miércoles, 22 de octubre de 2025

Un testimonio de amor a los pobres

Un testimonio de amor a los pobres

         El 15 de julio de 2024 tuve la dicha de conocer al padre Gustavo Gutiérrez-Merino, sacerdote limeño, padre de la Teología de la Liberación y referente mundial de la reflexión teológica sobre los pobres y el servicio a los más necesitados. Tenía entonces 96 años de edad cuando lo visité en su departamento, apenas tres meses antes de su fallecimiento, ocurrido el 22 de octubre de ese mismo año.

En la recepción le presenté dos de sus libros con la esperanza de que pudiera firmarlos: la última edición de Teología de la liberación. Perspectivas y La fuerza histórica de los pobres. Al tomar este último entre sus manos, nos dirigió una reflexión conmovedora. Señalando el texto, dijo con voz serena pero firme que, efectivamente, él había escrito aquel libro; sin embargo —añadió—, la misión aún no había concluido, porque todavía era necesario ir en busca de los pobres.

Consciente de sus limitaciones físicas y de su avanzada edad, reconoció que él ya no podía hacerlo, pero nos miró uno a uno y, señalándonos con profunda ternura y autoridad espiritual, nos confió esa tarea: amar a los pobres.

El padre Gustavo escribió mucho sobre esta realidad, pero más allá de sus libros, su vida misma fue un mensaje. Sus palabras y su testimonio siguen inspirando a tantos a optar con amor, decisión y esperanza por los pobres, en quienes Cristo continúa manifestando su rostro.

Y así es. La misión continúa, porque “pobres tendremos siempre con nosotros”, y debemos estar dispuestos a hacerles bien siempre, con todas nuestras fuerzas y desde nuestra propia pobreza. Darlo todo, darnos, donarnos, como Cristo, hasta la muerte.

Mons. Pedro Casaldáliga Pla escribió un hermoso poema[1] dedicado, principalmente, al padre Gustavo Gutiérrez. Sin embargo, su contenido no se centra tanto en la persona del teólogo, sino en la misión que compartimos todos los cristianos: la opción preferencial por Jesús presente en los pobres.

Comparto a continuación algunos de los versos que mejor expresan esta llamada a amar a Dios haciendo algo concreto por los pobres, quienes estarán siempre entre nosotros.

 

¿Por dónde iréis hasta el cielo

si por la tierra no vais?

¿Para qué vais al Carmelo

si subís y no bajáis?

Ese subir al Carmelo representa, sin lugar a dudas, la vocación del ser humano al encuentro con Dios en la oración. Sin embargo, no se trata de permanecer allí, en una elevación que ignore la realidad terrena, sino de saber descender: mirar el mundo con sus necesidades y actuar en consecuencia. Porque a la oración se lleva la acción, para que la acción misma se transforme en oración.

Esta idea la recuerda el papa León XIV en Dilexi te n.° 98, citando la Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la liberación” (1984), cuando afirma: “La preocupación por la pureza de la fe ha de ir unida a la preocupación por aportar, con una vida teologal integral, la respuesta de un testimonio eficaz de servicio al prójimo, y particularmente al pobre y al oprimido.”

Hay una frase atribuida a Ludwig Wittgenstein que ilumina profundamente este llamado a comprometernos con los pobres. El filósofo, al dirigirse a sus alumnos y animarlos a una experiencia viva y concreta, exclamó: “¡No piensen, miren!”.

De modo semejante, podemos decirnos nosotros al finalizar esta lectura reflexiva: no pensemos únicamente en los pobres, miremos a los pobres. Es decir, vayamos a su encuentro, contemplemos sus rostros, reconozcamos sus sufrimientos y percibamos su profunda necesidad de justicia.

Solo al mirar verdaderamente podremos actuar, porque el mirar es el primer paso para involucrarnos en la construcción del Reino de Dios, un Reino de paz, justicia y fraternidad.

 

¿Es la curia o es la calle

donde grana la misión?

Si dejáis que el Viento calle

¿qué oiréis en la oración?

Aquí encontramos una invitación muy particular dirigida a la curia, es decir, a todos aquellos que participan en el gobierno de la Iglesia. En primer lugar, se alude especialmente a los sacerdotes, a quienes se interpela acerca de su vivencia de la misión. No se trata de afirmar que la curia no sea misión —pues ciertamente necesitamos del buen pastoreo que se gesta y se bendice también desde las curias—, sino de recordar que no podemos quedarnos encerrados en la oficina, porque la misión florece en la calle, donde realmente grana el Evangelio.

Desde mi propia experiencia como trabajador de una curia, he podido comprobar que también allí llegan los pobres buscando ser escuchados y atendidos. La curia, en ese sentido, es también misión y evangelización, siempre que se acoja con espíritu de paternidad, cercanía y disponibilidad a quienes llegan. Muchos de ellos acuden con sus problemas, pero también con sus dones: con lo poco o mucho que producen sus manos, piden la ayuda espiritual y material que la Iglesia puede ofrecerles.

De modo que tanto la curia como la calle son espacios de misión. En ambos lugares se puede —y se debe— servir a los pobres. Porque en las calles hay pobres, y a las curias también llegan los pobres. Sin embargo, no basta con esperar a que vengan: lo más evangélico es salir a su encuentro, para encontrarnos nosotros mismos con Cristo en ellos.

 

Si el Señor es Pan y Vino

y el Camino por do andáis,

si al andar se hace camino

¿qué caminos esperáis?

Este último verso encierra una profundísima reflexión teológica, pues, en primer lugar, reconoce la presencia real de Cristo en la Eucaristía, pero enseguida lo presenta también como el Camino por donde se debe andar. Cristo es, efectivamente, el Camino, la Verdad y la Vida, y en Él la Iglesia encuentra su rumbo y su destino. La expresión evoca, además, aquella célebre frase de Antonio Machado: “se hace camino al andar”. Así, el camino que hoy recorre la Iglesia es el camino de la pobreza, entendido como testimonio concreto del amor de Dios.

La vocación a la que estamos llamados en este tercer milenio, como nos recuerda el papa Francisco, es la vocación a la sinodalidad: a escucharnos mutuamente, a encontrarnos, a salir de nuestros propios esquemas mentales y a poner a Cristo en el centro. Se trata de llevar el Evangelio en el corazón y manifestarlo en las obras, comenzando —como bien sabemos— por los más pobres, en quienes Cristo mismo se hace presente y nos sale al encuentro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario