. Tenemos que estar cerca de los hermanos sacerdotes, y ustedes también, denles trabajo a mis curas, para que no nos distraigamos en las vanidades del mundo, sino en nuestro oficio de servicio, de ser ministros, que quiere decir, “el menor que sirve”, sino que le hemos cambiado el término y cuando decimos primer ministro pensamos en el primero que manda, somos ministros, somos servidores, con un corazón sencillo, con un corazón generoso.

Que el Señor nos bendiga en este hermoso día y oremos para que no nos falten vocaciones. Por eso este año hemos anunciado el Jubileo Vocacional, que surjan muchas y santas vocaciones, jóvenes que amen a la Iglesia, y quizá la responsabilidad es nuestra, que los hemos dejado al abandono, tenemos que estar más cerca de ellos, con la dirección espiritual, con la orientación.

Padres de familia, no tengan temor de entregar a sus hijos a la Iglesia. A quiénes recordamos en primer lugar: a nuestros padres, que nos dieron la vida, que nos enseñaron el camino de Jesús. A los docentes, que no descuiden esa misión de descubrir en el aula escolar valores cristianos en los jóvenes y los animen para que sigan el camino de Jesús.

No somos una especie que se extingue, hoy más que nunca es necesario el sacerdocio, para que les digan a los demás, este es el camino, hay que vivir en la esperanza, hay que trabajar por hacer un mundo de hermanos. Cura, en el buen latín, es el que cuida, y aunque a veces nos lo dicen con cierto desdén, ahí va el cura, para qué sirven los curas, servimos para cuidar a los hermanos, para ayudarlos, para atenderlos con generosidad.

Por eso hoy, mis hermanos sacerdotes, van a renovar -y yo también, el primero- el don del sacerdocio para ser fieles al llamado de Dios, para llevar ese Evangelio de paz, de amor en nuestras comunidades. Ustedes también recen por nosotros para que seamos fieles servidores, con un corazón generoso dando las cosas santas de Dios. Amén.

VIERNES SANTO 7 DE ABRIL: Catedral, 3:00 p.m. Introducción al Sermón de las Siete Palabras.

Muy queridos hermanos, hemos venido desde el templo de la Compañía trayendo esta hermosa imagen, que nos habla del arte, pero, sobre todo, de la piedad: Jesús en la hora de la agonía. Y allí, acompañado por María y san Juan, el apóstol valiente y la madre, que recibe el encargo de cuidarnos a quienes hemos de creer en Jesús. Y vamos a participar en el Sermón de las Tres Horas, las siete palabras que proclama Jesús desde el púlpito del Calvario, cada palabra con el lenguaje de la Biblia, con la reflexión para el mundo de hoy esa una catequesis, hace resonar el Evangelio en nuestros corazones y en este Ayacucho de tradición y piedad.

Agradezco al Ministerio de Cultura que nos ha proclamado Patrimonio Cultural de la Nación la Semana Santa, y nuestra ministra ha cumplido lo que me dijo, quiero que estos mensajes lleguen a todo el Perú a través de la imagen de Canal 7, TVPerú. Agradezco el que podamos, desde Ayacucho, Santuario de Paz, Cuna de nuestra Libertad, proclamar para el Perú la concordia, la reconciliación. Ante la cruz hay dos actitudes fundamentales, por eso hay que meditarla y contemplarla larga y pacientemente, soy hijo de Dios, sé que Dios es mi padre, que me escucha y me ama, me siento hermano del otro… la cruz es la señal de la filiación divina y de la fraternidad en el Evangelio.

Este Sermón de las Siete Palabras tiene su origen en un religioso limeño de la Compañía de Jesús, el venerable Francisco del Castillo, que congregaba a los negros esclavos en la iglesia de los Desamparados para el viernes, entre cantos y meditaciones, que fueran asimilando el lenguaje de Jesús, cada palabra tiene tanto significado. Ese sermón, hecho en Lima, se fue multiplicando y hoy día más allá de las fronteras, lo vemos en España, en Italia, cuántos creyentes se reúnen para el Sermón de las Siete Palabras en la hora de la cruz.

