sábado, 24 de junio de 2017

Biografía de Pedro Julián Barillas Pereira

PEDRO BARILLAS

En la población de La Playa, el 24 de junio de 1940, nació Pedro Julián Barillas Pereira, hijo legítimo de don Hilarión Barillas y doña María Atanasia Pereira Gutiérrez de Barillas, era el último de sus hermanos: Félix María (1920), Hilarión Belén (1926), José Ubaldo (1928), Josefa del Carmen (1931), María Edicta (1935) y Saúl Antonio (1936). Vino al mundo en la casa de la familia, ubicada a un lado del templo del pueblo, en una esquina de la Plaza Bolívar. Fue bautizado en la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria de Bailadores, el 4 de julio de 1941.

Sus hermanos mayores lo invitaban frecuentemente a viajes y paseos donde podía reencontrarse con familiares, especialmente estuvo Pedro Julián por Mérida, Santa Elena de Arenales, Acarigua, La Colonia Tovar, Michelena y Caracas.

Por ser el menor de la familia era llamado por sus padres con el diminutivo de “Pedrito”; madre e hijo compartieron momentos entrañables hasta el fallecimiento de doña Atanasia, cuando Pedro decide radicar definitivamente con su señora Eva Castillo e hijos en el sector Las Delicias, en medio de las casas de Luis Castillo y Nabor Salas. Acompañó sin recelos a su madre a pagar promesa al Niño Jesús de La Cuchilla, en Zea, en varias oportunidades.

Pedro Julián estudió en la escuelita de La Playa hasta el sexto grado de educación básica, tiempo suficiente que le encaminó en el mundo de los autodidactas y la lectura aplicada. En su niñez era común verlo al lado de su madre, acompañándola a llevar las vacas desde su casa materna hasta La Loma, esta interacción natural con el campo y los animales le llevó a tener varios amigos entrañables en sus vacas: “Mariposa”, “La Corroncha” y “Cara e´queso”, y en su caballo “El Negro”. Pero no solo fue amigo de los animales, a quienes respetaba y nunca maltrató, sino que también forjó buenas amistades con sus vecinos y familiares, de los que se hará mención más adelante.

Eva, su amor y la mujer que le dio sus tres únicos hijos, recordó en una ocasión cómo se conoció con Pedro, y es que en alguna calle de Las Delicias, no muy lejos de la Plaza Bolívar, una pareja se encontraba discutiendo acaloradamente, cuando uno de los dos decidió romper por mitad un billete para dar por concluida la pugna, ambas partes del billete volaron por los aires, y minutos después, una mitad la consiguió Eva, y la otra Pedro, motivo suficiente para seguir conversaciones que llevaron al enamoramiento y luego a vivir como esposos, aunque nunca se casaron.

Aficionado por las armas, contó con varios revólveres, pistolas y escopetas. Años después de su muerte, fueron encontradas una cantidad importante de balas, escondidas en uno de los bloques del baño principal de la casa que habitó junto a su familia.

Fue durante varios años el guachimán de una empresa picadora de piedras en el sector Las Delicias, ubicábase dicha empresa en lo que hoy en día es “La Castellanía”, una casa en la vía hacia La Loma; esta empresa le obsequió toda su maquinaria, la misma que fue vendida paulatinamente para costear gastos familiares. Pedro también fue agricultor, sembrando en terrenos de su familia en Las Delicias y en La Vega, en La Playa, maíz y batatas, dedicándose por períodos al corte de caña de azúcar, actividad característica de la juventud de su época, es decir, en la segunda mitad del siglo XX.

Amigos tuvo muchísimos, pero su familia puede recordar a un puñado selecto, dentro de los que se encuentran: Nabor Salas (+), Gildardo Salas amigo y compadre, Horacio Araque “Coco Negro” (+), Rafael Molina (+), sus primos Alfredo y Manuel Barillas (+), Antonio “Mauro” Escalante (+) y Gilberto García, con quienes no se cansaba de compartir y conversar largas jornadas, acompañadas por amargos tragos de aguardiente playero o café. Con ellos también cantaba música venezolana, o compartía sus últimas lecturas de libros afines a la Revolución Cubana y el socialismo y comunismo, de cuya ideología política siempre fue partidario, pues se cultivó escuchando Radio La Habana, soñando con algún día conocer Cuba, teniendo por verdaderos ídolos al Che Guevara y a Fidel Castro.

