miércoles, 20 de diciembre de 2023

La crítica situación del clero de la Iglesia católica en Hispanoamérica a finales de la época virreinal

"CATOLICISMO REAL"

Introducción: El presente ensayo enmarca su desarrollo metodológico en el texto de John Lynch titulado “La crisis de la Iglesia colonial”[1], donde el autor analiza el contexto del siglo XVIII desde la perspectiva eclesiástica de la América hispana, logrando explayar la visión de la jerarquía católica en los años previos a la emancipación. Obispos y sacerdotes criollos y peninsulares dibujan el acontecer del catolicismo de aquella época imperial en la que la Iglesia y el Estado se cuidaban con celo mutuamente, aunque, como se verá, este último propició la natural incomodidad de los eclesiásticos al retirársele, según las normas borbónicas, parte de los privilegios que habían gozado desde la época de la conquista.

Lynch ofrece en su discurso las razones humanas, políticas y económicas de lo que podríamos llamar las raíces ideológicas de la independencia de los pueblos americanos, todo esto orquestado desde los templos, conventos y palacios episcopales, donde sin negar la principal misión evangelizadora de la Iglesia, se trabajaba a la par de mantener el dominio cultural, temporal y sobrenatural de los habitantes de los diferentes virreinatos, cuyos quicios fueron indiscutiblemente Nueva España (México) en el norte y el Perú en el sur. Cabe la interrogante: ¿fraguó la Iglesia desde su jerarquía la libertad y autonomía de Hispanoamérica frente al poder de la Corona española? A continuación, analizamos la posición de John Lynch respecto a esta pregunta.

Desarrollo: Está claro que los procesos independentistas de los países hispanos tuvieron sus diversos precursores en los diferentes personajes que alzaron su voz frente al dominio y abusos de la regencia española, sin embargo, el autor tiene por seguro que, un hecho concreto por el cual se empieza a ver la emancipación con objetivos posibles de ejecución fue “la invasión napoleónica de España” génesis de las consecuentes rebeliones y la inevitable “crisis de autoridad entre sus súbditos”. La Iglesia católica, controlada como estaba por la monarquía, se encontraba en similar situación al haber lucha de poderes entre el clero criollo y el peninsular, cuando unos y otros competían por la ocupación de importantes mitras, que, en la mayoría de los casos, se encontraban depositadas sobre cabezas “extranjeras”.

La gran riqueza material de la Iglesia, acumulada en casi trescientos años de apostolado misionero en territorio americano, tocó el apetito borbónico que buscaba controlar económica y jurídicamente las arcas de prelados seculares y regulares, esquivando el tan necesario “fuero eclesiástico”, el mismo que revestía al clero de la “inmunidad frente a la jurisdicción civil y constituía un privilegio ardientemente defendido”. La expulsión de los jesuitas en épocas de Carlos III (1767), fue una de las medidas más controversiales de injerencia y ensañamiento por parte de la Corona contra un grupo importante de la Iglesia, como la Compañía de Jesús, quienes luego de su fundación (1534) y aprobación en 1540, empezaron a trabajar por el Reino de Dios en las “Indias Occidentales” y dominios de Sus Majestades católicas.

Lynch es insistente en separar, por un lado, al alto clero o clero peninsular, a quienes incluso cataloga de “burócratas” al servicio de la Corona, y por otro lado al bajo clero o clero criollo, la gran mayoría en número, que se declaraba discriminada en la distribución de los beneficios eclesiásticos. Esta discriminación respondía a características más raciales que académicas. Las restricciones económicas de las rentas, capellanías y obras pías no se hicieron esperar y ya en los albores del siglo XIX la situación se tornó insostenible con “la congelación de los fondos eclesiásticos en 1804 para remitirlos a España.” El autor contextualiza esta querella en momentos en los que los mismos obispos reconocían que “el sistema colonial dependía de la lealtad del clero”, pues, ciertamente eran los sacerdotes aquellos que más cercanos estaban con el pueblo, principalmente el clero criollo.

La cuestión vocacional en este lapso es interesante cuando el autor afirma que hubo un “aumento del número de eclesiásticos, muchos de ellos ineptos y atraídos más por la confortabilidad de una carrera que por vocación religiosa”, aseveración que nos introduce en una posible contradicción, pues si seguimos la idea de una discriminación por las penurias en el pecunio del clero criollo, podríamos llegar a pensar que, o no lo pasaban tan mal económicamente, o sus reclamos y quejas en este sentido “no siempre estaban justificadas”, como lo propone el mismo autor. En cualquiera de los casos un dignatario eclesiástico como el arzobispo de Lima llegó a rivalizar en sus ingresos con el mismísimo virrey, mientras que, en la sierra, en las misiones en contacto con la población indígena se centró el trabajo de los doctrineros, con las precariedades de rigor.

Finalmente, el texto se inclina en confirmar un catolicismo disoluto en las diversas ideologías liberales y anticlericales, es decir, una población confesamente y confusamente de raíces cristianas católicas, donde no se supo ver ni juzgar con claridad y rapidez los acontecimientos ocurridos desde 1810 con la ya mencionada invasión napoleónica de la España de Fernando VII, de cuyo sentir y confusión se recuerda un verso que pretende resumir en sí lo aturdida que quedó la Iglesia luego de las declaraciones de independencia:

“Las monjas están rezando

en abierta oposición,

unas piden por Fernando,

otras ruegan por Simón.”

En este caso, Fernando es el rey de España que luchaba por mantener la unidad de su imperio, y Simón es aquel criollo conocido como el Libertador de lo que es hoy actualmente Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela, “los países bolivarianos”.

Conclusión: El texto de John Lynch, diáfano en su exposición, nos abre la mente para comprender en aproximación la situación eclesiástica en las etapas finales del dominio español en la América. Un ambiente que podría catalogarse como en crisis y en decadencia moral y espiritual, propio de los naturales deseos humanos e indiscutiblemente impregnados de las ideas ilustradas que se hicieron de las cabezas coronadas, en este caso, de la monarquía española que dominaba la economía y también la acción pastoral de la Iglesia, en la que el autor, no pasa por alto afirmar que “es cierto que la Iglesia se preocupaba por guiar a sus miembros, por predicar el Evangelio y por administrar los sacramentos, y que consideraba fundamental su función espiritual”.

El autor se enfoca sin disimulo en la crítica a las finanzas de los sacerdotes, a los que concluye considerando “más como una carrera que como una vocación”, según el contexto de siglo XVIII, o “como a un profesional que prestaba sus servicios a cambio de sus honorarios”; y esta visión, alejada o cercana a la realidad de aquella época pasada, no deja de mostrar ciertas similitudes con las épocas actuales. Aunque con sentido neutral y desde la perspectiva paulina y neotestamentaria podamos comprender que el trabajador tiene derecho a su salario, el sacerdocio nunca ha sido una profesión, sino un estilo de vida, el de Jesús de Nazaret que pasó por este mundo haciendo el bien.

P.A

García



[1] Borges, P. (1992) Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas (Siglos XV-XIX), Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, España. Capítulo 45, La Iglesia y la independencia hispanoamericana, por John Lynch, páginas 815-818.

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