sábado, 2 de diciembre de 2023

Pablo, predicador de todos


Introducción metodológica: El presente ensayo asume como objetivo responder a la interrogante: ¿Tiene Pablo alguna relevancia en el diálogo actual de la fe y la cultura o debe estar reducido al ámbito intraeclesial?, y se responderá a partir de la lectura del texto del doctor Carlos Gil Arbiol, catedrático de la Universidad de Deusto, en su artículo “¿Qué relevancia actual tiene San Pablo? Apuntes para valorar su novedad en nuestro mundo”, Cuestiones Teológicas 36/89 (2009) 99-114, consiguiendo una perspectiva actual y aderezada con aportes personales.

“Pablo, víctima de sus exegetas y discípulos”[1]: con esta frase, el autor abre el debate sobre la figura del apóstol de los gentiles, presentándolo encarnando a un hombre incomprendido, como el mismo Cristo, signo de contradicción y ambicioso en sus pretensiones. La figura de Saulo de Tarso, luego san Pablo apóstol, inicia su caracterización en medio de una sociedad diversa y marcadamente dividida por credos y culturas, con cosmovisiones tan antagónicas como el monoteísmo hebreo frente al politeísmo grecorromano, y es en estas circunstancias en las que Pablo lleva adelante la vocación que ha recibido del Señor, no sin antes conseguir dificultades en la misma comunidad a la que deseaba pertenecer por la fe, superándolas todas con la fortaleza de aquel que le había llamado.

El doctor Gil es consciente de que “la fe cristiana no es una cultura”[2], compartiendo esta idea de la Pontificia Comisión Bíblica, nos ayuda a analizar el enorme trabajo que realizó Pablo cuando decide emprender sus viajes apostólicos por territorios desiguales, favorables en partes y desfavorables en la mayoría de lugares en los que se vivía bajo la influencia del paganismo. Si la fe cristiana no es una cultura, entonces, ¿qué es?, la respuesta, aunque parezca retórica, es muy sencilla: la fe cristiana es eso, una fe, es decir, “la garantía de lo que se espera; la prueba de lo que no se ve” (Cf. Hb 11, 1) como bien lo asimilaron las primeras comunidades cristiano-paulinas.

“Pablo fue un pensador”[3]: y continúa la cita “se atrevió a poner en diálogo, a crear, a traducir, a actualizar el Evangelio en una cultura nueva, asumió claves, lenguajes, formas nuevas; negoció con la cultura grecorromana, dio respuestas de situación y cedió para lograr un fruto”, porque efectivamente su meta era “insistir a tiempo y a destiempo” (2 Tm 4, 2) tal y como lo aconsejaba a sus más cercanos colaboradores, porque un pensador tan original y convencido de su mensaje no podía tomar otra actitud que la de la intransigencia y el escándalo, en oportunidades. La misión de Pablo fue, sin lugar a dudas, a contra corriente, circunstancias similares a la de nosotros, los cristianos del siglo XXI, porque predicamos la cruz de Jesús a aquella que el mismo Pablo enseñó: “nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles” (1 Co 1, 23). Como Pablo, somos los locos del mundo sediento de Dios.

El diálogo actual entre la fe y la cultura, como ya hemos vislumbrado, es tan animoso y apasionante como lo fue hace dos mil años atrás, en la época apostólica, en cuya perspectiva paulina encontramos el mejor asidero para nuestros esfuerzos por la nueva evangelización, y es que, así como “el objetivo de Pablo fue anunciar el Evangelio más allá de las fronteras étnicas (también, lógicamente, geográficas, culturales y religiosas) de Israel: en Roma”[4], la Roma de nuestros días es la Web, el complejo mundo tecnológico de las comunicaciones y las redes sociales que tanta influencia tiene en los seres humanos, mundo que no es fácil de evangelizar, pues sus mismos valores fugaces se contraponen a lo sobrenatural y eterno del mensaje de Jesús de Nazaret. En este sentido, recordemos brevemente el episodio de Pablo en el Areópago, cuando ante la atención momentánea de los concurrentes, pudo dar las pinceladas de la buena nueva del Mesías, el Hijo de Dios (Hch 17, 22ss); en cierto modo la actual evangelización en las redes puede estar concluyendo como en el versículo 32 del discurso de Pablo, “… unos se burlaron y otros dijeron: «Sobre esto ya te oiremos otra vez»”.

Como hemos visto, el ejemplo de Pablo fundamenta y alienta el esfuerzo de la Iglesia por continuar con el diálogo entre la fe y la cultura, o lo que es lo mismo, “la fe y la ciencia”, y de ninguna manera puede pensarse que el Evangelio deba estar reducido al ámbito intraeclesial, solo en los templos o ambientes dóciles para la predicación, que son cada vez menos.

“Pablo descubrió un nuevo modo de relacionarse con Dios”[5]: como lo explica el doctor Gil, a diferencia de Adán que desplazó a Dios y se ensimismó fatalmente, Pablo ahora propone, a ejemplo de nuestro Señor, una “subrogación del propio yo” y la necesaria exaltación de Dios como centro de nuestras vidas. Esta es la clave paulina que ha de constituirse en el lema y la máxima que todos los creyentes vivamos y experimentemos en carne propia, en comunidad, para así atraer con el testimonio de una vida santa y virtuosa como la de Pablo, quien llegó a invitar a sus discípulos a que le imitaran, como él a su vez era un imitador de Cristo (Cf. 1 Cor 11, 1).

Conclusiones: la importancia de Pablo en las primeras comunidades cristianas con sus aportes y testimonios son el quicio sobre el cual hemos de centrar la actualidad misionera de la Iglesia, porque Pablo salió de su comodidad y se lanzó a remar mar adentro, dialogando con las culturas de su época, llevando adelante una fe marginada y contradictoria para los cánones y normativas cultuales del sistema hebreo y helenista, pero, sobre todo, Pablo fundó comunidades con una fuerte experiencia de Dios a través de la predicación de una fe verdadera aunque poco atrayente.

Pablo no se quedó en Tarso, ni en Jerusalén. Él es el prototipo del misionero que abandona sus seguridades para aventurarse con confianza en la tarea de ir por todo el mundo para predicar el Evangelio, como el Señor ordenó a sus apóstoles antes de subir al cielo (Cf. Mt 28, 19-20). Con Pablo vamos todos hacia Jesús, por el camino de la cruz, de la donación y del amor que todo lo soporta, en la unidad de nuestras comunidades, en la vivencia de una fe alegre y a la vez sacrificada, porque estamos atentos para no caer en las tentaciones de este mundo terrenal. En la Iglesia y desde la Iglesia hacia el mundo, compartimos la vocación del Apóstol de los gentiles.

P.A

García



[1] Gil, C., (2009), “¿Qué relevancia actual tiene San Pablo? Apuntes para valorar su novedad en nuestro mundo”, Cuestiones Teológicas 36/89 p. 101.

[2] Ibidem, p. 102.

[3] Ibidem, p. 103.

[4] Gil, C. op. cit. p. 104.

[5] Ibidem, p. 111.

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