Síntesis. Capítulo sexto “EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA” de la Carta Encíclica “Laudato si” del Santo Padre Francisco.
Necesario
es que comprendamos que todos necesitamos cambiar, y evidentemente hay mucho
que cambiar. Compartimos un origen común y nos encaminamos hacia un futuro
común, solo siendo conscientes de esto podemos caminar juntos en la reforma de
nuestras vidas y facilitar el cambio de actitudes, a esto nos invita el Santo
Padre.
I. Apostar
por otro estilo de vida: el Santo Padre reconoce que el mercado nos
impulsa al consumismo y que la técnica y la economía nos estructuran la vida
hacia el libertinaje del consumismo, pero no se contenta solo en describir una
realidad pesimista, sino que, plantea positivamente la posibilidad de que
seamos los mismos seres humanos quienes con nuestros hábitos y alejándonos cada
vez más de las compras innecesarias, delimitemos el camino que las empresas
recorran para ofrecernos un consumo amigable con la economía y con el medio
ambiente. El consumismo es egoísmo puro, y Dios todavía puede trabajar en
nuestro corazón para revertir esta tendencia.
II. Educación
para la alianza entre la humanidad y el ambiente: no solo
la información sobre la ecología logra los objetivos de una educación
ecológica, hace falta ir más allá, es decir crear hábitos desde las virtudes
humanas y cristianas que nos recuerdan el valor de la creación de Dios, porque
depender menos del mercado nos ayuda a vivir más por un deseo profundo del
corazón. Desde lo sencillo y cotidiano de la vida, como lo es el apagar las
luces que no necesitan estar encendidas, se inicia el cambio que queremos
lograr; esto hay que inyectarlo no solo desde la escuela y la casa, sino
también desde los ámbitos eclesiales como la catequesis; pero, en todo esto,
cobra mayor relevancia la familia, que forma seres integrales, porque se trata
de pequeñas tareas que tienen grandes efectos. Es preciso controlarnos y
educarnos unos a otros, con sentido de corresponsabilidad, pero sin creernos
más que los demás.
III.
Conversión ecológica: el Evangelio tiene sus implicancias en cómo
pensamos y vivimos. La conversión ecológica es dejar traslucir al Jesús que
llevamos dentro en nuestra relación con el mundo que nos rodea, como lo hizo
san Francisco de Asís, aunque hace falta más una conversión comunitaria que,
lejos de los individualismos naufragantes, pueda reunir la fuerza de todos para
llevar adelante una nueva manera de ver el mundo, con respeto y dignidad, como
regalo de Dios que es para nosotros, porque la gratitud y la gratuidad son
valores que nos recuerdan lo que somos y lo que tenemos. Es claro que la
doctrina sin mística no es suficiente, el ejemplo de los santos nos motiva a
vivir nuestra vocación de protectores de la obra de Dios, pasando por el examen
de nuestras conciencias para reconocer que efectivamente hemos fallado por
hacer el mal o por no hacer el bien a nuestra Casa común.
IV. Gozo
y paz: el dicho es muy cierto, “menos es más”, lo que invita y
motiva a una simplicidad de vida que nos permita vivir libres, sin apegos
materialistas, sin pensamientos de consumismo y placeres fugaces, porque cuando
acumulamos mucho se distrae nuestro corazón. Una verdad innegable es que
nuestra fe propone la felicidad desde la sobriedad y la capacidad de gozar con
poco, pues también se puede ser feliz en el servicio, en el encuentro con los
demás, en la oración… la felicidad sería saber limitar nuestras supuestas
necesidades y estar abiertos a las diversas posibilidades que nos da la vida,
para esto es preciso tener en cuenta la humildad y la sobriedad como valores
correlacionados con el vivir integral del ser humano en el mundo. La paz
interior es una puerta segura al contemplar genuino de Dios en su naturaleza y
en contacto con nosotros, pues desde el agradecerle por los alimentos que
consumimos estamos reconociendo que no somos autorreferenciales y que
dependemos de él en todo.
V. Amor
civil y político: el amor siempre es gratuito, y la Iglesia en este
sentido ha propuesto la implantación de la “civilización del amor”, con esto
quiere involucrar un amor civil y político que oriente y guie las acciones en
beneficio de una fraternidad universal con una cultura del cuidado, porque se
crea conciencia de que nos necesitamos mutuamente y de que habitamos en una
casa común, que es obra de Dios; este amor en la sociedad, dice el Papa, puede
llegar a ser una auténtica expresión de espiritualidad y encamina a la
santidad. Amando nuestra sociedad y comprometiéndonos en favor del bien común
ejercemos una buena caridad, y esto debe ser la acción política, porque esta no
se reduce a la política partidaria, y todos podemos intervenir en el bien
común.
De las
cinco líneas expuestas, me llama la atención la segunda, sobre una educación
para la alianza entre la humanidad y el ambiente, pues plantea una realidad muy
fácil de comprender, ya que, yendo a los detalles de la vida -de esos que
marcan la diferencia- nos anima a seguir adelante con aquellos pequeños hábitos
que no saben los demás pero que hacemos con la convicción de que aportan a la
construcción de un mundo mejor. El Santo Padre expresa cómo, por ejemplo, ante
el frío, abrigarse más en vez de encender la calefacción, es un signo de
genuino trato amigable con el medio ambiente, pues hay en esto una mezcla
hermosa de conciencia ecológica con humildad y sobriedad, valores que reclaman
una mayor presencia en nuestra sociedad.
Francisco
describe con rapidez algunos ejemplos de pequeñas tareas que tienen grandes
efectos, por ejemplo, evitar el uso de plásticos y papeles, reducir el consumo
de agua, separar residuos, tratar con cuidado a los seres vivos, usar
transporte público, reforestar, encender solo las luces que necesitamos y
reutilizar en vez de desechar.
Las
acciones pequeñas, en su perseverancia, pueden llegar a ser estilos de vida,
que se contagian y que sin duda aportan en la conformación de una ciudadanía
ecológica. Las cosas pequeñas sí importan y sí suman en un objetivo común, no
es arar en el mar, es poner nuestro granito de arena que junto al granito de
los demás puede llegar a ser una gran obra.
Nos dice
el Papa que este bien silencioso tiende a difundirse y llega incluso a dar
razones para valorar nuestro paso por este mundo, con la dignidad y
responsabilidad propias de un hijo de Dios. Que en nuestras casas, escuelas e
iglesias se fomente este modelo de vivir ecológico, para que actuemos según el
plan de Dios de ser los buenos administradores de su creación.
P.A
García
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