PUCHITAQUIGUIATO
En la
zona selvática del departamento de Ayacucho se encuentra una parte del valle de
los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), que comparte fluviales con los
departamentos vecinos; una zona de especial consideración por la rastrera
presencia de Sendero Luminoso, grupo narcoterrorista que se esfuerza por
mantenerse en lo incógnito teniendo como principal eje económico la siembra de
coca, la producción de cocaína y su eventual distribución.
Este
relato no se desarrollará en lo trágico de una situación como la anteriormente
descrita, sino que presentará un bosquejo a vuelo de pájaro de lo que es la
vida de una de las comunidades indígenas de las etnias matshiguengas y
asháninkas, ya que el contacto tenido el día jueves 27 de junio se centró en la
minúscula comunidad nativa matshiguenga de Puchitaquiguiato.
Por
invitación del padre David Samaniego Gutiérrez S.J. participé de una visita de
rutina que realiza el “Centro Loyola Ayacucho” a las comunidades nativas
indígenas de la selva ayacuchana en favor de la defensa de sus derechos y el
cuidado especial de sus territorios.
El
miércoles 26 de junio salimos de la ciudad de Ayacucho rumbo al VRAEM los cinco
integrantes de la comitiva, a saber: R. P. David Samaniego Gutiérrez, sacerdote
jesuita y antropólogo; Kenny Chuchón, antropólogo también; y Manuel, el chofer;
ellos tres miembros del “Centro Loyola Ayacucho”, y nos sumamos en calidad de
invitados la madre Julia Huiman, de las Hermanas de la Caridad de Leavenworth y
yo.
Fueron
poquísimos los momentos de silencio durante el viaje de ida y de regreso, pues
ante el variado y gozoso repertorio musical del USB no nos quedó más opción que
cantar a todo pulmón la mayoría de las canciones que nos eran conocidas a todos.
Cómo no, sí que hubo un profundo contemplar de la hermosa naturaleza
comprendida por verdosos valles templados y rocosos riscos helados antes de
adentrarnos en la exuberante vegetación de lo que algunos llaman la “ceja de
selva”.
Yendo
tuvimos la dicha de encontrarnos posado sobre una roca a un maravilloso y joven
ejemplar del cóndor andino, el cual logramos fotografiar antes de verlo alzarse
en vuelo liberto sobre la peña que él mismo admiraba hacia el horizonte; y
viniendo nos topamos con dos monos inquietos que, al percatarse de nuestra
presencia y por el inevitable ruido del vehículo, saltaron rápidamente de rama
en rama hasta perderse de nuestra vista sin darnos la oportunidad de capturar
imagen alguna con nuestros móviles en mano. Definitivamente, la flora y la
fauna son tan variadas en el recorrido que daría para un libro entero su
precisa descripción.
Por el
camino la comitiva del “Centro Loyola Ayacucho” repartió caramelos y galletas a
los niños, especialmente a quienes se hallaban cuidando sus rebaños o
cosechando con sus padres las tierras. Sus rostros se iluminaban cuando extendían
las manos para recibir el obsequio que con mucho cariño el padre David les
entregaba. A las señoras y señores mayores les entregó arroz fortificado, una
donación importante de casi 30 kilogramos repartidos entre ida y vuelta. Ancianas
sentadas tejiendo, otras caminando en medio de la nada en la soledad
característica de las alturas donde solo son bien vistas las ovejas, recibieron
con gratitud el regalo ofrecido. Es así como la caridad y la gratitud tuvieron
rostro en este sencillo gesto de desprendimiento. El sacerdote, en el puesto al
lado del chofer, se encargó de saludar a todo transeúnte, obviamente
desconocidos todos, pero con ese saludo amable, sabemos, impartía también su bendición
sacerdotal.
Como
mencioné anteriormente nuestro viaje tenía por único objetivo visitar la comunidad nativa matshiguenga de Puchitaquiguiato,
pero antes llegamos y nos hospedamos en el centro poblado de San Antonio, del
distrito Unión Progreso de la provincia de La Mar, localidad ubicada a la
margen izquierda del imponente río Apurímac, el mismo que hace de límite entre
los departamentos del Cusco y Ayacucho.
San
Antonio o Puerto San Antonio como también se deja leer en algunos avisos, es un
centro poblado bastante cómo para visitar. Varias de sus calles principales están
asfaltadas o pavimentadas. Tiene buen número de locales comerciales y, sobre
todo, agradables hospedajes con los servicios básicos. Una olvidada capilla católica
de suficientes proporciones, y otros tantos locales para el culto protestante. En
la plazuela del pueblo se reconoce la figura del fraile portugués Fernando de
Lisboa, mejor conocido como san Antonio de Padua.
La tarde
en la que llegamos al pueblo se vivió un curioso movimiento en el ambiente que
no vimos el día siguiente, y es que esa noche se llevó a cabo el partido de
fútbol de las selecciones de México y Venezuela, motivo para concentrarse expectantes
frente a las pantallas de TV de los restaurantes, para comer y beber mientras se
observó la derrota dolorosa del equipo mexicano frente al orgullo y emoción del
venezolano. Las probabilidades de ganar para el país azteca eran mayores que
para el pueblo bolivariano según las estadísticas, sin embargo, luego de un gol
venezolano y un equívoco en el penalti mexicano, la victoria se selló a favor
del tricolor suramericano, después de un eterno y casi agonizante partido, en
el que los minutos pasaron como horas.