También quiero recordar a san Francisco de Borja, el que siguió más de cerca el camino de san Ignacio, cuando al contemplar la cruz decía: “Tú, Señor, has hecho tanto por mí, y yo, ¿qué por ti?”, ¡qué hermosa sentencia! Contemplemos la cruz, tú, Señor, has hecho tanto por mí, y yo, ¿qué por ti? Por eso el gran maestro, san Juan de Ávila, que también orientó a san Ignacio de Loyola, decía que, frente al púlpito tiene que estar la imagen de Cristo crucificado, porque esa es nuestra predica, esa cruz que el mundo no entiende, esa cruz que muchas veces recibe blasfemias, pero es la fuente del amor, es la fecundidad el perdón, es la alegría y la esperanza, porque es el trono del Resucitado. Los invito a lo largo de estas horas a estar atentos con la escucha de la palabra de Jesús, pero sobre todo con un corazón dispuesto a aceptar el perdón y llevar la paz y el amor a nuestros hermanos. Así sea.

Conclusión al Sermón de las Siete Palabras.

Como hace doscientos años, ha vuelto esta hermosa costumbre de traer la imagen desde la iglesia de la Compañía, que cuidan los religiosos jesuitas, el Señor de la Agonía, a nuestra Catedral. Ahora va a regresar a su casa, pero quiero agradecer sobre todo al padre Apolinario Tanta, que, como buen hijo de Ayacucho, con el padre Adolfo hicieron las investigaciones históricas, y esta imagen tan querida motiva nuestra oración.

Quiero agradecer a los colegios profesionales. Todos en la Semana Santa tenían una responsabilidad, la universidad, la magistratura, las cofradías, las hermandades, pero desde este año, los colegios profesionales han asumido la tarea del Viernes Santo en la mañana, mi gratitud, y especialmente, han comenzado muy bien su trabajo el Colegio Médico, y por eso hemos rezado por esas verónicas, nuestras enfermeras, por esos cireneos, nuestros médicos, que durante la pandemia cuidaron de los enfermos y siguen trabajando con tanta generosidad. Que el Señor recompense su trabajo, su profesión. Paciente es el enfermo, así lo llamamos, porque tiene que tener la paz de Dios y la ciencia del médico. Que el Señor los bendiga.

Me emocionó el otro día en mi visita al Hospital Regional, se me acercó un médico y me mostró sus manos, me dijo, monseñor, bendígame porque voy a entrar a operar. Qué bonita enseñanza. El médico es como un sacerdocio laical, está curando las heridas del cuerpo, por eso Jesús es el médico de nuestras vidas, que nos sana las heridas del alma que por el pecado nos han entristecido, y nos sana las enfermades, las dolencias del cuerpo. De los treinta milagros que nos narra el Evangelio, veinticinco de ellos son de curaciones, cómo Jesús pasaba haciendo el bien, atendiendo las dolencias de tantos hermanos.

Que también al volver a casa, el Señor de la Agonía, llevado por el Colegio Médico de Ayacucho, nos sane, nos ayude a caminar libres de la adversidad. Vamos ahora a concluir nuestra jornada, despediremos las andas del Señor de la Agonía, de la Virgen Dolorosa y de San Juan, el apóstol joven y valiente, y después tendremos los oficios del Viernes Santo.

SÁBADO 6 DE MAYO DE 2023: Homilía de la Solemne Eucaristía de las Bodas de Oro Sacerdotales, Catedral de Ayacucho, 10:00 a.m.

Ruego tomen asiento. Qué hermoso el Evangelio, en los labios de san Agustín, la perla más preciada, el mensaje de Jesús. En la víspera del Viernes del Clavario, interrumpe la Pascua judía y reza por ti, por ti y por mí, por quienes a lo largo de la historia hemos de creer en él, para que tangamos su misma gloria.