En una de esas reuniones con amistades, animoso por el compartir de tragos, bajo la dirección fonográfica de Nabor Salas, quien prestaba el aparato de grabación, pronunció magistralmente una recitación suya de la famosa “Leyenda del horcón”, único registro de su dilecta voz que guarda la familia como un tesoro invaluable. Fue conocido como buen recitador de poesías y poemas.

Alí Primera era su cantante favorito, pues encontraba lógica a su canción protesta; cuando este vino a un concierto a Tovar, Pedro bajó a conocerlo. En el género romántico escuchaba a Julio Jaramillo. Con Francisco “Pacho” Mora, escondió en su casa materna a un guerrillero fugitivo, aportándole alimento y protección para que siguiera su rumbo.

Con Eva Angelina Castillo, hija de Tomasa Rafaela Castillo, tuvo tres hijos, Clara Tahis (1968), Atanacia (1969) y Vladimir (1971). A sus hijos Pedro les enseñó a manipular las armas de fuego, limpiarlas, abrirlas, montar municiones y disparar, todo esto en el único escenario disponible, la “Quebrada Arriba” o “La Arenosa” en la parte alta de Las Delicias, acompañado en oportunidades por su hermano Saúl y su amigo Mauro Escalante.

Aunque respetuoso de los sacerdotes de La Playa, nunca profesó la fe católica a cabalidad, más bien si frecuentó durante algún tiempo la iglesia Evangélica que existió en la entrada del sector San Vicente, a ella acudía con sus hijos y señora. Criaba cerdos y gallinas, y por las fiestas navideñas, compartía un buen pedazo de carne con sus vecinos del frente, los párrocos de la Parroquia San Vicente Ferrer de La Playa. El templo parroquial lo visitaba en entierros de familiares o amigos.

La presencia varonil de Pedro era por todos admirada y reconocida. Se forjó como hombre culto, pudoroso, siempre correctamente vestido, de camisa manga larga y pantalón planchado, ajeno a fiestas, pensando en el qué dirán, cuidando su reputación y la de los suyos, enemigo de los problemas y chismes. Amó y se desgastó con pasión por sus sobrinos, a quienes apoyó monetariamente y moralmente a seguir adelante con estudios y propósitos elevados en la vida., a ellos nunca les faltó útiles escolares, ropa y zapatos para el año escolar y estrenos decembrinos.  Solo una sobrina le hizo doler el corazón bondadoso, Ada Arminda Barillas Peña, quien entregada a los vicios y las drogas le hizo gastar inútilmente en internados y tratamientos, ropa y manutención. Viajaba con frecuencia a Caracas a visitar a sus sobrinos, de regreso traía wiski y armas a La Playa, y en una oportunidad, por los quince años de su hija Tahis, la aprovechó de portadora de una pistola que debió embalar con trapos en su abdomen, burlando la seguridad de los distintos puntos de control por el camino.

Tuvo dos vehículos, un Jeep rojo y uno azul, en los cuales hizo favores indistintamente de quien lo ocupara, llevando a un enfermo a Tovar o Bailadores y a personas conocidas para acercarlas a sus destinos, resaltando su espíritu de servicio. Planificaba giras donde visitaba a todos sus hermanos, pasando por Mérida, Acarigua, San Felipe y Caracas, para finalmente retornar a La Playa.

A Guarapao en la entrada del Páramo de Mariño acudía con regularidad para encontrarse con su buen amigo el tecnólogo popular don Luis Zambrano, con el que intercambiaba armas de fuego y puñales, y aprovechaban para conversar de técnicas innovadoras y la Revista “Mecánica Popular” que ambos se intercambiaban.

Aunque sabía bailar, no fue muy bailarín, sino más bien buen conversador. Su comida preferida era el pescado frito y en leche con papas.

Murió a causa de un infarto intestinal el 16 de marzo de 1992, padeció por muy corto tiempo el cáncer de colon en el Hospital Universitario de Los Andes en la ciudad de Mérida, con tan solo cincuenta y un años de edad, dejando consternados a sus hermanos, amigos y al gentilicio playense. Había sido portador de la enfermedad de Chagas, los doctores diagnosticaron el corazón recrecido. Antes de morir pudo compartir un par de años con los dos nietos que conoció, Juan José Velásquez Barillas y Reyna Tahis García Barillas.

Tahis, su hija mayor, quiso perpetuar en la familia la memoria de su padre nombrando al último de sus hijos Pedro Andrés.

P.A

García

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