lunes, 24 de junio de 2024

Los orígenes del cristianismo y la inculturación de la fe

CRISTIANOS PRIMITIVOS[1]

El profesor Rafael Aguirre, de la Universidad de Deusto, España, inicia su artículo ubicando el resurgir de la búsqueda de los orígenes de Europa, continente que se empeña en una autoidentificación, para lo cual necesariamente debe mirar a sus raíces cristianas, raíces forjadoras de la cultura actual. La cultura del Mediterráneo en el primer siglo de nuestra era se encarrilaba en dos grandes líneas: la vida de la polis y la vida de la casa, es decir, entre la ciudad y la familia. Por su parte el judaísmo, del que surge el cristianismo, era una fuerte entidad étnica que fue renovada por Jesús de Nazaret, aunque el movimiento iniciado por el resucitado tuviera su mejor terreno en el pluralismo de los grupos judíos helenizados. Roma lo controlaba todo, el helenismo griego servía de conductor y en este contexto el cristianismo surgido del judaísmo se empezó a expandir por y a través del Mediterráneo.

Mientras tanto, en la Jerusalén del siglo I existieron judeocristianos hebreos y judeocristianos helenistas, entre ellos el autor logra separar a cuatro marcadas corrientes judeocristianas, desde la que no acepta nada que atente contra su identidad étnica, hasta la más flexible e incluyente de los pueblos paganos, para todas se tiene su propagador de entre los Apóstoles. Cuando se dirigían a judíos se les hablaba del “Mesías”, mientras que al predicar a los paganos se anunciaba al “Señor”. Esta misión de la Iglesia se inicia y se fortalece principalmente desde las principales ciudades y puertos, en detrimento de las aldeas y campos rurales donde también llegó el Evangelio, pero después de las grandes metrópolis, no por la tarea exclusiva de misioneros dedicados al anuncio, sino por el vaivén de mercaderes y trabajadores que por razones económicas debían viajar de una parte a otra, llevando consigo la fe.

Las sinagogas de la diáspora judía esparcidas por la Europa del siglo I fungieron de puente para que el grupo llamado los “temerosos de Dios” pudieran acceder al cristianismo como un judaísmo menos étnico y más inclusivo. La figura de san Pablo es de innegable protagonismo en este discurrir de los orígenes del cristianismo, pues se trata de un personaje que encarna las características del misionero itinerante, preparado y conocedor de su propio tiempo, capaz de llevar la Buena Nueva compaginada desde sus propios matices, los que finalmente se impusieron sobre las demás corrientes de un cristianismo plural y diversificado, así pues, “en cualquier Estado, cultura y condición se puede ser cristiano, lo cual implica que ser cristiano transforma por dentro la manera de vivir el Estado, la cultura y la situación social.” El cristianismo primitivo es heterogéneo y mestizo, Pablo se preocupa de una perfecta unidad en la diversidad de sus comunidades.

El Apóstol de los gentiles era el perfecto judío que comprendió que las promesas hechas a Abrahán, el padre en la fe, se habían cumplido a cabalidad en otro judío, Jesús de Nazaret. El autor no da créditos al relato lucano de la predicación de Pablo en el Areópago ateniense, poniendo en duda su conocida formación helenista. Por su parte la ciudadanía romana de Pablo es solo argumentada en los Hechos, mas no en sus propias cartas. Con estas autoridades imperiales procuró evitar conflictos, sin embargo, no logró esquivar la cárcel y los recelos de su predicación de un resucitado crucificado por Roma. “Pablo convirtió la religión política de Jesús en una religión doméstica. Fue una gran opción de inculturación, que exige alguna explicación.” Predicar desde las casas buscó transformar el imperio grecorromano desde dentro.

El autor es consciente de que, en la tradición paulina, la ambigüedad cultural en las comunidades provoca desarrollos divergentes y polémicas pospaulinas. En los años ochenta, surge una tradición pro-Pablo que acepta la cultura helenística y el poder romano, reflejada en las cartas a Colosenses, Efesios y las pastorales. Estas cartas adoptan códigos domésticos helenísticos, legitimando el orden patriarcal (Col 3,18-4,1; Ef 5,21-33). Algunos interpretan a Pablo como antipatriarcal y crítico, desafiando normas sociales.

El Nuevo Testamento fusiona la cultura judía con géneros helenísticos para interpretar a Jesucristo. Los evangelios se vinculan a biografías helenísticas, narrando la vida de Jesús sin ser biografías modernas ni historias del siglo I. Las cartas adoptan convenciones epistolares greco-romanas, reflejando una fusión cultural. La fe en Jesús transforma el judaísmo en una relación personal con Dios y genera conflictos sobre la identidad de Israel fuera de la sinagoga, definiendo al cristianismo por la fe sobre la etnicidad.

El encuentro del cristianismo con el helenismo destaca en los apologistas del siglo II, quienes aprecian críticamente la filosofía helenística. San Justino ve la verdadera filosofía como divinamente revelada, transformando la razón humana. Frente al judaísmo, el cristianismo se presenta como el verdadero pueblo de Dios; frente al helenismo, como la verdadera filosofía. Tertuliano confronta al cristianismo con el orden jurídico romano, defendiendo su identidad como la verdadera religión contra las acusaciones de superstición.

El proceso de integración cultural del cristianismo no es sincretismo, sino una integración estructurada de dimensiones institucional, intelectual y personal. Transforma las culturas adoptadas, fundamentando el éxito histórico del cristianismo como una identidad en evolución.

Finalmente, el texto del profesor Aguirre logra cohesionar la idea general de que los orígenes del cristianismo y la inculturación de la fe se centran en cómo esta religión emergió y se adaptó a diferentes contextos culturales. Desde sus inicios en el judaísmo del primer siglo, el cristianismo se expandió hacia el mundo helenístico y romano, integrando elementos judíos y griegos en su doctrina y prácticas. Esta adaptación cultural permitió al cristianismo no solo sobrevivir, sino también crecer y establecerse como una fuerza espiritual y social significativa en la historia mundial. No deja de ser polémico el autor a la hora de poner en tela de juicio alguno de los constructos ampliamente aceptados por el actual catolicismo respecto a tradiciones sobre la verdadera intención de Jesús y sus apóstoles.

P.A

García



[1] Este artículo reproduce la ponencia del autor en las XII Jornadas de Teología del Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón (CRETA), celebrada el 17 de 1 de febrero de 2004 en Zaragoza, España. REVISTA LATINOAMERICANA DE TEOLOGÍA, Páginas. 121-138.