miércoles, 3 de abril de 2019

La autonomía de las realidades temporales en la Gaudium et spes.


LA AUTONOMÍA DE LAS REALIDADES TEMPORALES EN LA GAUDIUM ET SPES

Autor:
García Pedro
Asesor:
Pbro. Dr. Molina Jaime
Profesora:
Lic. Márquez Katiuska
Febrero, 2019
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TABLA DE CONTENIDO
RESUMEN
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I
La Gaudium et spes y las realidades temporales
1.1  Definición e importancia de autonomía de lo temporal

1.2  La secularidad cristiana

1.3  La verdadera autonomía de las realidades temporales

1.4  Desviaciones de esta doctrina

1.4.1        El secularismo

1.4.2        El clericalismo

CAPÍTULO II
Aplicaciones de esta doctrina
2.1  Ecos de esta doctrina en los documentos de Concilio Vaticano II
2.1.1        Constitución Dogmática "Lumen Gentium" Sobre la Iglesia
2.1.2        Decreto "Presbyterorum ordinis" Sobre el ministerio y la vida de los presbíteros
2.1.3        Decreto "Apostolicam Actuositatem" Sobre el apostolado de los laicos
2.1.4        Decreto "Ad Gentes" Sobre la actividad misionera de la Iglesia
2.2  Ecos de esta doctrina en san Juan Pablo II
2.3  Ecos de esta doctrina en san Josemaría Escrivá
CAPÍTULO III
Conclusiones
3.1  La unidad de vida de Jesús.
3.2  Perspectivas de la aplicación de esta doctrina para la nueva evangelización
CONCLUSIÓN
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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RESUMEN
La realidades temporales en las que ha de desenvolverse el ser humano es todo aquello en lo que él mismo puede verse envuelto en cuanto a parte integrante de una sociedad, tal es así que la política, la economía, la cultura y la religión entre otras cosas, forman parte de ese gran conglomerado de realidades temporales o terrenas, que, a medida que se van desarrollando, el cristiano se va adaptando a las mismas, respondiendo desde la madurez de la fe a cada situación concreta que presente el mundo.
Es por eso que al hablar de autonomía se hace un juicio crítico de los linderos en los que el mundo ha de caminar, pues sin la justa asistencia del plan divino, se estaría cayendo en un aberrante secularismo, y por el contrario, con la excesiva presencia divina a través de la jerarquía eclesiástica se estaría dando nacimiento al impío clericalismo, que ha retrasado sobremanera el papel de los laicos en la Iglesia y en el mundo.
A lo largo de este trabajo monográfico se expondrá de manera concreta lo que atañe a las realidades temporales, y cómo a partir del Concilio Vaticano II, con la ayuda del magisterio de la Iglesia y de los santos modernos, se fue desarrollando una doctrina que está a la palestra del acontecer cristiano. En este sentido, Dios interviene en el mundo como su Creador, pero de manera más eficaz a partir de la encarnación de su hijo, con lo cual los humanos aprenden a sobrellevar las cargas de esta vida, tomando como único ejemplo el testimonio de Jesús de Nazaret.

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INTRODUCCIÓN
Los documentos magisteriales de la Iglesia Católica, sobre todo los de los últimos tiempos, han hecho valiosas disquisiciones sobre el mundo y su estrecha relación con la vida del hombre, en ellas se ha precisado que en el orden de las cosas creadas por Dios existe una justa autonomía, de ahí que se tenga un “principio de la doctrina católica con el que se afirma la distinción relativa entre las realidades terrenas, temporales, o seculares por un lado y las directamente religiosas o eclesiásticas por otro”[1], a lo que se le conoce como la autonomía de las realidades temporales, cuyo germen dogmático se encuentra en los documentos del Concilio Vaticano II.
            En este sentido, desde la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, que trata sobre la Iglesia en el mundo actual, se dará el centro de esta investigación, ya que en su numeral 36 dedica abiertamente el tema de las realidades temporales y su comprensión desde el catolicismo, cuyo contenido se presentará de manera consecuente en el desarrollo de la documentación, profundizando, de igual modo, sobre la praxis del secularismo cristiano, tomando en cuenta el Código de Derecho Canónico, entre otras fuentes magisteriales.
