DIOS EN SU INFINITO
AMOR
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Custodia y pintura de la Parroquia San Vicente Ferrer |
Dios
en su infinito amor y misericordia nos ha convocado como Asamblea Santa en
torno al altar del Señor Jesús Resucitado, para adorarle, bendecirle y
glorificarle con nuestras vidas, porque en lo cotidiano es donde nos
santificamos, y esto es posible, porque Dios está siempre con nosotros, ya lo
reza la Liturgia de las Horas de modo poético pero certero: “Quien
diga que Dios ha muerto, que salga a la luz y vea, si el mundo es o no tarea,
de Dios que sigue despierto” y
más adelante para convencernos de la presencia de Dios entre nosotros, continua
con estas palabras: “Ya no es su sitio el desierto, ni en la
montaña se esconde, decid si preguntan dónde, que Dios está sin mortaja, en
donde un hombre trabaja, y un corazón le responde” Lo que espera Dios de nosotros, en el aquí y en el ahora, es que
le respondamos con amor, al amor que Él no tiene, porque Él nos amó primero dicen las Escrituras, pues somos sus
hijos y él es nuestro Padre y esta noticia es suficiente para hacer espacio a
Dios en nuestras vidas.
Venimos al Templo, a la Casa de Dios,
que es Casa de Oración, no de relajos, con la disposición total para escuchar a
Dios que nos habla a través de su Santa Palabra y a través de sus ministros,
que aunque indignos, llevan el mensaje de Dios al pueblo fiel, al pueblo que ha
puesto su confianza en el Señor y en ésta su Santa Iglesia Católica, porque la
Iglesia como Esposa de Cristo, cumple también el papel de Madre y Maestra de la
Fe.
No podemos dejar que el maligno nos
distraiga en este momento de reflexión, porque este es un momento sagrado el
cual lo debemos dedicar plena, consciente y activamente al Señor, las
ocupaciones que tengamos pueden esperar, los comentarios que nos resulten
también pueden esperar y fuera de la Iglesia se pueden hacer, siempre y cuando
no vallan dirigidas a destruir al prójimo. Que el Señor nos conceda la gracia
de escucharle con humildad. Dispuestos a cambiar para bien, meditemos pues lo
que Dios nos dice en la Liturgia de la Palabra.
La primera lectura, tomada del libro de
los Hechos de los Apóstoles, nos habla de la curación de un paralítico en el
Templo de Jerusalén, este milagro fue presenciado por los judíos, y no salían
de un asombro, impresionados estaban, porque a veces nos acostumbramos a ver a
los demás como los paralíticos, estancados, o tal vez somos nosotros los que
estamos caídos en el piso, en el suelo como lo peor y como no somos capaces de
tender una mano amiga ni de proponernos salir adelante, viene Jesucristo, el
que todo lo puede y nos levanta, nos levanta con su poder sanador, nos levanta de
la esclavitud del pecado y nos da nueva vida en el amor y en el servicio.
Esta lectura, nos hace reflexionar en
las buenas consecuencias que tienen los milagros que de parte de Dios recibimos
en nuestras vidas. Cuando reconocemos que Dios obra en nosotros, no debemos
quedarnos cruzados de brazos, no, al contrario debemos glorificar a Dios con
nuestro testimonio de vida, porque es Cristo, y el poder de la Fe la que nos
libera de todos los males que a veces tenemos y de los cuales en necesario
conocerlos para poder pedir la sanación al Señor Todopoderoso. A través de la
curación de este hombre paralitico, la muchedumbre se reunió en torno al
apóstol Pedro y éste les dirigió la palabra.
Pedro les explicaba a los judíos todo
lo que sucedió con el Mesías, cómo por petición de ellos mismos fue crucificado
y murió maltratado y humillado, esto por la gracia de Dios no sucedió en vano, pues
al tercer día resucitó y por la muerte de Cristo nos hemos lavado los pecados y
por medio del bautismo, que es mandato suyo nos hemos ganado un puesto en el
Cielo, al lugar que todos deberíamos aspirar llegar, aunque en este mundo,
pareciera que algunas personas no se quisieran ir al Cielo después de morir,
pues con su vida desordenada en muchos sentidos están rechazando a Dios.
Recordemos que para Dios ya hemos sido
salvados, sin embargo, en nosotros está la libertad de aceptar o rechazar esa
salvación. Porque cuando no cumplo los mandamientos de Dios, cuando vivo sin Él,
yo mismo me estoy condenando, yo mismo me estoy enviando para el infierno, para
el lugar del castigo y Dios ahí no tiene voz ni voto, porque libres nos ha
creado y libremente le rechazamos o libremente le aceptamos. Dice un santo
sacerdote que si la Iglesia dejara de hablar del infierno o de la condenación
eterna, sería una mentirosa, pues así como el amor de Dios y el Cielo existen
para aquellos que aman al Señor, así también debe existir un lugar para
aquellos que no se arrepienten de sus pecados. Conmovidos por esta verdad de
fe, pidamos al Dios Justo que nunca se nos acabe el santo temor de Dios, no
para temerle y escondernos de Él, sino para amarle y cumplir su voluntad, la
cual consiste en que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado.
En
esta primera lectura estamos invitados a considerar cómo Jesús Resucitado borra
los temores, las dudas y desconsuelos que impiden la fe en El. Pedro y Juan
predicaron sin temor alguno y con autoridad hablaron de las cosas de Dios, pues
aquel que había salido victorioso de la muerte los acompañaba siempre y de toda
maldad humana los iba a librar, con el poder de la fe se obró este milagro, es
por eso que el Salmo de hoy reza: ¡Qué admirable, Señor, es tu poder!
El
evangelista san Lucas nos sitúa en la escena de los discípulos de Emaús, ayer
hablábamos sobre ese episodio donde reconocen a Jesús al partir el Pan, Cristo
nos explica las Escrituras y parte para nosotros el Pan, he allí una primitiva
Eucaristía.
Los
discípulos no terminaban de creer lo que estaba sucediendo, el sepulcro esta
vacío, unas mujeres nos dicen que está vivo y se les ha aparecido, el corazón
humano duro e incrédulo no creía en el milagro de la Resurrección, en medio de
esta incredulidad el mismo Cristo se aparece y les dice: “La paz esté con
ustedes” y esto es precisamente lo que Jesucristo trae para nosotros, paz,
tranquilidad, amor, serenidad. Paz en la guerra, paz en las discusiones entre
familias, paz en los ambientes de trabajo, paz en las almas de cada uno de
nosotros, porque antes de desear la paz, debemos ser nosotros mismos
constructores de paz y nadie da lo que no posee.
Una
vez más Cristo nos enseña que compartiendo nos unimos a Él, este gesto lo
podemos notar cuando pide a sus apóstoles de comer y con ellos come un trozo de
pescado asado, hizo esto también para confirmarles que estaba vivo, que no era
un fantasma.
Cristo
les recuerda a sus discípulos lo que sucedió, y hoy también nos lo recuerda a
nosotros con las palabras finales del Evangelio: “Está escrito que el Mesías
tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y
que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por
Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados.” Todos
estamos necesitados de Dios, todos necesitamos arrepentirnos de nuestros
pecados, para recibir de Dios el perdón y así vivir con Él, en este mundo que
lo rechaza porque se enceguece en el pecado y la maldad.
Que
nuestra Señora de Coromoto, Patrona de Venezuela nos acompañe también en esta
lucha por mantenernos firmes en la fe, alegres en la esperanza y activos en la
caridad. María madre nuestra, tu que nos traes a Dios, llévanos a Él, que así
sea. Amén.
PER
REGNUM CHRISTI AD MAIOREM GLORIAM DEI
P.A
García