"CATOLICISMO REAL"
Introducción: El presente ensayo enmarca su
desarrollo metodológico en el texto de John Lynch titulado “La crisis de la
Iglesia colonial”[1], donde
el autor analiza el contexto del siglo XVIII desde la perspectiva eclesiástica
de la América hispana, logrando explayar la visión de la jerarquía católica en
los años previos a la emancipación. Obispos y sacerdotes criollos y
peninsulares dibujan el acontecer del catolicismo de aquella época imperial en
la que la Iglesia y el Estado se cuidaban con celo mutuamente, aunque, como se
verá, este último propició la natural incomodidad de los eclesiásticos al
retirársele, según las normas borbónicas, parte de los privilegios que habían
gozado desde la época de la conquista.
Lynch ofrece en su discurso las razones
humanas, políticas y económicas de lo que podríamos llamar las raíces
ideológicas de la independencia de los pueblos americanos, todo esto orquestado
desde los templos, conventos y palacios episcopales, donde sin negar la
principal misión evangelizadora de la Iglesia, se trabajaba a la par de
mantener el dominio cultural, temporal y sobrenatural de los habitantes de los
diferentes virreinatos, cuyos quicios fueron indiscutiblemente Nueva España
(México) en el norte y el Perú en el sur. Cabe la interrogante: ¿fraguó la
Iglesia desde su jerarquía la libertad y autonomía de Hispanoamérica frente al
poder de la Corona española? A continuación, analizamos la posición de John
Lynch respecto a esta pregunta.
Desarrollo: Está claro que los procesos
independentistas de los países hispanos tuvieron sus diversos precursores en
los diferentes personajes que alzaron su voz frente al dominio y abusos de la
regencia española, sin embargo, el autor tiene por seguro que, un hecho
concreto por el cual se empieza a ver la emancipación con objetivos posibles de
ejecución fue “la invasión napoleónica de España” génesis de las consecuentes
rebeliones y la inevitable “crisis de autoridad entre sus súbditos”. La Iglesia
católica, controlada como estaba por la monarquía, se encontraba en similar
situación al haber lucha de poderes entre el clero criollo y el peninsular,
cuando unos y otros competían por la ocupación de importantes mitras, que, en
la mayoría de los casos, se encontraban depositadas sobre cabezas
“extranjeras”.
La gran riqueza material de la Iglesia,
acumulada en casi trescientos años de apostolado misionero en territorio
americano, tocó el apetito borbónico que buscaba controlar económica y
jurídicamente las arcas de prelados seculares y regulares, esquivando el tan
necesario “fuero eclesiástico”, el mismo que revestía al clero de la “inmunidad
frente a la jurisdicción civil y constituía un privilegio ardientemente
defendido”. La expulsión de los jesuitas en épocas de Carlos III (1767), fue
una de las medidas más controversiales de injerencia y ensañamiento por parte
de la Corona contra un grupo importante de la Iglesia, como la Compañía de
Jesús, quienes luego de su fundación (1534) y aprobación en 1540, empezaron a
trabajar por el Reino de Dios en las “Indias Occidentales” y dominios de Sus
Majestades católicas.
Lynch es insistente en separar, por un
lado, al alto clero o clero peninsular, a quienes incluso cataloga de
“burócratas” al servicio de la Corona, y por otro lado al bajo clero o clero
criollo, la gran mayoría en número, que se declaraba discriminada en la
distribución de los beneficios eclesiásticos. Esta discriminación respondía a
características más raciales que académicas. Las restricciones económicas de
las rentas, capellanías y obras pías no se hicieron esperar y ya en los albores
del siglo XIX la situación se tornó insostenible con “la congelación de los fondos
eclesiásticos en 1804 para remitirlos a España.” El autor contextualiza esta
querella en momentos en los que los mismos obispos reconocían que “el sistema
colonial dependía de la lealtad del clero”, pues, ciertamente eran los
sacerdotes aquellos que más cercanos estaban con el pueblo, principalmente el
clero criollo.
La cuestión vocacional en este lapso es
interesante cuando el autor afirma que hubo un “aumento del número de
eclesiásticos, muchos de ellos ineptos y atraídos más por la confortabilidad de
una carrera que por vocación religiosa”, aseveración que nos introduce en una
posible contradicción, pues si seguimos la idea de una discriminación por las
penurias en el pecunio del clero criollo, podríamos llegar a pensar que, o no
lo pasaban tan mal económicamente, o sus reclamos y quejas en este sentido “no
siempre estaban justificadas”, como lo propone el mismo autor. En cualquiera de
los casos un dignatario eclesiástico como el arzobispo de Lima llegó a
rivalizar en sus ingresos con el mismísimo virrey, mientras que, en la sierra,
en las misiones en contacto con la población indígena se centró el trabajo de
los doctrineros, con las precariedades de rigor.
Finalmente, el texto se inclina en
confirmar un catolicismo disoluto en las diversas ideologías liberales y
anticlericales, es decir, una población confesamente y confusamente de raíces
cristianas católicas, donde no se supo ver ni juzgar con claridad y rapidez los
acontecimientos ocurridos desde 1810 con la ya mencionada invasión napoleónica
de la España de Fernando VII, de cuyo sentir y confusión se recuerda un verso
que pretende resumir en sí lo aturdida que quedó la Iglesia luego de las
declaraciones de independencia:
“Las
monjas están rezando
en
abierta oposición,
unas
piden por Fernando,
otras ruegan por Simón.”
En este caso, Fernando es el rey de España que luchaba por mantener la unidad de su imperio, y Simón es aquel criollo conocido como el Libertador de lo que es hoy actualmente Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela, “los países bolivarianos”.
Conclusión: El texto de John Lynch, diáfano en su
exposición, nos abre la mente para comprender en aproximación la situación
eclesiástica en las etapas finales del dominio español en la América. Un
ambiente que podría catalogarse como en crisis y en decadencia moral y
espiritual, propio de los naturales deseos humanos e indiscutiblemente
impregnados de las ideas ilustradas que se hicieron de las cabezas coronadas,
en este caso, de la monarquía española que dominaba la economía y también la
acción pastoral de la Iglesia, en la que el autor, no pasa por alto afirmar que
“es cierto que la Iglesia se preocupaba por guiar a sus miembros, por predicar
el Evangelio y por administrar los sacramentos, y que consideraba fundamental
su función espiritual”.
El autor se enfoca sin disimulo en la
crítica a las finanzas de los sacerdotes, a los que concluye considerando “más
como una carrera que como una vocación”, según el contexto de siglo XVIII, o “como
a un profesional que prestaba sus servicios a cambio de sus honorarios”; y esta
visión, alejada o cercana a la realidad de aquella época pasada, no deja de
mostrar ciertas similitudes con las épocas actuales. Aunque con sentido neutral
y desde la perspectiva paulina y neotestamentaria podamos comprender que el
trabajador tiene derecho a su salario, el sacerdocio nunca ha sido una
profesión, sino un estilo de vida, el de Jesús de Nazaret que pasó por este mundo
haciendo el bien.
P.A
García
[1] Borges, P. (1992) Historia
de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas (Siglos XV-XIX), Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid, España. Capítulo 45, La Iglesia y la independencia
hispanoamericana, por John Lynch, páginas 815-818.
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