domingo, 10 de agosto de 2025

El padre Pernía, camino a los altares.

SANTO CURA DE BAILADORES

Este domingo 10 de agosto recibí una grata noticia: en la Arquidiócesis de Mérida se está considerando abrir la causa de beatificación del difunto padre Ramón Emilio Pernía Noguera. Este hecho me incumbe de manera muy especial, pues tuve el honor de recibir en donación la biblioteca completa de este sacerdote merideño. No solo conservo los libros que él leyó, sino también sus apuntes personales y un valioso conjunto de documentos manuscritos que constituyen su archivo personal. Todo este material será de gran utilidad para el futuro proceso, y, providencialmente, todo se encuentra bajo mi custodia.

La primera vez que vi al padre Pernía la tengo muy viva en la memoria: fue el miércoles de ceniza del año 2008, en el Santuario de Nuestra Señora de la Candelaria de Bailadores. Yo cursaba el primer año de bachillerato en el Liceo Bolivariano Dr. Gerónimo Maldonado y, por motivo del precepto religioso, todos los alumnos asistimos al templo para recibir la ceniza. A mi salón, guiado por algún profesor, se le pidió llevar flores al lugar donde se arreglaban los floreros, un espacio junto al templo que comunica con unas habitaciones situadas detrás del santuario.

Estando allí, vimos salir de una de esas habitaciones al padre Pernía: una figura muy delgada, vestido con pantalón gris, chaqueta negra y una boina que cubría su cabeza. En las manos llevaba algunos libros. Al pasar, lo saludamos con respeto, y él nos devolvió el saludo con igual cortesía. Salía, quizá, de la habitación donde guardaba sus libros o donde descansaba; no lo sé con certeza. Lo que sí recuerdo es que, para aquel entonces —principios de 2008—, el padre Pernía, ya anciano, residía en Bailadores, probablemente como sacerdote jubilado de 81 años de edad adscrito al Santuario de la Candelaria.

Ese fue mi primer encuentro con él: un instante sencillo, pero cargado de significado, que nunca olvidaré. Catorce años más tarde recibiría en donación todos sus libros, quizá incluso aquellos mismos que llevaba en sus manos aquel miércoles de ceniza de 2008. Del padre Pernía conservo no solo sus más de cinco mil volúmenes, sino también una de sus características boinas y la estola del ornamento con el que fue revestido para su sepultura. La boina reposa en mi casa de La Playa, en Mérida, Venezuela, mientras que la estola la guardo conmigo aquí, en el Perú. Mi biblioteca personal en Venezuela lleva su nombre, curiosamente desde mucho antes de que me sorprendieran con la donación completa de sus libros. Además, siempre llevo en mi billetera una fotografía tipo carnet del padre, que recibí de mi madrina Elda Pernía, la misma persona que me entregó la boina, la estola y esa pequeña imagen.

Hoy, al conocer la posible apertura de su causa de beatificación, siento que mi historia personal con el padre Pernía se entrelaza de forma providencial con la memoria viva de su ministerio. Custodiar sus libros y documentos ya era, de por sí, una responsabilidad valiosa; pero ahora se convierte en una misión que trasciende lo personal para ponerse al servicio de la Iglesia. Aquella imagen de un sacerdote humilde, de paso sereno y manos llenas de libros, cobra un nuevo sentido: la de un testigo de fe cuya herencia espiritual y cultural está llamada a iluminar el camino hacia su reconocimiento como beato.

Santo Cura de Bailadores, ruega por nosotros.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Me dedicaron unos versos y respondo.

COPLAS CUSQUEÑAS

         En una ocasión anterior —al término de unas misiones en diciembre de 2019— me dedicaron una composición poética que también conservo publicada en este blog. Aquella vez fue un anciano de una comunidad lejana, con quien compartí intensamente durante mi servicio pastoral, quien tuvo ese gesto entrañable.

Pero esta vez es distinto. Quien me escribe es una joven teóloga cusqueña con la que forjé una valiosa amistad durante nuestros estudios de diplomatura en Teología en la PUCP. A lo largo de ese tiempo compartimos lecturas, reflexiones y búsquedas que enriquecieron nuestro camino. En un acto generoso y sorpresivo, ella me dedicó los siguientes versos. 

Querido, enternece el leerte,

tu letra enciende esperanza,

con fiel y devota semblanza,

brota el anhelo de verte.

 

Profeta de hondos caminos,

tu voz da luz al herido

y al pobre y el afligido

le ofreces tiernos destinos.

 

Frente a injusticias palpita

tu palabra decidida,

que en acciones bien tejida

despierta, sacude, agita.

 

Te escribo quizá cansada,

mas algo en mí te acompaña:

si el alma flaquea y daña,

la fe devuelve la andada.

 

Que su saber sea fuente,

que tu Teología encienda

una comunidad que entienda

que Dios sueña, y también siente.

 

         Recibir estas coplas ha sido un regalo inesperado. Más allá del halago, me conmueve la sensibilidad con la que están escritas, pues revelan no solo estima personal, sino una visión compartida de la fe como fuerza viva, encarnada y comunitaria. Gracias a quien escribió estas líneas, por recordarme que la amistad también puede expresarse con belleza poética… y con compromiso teológico.

         Ahora, le respondo de la siguiente manera:

Sorpresivo fue el leer

aquellos versos cusqueños

por eso ahora me empeño

en intentar responder.

 

Me alegro que hayas optado

por escribir de improvisto

sin embargo, como he visto,

tienes talento dorado.

 

Permítame, bella Flor,

expresar lo que he sentido

cuando tus versos he leído

y olido el perfume de honor.

 

Primero capté la esencia

de tus líneas allí plasmadas

que no escritas, sino bordadas,

como espiritual presencia.

 

Luego me sentí halagado

cuando me dijiste profeta

porque es la tarea concreta

del que se siente llamado.

 

Y a pobres y abandonados

pretendo, como has escrito,

ayudarles un poquito

en sus sueños no alcanzados.

 

Sobre todo, en comprender

que Jesús es quien libera

del pecado y lo que fuera

necesario desprender.

 

Porque solo Cristo basta

y una fe bien encarnada

en la lucha esperanzada

en que la vida se desgasta.

 

Por eso, Flor de María,

espero poder convencerte

de lo grande que fue leerte

para mí mayor valía.

 

Nunca echaré al olvido

tus versos y oraciones

aún menos en ocasiones

en que me sienta afligido.

 

Pues leerte será el remedio

que a mi alma traiga paz

duradera, no fugaz,

cuando en mi vida haya tedio.

 

Termina este último verso

y gracias, de nuevo te digo,

cuenta con un amigo

que a Dios de ti le converso.

lunes, 4 de agosto de 2025

Ha muerto Mons. Mario Moronta, obispo emérito de San Cristóbal

DEVOTO DEL CRISTO DEL ROSTRO SERENO DE LA GRITA

Con profunda tristeza recibí la noticia del fallecimiento de monseñor Mario del Valle Moronta Rodríguez, obispo emérito de San Cristóbal, ocurrido hoy 4 de agosto de 2025, a los 76 años de edad. Ayer, como de costumbre, lo había encomendado en mi rezo diario del santo rosario, donde incluyo a una lista de prelados venezolanos por quienes oro con devoción todos los días.

Tuve el privilegio de conocer personalmente a monseñor Moronta el miércoles 31 de julio de 2019. Días antes le había escrito por correo electrónico y por WhatsApp solicitándole una entrevista, y él, con su conocida generosidad pastoral, accedió gustosamente. Me respondió lo siguiente:

Mario Moronta [mvmr1949@gmail.com] Lunes, 29 de julio de 2019, 19:46. Saludos. Yo estoy en La Grita hasta el 7 de agosto. Si te queda fácil venir hasta el santuario nuevo, avísame qué día podría ser para cuadrar la entrevista.

+Mario Moronta

Ese mismo miércoles salimos muy temprano desde La Playa en el vehículo del señor Gerardo Jaimes (†), quien se ofreció generosamente a llevarnos a Carlos Vivas, a mi mamá y a mí. Solo debía encargarme de conseguir la gasolina, lo cual logré hablando con la persona encargada del registro y distribución de combustible en la Estación de Servicio El Dique. Gracias a su disposición, pude llenar completamente el tanque de uno de los camiones 350 del señor Gerardo, diciendo que el viaje sería hasta la ciudad de San Cristóbal.

En agradecimiento, mi mamá y yo preparamos una jarra grande de jugo de limón, bien dulce y con bastante hielo, que llevamos al personal de la estación como gesto de gratitud. En aquellos días de escasez, las colas para conseguir gasolina eran interminables y cualquier colaboración era un alivio.

Fuimos cuatro en el trayecto: Gerardo al volante, yo a su lado, y en el asiento trasero, Carlos Vivas y mi madre. Al llegar a La Grita, nos dirigimos directamente al nuevo santuario del Santo Cristo. Al entrar, informamos que teníamos una entrevista pautada con monseñor Moronta. Él nos esperaba y salió a recibirnos cordialmente.

Nos condujo hasta una pequeña sala de recibo, donde me recibió a solas para la entrevista. Escuchó con atención e interés las razones de mi solicitud. Fue sincero en sus respuestas: no ofreció falsas esperanzas respecto a lo que le pedía, pero el hecho de haber sido escuchado por él, en aquellos días de tanta turbulencia espiritual y humana, fue suficiente para traerme paz.

Días después, el 6 de agosto de 2019, tuve la dicha de escucharle predicar durante la solemnidad del Santo Cristo de La Grita, en ese mismo santuario, ante miles de devotos. Fue una homilía profundamente sentida y teológicamente bien fundamentada, como solía ser su estilo.

Después de aquel encuentro, no volví a verlo en persona, pero mantuvimos cierta comunicación por WhatsApp. Me enviaba con frecuencia los videos de sus reflexiones evangélicas, grabadas para la pastoral vocacional de su diócesis. A veces respondía brevemente a mis comentarios. En mi correo electrónico conservo su última entrega: su Mensaje de Cuaresma, enviado el sábado 20 de febrero de 2021 a las 17:29.

Lamentablemente, al abandonar Venezuela, perdí contacto con la mayoría de mis amistades en el país, incluido él. Aun así, supe de su renuncia como obispo residencial de San Cristóbal y del progresivo deterioro de su salud como obispo emérito.

