sábado, 16 de diciembre de 2023

La expulsión de los jesuitas de los dominios de Carlos III en 1767

“ERADICEMOS ILLOS”

         La Compañía de Jesús, o la Societas Iesu en latín, fue la orden religiosa de votos simples y solemnes fundada por Íñigo de Loyola en 1534 para responder a la reforma protestante con la llamada contrarreforma católica. El Papa Pablo III la aprobó definitivamente para dichos fines. Esta institución masculina llegó al Perú en 1568, y fundó un Colegio en Huamanga en 1605, dedicado a San Carlos.

         El exitoso desempeño pastoral de los jesuitas en los diversos campos de la evangelización y la educación le fue haciendo acreedor de un gran poder de influencias y capacidad de autogestión que llegó a rivalizar con los más poderosos burócratas de la monarquía. Los jesuitas estaban a cargo de la educación de la aristocracia y llegaron a ser confesores reales, lo que les valió gran influencia y posterior odio. Los reyes borbónicos fueron convencidos de que eran los jesuitas los grandes desestabilizadores de la paz y el buen gobierno de sus reinos y por eso, poco a poco se fue fraguando una condena y consecuente expulsión de la Compañía en diversos estados monárquicos de la Europa del siglo XVIII.

         Esta arremetida directa contra la Orden empezó en el reino de Portugal, cuando en 1759 el Marqués de Pombal logró que el rey José I expulsara a los jesuitas de su territorio ibérico y del Brasil. Más adelante, Luis XV de Francia, en 1764 haría lo mismo en su reino, ambos embebidos por las ideas ilustradas y el absolutismo borbónico de moda.

         En los dominios de Carlos III, es decir, en las Españas peninsular y americana, la expulsión de los jesuitas se efectuó por real decreto el 27 de febrero de 1767. Esta orden se cumplió en el Perú para septiembre del mismo año. Los jesuitas habían sido responsabilizados de generar revueltas en Madrid, como el recordado motín de Esquilache, en el que se tambalearon las comodidades reales hasta el punto de ver al monarca huyendo de Madrid, por miedo a las multitudes alebrestadas.

         En el Perú le correspondió al virrey don Manuel de Amat dar efectividad al decreto de Su Majestad Carlos III. Con gran sigilo los primeros días, se inició la expulsión de más de quinientos jesuitas que, tras su partida dejaron abandonadas innumerables obras educativas, casas religiosas y templos a lo largo y ancho del virreinato. Muchas de estas estructuras cayeron en el abandono y otras tantas fueron administradas por los respectivos obispados en los que se encontraban, tal fue el caso del Real Colegio de San Carlos en Huamanga, que pasó a ser la sede del seminario conciliar de San Cristóbal, según las normas tridentinas, y que en la actualidad sirve de “Centro Turístico Cultural”, reservándose el antiguo claustro para las oficinas de la Curia Arquidiocesana, justo al lado del Templo de la Compañía que, efectivamente, está a cargo de los padres jesuitas.

         La Compañía de Jesús no solo fue expulsada de Portugal, Francia y España, sino que el poder de estas monarquías “católicas” llegó a solicitar del Romano Pontífice la disolución total de la Orden por bula papal que firmó Clemente XIV en 1773. La obra ignaciana había llegado a su peor momento, y no volvió a ver la luz hasta su restauración, acaecida cuarenta y un años después, en 1814, cuando el papa Pío VII en Roma y el rey Fernando VII en 1815 en Madrid volvieron a permitir el trabajo apostólico de los hijos de san Ignacio de Loyola.

         En el Perú el retorno de los jesuitas se hizo esperar un poco más, pues los sucesivos gobiernos caudillistas anticlericales hicieron largo el proceso de regreso y no fue sino hasta 1871 que pudieron retornar a la tierra de santa Rosa de Lima para levantar de las cenizas la obra que habían formado con tanto esfuerzo y que, por la envidia de muchos, se había arruinado tras la expulsión.

         La Compañía sufrió las consecuencias de su eficaz programa apostólico y evangelizador. La ilustración y la monarquía borbónica creyeron ver en los jesuitas a sus enemigos y a no a sus súbditos y fieles vasallos. El enorme campo de trabajo llevando adelante por la Orden propició pequeños hechos o personajes aislados que, de alguna manera, motivaron el odio hacia los jesuitas. La Iglesia católica fue testigo del gran vacío que dejaron los jesuitas tras ser expulsados de los reinos católicos y finalmente al ser extinguida en 1773 por bula papal. La historia de los jesuitas no ha parado de ser una cruenta persecución por parte de gobiernos y eclesiásticos hacia ella, aunque también es cierto que con la asunción del Santo Padre Francisco al ministerio petrino, muchos jesuitas han ocupado cargos importantes del gobierno de la Iglesia universal, lo que garantizará su poder e influencias por largo tiempo, o, como hemos visto, es posible que esto mismo alimente su posterior persecución cuando el papa ya no sea jesuita.

         Los jesuitas, o, mejor dicho, la Compañía de Jesús (Societas Iesu) son el mejor ejemplo de que aquellas palabras del maestro Gamaliel en Hch 5, 38-39, fueron muy propicias e inspiradas, tanto para el momento como para la posteridad: “Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra Dios.”

En todo amar y servir

Para la mayor gloria de Dios

 

P.A

García

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