            Sin embargo, para tener claro el tema, es preciso hacer antes una aproximación desde la Sagrada Escritura, así como un esbozo de otros documentos conciliares como los Decretos Apostolicam Actuositatem”, “Ad Gentes”, y  “Presbyterorum ordinis”, sin obviar la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, documentos en los que, se demostrará la importancia del estudio y consideración del tema de las realidades temporales, sobre todo, en el ámbito eclesiológico.
            Luego de conocer el tema en cuestión, es propicio plantear un argumento de acción pastoral, aplicable y fácil de asimilar por todos los bautizados, el cual encaja desde el mensaje de san Josemaría Escrivá y su llamado a la santificación del trabajo, ya que todos los hombres “[…] de cualquier condición, raza, lenguaje o ambiente –y de cualquier estado: solteros, casados, viudos, sacerdotes-, (pueden) amar y servir a Dios, sin dejar de vivir en su trabajo ordinario, con su familia, en sus variadas y normales relaciones sociales”[2]. De igual modo se presentarán algunas desviaciones de la autonomía de las realidades temporales, como el clericalismo y el secularismo.
            Al iniciar este recorrido, es preciso cuestionarse: ¿qué utilidad tiene la reflexión sobre la autonomía de las realidades temporales?, pues “ya no se habla de “la autonomía de las realidades temporales”, que estuvo de moda hace unas décadas; pero se practica mucho más, hasta extremos de llevar la autodeterminación hasta límites censurables”[3], esto se responderá en el trascurso de la investigación, en la que se hará uso del método tradicional para la citación de los diferentes documentos, cuyos datos específicos irán al pie de la página, para la justificación del contenido presentado.
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CAPÍTULO I
La Gaudium et spes y las realidades temporales
1.1  Definición e importancia de esta doctrina
La obra de Dios, su creación terrenal, ha de considerarse perfecta en sí, pues en el inicio del mundo “vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gen 1,31), sin embargo, la humanidad tuvo desde temprana edad una restricción con respecto a lo creado, por ello Dios dice a Adán: “de cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gen 2,16-17), con esto la existencia humana hace su primera distinción entre lo bueno y lo malo, de allí entonces que haya un mundo natural, terreno, temporal en el cual el hombre vivirá, sabiéndose manejar con las leyes que Dios le imponga.
Esta distinción que tiene el hombre en el mundo, ha de comprenderse como la justa autonomía de lo terreno y lo divino, pues en el mandato de Dios al hombre le indica: “sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla” (Gen 1,28), es decir, Dios le da la tierra al hombre para gobernarla, pero no le dijo cómo debía hacerlo, de allí que la humanidad haya divinizado lo terrenal y a su vez mundanizado lo divino, por eso Jesucristo, ante la diatriba de fariseos y herodianos dictamina: “lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios” (Mc 12,17), así se tiene la principal autonomía de las realidades temporales de la humanidad.
Jesús de Nazaret, el “Rey de los judíos” (Mc 15,2), predicó su Reino a los hombres, Reino que “no es de este mundo” (Jn 18,36), al que todos están invitados, pero es el mismo Jesús quien hace la distinción de su reinado, pues especifica que no es terreno sino celestial (cf. Mt 3,2), y por ende lo que atañe a las cosas del mundo no necesariamente ciñen a las cosas de Dios, sin embargo, no es de exagerar dicha autonomía, pues: “todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Col 3,17), con esto san Pablo enseña que se vive bien en la tierra, pero con la mente en el cielo.
1.2  La secularidad cristiana
Para la Iglesia es un derecho de los laicos una justa autonomía de las realidades temporales, al respecto, el Código de Derecho Canónico lo consagra diciendo que “[…] tienen derecho a que se les reconozca en los asuntos terrenos aquella libertad que compete a todos los ciudadanos; sin embargo, al usar de esa libertad, han de cuidar que sus actuaciones estén inspiradas por el espíritu evangélico, y prestar atención a la doctrina propuesta por el Magisterio de la Iglesia, pero evitando presentar como doctrina de la Iglesia su propio criterio en materias opinables”[4].
Esto significa que el fiel católico usa de  su libertad para mantener cualquier opción temporal que sea concurrente con la fe y la moral, por lo que ni la jerarquía ni los demás fieles le pueden imponer otras soluciones, ni presentarse como representantes de los católicos en asuntos temporales, por lo que el fiel por su parte “[…] debe saber distinguir sus derechos y deberes en la Iglesia de sus derechos y obligaciones de ciudadano, sin transferirlos de un campo al otro, y asumiendo personalmente las consecuencias de su ejercicio, sin implicar a la Iglesia en sus personales opciones seculares”[5].
Hay que dejar claro que “[…] ordenar según el querer de divino las cosas temporales forma parte de la misión de la Iglesia, pero no de la función de gobierno de la jerarquía eclesiástica, el cumplimiento de este aspecto de la misión de la Iglesia deben llevarlo a cabo los cristianos, especialmente los laicos, que al ocuparse en las tareas seculares deben hacerlo de modo coherente con el Evangelio y la doctrina del Magisterio”[6], pues así como la Iglesia tiene una sana y justa dependencia de Dios en lo que a lo temporal se refiere, de igual manera la tienen los laicos de la jerarquía.
1.3  La verdadera autonomía de las realidades temporales
La Constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual, divulgada el 7 de diciembre de 1965, es la cumbre del proceso cristiano de secularización, pues uno de los elementos fundamentales del documento será la toma de conciencia cristiana de la autonomía de las realidades temporales[7].
El numeral 36 de la Gaudium et spes, dedicado al tema central de la justa autonomía de la realidad terrena, inicia su discurso planteando el temor de “muchos de nuestros contemporáneos […], por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión”[8], pues con esto podría sufrir trabas “la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia”[9].
De inmediato la Constitución pasa a definir el tema justificando dicha autonomía explicitando que, “si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía”[10], pues esta realidad no solamente es reclamada por “[…] los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte”[11].
Luego dedica un paréntesis sobre la investigación metódica en todos los campos del saber, augurando que “[…] si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios”[12], concretando así la relación de lo humano en la tierra con lo divino, pues todo es creación de Dios.
En el mismo numeral, vuelve a precisar el tema en cuestión, pero esta vez advirtiendo un peligro común, pues si erróneamente se dice que “[…] autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en tales palabras”[13], ya que, es evidente para el pensamiento cristiano que todo en este mundo es obra de Dios (cf. Gen 1,1), y ha sido él mismo quien nos lo ha entregado todo para dominarlo (cf. Gen 9,7).
La Gaudium et spes culmina su explicación haciendo eco de la preocupación de la Iglesia por el olvido de Dios en la sociedad, al respecto dice que “la criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida”[14], con esto deja claro que autonomía de lo temporal nunca ha de ser comprendida como separación de la ciencia y de la fe, o rompimiento entre la voluntad de los hombres y de la de Dios.
Todo este contenido magisterial parece apuntar en definitiva a que “[…] para los cristianos la construcción de este mundo según el diseño divino es la plenitud de la vocación temporal”[15], sin embargo, es evidente que teniendo en cuenta la legítima autonomía de las realidades temporales, implicaría que “[…] todas las cosas poseen, por designio de Dios, una consistencia propia, que se rigen por leyes también propias. Para estudiar estas realidades, el hombre desarrolla el conocimiento científico, regido por métodos particulares para cada una de las disciplinas de estudio”[16], siempre guardando su iluminación divina y teniendo como mediadora la Iglesia en su Magisterio.
En conclusión, en el numeral 36 de la Gaudium et spes se “[…] afirma la existencia de un mundo terrestre y de un ámbito temporal con consistencia propia, regido por leyes específicas, que responde al designio de Dios. Podemos hablar de un orden natural que goza de una legítima autonomía, pero siempre dependiente de Dios, como las criaturas al Creador”[17], cuestión que será indudable a partir de esta teología postconciliar, Dios mantiene la primacía en el orden de la vida humana.
1.4  Desviaciones de esta doctrina
1.4.1        El secularismo
En el caso del secularismo, en primera instancia se percibe como “[…] la pérdida de relevancia social del factor religioso”[18], lo que tiene una peligrosa consecuencia, pues cuando “[…] la religión es ignorada sutilmente como algo sin importancia”[19] se habla de un mundo sin Dios, sin leyes morales ni éticas, es por eso que “[…] la autonomía de lo secular no significa emancipación de los planes y las leyes de Dios para el bien total del hombre y la sociedad. Tampoco la política ha de ser molestada por la religión exigiéndole un confesionalismo de Estado ni una forma determinada de gobierno; pero sí puede oponerse a leyes injustas e inhumanas”[20].
Hay a quienes les cuesta hablar de lo negativo del secularismo, sobre todo cuando se reconoce que es un fenómeno posconciliar, ya que “[…] se pensaba que el concilio había hecho a la Iglesia más atractiva, pero en los años que siguieron se pudo comprobar un franco retroceso de las prácticas religiosas y de las referencias cristianas en el comportamiento, al menos en el mundo occidental”[21], como lo atestiguan numerosas estadísticas. Sin embargo, el justo equilibrio ha de lograrse entre el excesivo secularismo y el radical clericalismo.
1.4.2        El clericalismo
El clericalismo ha de ser entendido como un “[…] término usado originalmente en sentido polémico, para estigmatizar las iniciativas del clero fuera del ámbito estrictamente espiritual, la actitud de subordinación de los cristianos a la jerarquía eclesiástica incluso en el campo político, social y cultural y la mentalidad subyacente de una pretendida y larvada superioridad”[22], es decir, desde un principio se puntualiza su peligrosidad, a diferencia del secularismo o laicismo.
En Venezuela, a la luz de los últimos documentos magisteriales “[…] se observa todavía un marcado clericalismo de la institución eclesiástica y, en buena parte del pueblo, sigue arraigada la mentalidad de una Iglesia fundamentalmente jerárquica y de un laicado pasivo. Predominantemente se ha puesto de relieve la dimensión institucional de la Iglesia, y no tanto su dimensión carismática”[23], por lo que se lleva a considerar que el clericalismo, lejos de ser una desviación del poder de la Iglesia, es un fenómeno fácil de presenciar.
Por eso el Papa Francisco, lejos de parcelar opiniones, reflexionó que “[...] los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados”[24], por lo que deja a entrever, que el clericalismo ha de desterrarse de toda vivencia cristiana, ya que, los laicos no se están formando “[…] para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones”[25]. Más protagonismo del pueblo, menos autoritarismo del clero.
En el mismo sentido, el peligro del clericalismo es presentado también desde la misma posición de los fieles laicos, pues a un “[…] cristiano jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo al mundo para representar a la Iglesia, y que sus soluciones son las soluciones católicas a aquellos problemas. ¡Esto no puede ser, hijos míos! Esto sería clericalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza de las cosas”[26].
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CAPÍTULO II
Aplicaciones de esta doctrina
2.1 Ecos de esta doctrina en los documentos del Concilio Vaticano II
2.1.1 Constitución Dogmática "Lumen Gentium" Sobre la Iglesia
La fe que hace de los bautizados una misma Iglesia no quita nada al bien temporal de cada pueblo, ya que “la Iglesia, o Pueblo de Dios, introduciendo este Reino no arrebata a ningún pueblo ningún bien temporal, sino al contrario, todas las facultades, riquezas y costumbres que revelan la idiosincrasia de cada pueblo, en lo que tienen de bueno, las favorece y asume; pero al recibirlas las purifica, las fortalece y las eleva”[27], es por eso que ha de verse la mediación de la Iglesia únicamente como colaboradora y formadora de la humanidad.
Desde la jerarquía de la Iglesia se pone de manifiesto la responsabilidad otorgada por Cristo a sus legítimos sucesores, los obispos, sin embargo, dicha responsabilidad recae de la misma manera sobre los laicos, ya que a ellos “[…] pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida”[28]. No es posible desligar la vida de los laicos de las cosas terrenas, donde lo social y comunitario juega un papel importante en la realización de la persona.
Al respecto, esta Constitución Dogmática sigue dilucidando sobre el lugar de los laicos en la dinámica del mundo, por eso recuerda que “a ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor”[29], pues un cristiano, por convicción, ha de sentirse llamado a impregnar la sociedad de las cosas y el sentir de Dios, con lo cual no solo colabora con la Iglesia, sino con su propia santificación.
En todo esto, hay unos derechos y deberes a los que los laicos han de someterse en cuanto a ciudadanos del mundo y miembros de la Iglesia, por eso se les invita a “[…] acoplarlos armónicamente entre sí, recordando que, en cualquier asunto temporal, deben guiarse por la conciencia cristiana, ya que ninguna actividad humana, ni siquiera en el orden temporal, puede sustraerse al imperio de Dios”[30], pues, como se ha precisado anteriormente, la vida del cristiano es vivir el Evangelio en el presente.
Más adelante se explicará con precisión los peligros de la mala interpretación de la autonomía de lo temporal, aquí solamente se deja a vislumbrar lo que trae con sigo la excesiva secularización, pues “[…] así como debe reconocerse que la ciudad terrena, vinculada justamente a las preocupaciones temporales, se rige por principios propios, con la misma razón hay que rechazar la infausta doctrina que intenta edificar a la sociedad prescindiendo en absoluta de la religión y que ataca o destruye la libertad religiosa de los ciudadanos”[31]; como se ha visto, aparte de rechazar la presencia eclesiástica, atenta contra la libertad religiosa de los hombres, que de por sí, están llamados a una conexión con Dios[32].
Para el mejor entendimiento de los obispos con sus fieles, en el tema de la vida en la sociedad, a éstos se les invita a considerar “[…] atentamente en Cristo, con amor de padres, las iniciativas, las peticiones y los deseos propuestos por los laicos. Y reconozcan cumplidamente los pastores la justa libertad que a todos compete dentro de la sociedad temporal”[33]; un detalle que merece resaltar es esa justa libertad, que garantiza la recta obediencia de los laicos, tanto para sus pastores, como para las autoridades civiles (cf. Romanos 13,1).
Esta consideración y reconocimiento que los pastores deben a los laicos guarda una utilidad invalorable, pues el episcopado, “[…] ayudados por la experiencia de los laicos, pueden juzgar con mayor precisión y aptitud lo mismo los asuntos espirituales que los temporales, de suerte que la Iglesia entera, fortalecida por todos sus miembros, pueda cumplir con mayor eficacia su misión en favor de la vida del mundo”[34], ya que todos los creyentes participan en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada, que recibieron por la unción del Espíritu Santo[35].
2.1.2 Decreto "Presbyterorum ordinis" Sobre el ministerio y la vida de los presbíteros
El Orden Sacerdotal también forma parte de la reflexión sobre las cosas temporales, pues los presbíteros, lejos de ser seres aislados, están puestos a la cabeza de las comunidades cristianas, precisamente como pastores y guías (cf. Hebreos 5,1), es por eso que ellos, siendo el ejemplo del resto del Pueblo de Dios “[…] deben usar los bienes temporales tan sólo para aquellos fines a los que pueden lícitamente destinarlos, según la doctrina de Cristo Señor y la ordenación de la Iglesia”[36], de lo contrario cabe la pena canónica para los casos en que los sacerdotes causan daño a la Iglesia por la mala administración de los bienes temporales[37].
En la tarea de administrar dichos bienes, el presbiterio no está solo, pues deben hacerlo “[…] con la ayuda, en cuanto sea posible, de seglares expertos, y destinarlos siempre a aquellos fines para cuya consecución es lícito a la Iglesia poseer bienes temporales, esto es, para el desarrollo del culto divino, para procurar la honesta sustentación del clero y para realizar las obras del sagrado apostolado o de la caridad, sobre todo con los necesitados”[38]. Aquí se tiene una considerable delimitación del campo en el que los sacerdotes han de moverse en la administración de los bienes temporales, por supuesto, con la colaboración de seglares.
2.1.3 Decreto "Apostolicam Actuositatem" Sobre el apostolado de los laicos
El Concilio Vaticano II introduce el tema de la autonomía de las realidades temporales, especificando que los laicos “ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres”[39], pero no de cualquier manera, sino “llevado a cabo con espíritu evangélico”[40]. De ahí que el principal objetivo del cristiano en su apostolado sea cumplir el mandato de Jesús,  “id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19); esto es posible para el cristiano que vive en el mundo reconociendo la presencia de Dios, “pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28), la invitación está hecha, ahora corresponde llevar a cabo este encargo divino con fuerzas humanas.