Conservo varios de sus libros en mi biblioteca en Venezuela. Uno de ellos fue fundamental para la revisión y citación de una tesis sobre el sacerdocio ministerial católico, que ayudé a redactar a un compañero teólogo en el seminario de Mérida. Siempre admiré su agudeza intelectual, la profundidad de sus enseñanzas y la claridad de sus homilías, especialmente en las grandes solemnidades litúrgicas.

Recuerdo también su cercanía con el difunto presidente Hugo Chávez, quien llegó a decir públicamente que, en su opinión, monseñor Moronta era el único obispo venezolano que merecía la dignidad cardenalicia. Sin embargo, tras la muerte del mandatario, monseñor Moronta se convirtió en un firme crítico de las injusticias cometidas por su sucesor, como también lo hicieron los demás obispos del país.

Hoy, al recordar a monseñor Mario Moronta, doy gracias a Dios por su vida, por su ministerio y por su testimonio como pastor fiel, hombre de fe y servidor incansable del pueblo venezolano —en especial del Táchira— y de los devotos del Santo Cristo del Rostro Sereno de La Grita.

domingo, 3 de agosto de 2025

Décimas para mamá

Felices 57 años


No existe la buena prosa,

tampoco el mejor de los versos,

pero yo haré el esfuerzo

de cantar aquí mi glosa.

Pues la vida que se goza

completa una nueva vuelta,

y por cierto, anda suelta

con temple de juventud,

disfrutando a plenitud

la existencia bien resuelta. 


Día dichoso en memorar

el lejano tres de agosto,

en que, sin renta ni costo,

la luz vino a observar

de la Eva que naciera

cual deseada criatura,

muy libre, sin atadura,

en la casa más humilde,

poniéndole nombre con tilde:

la que Clara fue y muy pura. 


Tahís, mejor conocida,

de la unión de Pedro y Eva,

que Barillas Castillo lleva

apellidos en partida.

En esa La Playa querida

vino al mundo de los gochos,

por aquel sesenta y ocho,

en la casa de la nona,

la india Tomasa dona

su cafecito y bizcocho. 


Pedro Julio, padre honrado,

orgulloso de su pequeña,

en el trabajo se empeña,

de su negra enamorado.

Y con tres hijos logrados,

sus armamentos gestiona;

hombre al que el trago entona,

con amistades nutridas,

pero el cáncer cortó su vida

y pronto la casa abandona. 


Eva Angelina, singular,

fue el ejemplo concreto

de madre a tiempo completo,

forjadora del hogar,

que bien lo supo lograr

infundiendo el sentimiento

de bondad y lo correcto.

En generosa compañía,

la mano siempre daría,

siendo su apoyo perfecto. 


La mujercita creció,

y dejando ya los mocos,

se enamoró de un tal Coco,

a quien su amor entregó.

Tres criaturas le parió

en desigual providencia,

siendo muy dura la ausencia

del hombre que fue de su vida,

la experiencia más querida,

su martirio sin violencia. 


A sus hijos quiere igual,

aunque sea sospechoso

que solo el menor sea dichoso

de un trato particular.

Pero nadie ha de negar

que por los tres da la vida,

totalmente comprometida.

Y ahora, con sus dos nietos,

no es posible más secretos:

para ellos no hay medida. 


Mujer fuerte y luchadora,

con valor salió adelante,

y a sus tres hijos, no obstante,

crió con brega de mil horas.

Se hizo buena educadora

con gran éxito en los niños

del páramo de Mariño,

sobresaliendo en todo,

trabajando del mejor modo,

con alegría, fe y cariño. 


Hoy ya son cincuenta y siete,

pero parecen cuarenta.

No nos importa la cuenta:

la juventud la somete.

Y, como al tema compete,

toda resalta en belleza,

¡bendita naturaleza!

Que Dios le dé larga vida,

la bendición recibida

del trabajo sin pereza. 


Yo, como estoy sin plata,

solo puedo, en mi ruina,

escribirle con la rima

la historia que se relata.

Y en expresión buena y grata,

le regalo lo aquí escrito.

Que la quiero hasta el infinito,

por ser madre incondicional,

porque en el bien y en el mal

ha brindado amor gratuito.

viernes, 25 de julio de 2025

Visitando a un amigo, le obsequio mi libro de Filosofía de la Educación.

FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN

Aprovechando la visita a Ayacucho en las vacaciones de medio año, obsequié al profesor Edgar Jayo Medina un ejemplar impreso de mi tesis filosófica, en edición revisada en este 2025. El profesor Edgar me recibió en su oficina del Colegio Gustavo Castro Pantoja, donde grabamos unas sencillas palabras dada la ocasión. En negrita sus palabras y en cursiva las mías. 

Hoy, 25 de julio del año 2025, recibimos con alegría la visita de un gran hermano venezolano, Pedro Andrés García Barillas, un amigo a quien conozco desde hace muchos años y que actualmente reside en Ayacucho.

Su persona debe ser vista como un referente, ya que viene impulsando el pensamiento en el campo intelectual mediante diversas publicaciones. Una de ellas es un valioso reconocimiento sobre la ocasión histórica de Ayacucho, donde reflexiona sobre los vínculos históricos entre Venezuela y el Perú.

En esta oportunidad nos presenta un hermoso libro titulado Filosofía de la educación orientada desde la paideia divina en la obra El Pedagogo de Clemente de Alejandría, en el cual desarrolla su tesis sobre filosofía de la educación.

Pedro, cuéntanos brevemente para los maestros de Ayacucho, ¿cuál es el mensaje central de tu libro?

Gracias, profesor Edgar. Este libro es la tesis que realicé en el año 2017 sobre filosofía de la educación, centrada en la figura de Clemente de Alejandría, un padre de la Iglesia. En resumen, Clemente propone al Logos como el Pedagogo de la humanidad, es decir, a Jesucristo, la Palabra encarnada. Él revela una pedagogía divina que puede resumirse en una gran premisa: enseñar con el ejemplo.

Este mensaje implica un compromiso profundo para todos los docentes: enseñar no solo con herramientas pedagógicas, sino también —y sobre todo— con el testimonio de vida, con la actitud, con aquello que permanece en la memoria de los estudiantes como una referencia que guía y transforma. Es lo que complementa lo aprendido en el hogar y en la escuela.

En estos tiempos marcados por la tecnología, es necesario contar con este tipo de textos que fortalecen nuestra sabiduría profesional, a fin de brindar una enseñanza con calidad y calidez a nuestros niños en los distintos centros educativos.

Felicitaciones, Pedro. Continúa con esa misma perseverancia, con sencillez y humildad. Tu ejemplo debe servir también para nuestros hermanos venezolanos residentes en cualquier parte del país, para que sean siempre amantes de la ternura, constructores de paz y vivamos todos en permanente familiaridad. Ahora que nos acercamos a las Fiestas Patrias, ¿qué mensaje deseas compartir en esta fecha tan significativa?

Gracias nuevamente, profesor Edgar. En estas fechas patrias quiero expresar mi saludo fraterno. Festejar a la patria es festejar lo que somos, lo que sentimos. Como venezolano con cinco años viviendo en Perú, puedo decir que ya hay en mí un profundo sentimiento de gratitud hacia esta tierra generosa que nos ha acogido.

El 28 de julio para el Perú es tan significativo como el 5 de julio para los venezolanos, fechas que marcan nuestras respectivas independencias, es decir, aquello que nos constituye como pueblo y como nación. Como decía el cantautor Alí Primera: “La patria es el hombre”. Si yo soy un hombre venezolano, aquí también está la patria venezolana compartiendo con la patria peruana.

Ayer, 24 de julio, celebramos el natalicio número 242 del Libertador Simón Bolívar, padre de cinco naciones: Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Bolivia… y también el Perú, donde hoy estamos. Ese sentimiento bolivariano nos recuerda que somos pueblos hermanos, hijos de un mismo padre y una misma madre, llamados a construir juntos la patria que nos merecemos.

Por eso mi mensaje, tanto para los peruanos como para los venezolanos, es este: construyamos juntos la fraternidad, la justicia y el país digno que soñamos, donde estemos y a donde vayamos.

Y juntos decimos con alegría: ¡Viva el Perú y viva Venezuela!

¡Y viva Venezuela!

El profesor Edgar Jayo Medina: un peruano ejemplar y amigo del pueblo venezolano

El profesor Edgar Jayo Medina es un docente ayacuchano reconocido por su destacada labor pedagógica y su compromiso social. Es, además, un verdadero amigo de todos los venezolanos que llegan a Ayacucho en busca de oportunidades para ejercer la docencia.

En lo personal, me brindó su apoyo en uno de los momentos más complicados de mi vida, recomendándome ante el sacerdote director de un colegio católico, donde tuve la bendición de trabajar durante dos años como maestro de sexto grado de primaria.

El profesor Edgar se preocupa sinceramente por cada venezolano que llega a esta tierra. Admira profundamente nuestra manera de ser, destacando la laboriosidad, la excelente formación profesional y la calidad humana que, según sus propias palabras, nos caracteriza.

Es un peruano ejemplar: amable, receptivo, de corazón grande y generoso con todos, pero de manera muy especial con los venezolanos. Por todo esto, merece nuestro más sincero reconocimiento.

Su espíritu bolivariano le permite identificarse profundamente con el migrante que viene desde la patria de Bolívar, esa Venezuela que hoy camina por el mundo buscando lo que su propia tierra no puede ofrecerle.

domingo, 20 de julio de 2025

Laudes para fieles

Señor, abre mis labios 


Lectura breve.

2 Tm 2, 8.11-13

Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

Palabra de Dios. — Te alabamos, Señor.

Hermanos y hermanas, en esta mañana de domingo, alzamos nuestro espíritu al Señor con el rezo de las Laudes, uniéndonos a la oración de la Iglesia, proclamando los salmos y meditando cada uno de sus versículos que elevan nuestra alma hacia Dios.

Hoy escuchamos esta lectura breve de san Pablo en su segunda carta a Timoteo, y en ella encontramos una gran invitación: la de permanecer fieles al Señor.

Una fidelidad que solo brota de un corazón que ha tenido un encuentro personal con Cristo.

