martes, 10 de mayo de 2022

Ayacucho, 26 de enero de 2021

Ayacucho, 26 de enero de 2021


 

S.E.R. Salvador Piñeiro

Arzobispo Metropolitano de Ayacucho

Presente.-

 

Muy estimado padre y pastor, Monseñor Salvador Piñeiro, me dirijo a usted en esta oportunidad para hacer de su conocimiento algunas cuestiones que no he podido comunicarle personalmente en estos últimos días tan decisivos para mi futuro próximo. En las siguientes líneas le abro mi corazón como un hijo a su padre, después de poner en oración esta intención y de haberlo consultado con el Señor, de rodillas, frente a su presencia eucarística.

El pasado 24 de noviembre de 2020 arribé a esta ciudad de Ayacucho, donde por gracia de Dios me esperaba mi familia, quienes son conscientes de que el principal objetivo de mi presencia en el Perú es buscar nuevas oportunidades para continuar -terminar- mi formación hacia el sacerdocio ministerial católico que se ha visto truncada en mi país. Reitero por escrito lo que ya le he dicho de palabra, mi deseo más profundo es poder seguir respondiendo al llamado que Dios ha hecho a mi corazón: “Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19), respuesta que empecé a vivir con pasión desde que ingresé al seminario menor, el 24 de junio de 2011, con 15 años de edad.

En mi proceso de discernimiento vocacional he llegado a tener plena conciencia de la llamada al sacedocio ministerial que Dios me ha hecho: un don sobrenatural que he recibido, y que es tan sublime, que deseo conservarlo como el tesoro más preciado de mi existencia por ser la razón de ser de mi vida. Ayúdeme, Padre, a realizarlo. Pongo en Usted toda mi confianza. Yo sabré no defraudarle. En esta llamada divina (Mc 3,14) no han faltado los obstáculos humanos, siendo el mayor de todos ellos tener que interrumpir mi formación en el Seminario San Buenaventura de Mérida. Sobre este particular hemos conversado ya en dos oportunidades, donde me he expresado con detalle sobre aquel triste incidente. Reconozco que en algún momento pude haber actuado con poca prudencia y cierta ingenuidad; y convencido tal vez de hacer un bien, resulté al final gravemente perjudicado y calumniado. Gracias a Dios, no tengo rencor en mi corazón y he procurado perdonar a quienes hayan podido intervenir en aquel asunto. En material impreso le he dejado copia y transcripción de la denuncia hecha por los seminaristas de Mérida contra el proceder del Sr. Rector del Seminario, génesis de la problemática que concluyó con el abandono de mi casa de formación, y de algunas referencias que de mí tienen personas reconocidas en el entorno del que soy originario.

En días pasados recibí de sus manos un documento donde se me comunicaban cuatro puntos esenciales para considerar en mi pretensión de continuar y concluir mis estudios eclesiásticos. El primero de ellos resaltaba mi condición de extranjero, por lo que se apuntaba oportuno “un tiempo prudencial para pensar en continuar estudios eclesiásticos”. Me parece muy razonable que las autoridades de la Arquidiócesis establezcan este requisito como necesario para conocer a un candidato al sacerdocio. Estoy completamente a su disposición en todo lo que Usted pueda considerar oportuno establecer para asegurarse de mi idoneidad como aspirante al sacerdocio. Como le decía anteriormente, sé que no le defraudaré.

El segundo punto de la carta recibida el 16 de enero, pero fechada el 14, me animaba a “conocer la situación de la Sierra peruana y como buen seglar identificarme con la problemática social”, a este respecto manifiesto que vengo de una zona venezolana también andina y con características socioculturales, religiosas y económicas e incluso climatológicas similares a las de esta región, consciente también de que nuestra Iglesia católica en Sudamérica comparte parecidas necesidades pastorales en sus países, como lo precisa San Juan Pablo II en su exhortación Postsinodal Ecclesia in América y el Santo Padre Francisco: sólo hacen falta “pastores con olor a oveja”.

La tercera cuestión a la que se me invitaba era a “buscar el acompañamiento espiritual con algún presbítero”. Agradezco vivamente esta solicitud pastoral por mi persona y mi vocación, y podría decirse que me he adelantado a ella, al buscar desde que llegué a esta ciudad la compañía y el estímulo del Pbro. Yoni Palomino. Estando todavía en Venezuela, semanas antes de emprender mi largo viaje hacia Ayacucho (5 días y más de 4.188 kilómetros recorridos por tierra), me propuse ubicar un sacerdote que hubiera tenido contacto con el espíritu del Opus Dei, conocido por mí desde que inicié el año introductorio en septiembre de 2013. Quien fuera mi director espiritual en Venezuela, me facilitó el contacto del Pbro. Yoni Palomino, con quien he mantenido varias conversaciones sobre mi proceso vocacional. Si se me deja libertad para ello, preferiría que ese acompañamiento espiritual estuviera a cargo del padre Palomino, quien me ha demostrado cercanía y preocupación por mi actual situación, además de que también he podido confesarme con él, abriéndole mi alma en el sacramento del perdón.

El cuarto y último punto hablaba sobre “pedir el informe al Seminario de Mérida”. Confieso que en principio esta noticia me turbó un poco, porque sólo yo sé cómo estoy presentado –erróneamente- por éste informe redactado en junio de 2019; sin embargo, conociendo el proceder que recomienda la nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, sé que sería conveniente que dicho informe llegara a manos de usted, Mons. Salvador, aclarándole con anterioridad que este documento quizás presente modificaciones que le induzcan a descartarme como candidato para el seminario, como ocurrió en Venezuela, cuando se me impidió ingresar al Seminario San Pedro Apóstol de la diócesis de La Guaira (a pesar del acuerdo entre ambos obispos, el de La Guaira y el de El Vigía para mi ingreso), porque al enterarse de mi intención el rector de Mérida, se encargó personalmente de evitar mi reingreso a la formación sacerdotal, valiéndose del prestigio y autoridad que posee el Cardenal Porras en mi país. Temo que esta situación pueda repetirse. Como ya le dije, el Cardenal Porras, por atender dos Arquidiócesis a la vez, parece haber tenido una información sesgada, o parcial, de la situación vivida en el Seminario de Mérida. Comprendo que el Sr. Cardenal no pueda estar al tanto de todo, y no le juzgo, pero creo que merezco una oportunidad para demostrar que mis intenciones siempre han sido genuinas y de servicio rendido a la Iglesia. Me consuela saber que cada obispo es autónomo en su territorio.

Estimado Mons. Salvador, le confieso que me he sentido muy bien recibido por usted, siempre tan amable y atento, aunque me hubiese gustado estar más cercano desde el principio a su persona y a la vivencia cotidiana de esta Arquidiócesis, pero, créame, comprendo que tenga usted otras obligaciones que no le permitan recibirme las veces que yo intente conversarle directamente. No sé si todas estas palabras sean necesarias, solamente sé que mi corazón me anima a expresárselas en confidencia, como un hijo se dirige a su padre.

Monseñor, me despido de usted asegurándole mis oraciones diarias por su ministerio episcopal en esta tierra bendita por Dios. Me acojo a su paternal consideración. Estoy siempre atento y disponible en todo lo que, desde mi humanidad y limitaciones naturales, pueda dar por esta Arquidiócesis y por la santa madre Iglesia Católica, a la cual tengo el honor de pertenecer.

Suyo en Cristo.

 

P.A

García

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