Treinta veces aparece en el Evangelio el verbo “seguir” a Jesús, esto es lo más importante, seguir al Señor, porque él nos ilumina, nos fortalece. Me parecía lejos cincuenta años, pero ya se han cumplido hoy. Y el jubileo bíblico tiene tres connotaciones: gracias, reflexión y tarea. Así lo celebraban en el antiguo Israel, cada cincuenta años con el cuerno de la bestia se anunciaba un año de bendición, de examen de conciencia, de nuevos trabajos. Y qué hermoso celebrar mis cincuenta años de sacerdote en esta semana que nos ha acompañado Jesús, el Buen Pastor, el Pastor que guía, el Pastor que da la vida.

Teniendo en mis manos la bendición del Santo Padre, pero también su enseñanza por esta semana de las vocaciones, agradecer el don y el trabajo. La vocación es una gracia y una tarea, que por eso hay que agradecerla toda la vida. Agradecer a Dios que, a pesar de nuestras limitaciones, sin mérito propio, nos llamó para servir a su Iglesia. Y en este trabajo vocacional, qué importante el hogar. Es el primer seminario, el primer semillero de la vocación.

Hoy en la mañana recordaba a mis queridos padres. Mi mamá tan piadosa y tan empeñosa en tantos trabajos por la comunidad. Mi papá, de una moral… nunca lo escuché hablar mal de nadie, siempre perdonando y atendiendo a sus enfermos con cariño, con ternura. Aprendí a amar a Dios y a servir a la Iglesia en ese santuario del hogar. Y también, agradecer a mis profesores en la escuela de La Salle, que me enseñaron no solamente las ciencias humanas, no solamente la historia, sino sobre todo amar a Jesús. Cómo nos prepararon para la Primera Comunión, para la Confirmación, y cuando le dije al hermano director, me voy al seminario, sacó de su escritorio un papel, recomendándome, poniendo mis buenas cualidades. Cómo no agradecer a mis formadores en el Seminario de Santo Toribio, que fundó el santo arzobispo, y tuve la dicha también de ser rector allá. Hace veinticinco años celebré mis bodas de plata como rector del seminario. En ese tiempo lo dirigía los Misioneros del Espíritu Santo, que nos enseñaron la piedad a María, la devoción eucarística, la consejería.

Cómo no agradecer a tantas personas que me han acompañado en mi vida. Y por qué fue el seis de mayo la ordenación, siempre me preguntan. El diecinueve de marzo, día de san José, me llamó el señor cardenal, tan querido por todos, Juan Landázuri, y me dice, he recibido la carta de tu ordenación, me da mucho consuelo, y he decidido ordenarte -porque el obispo es el que tiene la palabra definitiva- he decidido ordenarte el trece de mayo, día de la Virgen de Fátima, le dije, Eminencia, yo quisiera Pentecostés, porque el trece de mayo es el Día de la Madre, lo adelantamos el seis de mayo, aniversario de la canonización de san Martín de Porres, Eminencia, me gustaría Pentecostés. Se te ha metido Pentecostés, yo te aseguro que el día en que te ordene, tienes el Espíritu Santo, y por eso fue es seis de mayo en mi parroquia.

Otro signo también que agradezco en mi vida vocacional, la vida parroquial, es tan hermosa, donde se ve la eclesialidad, la enseñanza, los sacramentos, la preocupación por la comunidad. Todos hemos sido acólitos, todos hemos aprendido las faenas en la parroquia, y el Señor quiso que trabajase en tres parroquias, la Virgen del Carmen en San Miguel, allá estuve dieciséis años, ya me la conocía de memoria, y después ocho años en la parroquia de La Santa Cruz en Barranco, dos años de párroco en Santa Rosa de Lima en Lince, y el Papa santo san Juan Pablo II me llamó a ser obispo castrense, cuidar del soldado de mi patria, del policía,          que tanto necesitamos, todos queremos vivir en paz, en democracia, en libertad, necesitamos que nos cuiden, que nos den seguridad, y en esos once años de obispo militar que recorría toda la patria, aprendí la peruanidad, que los peruanos somos hermanos, y que no puede haber esos distingos de la geografía, de las ideologías, que tenemos que construir una patria, patria es la herencia de nuestros padres, y ellos nos lo dejaron, un Perú en paz.

Desde este Ayacucho que es Santuario de la Peruanidad, invito a todos, en el lugar donde están, a que se alejen los odios, los rencores, que sepamos perdonar, que sepamos ser solidarios, y preocuparnos por el pobre, por el que el mundo margina. Y después el Papa Benedicto XVI me trajo a Ayacucho, y yo pensé, como estamos más alto, estamos más cerca del cielo, es verdad, Ayacucho en todos nuestros Andes nos hacen estar cerca del cielo. Cuántas cosas hermosas en nuestros trabajos, que hoy las agradezco, por eso el jubileo es un día de gracias, al Señor, que me llamó a la vida, que me llamó a la fe, me llamó al sacerdocio, y el lugar de la gratitud es el Altar, por eso esta celebración se llama, Eucaristía, en la voz griega, la mejor acción de gracias, lo más grande que puede hacer el corazón del discípulo es amar a Jesús, es seguir su Evangelio de vida, de paz, de concordia, de amor.

Cuánto tenemos que encomendar, y por eso, agradezco a todos los que me acompañan de manera presencial y también virtual, ahora con esto de que soy obispo digital puedo llegar a tantos lugares, aunque no más me he quedado en el WhatsApp, no sé mucho de esas cosas, pero, gracias a la técnica moderna… que el Señor nos bendiga. Es un día de misión, y esto quiero recordar, el Señor nos llamó a ser ministros de su Iglesia, presentar su Evangelio, celebrar los sacramentos, trabajar llevando la paz a todos.

Y hay un detalle, que a pesar de mis negligencias y de mis pecados, porque somos pecadores, estoy celebrando con la casulla de mi ordenación… me la regalaron las Concepcionistas, la Madre Clara, ojalá estarán viendo la celebración, estará fatigada con los años, pero es una buena religiosa de clausura, muy vinculada a Santa Clara de Huamanga, ella me hizo esta casulla que para esa época era de moda, lo cual indica que a pesar de mis fallas he querido ser fiel, y que esta sea mi mortaja. Y otro detalle -a veces les gusta a nuestros fieles los cuentitos, ¿no?, qué hace el sacerdote-. Hay un detalle muy bonito, voy a celebrar la misa con el cáliz con el que jugaba a decir misa en mi casa. No me acuerdo bien, no me acuerdo si era cuarto o quinto de primaria, pero, en una tienda de antigüedades, frente al colegio Mercedes en la calle Santo Tomás, a la espalda del colegio, fui y compré con mis propinas un cáliz, que tuve la dicha de que me lo consagrara el santo obispo Germán Schmitz, porque yo estaba de diácono en Barranco y él era el responsable de esa parroquia. Con esos dos gestos estoy invitando a que seamos fieles, y que ojalá muchos niños, en lugar de jugar a la guerra, jueguen a decir misa. Cuando un pariente mío se enteró que yo hacía misa me deshonró y me turbó muchísimo, tanto que al día siguiente fe a buscar al profesor, los padres monfortianos, iban a confesarnos al colegio, y al padre Amado Prisco le dije, padre, confiéseme -qué ha pasado- mire, yo juego a decir misa y un familiar se ha asombrado y es que cómo hago esas cosas, y, ¿saben cuál fue la respuesta? Yo también jugaba, sigue celebrando misas.

