Ayacucho, 26 de enero de 2021
S.E.R.
Salvador Piñeiro
Arzobispo
Metropolitano de Ayacucho
Presente.-
Muy estimado padre y pastor, Monseñor
Salvador Piñeiro, me dirijo a usted en esta oportunidad para hacer de su
conocimiento algunas cuestiones que no he podido comunicarle personalmente en
estos últimos días tan decisivos para mi futuro próximo. En las siguientes
líneas le abro mi corazón como un hijo a su padre, después de poner en oración
esta intención y de haberlo consultado con el Señor, de rodillas, frente a su
presencia eucarística.
El pasado 24 de noviembre de 2020
arribé a esta ciudad de Ayacucho, donde por gracia de Dios me esperaba mi
familia, quienes son conscientes de que el principal objetivo de mi presencia
en el Perú es buscar nuevas oportunidades para continuar -terminar- mi
formación hacia el sacerdocio ministerial católico que se ha visto truncada en
mi país. Reitero por escrito lo que ya le he dicho de palabra, mi deseo más
profundo es poder seguir respondiendo al llamado que Dios ha hecho a mi
corazón: “Venid conmigo, y os haré
pescadores de hombres” (Mt 4, 19), respuesta que empecé a vivir con pasión
desde que ingresé al seminario menor, el 24 de junio de 2011, con 15 años de
edad.
En mi proceso de discernimiento
vocacional he llegado a tener plena conciencia de la llamada al sacedocio
ministerial que Dios me ha hecho: un don sobrenatural que he recibido, y que es
tan sublime, que deseo conservarlo como el tesoro más preciado de mi existencia
por ser la razón de ser de mi vida. Ayúdeme, Padre, a realizarlo. Pongo en
Usted toda mi confianza. Yo sabré no defraudarle. En esta llamada divina (Mc
3,14) no han faltado los obstáculos humanos, siendo el mayor de todos ellos
tener que interrumpir mi formación
en el Seminario San Buenaventura de Mérida. Sobre este particular hemos
conversado ya en dos oportunidades, donde me he expresado con detalle sobre aquel
triste incidente. Reconozco que en algún momento pude haber actuado con poca
prudencia y cierta ingenuidad; y convencido tal vez de hacer un bien, resulté al
final gravemente perjudicado y calumniado. Gracias a Dios, no tengo rencor en
mi corazón y he procurado perdonar a quienes hayan podido intervenir en aquel asunto.
En material impreso le he dejado copia y transcripción de la denuncia hecha por
los seminaristas de Mérida contra el proceder del Sr. Rector del Seminario,
génesis de la problemática que concluyó con el abandono de mi casa de formación,
y de algunas referencias que de mí tienen personas reconocidas en el entorno
del que soy originario.
En días pasados recibí de sus manos un
documento donde se me comunicaban cuatro puntos esenciales para considerar en
mi pretensión de continuar y concluir mis estudios eclesiásticos. El primero de
ellos resaltaba mi condición de extranjero, por lo que se apuntaba oportuno “un
tiempo prudencial para pensar en continuar estudios eclesiásticos”. Me parece
muy razonable que las autoridades de la Arquidiócesis establezcan este
requisito como necesario para conocer a un candidato al sacerdocio. Estoy
completamente a su disposición en todo lo que Usted pueda considerar oportuno
establecer para asegurarse de mi idoneidad como aspirante al sacerdocio. Como
le decía anteriormente, sé que no le defraudaré.
El segundo punto de la carta recibida
el 16 de enero, pero fechada el 14, me animaba a “conocer la situación de la
Sierra peruana y como buen seglar identificarme con la problemática social”, a
este respecto manifiesto que vengo de una zona venezolana también andina y con
características socioculturales, religiosas y económicas e incluso
climatológicas similares a las de esta región, consciente también de que
nuestra Iglesia católica en Sudamérica comparte parecidas necesidades
pastorales en sus países, como lo precisa San Juan Pablo II en su exhortación
Postsinodal Ecclesia in América y el Santo Padre Francisco: sólo hacen falta “pastores con olor a oveja”.
La tercera cuestión a la que se me
invitaba era a “buscar el acompañamiento espiritual con algún presbítero”. Agradezco
vivamente esta solicitud pastoral por mi persona y mi vocación, y podría
decirse que me he adelantado a ella, al buscar desde que llegué a esta ciudad la
compañía y el estímulo del Pbro. Yoni Palomino. Estando todavía en Venezuela,
semanas antes de emprender mi largo viaje hacia Ayacucho (5 días y más de 4.188
kilómetros recorridos por tierra), me propuse ubicar un sacerdote que hubiera
tenido contacto con el espíritu del Opus Dei, conocido por mí desde que inicié
el año introductorio en septiembre de 2013. Quien fuera mi director espiritual
en Venezuela, me facilitó el contacto del Pbro. Yoni Palomino, con quien he
mantenido varias conversaciones sobre mi proceso vocacional. Si se me deja
libertad para ello, preferiría que ese acompañamiento espiritual estuviera a
cargo del padre Palomino, quien me ha demostrado cercanía y preocupación por mi
actual situación, además de que también he podido confesarme con él, abriéndole
mi alma en el sacramento del perdón.
El cuarto y último punto hablaba sobre
“pedir el informe al Seminario de Mérida”. Confieso que en principio esta
noticia me turbó un poco, porque sólo yo sé cómo estoy presentado
–erróneamente- por éste informe redactado en junio de 2019; sin embargo,
conociendo el proceder que recomienda la nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, sé que sería
conveniente que dicho informe llegara a manos de usted, Mons. Salvador,
aclarándole con anterioridad que este documento quizás presente modificaciones que
le induzcan a descartarme como candidato para el seminario, como ocurrió en
Venezuela, cuando se me impidió ingresar al Seminario San Pedro Apóstol de la
diócesis de La Guaira (a pesar del acuerdo entre ambos obispos, el de La Guaira
y el de El Vigía para mi ingreso), porque al enterarse de mi intención el
rector de Mérida, se encargó personalmente de evitar mi reingreso a la
formación sacerdotal, valiéndose del prestigio y autoridad que posee el
Cardenal Porras en mi país. Temo que esta situación pueda repetirse. Como ya le
dije, el Cardenal Porras, por atender dos Arquidiócesis a la vez, parece haber
tenido una información sesgada, o parcial, de la situación vivida en el
Seminario de Mérida. Comprendo que el Sr. Cardenal no pueda estar al tanto de
todo, y no le juzgo, pero creo que merezco una oportunidad para demostrar que
mis intenciones siempre han sido genuinas y de servicio rendido a la Iglesia. Me
consuela saber que cada obispo es autónomo en su territorio.
Estimado Mons. Salvador, le confieso
que me he sentido muy bien recibido por usted, siempre tan amable y atento,
aunque me hubiese gustado estar más cercano desde el principio a su persona y a
la vivencia cotidiana de esta Arquidiócesis, pero, créame, comprendo que tenga
usted otras obligaciones que no le permitan recibirme las veces que yo intente
conversarle directamente. No sé si todas estas palabras sean necesarias,
solamente sé que mi corazón me anima a expresárselas en confidencia, como un
hijo se dirige a su padre.
Monseñor, me despido de usted
asegurándole mis oraciones diarias por su ministerio episcopal en esta tierra
bendita por Dios. Me acojo a su paternal consideración. Estoy siempre atento y
disponible en todo lo que, desde mi humanidad y limitaciones naturales, pueda
dar por esta Arquidiócesis y por la santa madre Iglesia Católica, a la cual tengo
el honor de pertenecer.
Suyo
en Cristo.
P.A
García
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