Allí, ciertamente, podemos incluirnos todos nosotros: hemos conocido al Señor, lo reconocemos en nuestra vida por tantas obras, por tantos milagros que Él ha obrado en nosotros.

Y, al reconocer su presencia constante, al saber que siempre ha estado junto a nosotros, nace entonces en nuestro corazón la fidelidad, el amor por el Señor y la constancia.

San Pablo concluye esta lectura afirmando que Cristo no puede desmentirse a sí mismo. Él no puede revocar la promesa que ha hecho de quedarse con nosotros, de ser fiel, de ayudarnos.

Son muchos los pasajes de la Sagrada Escritura que, en la misma voz del Señor, nos garantizan que su presencia nunca se apartará de nosotros.

Recordemos aquellas palabras de Jesús:

“Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”

Y esta es una gran verdad. Nosotros, los cristianos, especialmente cuando oramos con la Iglesia en las Laudes, en el templo, en comunidad cristiana, reconocemos que esta sentencia del Señor se cumple.

Aquí somos más de dos, más de tres; somos muchos. Por tanto, con mayor razón, la presencia de Cristo está en medio de nosotros. No solo espiritualmente —que sí lo está—, sino también sacramentalmente, como lo contemplamos expuesto en la custodia: el Santísimo Cuerpo de Jesús, que se entregó por nosotros y que contiene de manera real a Jesús, el Verbo hecho carne.

Por eso, hermanos y hermanas, la fidelidad que debemos al Señor es la justa respuesta por haber recibido tanto amor de su parte.

Sabemos que el amor se paga con amor, y si de Dios hemos recibido tantos bienes, es preciso que le retribuyamos con nuestra vida todo lo que hemos recibido.

Desde temprano, cada día, al levantarnos y dar gracias a Dios por el nuevo amanecer, nuestra vida debe convertirse en un compromiso por dar gloria a Dios, por devolverle —con nuestro testimonio y nuestra existencia— todo lo bueno que ha hecho en nosotros.

Si reconocemos con conciencia que Él habita en nosotros, allí hallamos la fuerza, la fortaleza para vivir el día en presencia de Dios.

De modo que, desde el amanecer hasta las últimas palabras y acciones de nuestro día al anochecer, todo se convierta en una gran oración a Dios: oración de alabanza, oración de acción de gracias.

Como también dice san Pablo:

“En Él vivimos, nos movemos y existimos.” Solo en Dios.

Por ello, queridos hermanos y hermanas, esta palabra que hoy hemos escuchado nos llega como un mensaje de esperanza, como un mensaje de optimismo.

No estamos solos: el Señor nos acompaña. Él es fiel a su palabra y nos invita a nosotros a seguirle con fidelidad todos los días de nuestra vida, en cada instante, aprovechando cada oportunidad para evangelizar, para ser apóstoles, para dar gloria al nombre del Señor reflejado en nuestra vida.

Que san Pablo apóstol interceda por nosotros y nos haga comprender, como él lo hizo, la llamada de Dios a ser apóstoles, discípulos y evangelizadores en todo momento.

Que así sea.

Aprovechando esta oración de la mañana, hemos rezado las Laudes, que forman parte de las siete alabanzas que la Iglesia dirige a Dios a lo largo del día. Existe un libro litúrgico llamado Liturgia de las Horas —también conocido como breviario— mediante el cual sacerdotes, religiosos y laicos podemos unirnos en una misma oración cotidiana, como lo son las Laudes.

Las Laudes que hoy hemos rezado aquí —los salmos, las antífonas, las peticiones, la lectura breve— también las ha rezado, por ejemplo, el papa en Roma; el padre Yoni, en privado, más temprano, antes de salir a celebrar la Eucaristía en el campo; y así también religiosas, religiosos y fieles laicos por todo el mundo se han unido a esta misma oración de la Iglesia. Esto es un gran don, un regalo que podemos darle a nuestra vida y a Dios: rezar todos los días las Laudes, las Vísperas… la oración de la Iglesia.

En distintas librerías católicas se encuentran pequeños libros llamados Liturgia de las Horas de los fieles, que podemos adquirir. Allí encontramos las oraciones de Laudes, Vísperas y Completas organizadas en un ciclo de cuatro semanas del salterio. Hoy, por ejemplo, estamos rezando el domingo de la cuarta semana del salterio. Así, poco a poco, vamos adquiriendo el hábito de dirigirnos a Dios cada mañana con los salmos.

San Agustín nos dice que Dios inspiró al salmista para alabarle, para pronunciar palabras que realmente fuesen agradables a Él. Por eso, lo que hemos escuchado y meditado en los salmos eleva nuestro espíritu a Dios. Son palabras que vienen de Dios y que han sido pronunciadas por hombres y mujeres de carne y hueso como nosotros, inspirados por el Espíritu.

¿Qué mejor manera, entonces, de orar cada día que con las mismas palabras que Dios ha inspirado? Los salmos, los cánticos, los fragmentos de la Sagrada Escritura contenidos en la Liturgia de las Horas nos conducen a la verdadera alabanza.