Que acompañemos a los niños, a los jóvenes, y por eso los invito a ustedes, no tengan miedo, sigan a Jesús. Yo hoy día hecho la red, queridos padres de familia, animen a sus hijos, no es una profesión, es un estilo de vida, no es una renuncia, es una entrega, a Jesús y a la Iglesia. Que el Señor nos bendiga.

Nos ha pedido la Comisión para el Clero, en Roma, que en las parroquias haya un grupo de apostolado vocacional, bonito, porque coincide con el programa que hemos hecho este año del Jubileo Vocacional. Ojalá que en todas las parroquias se establezca un grupo vocacional, con religiosas, con laicos, que animen a muchos jóvenes, que sintonicen con nuestro Seminario, que nos sintamos todos responsables de esta tarea de ser portavoces de la llamada de Jesús.

Cuántas veces en los pueblos, he estado en Acocro hace poco, padre, mándenos un sacerdote, pero no los tengo en la manga, los sacerdotes hay que educarlos. Cuántos de sus hijos me han mandado al seminario… ahora la pelota está en la cancha de ustedes, tienen que preocuparse en las parroquias y por eso la oración de los jueves, en todas nuestras parroquias este año por las vocaciones, especialmente mis queridas contemplativas. Qué bonito que han venido de Huanta, de Huamanga, de Santa Teresa, son ellas, como decía la santa madre, la mejor oración que hago cuando rezo por los sacerdotes. Que ustedes también repitan esa máxima de santa Teresa: la mejor oración que hago, cuando rezo por los sacerdotes. Gracias.

DOMINGO DE PENTECOSTÉS 28 DE MAYO DE 2023: Homilía de la Solemne Eucaristía de las Bodas de Oro Sacerdotales, Catedral de Lima, 5:00 p.m.

Muy queridos hermanos, en el lenguaje de los niños estamos de cumpleaños, hoy es el día de la Iglesia, esa Iglesia que nace en la cruz gloriosa, esa Iglesia que se vive en Pentecostés, y María está cuando nace, cuando recibe el testamento del Calvario y cuando acompaña a los primeros apóstoles. Un día en el que la tradición judía era la cosecha, también para nosotros hoy es el trabajo de todo el año, de toda una vida, que hemos querido hacer presente este Evangelio que nos trae Jesús: el perdón y la paz. Para eso está el sacerdote, para arrancar del corazón humano ese pecado que nos entristece y nos divide, para dar la paz y que todos vivamos el mandamiento del Señor. En esto reconocerán que somos discípulos, si nos amamos como hermanos.

Estamos celebrando un Jubileo, y el lenguaje bíblico, Levítico 25, el año jubilar, los cincuenta años, con el cuerno del animal se anunciaba un tiempo de gracia de bendición. Y hay tres características en el Jubileo, decirle gracias a Dios, reflexionar en nuestra vida y asumir nuevas tareas. Hoy día, con todos ustedes, agradeciendo el cariño y la acogida de mi hermano monseñor Carlos, en esta Iglesia Primada, y emocionado con las palabras del Señor Nuncio, que nos da el mensaje del Papa Francisco. Agradecerle a Dios el don de la vida, que me llamó a la existencia en este mundo inmenso y bello que tenemos que cuidar, pero que, sobre todo, me llamó a la fe, a seguir el camino de Jesús, gracias al amor de mis padres y a su preocupación por conocer al maestro, por vivir el Evangelio de la esperanza.

Cuántos motivos de gratitud, y por eso el lugar privilegiado de la acción de gracias se llama eucaristía, el altar; la voz griega, la mejor acción de gracias, lo más grande que hay en el corazón del discípulo, reconocer la gloria de Dios, vivir como hermanos.

