viernes, 2 de mayo de 2025

Misiva para interceder por una vocación

TODO POR LOS HERMANOS

2 de mayo de 2025

Estimado monseñor:

Me dirijo a usted con sincera confianza filial para expresarle, por medio de esta carta, en primer lugar, mi profundo agradecimiento por la generosa disponibilidad suya, de la jurisdicción eclesiástica y del seminario para recibirme y acompañarme en esta última etapa de mi formación. Desde mi llegada en agosto del año pasado, me he sentido muy acogido en el seminario, donde he encontrado un ambiente propicio para el crecimiento humano y espiritual, excelentes formadores y valiosos compañeros. Entre ellos, deseo destacar especialmente a un hermano con quien compartí cuatro meses de servicio pastoral en una parroquia solidaria.

Permítame, monseñor, referirme con especial aprecio a este hermano, en quien he descubierto un alma generosa y noble. Es un joven alegre, de corazón abierto y siempre dispuesto a servir. Durante los fines de semana que compartimos, solíamos acudir los sábados por la tarde a una comunidad cercana. Él tenía a su cargo la catequesis de Primera Comunión, con el grupo más numeroso, mientras yo me encargaba del pequeño grupo de confirmación. Fui testigo del entusiasmo, creatividad y dedicación con los que él conducía su catequesis; lograba captar con facilidad la atención de los niños y se mostraba siempre comprometido con su formación.

Luego de las catequesis, celebrábamos juntos la Liturgia de la Palabra. Nos turnábamos en la proclamación y reflexión del Evangelio para los niños y sus padres. Con frecuencia, él animaba los cantos con su guitarra, haciendo uso de ese don tan especial que tiene para alabar al Señor a través de la música. Agradezco profundamente que haya puesto ese talento al servicio de todos, sin reservas, con el deseo sincero de unir a la comunidad en la alabanza a Dios, tanto en el ámbito pastoral como en la vida cotidiana del seminario.

Al finalizar nuestra jornada, bajábamos caminando hacia otra comunidad para reunirnos con el grupo juvenil y celebrar nuevamente la Palabra con ellos y otros feligreses. En algunas ocasiones se nos pedía acudir a otras capillas de la parroquia. Nos organizábamos para atender donde se nos necesitara: uno permanecía en un lugar y el otro se dirigía a la comunidad asignada por el párroco. Siempre lo hacíamos con alegría y entrega, aunque con una pequeña tristeza al separarnos —lo que manifiesta su facilidad para la vida comunitaria—. Por la noche, regresábamos a la parroquia para rezar Vísperas y compartir la cena con los sacerdotes, con quienes manteníamos conversaciones enriquecedoras sobre diversos temas.

Los domingos, según el horario de las celebraciones, nos dividíamos las responsabilidades. A media mañana asistíamos a la santa misa en la sede parroquial y luego regresábamos al seminario para el almuerzo. En el ritmo de la vida pastoral, este hermano fue siempre cercano, alegre, comunicativo y, sobre todo, me enseñó los modos de proceder en el servicio, mostrándome cómo llegar a las comunidades. Como foráneo, esta orientación fue muy necesaria para mí, y él la ofreció con generosidad, por lo cual le estoy sinceramente agradecido. Noté cómo era cercano con los feligreses, atento, amable, y, sobre todo, cariñoso con todos, dedicándoles el tiempo necesario.

Este año 2025, nos llenamos de alegría al celebrar la admisión a las Sagradas Órdenes del diaconado y presbiterado de él y de sus compañeros. Fue una verdadera fiesta de fe, en la que dimos gracias a Dios por el don de la vocación de estos hermanos, algunos de ellos aún muy jóvenes, como es su caso, pero con una entrega generosa y valiente, sabiendo que el camino formativo no está exento de pruebas y dificultades.

Al formar parte del grupo de teología, tuve también la oportunidad de compartir el aula con él y observar de cerca su capacidad intelectual. Es un joven muy inteligente, con un notable desempeño académico. Sus intervenciones en clase eran siempre oportunas y bien fundamentadas, y posee una gran facilidad para hablar y expresarse con claridad y soltura, cualidades esenciales para quienes se preparan para anunciar el Evangelio en el mundo de hoy.

Sin embargo, el pasado 29 de abril, durante la oración de Vísperas, el rector nos informó que este hermano había abandonado la casa de formación por motivos personales. Inmediatamente me comuniqué con él para brindarle ánimo. En nuestra conversación, me compartió su dificultad, reconociendo su error y manifestando su arrepentimiento. Me expresó su deseo de encontrar una solución, consciente de que la vocación es un tesoro que llevamos en vasijas de barro, y que nuestras debilidades humanas no anulan el llamado que Dios nos ha hecho.

Monseñor, con estas líneas no pretendo indicarle qué decisiones tomar —estoy convencido de que el Espíritu Santo guía su discernimiento pastoral—, sino únicamente compartirle mi profundo deseo para que este hermano sea acompañado con paciencia y misericordia. Que no sea tratado como un excluido, como un leproso del que se huye, sino como un hijo herido que necesita ser escuchado, acogido y sanado. Sé que ha estado reflexionando seriamente en estos días tras su salida del seminario. No niega su falta; al contrario, la reconoce y le duele en lo más profundo del alma, consciente de la exigencia que implica la preparación para el sacerdocio ministerial.

Finalmente, le ruego, monseñor, que escuche con corazón de padre a este hermano nuestro, a quien tanto apreciamos en la comunidad del seminario. Su salida repentina ha sido para nosotros como un duelo: el dolor de ver partir a un hermano querido, pero también mantenemos la esperanza de su regreso, como el hijo pródigo que vuelve a la casa del Padre Misericordioso.

Pongo en oración la vida y la vocación de este hermano, y pido a Dios que lo ilumine a usted y a los formadores para que, con sabiduría y compasión, puedan perdonarlo, acogerlo, escucharlo y ayudarlo a rectificar. Porque creo firmemente que no todo está perdido. Creo en el Dios de las segundas oportunidades, que prueba como oro en el crisol a aquellos que ha llamado.

Le agradezco sinceramente el tiempo que ha dedicado a leer estas líneas. Confío plenamente en su discernimiento y en la acción del Espíritu Santo que lo guía en su servicio pastoral. Me uno a usted en la oración por todos los seminaristas y, en especial, por aquellos que, como este hermano, atraviesan momentos difíciles en su camino vocacional. Personalmente, me identifico con su situación, pues también he enfrentado pruebas muy duras en mi proceso formativo, y he experimentado cómo el Señor, que a veces permite la herida, es también quien la cura con ternura. Que Él nos conceda a todos un corazón dócil, humilde y firme para seguirle con fidelidad.

“Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn 6, 68)

Suyo en Cristo,
Pedro Andrés García Barillas

No hay comentarios:

Publicar un comentario