Queridos hermanos y hermanas, puede ser este un bonito propósito de nuestro encuentro en la parroquia San José de Secce: adquirir ese pequeño librito de la Liturgia de las Horas y aprender a rezar todos los días, si aún no lo hacemos, las Laudes por la mañana. Esto, junto a nuestra oración personal —tan genuina y tan íntima—, que nos ayuda a descubrir a Dios como Padre y a reconocer la presencia viva de su Hijo y del Espíritu Santo en nosotros.

Luego de esa oración personal, rezar las Laudes es una forma de unirnos a la oración de toda la Iglesia. Desde nuestra habitación, nuestra casa o nuestro trabajo, al orar la Liturgia de las Horas entramos en comunión con toda la Iglesia. Lo que hemos rezado hoy también lo han rezado el Papa, el padre Yoni, monseñor Salvador Piñeiro en Ayacucho, las religiosas, los religiosos y miles de laicos que conocen y valoran esta riqueza espiritual.

Esta es la verdadera comunión en la oración.

Sirva todo esto como una invitación y un pequeño compromiso para quien lo desee libremente: aprender a rezar con la Iglesia. Así nuestra oración se une a la de millones de católicos en todo el mundo. Sentimos entonces la fuerza que viene de Dios, tanto en nuestra oración personal como en la oración eclesial.

Todos, sin duda, ya tenemos el hábito de orar: al levantarnos, al mediodía, al acostarnos… damos gracias, pedimos fuerzas. Como decíamos en la reflexión anterior: toda nuestra vida puede y debe ser una constante oración a Dios.

Que los pensamientos que durante el día elevamos al Señor —de súplica, de alabanza, de gratitud— se unan a la oración de la Iglesia: a las Laudes, a las Vísperas, a las Completas. Para que seamos todos uno, como Jesús y el Padre, recordando aquella hermosa oración de Jesús en el evangelio de San Juan: "Padre, que todos sean uno."

Sabemos que la división viene del demonio. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica, y esa unidad debe reflejarse también en nuestra oración: una misma voz, un mismo espíritu, elevándose cada día al Padre para agradecer, pedir y suplicar.

Esto, queridos hermanos, es un gran regalo. Si no lo conocíamos, ya lo conocemos. Y si ya lo practicamos, reforcémoslo, no lo dejemos. Así Dios habitará en nosotros siempre, en todo lugar. Sentiremos su presencia y seremos transmisores de su mensaje, como San Pablo, como María, como tantos santos que entregaron su vida a Cristo en la oración y en las obras.

Nuestra oración también debe movernos a actuar, a amar, a hacer visible ese Dios que habita en nosotros y que llena de gozo nuestra vida. Por eso estamos alegres. Por eso cantamos y alabamos. Por eso nos hemos reunido durante estos días en la parroquia: para dar gracias a Dios, para fortalecer nuestra fe.

Que María Santísima, nuestra buena Madre, nos acompañe en estos propósitos que hoy renovamos.

Muy temprano hoy hemos rezado el Santo Rosario. Esta también es una práctica arraigada en nuestra fe católica y que no debemos abandonar por ningún motivo. ¡El Rosario todos los días! Donde se reza el Rosario, nunca falta lo necesario, decimos con sabiduría popular. Y como decía San Juan Pablo II: "La familia que reza unida, permanece unida."

El Rosario es como una cadena que nos une al cielo, que nos une a María. A través de sus ojos contemplamos los principales misterios de la vida de Jesús: gozo, gloria, dolor, luz… todos ellos propuestos en los evangelios para meditar la gran obra que Dios ha realizado al encarnarse en Jesucristo.

Con el rezo pausado y consciente del Rosario, acompañamos a Jesús con los ojos y el corazón de María. Por eso, es importante no rezarlo con prisa. A veces recitamos el Padre Nuestro, el Ave María, el Gloria, como si estuviéramos apurados, casi como un trabalenguas. Pero eso no es orar.

Seguramente lo hemos notado incluso aquí, en nuestro encuentro. Rezamos rápido, sin pensar, como si tuviéramos que terminar antes que los demás. Pero al orar debemos pronunciar cada palabra con sentido, con devoción. Así se reza de verdad. Al detenernos a pensar en lo que decimos, conectamos mente y corazón. Oramos de manera real.

Rezar el Avemaría con conciencia nos lleva a reconocer que son palabras que vienen de Dios: las pronunció el arcángel Gabriel; las repitió Isabel, llena del Espíritu Santo, al reconocer en María la presencia viva del Señor. ¡Qué oración tan hermosa!

Que todo esto, hermanos y hermanas, nos sirva para afianzar nuestra fe. Y vamos a concluir esta oración de la mañana poniéndonos de pie, dirigiendo nuestra mirada al Señor y a María, su santísima Madre, que siempre nos acompaña y nos protege.

jueves, 17 de julio de 2025

Charla en Huachuccacca, Huanta

 Enséñanos a orar

La misa entera, la celebración de la Eucaristía, es una gran oración: súplica, alabanza. Dentro de este contexto se encuentran las preces, también llamadas peticiones u oración de los fieles.

Las peticiones de la Santa Misa, sabemos bien que se ubican litúrgicamente después del Evangelio o del Credo, cuando este se profesa en solemnidades o fiestas importantes. Estas preces no se hacen de cualquier manera ni se pide por cualquier cosa, aunque haya mucho por lo cual pedir. El Ordinario General del Misal Romano, que orienta la correcta celebración de la Eucaristía, establece que es necesario orar primero por la Iglesia. 

La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, presente en este mundo, guiado por los pastores, es decir, por la jerarquía. En primer lugar, se ora por el Romano Pontífice, el Papa. El actual papa es León XIV. Antes fue el Papa Francisco, el antecesor fue Benedicto XVI, y de este Juan Pablo II, Juan Pablo I, Pablo VI, Juan XXIII —patrono del movimiento que lleva su nombre— y así sucesivamente hasta llegar a san Pedro, el apóstol a quien Cristo confió las llaves de la Iglesia. 

En las preces de la Eucaristía, se nos indica orar en primer lugar por la Santa Iglesia, por su jerarquía, por el papa. León XIV tiene un vínculo especial con el Perú: fue misionero en Chiclayo y Chulucanas durante muchos años. Luego fue nombrado obispo de Chiclayo, siendo extranjero, y más tarde el Papa Francisco lo llevó a Roma, lo hizo cardenal y le confió varias funciones en la Curia Romana. Finalmente, fue elegido Papa el pasado 8 de mayo de 2025. 

Recordarán sus primeras palabras al dirigirse al mundo: deseó la paz, que cesen las guerras, habló de la paz de Cristo resucitado y mencionó con gratitud al Perú y a su diócesis de Chiclayo. Ese gesto es un regalo para esta tierra y para todos los peruanos. Que el papa haya vivido como misionero aquí, que haya conocido su cultura, sus tradiciones, sus trabajos, sus inquietudes, sus dificultades, habla mucho de la cercanía que ahora tiene con nosotros. 

El Papa Francisco, en su visita al Perú, dijo que esta es una tierra "ensantada", es decir, llena de santos, de testimonios de fe, de personas valiosas. Eso es precisamente lo que buscamos en cada encuentro de oración, de alabanza, de escucha: fortalecer esa fe viva. 

Después del papa, la jerarquía continúa con el obispo de nuestra arquidiócesis, monseñor Salvador Piñeiro. Les comparto que cuando llegué al Perú en noviembre de 2020, el primer sacerdote con quien conversé fue el padre Yoni. Por eso nos une una cercanía fraterna y me ha invitado a esta parroquia. A través de él conocí a monseñor Salvador Piñeiro. Al poco tiempo, fui a trabajar en un colegio católico ubicado en la avenida Arenales de Ayacucho, dentro de la parroquia Santa Rosa de Lima, junto al padre Braulio, quien dirige el colegio Discovery. Allí trabajé dos años como maestro de sexto grado de primaria. 

Estando recién llegado al Perú, conocí una nueva realidad: descubrí que existía un idioma que no era el castellano, sino el quechua. En Venezuela no se habla quechua, no llegaron los incas hasta allá, aunque sí lo hicieron al sur de Colombia. Descubrí la belleza de este idioma. Como ustedes escucharon anoche, lo primero que me propuse fue aprender el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria en quechua. Fue un gran esfuerzo, un verdadero sufrimiento al principio, porque aunque podía repetir las palabras, no comprendía del todo su significado. Sin embargo, con perseverancia memoricé las oraciones y comencé a rezar incluso el Rosario en quechua. Lo hice como un gesto de gratitud al Perú, como una forma de comprender su riqueza cultural. 

Hay muchos idiomas para comunicarnos con Dios, pero el más importante es el del amor. Ese no necesita traductor ni intérprete. En ese idioma todos nos entendemos. 

Tras esos dos años como docente, fui nombrado secretario de monseñor Salvador Piñeiro en la Curia Arzobispal, ubicada en el jirón 28 de Julio, junto al templo de la Compañía. Allí trabajé un año y medio, conociendo más de cerca la realidad de toda la arquidiócesis de Ayacucho, que va mucho más allá de la ciudad y la catedral. 

Durante la Semana Santa, visité la parroquia más al sur: Santiago Apóstol de Chipao y Cabana —a esta última le dicen Cabana Sur. También conocí Aucará, Huacaña y, al norte, Sivia, Llocheghua y Canayre. Todos pertenecen a esta extensa jurisdicción. 

Esa experiencia en la secretaría me permitió conocer los proyectos, dificultades y propuestas de muchas comunidades, pues todo pasa por ese espacio. Una oportunidad hermosa para conocer la realidad de esta iglesia ayacuchana. 

Decía esto en razón de la primera intención de la Eucaristía: oramos por la Santa Iglesia, por el papa León, agradeciendo el pontificado del fallecido papa Francisco, quien al asumir en 2013 acogió el llamado a ser una Iglesia de los pobres y para los pobres, una Iglesia en salida. 

Luego de orar por el papa y los obispos, pensamos también en los párrocos. En este caso, el padre Yoni Palomino Bolívar. Él es el párroco de esta jurisdicción, que por mucho tiempo no tuvo un sacerdote permanente. Venían seminaristas o misioneros por temporadas, pero no había una presencia fija. Ahora con el padre Yoni eso ha cambiado. Damos gracias a Dios porque la presencia del sacerdote garantiza los sacramentos: la confesión, la Eucaristía… Sabemos que el bautismo puede ser administrado en caso de peligro por cualquier fiel, pero la Eucaristía y el perdón sacramental solo el sacerdote los puede dar. 