Cuánto tenemos que agradecer a tantas personas que nos han acompañado en el camino. Y para mí es significativo el Día de Pentecostés, que quería yo ordenarme ese día, y el cardenal tan querido y recordado Juan Landázuri, ayer recé en su tumba, me llamó el diecinueve de marzo a su despacho, porque el obispo es el que decide la vocación, y me dice he recibido tu carta en la que me pides la ordenación y con gusto te voy a ordenar el trece de mayo, día de la Virgen de Fátima, y le digo, Eminencia, pero es el segundo domingo de mayo, Día de la Madre, ordéneme en Pentecostés, vamos a adelantarlo una semana, el seis de mayo, aniversario de la canonización de san Martín de Porres, pero yo, Eminencia, quisiera Pentecostés, ¡se te ha metido Pentecostés, y yo te aseguro que el día que te ordene tiene el Espíritu Santo! Y fíjense, celebro mis bodas de oro en el día de Pentecostés, agradeciendo a Dios el don de la fe.

¡Cuánta gente me ha acompañado! Yo tengo que agradecer. En la mañana estuve con emoción en mi parroquia, en San Marcelo, y me acerqué a la fuente bautismal y renové mi fe y la besé, porque ahí me hizo Jesús hijo de Dios. Y en el barrio nos conocían y crecíamos en la fe; hoy día hay pocos vecinos, porque todo es comercial. Agradecer a la escuela de La Salle, cómo se preocupaban de nosotros, de una sólida formación humanista, pero sobre todo en la sensibilidad social, preocuparnos por los otros.

Agradecer a mis formadores en Santo Toribio, en ese tiempo los Misioneros del Espíritu Santo, que con tanto cariño trabajaron cincuenta años y nos enseñaron a acompañar, a escuchar, a dar testimonio de paz, de amistad. Cómo no agradecer a mis parroquias San Miguel, la Virgen del Carmen, que me enseñó a hacer párroco, porque ahí llegué de joven, muchos de ellos me acompañan, y después me tocó trabajar en Barranco, bajo la Santísima Cruz, esa cruz que se venera también en el Señor de los Milagros. Y después me tocó trabajar en la parroquia Santa Rosa de Lince, donde aprendí el trabajo escolar, porque allí nació el primer colegio parroquial del Perú; me faltaba conocer esa técnica de la educación. Cuántos signos en mi vida que agradezco. Y, sobre todo, al seminario que me formó, y que hace veinticinco años celebré mis bodas de plata en Santo Toribio.

Y el Papa san Juan Pablo II me llamó a servir al soldado, al policía de mi patria, y recorrí once años el territorio nacional. Cómo me encontraba con ustedes, que me enseñaron la peruanidad. Todos queremos libertad, todos queremos democracia, pero ustedes nos dan seguridad, nos dan caminos de paz y entendimiento. Agradezco al ministro de Defensa su cercanía, al jefe del Comando Conjunto, que me enseñó lo que era la artillería, y a nuestro dilecto comandante General que cuida de nuestro ejército, y a quienes representan a nuestras fuerzas aéreas y a nuestra Policía Nacional, gracias por su cariño y por su entrega.

Pero el Papa Benedicto me llevó a los Andes, para estar más cerca del cielo, y ahí estoy como arzobispo, que conozco tanto esa zona que vivió las horas del terror, de la pobreza, es un pueblo que sufre, pero que tiene fe. Por eso la Semana Santa, por eso cuando recorro los Andes vengo con tanta fortaleza y consuelo, porque confían en esa cruz de Jesús, que nos abrió el cielo, que nos abrazó para ser hermanos, porque el Adán de la soberbia lo había cerrado, y el Caín de la envidia había fomentado los odios. Cuántas cosas en mi vida tengo que agradecer. Pero también el jubileo es reflexión, en primer lugar para mí, seguir en fidelidad este llamado del Señor, y decirles a todos, la urgencia de la vida sacerdotal, no somos una especie que se extingue, al contrario, es mas urgente el trabajo sacerdotal, para que nos enseñen el camino, porque el destino del hombre es el cielo, aunque nos perdemos en nuestro idealismo material, porque tenemos que vivir como hermanos, hoy más que nunca urge la tarea del sacerdote que proclama la palabra de Jesús, que convierte el corazón y transforma el mundo, que celebra los sacramentos, los signos de la presencia de Dios, y que es el hermano, el padre, el amigo, que está para cuidar a sus hermanos. Mis sobrinas, a las que quiero tanto, me dicen siempre “tío curita, tío cura”, y me gusta que me digan cura, porque hay algunos que lo hacen con tono despectivo, pero cura, en el buen latín, es el que cuida y para eso está el sacerdote, para cuidar, para dar la paz, el perdón, para trabajar por los demás.