El jueves
27 partimos, luego de desayunar, a la comunidad nativa matshiguenga de
Puchitaquiguiato, allí nos esperaba el jefe de la comunidad con algunos de sus
habitantes. La reunión se llevó a cabo en el local comunal que sirve de inicial
para los niños. La maestra fue receptiva y siendo las 10 de la mañana se dio
inicio al encuentro.
El padre
David y Kenny, antropólogos, desarrollaron un FODA, es decir, una conversación
preliminar que dará como resultado la formulación de un proyecto de trabajo en
beneficio de esta comunidad, con la metodología de precisar en primera
instancia las Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas (FODA).
De lo
que puedo recordar rescato que la comunidad es muy pequeña, de solo siete
familias, pocos adultos mayores y pocos niños; en total no creo que superen las
dos docenas, sin embargo, ellos tienen los mismos derechos que una gran multitud.
Son la comunidad más lejana que visita el “Centro Loyola Ayacucho”, y el
principal motivo, pero no el único, es ayudarles en la titulación de su
territorio, para que vivan protegidos y lejos de las amenazas de foráneos que
pueden apropiarse de la selva para deforestar y dedicarla a cultivos.
Los “colonos”
como ellos llaman a las personas ajenas a la comunidad nativa, parecen estar
comprando u ocupando tierras que sirven de reserva forestal y faunística, lo
que deja en desventaja la preservación de sus costumbres y tradiciones. Los matshiguengas
son conscientes de su riqueza cultural, étnica, lingüística y tradicional, de
ahí que se interesen en ser guiados por el “Centro Loyola Ayacucho” para lograr
sus objetivos: una comunidad nativa reconocida por el Estado peruano, con límites
precisos y tomados en cuenta en las diversas actividades interculturales de la
zona.
La reunión
se efectuó en un clima amigable, aunque costó un poquito hacerlos participar y
concretar ideas. La metodología del FODA es muy específica y lo que se salga de
ahí retarda su objetivo, sin embargo, todo lo expresado fue tomado en cuenta y
apuntado por los antropólogos.
La barrera
idiomática estuvo presente, pero esta fue absuelta con la posterior
interpretación de Kenny, quien resumió a grandes rasgos la larga intervención de
uno de los participantes que, desde un principio manifestó sentirse más cómo opinando
en lengua quechua; aunque aquello fue más una mezcla de castellano y quechua,
lo que facilitó la fugaz comprensión por asimilación de los que no hablamos el quechua.
En resumidas
cuentas, los pobladores de Puchitaquiguiato saben que son una comunidad joven y
marginada, pero con grandes avances en su desarrollo y encaminadas a lograr más
cosas. Su jefe es un hombre joven que se debate entre permanecer en la
comunidad con los suyos, luchando por un proyecto común, o marcharse al otro
lado del Apurímac para probar suerte en trabajos que le suministren mayor remuneración.
La pobreza material es evidente, casi tanto como la intelectual, sin catalogar
a nadie de ignorante, porque ellos saben muchísimas cosas que nosotros
ignoramos. Cada quien es ignorante en la medida en que se pongan a prueba sus
conocimientos.
Finalizada
la reunión se entregaron unas mantas para el frío a cada familia, dos por padre
de familia, y unos kilos de arroz fortificado, el mismo que se repartió por el
camino. Luego vino el almuerzo, tan sencillo como delicioso, se trató de yuca con
pescado y masato, bebida tradicional de los matshiguengas y asháninkas a base
de yuca, una especie de chicha fuerte de contextura gruesa, agradable al
paladar. En la mesa estuvimos solo los varones; las mujeres y los niños comieron
a parte; con nosotros solo estuvo la madre Julia y, en el mismo salón comunal,
aunque no en la mesa, la profesora que también participó de la conversación
mientas comíamos.
Como donación
del “Centro Loyola Ayacucho” se obsequiaron a la comunidad varias láminas de
calamina para techar la cocina y depósito del salón comunal, pues los alimentos
del programa estatal Qali Warma exigen unas condiciones mínimas para el
manejo de alimentos, especialmente de los niños, en la erradicación de la anemia.
Cuántos
lugares en este mundo que debemos conocer, cuántas realidades que hay que
experimentar. La vida en la ciudad tiene sus ventajas y desventajas, de igual
manera en el campo, aunque, es evidente que, respecto al acceso a la salud, la alimentación
y a la educación, solo por poner un ejemplo, estas comunidades indígenas se ven
en notable detrimento. Son felices a su modo de ver el mundo, pero se reconocen
cruzados de brazos ante un mundo cada vez más desarrollado y donde el ser
humano y sus capacidades son más tomadas en cuenta.
¿Será
que estas pequeñas comunidades están destinadas a desaparecer? No lo sabemos,
ni lo deseamos, lo que sí podemos advertir es que el asfixiante materialismo,
sin menospreciar los derechos humanos, cundirá como pólvora en las conciencias
de los más débiles.
La Iglesia
católica, a través del trabajo de la Compañía de Jesús, los padres jesuitas,
hace extensiva la voz del Romano Pontífice que quiere bendecir a todos sus
hijos repartidos por el mundo entero, allí donde se encuentren, en sus faenas
diarias, en sana relación con el medio ambiente, la casa común que debemos
conocer para amar y cuidar.
P.A
García
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