Por eso, tener un sacerdote es una riqueza de parte de Dios para esta parroquia. La Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana, de allí mana y se fortalece nuestra existencia. 

Y siguiendo la indicación de Jesús: “Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Estos trabajadores no son solo sacerdotes, aunque ellos tengan un lugar prioritario. También somos nosotros, los laicos, quienes desde nuestro compromiso bautismal debemos ser operarios del Reino. 

Cada uno de nosotros es imagen viva de Dios, creados a su imagen y semejanza. Esa imagen debe reflejarse en nuestras actitudes: pescadores de hombres, como Jesús llamó a sus discípulos. 

Luego de orar por la Iglesia, se suele pedir por las naciones y sus gobernantes. El libro del Eclesiástico (cap. 10) dice que cada nación tiene el gobernante que merece o que Dios ha permitido. San Pablo también exhorta a respetar a la autoridad, porque esta ha sido puesta por Dios. Jesús, ante Pilato, dice: “Tú tienes autoridad porque te ha sido dada de lo alto”. 

Orar por los gobernantes no significa justificar sus errores, sino pedir que sean conscientes de su misión: gobernar con justicia y paz. Saber que su cargo es pasajero y que deberán rendir cuentas a Dios. 

La tercera petición suele ser por los pobres, los enfermos, los que sufren, los oprimidos o encarcelados. Les comparto que mientras trabajaba en Ayacucho, los fines de semana visitaba el penal de Yanamilla. Daba catequesis jueves y domingos. Allí conocí muchas realidades difíciles. Algunos internos aceptan sus errores; otros se consideran inocentes. Cada caso es distinto, pero quienes asistían a la capilla manifestaban una profunda sed de Dios. 

Yo pensé que iba al penal a llevar a Dios, pero allí me encontré con Él, presente en los rostros y las historias de los internos. Jesús fue pobre, estuvo preso… y sigue estando presente en los pobres y encarcelados. 

Cada vez que presido una liturgia, cuando no hay misa, suelo recordar que la generosidad de los cristianos es lo que manifiesta la misericordia de Dios. Podemos pedirle mucho al Señor, pero también debemos estar dispuestos a dar. 

Nuestra fe se demuestra con obras. Como dice Santiago: “La fe sin obras está muerta”. Un obispo decía que nuestra vida puede ser la única página del Evangelio que otros lleguen a leer. 

Hay una jaculatoria muy hermosa: “Señor, que quien me vea, te vea a ti”. Queremos ser reflejo auténtico de la gracia de Dios, pasar por el mundo haciendo el bien, como lo hizo Cristo. 

Finalmente, se pide por la paz en el mundo. Pensamos en conflictos como el de Rusia y Ucrania, o Israel y Palestina. Lugares sagrados donde ahora reina la destrucción. Jesús dijo: “Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios”. 

Ser cristianos es ser pacíficos. Como dice san Francisco de Asís: “Donde haya odio, que yo ponga amor. Donde haya guerra, que yo ponga paz”. 

El Reino de Dios es un reino de justicia y de paz. No una sin la otra. Y ese Reino ya se hace presente en la Iglesia. Por eso, en el bautismo somos ungidos como sacerdotes, profetas y reyes. 

Ser rey significa pertenecer al Reino de Dios. Y en la lógica del Evangelio, servir es reinar. Jesús lo dijo: “No he venido a ser servido, sino a servir”. 

En el aleluya cantamos: “Busca primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás vendrá por añadidura”. Esa es nuestra esperanza. 

San Agustín decía que un Padrenuestro bien rezado es una oración perfecta. En él pedimos muchas cosas, pero sobre todo decimos: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. 

Esa frase es entrega y confianza plena en Dios. Nuestra parroquia, el Sagrado Corazón de Jesús, nos recuerda eso con su jaculatoria: “En ti confío”. 

Solo quien confía plenamente en Dios puede vivir en paz. Dios no abandona a nadie. Si Él cuida de los lirios del campo y de los pájaros del cielo, ¡cuánto más a nosotros! 

Carlo Acutis decía: “La felicidad es mirar a Dios; la tristeza, apartar la mirada de Él”. 

Seamos almas de oración, de contemplación. Busquemos a Cristo, amémoslo en la Eucaristía, en los pobres, en los hermanos, en la creación. 

María Santísima es nuestro modelo. Ella supo decir: “Hágase en mí según tu palabra”. Esa debe ser nuestra oración diaria. 

Con María, a Jesús. Como decimos en Ayacucho con monseñor Piñeiro: “Con Cristo todo, sin Cristo nada. Con María todo, sin María nada”. 

Ella, madre de Dios, madre nuestra, nos presenta a su Hijo y nos conduce hacia Él. Su sonrisa es luz para nuestro camino. 

Seamos cristianos alegres, comprometidos, llamados a la santidad. Confiemos en la misericordia de Dios. Que Jesús y María obren en nosotros el milagro de la conversión, tarea de cada día.