Hay que animarnos mucho, y por eso hoy día también pienso en las vocaciones. He venido con un anzuelo, he venido con una red, jóvenes no tengan miedo. Yo muy joven entré al seminario, terminando el colegio, a los dieciséis años, y no me pesa, nunca he tenido una hora de tristeza, de abandono, el Señor nos acompaña, nos fortalece. No tengan miedo, jóvenes, apuesten por Jesús, amen a la Iglesia.

Todo jubileo es acción de gracias, es reflexión, es misión. Hay que trabajar más por las vocaciones. Hay que trabajar más. Y el primer semillero, el primer seminario de la vocación es la familia. Hay tanta desunión en los hogares y por eso se descuida mucho la formación, el crecimiento, los ideales religiosos. Qué importante la vida de familia. Y les voy a dar una confesión, no la comenten mucho, voy a celebrar la misa con el cáliz que compré en un anticuario en la calle Santo Tomás a la espalda del Congreso, estaría en cuarto o en quinto de primaria, y lo compré porque me gustaba jugar a celebrar la misa. Y las monjas capuchinas, que les mandan un regalo a los sacerdotes hoy día, me mandaban los recortes de hostias, mi papá era médico de ellas, me mandaban los recortes, ahora cuando voy, les limosneo las hostias para decir las misas de verdad.

Y un día un familiar indignado me dijo, cómo estás jugando con esas cosas santas, con esas cosas de Dios, y me turbó. Al día siguiente tempranito fui al padre Amado Prisco, monfortiano, que iba a confesarnos al colegio, fui y le dije, padre, confiéseme, ¡qué ha pasado! No, sino que yo juego a decir la misa y una persona me ha rezongado que cómo hago esas cosas, y me dijo, te felicito, porque yo también de chico jugaba a decir misa, y me dio una gran paz. Hace ya unos años fui hasta Nápoles para agradecer a ese sacerdote que me entendió, que hay que jugar a decir la misa y no a todas estas basuras que nos mete el internet, a todas esas desorientaciones que provocan odios y violencias. Trabajemos por las vocaciones, en el santuario del hogar, en la vida de la escuela, en las comunidades parroquiales. Ese es un gran compromiso que tenemos que asumir.

Por eso, al final de la misa, les van a dar seis catequesis, para que las hagan en sus familias, en sus colegios, porque la fiesta tiene que seguir, no solamente es ahora, es una misión, una tarea, un envío. Quieran mucho al seminario. La limosna de hoy día la vamos a ofrecer por las vocaciones, por el seminario de Santo Toribio, donde yo me formé, que agradezco tanto, y por el seminario de San Cristóbal en Ayacucho. Trabajemos, también, colaborando con las vocaciones. Y por eso, el cardenal encargado del Clero, hace unos días nos ha dado una tarea, procuremos que en todas las parroquias haya equipos vocacionales, los laicos, las religiosas, sacerdotes, que promuevan esa vida apostólica, que acompañen a las vocaciones. Los curas no caemos del cielo, nacemos en una familia y somos acompañados por la Iglesia, y nos ha puesto también, como el primer responsable el obispo, así que, ayúdenme para que pueda cumplir esa tarea.

Les agradezco su cariño, su oración. No se olviden, el jubileo es acción de gracias, reflexión, meditación, y nueva tarea. Que el Señor nos bendiga a todos. Que así sea.

P.A

García

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