Hay una unidad entre las competencias de la Iglesia y las de las sociedades, en este sentido, “la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico”[41], ahora bien, por orden temporal debe entenderse “los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso”[42], es decir, la integridad de la vida humana.
Si a los laicos se les invita a trabajar en el mundo, “el oficio de la Jerarquía eclesiástica es enseñar e interpretar auténticamente los principios morales que hay que seguir en los asuntos temporales”[43], teniendo también derecho “a discernir sobre la conformidad de tales obras e instituciones con los principios morales y decidir cuanto se requiere para salvaguardar y promover los bienes del orden sobrenatural”[44], es que la misión de la Iglesia, en este sentido, es ordenar lo que en la tierra hace referencia al cielo, pues los bienes temporales son “las cosas necesarias para la vida humana”[45] como lo expresa santa Catalina de Siena.
2.1.4 Decreto "Ad Gentes" Sobre la actividad misionera de la Iglesia
La Iglesia es misionera por naturaleza[46], es por eso que “en las tierras de misiones, los laicos, […], enseñen en las escuelas, administren los bienes temporales, colaboren en la actividad parroquial y diocesana, establezcan y promuevan diversas formas de apostolado seglar para que los fieles de las Iglesias jóvenes puedan, cuanto antes, asumir su propio papel en la vida de la Iglesia”[47]. Con esto se está incentivando a que, desde la mayor brevedad posible, las nuevas comunidades de fe entiendan que hay que trabajar por la edificación del Reino de Dios en la tierra, ya que el principal promotor del orden de lo temporal es el laico, en su incorporación a Cristo por el bautismo y su inmersión en el mundo[48].
2.2 Ecos de esta doctrina en san Juan Pablo II
El gran Pontífice polaco habló en reiteradas ocasiones sobre el tema de la autonomía de las cosas temporales, desde sus encíclicas como en la predicación y catequesis con motivo de las multitudinarias audiencias generales en Roma. Como es de suponer, comentó ampliamente el punto 36 de la Gaudium et spes[49].
Reinhardt, comentando la audiencia de san Juan Pablo II sobre la providencia divina expresa que, con respecto al hombre, “[…] todo lo que ha sido creado, pertenece a Dios, su Creador, y, en consecuencia, depende de Él. En cierto sentido, cada uno de los seres es más ´de Dios´ que ´de sí mismo´. Es primero de ´Dios´ y, luego, ´de sí´. Lo es de un modo radical y total que supera infinitamente todas las analogías de la relación entre autoridad y súbditos de la tierra”[50], por lo que queda de una manera intrínsecamente unida la  existencia del hombre en su filiación a Dios.
Y como para dejar clara esta filiación, el papa expresa que “[…] según la fe católica es propio de la Sabiduría trascendente del Creador hacer que Dios esté presente en el mundo como Providencia, y simultáneamente que el mundo posea esa ´autonomía´, de la que habla el Concilio Vaticano II”[51], concluyendo de esta manera la pregunta por la autonomía de la creación y el papel del hombre.
Aunado a esto, el papa comenta que “[…] en lo que se refiere a la inmanente formación del mundo, el hombre posee, pues, desde el principio y constitutivamente, […], un lugar totalmente especial. Según el libro del Génesis, fue creado para ´dominar´, para ´someter la tierra´. Participando, como sujeto racional y libre, pero siempre como criatura, en el dominio del Creador sobre el mundo, el hombre se convierte de cierta manera en ´providencia´ para sí mismo, […]. Pero por la misma razón gravita sobre él desde el principio una peculiar responsabilidad tanto ante Dios como ante las criaturas y, en particular, ante los otros hombres”[52]. Esto lleva a la conclusión de que para san Juan Pablo II hay una autonomía notable, pero unida inseparablemente a una responsabilidad ante el Creador.
2.4 Ecos de esta doctrina en san Josemaría Escrivá
San Josemaría Escrivá, quien se había empeñado incansablemente desde 1928, en mover las voluntades de los laicos cristianos para que tomaran su parte en la misión de la Iglesia ante las realidades temporales, defendió todas las enseñanzas conciliares, sintiéndose confirmado en lo central del espíritu del Opus Dei que lleva a la santificación del trabajo ordinario[53].
Este santo español, al hacer la invitación “[…] de santificarse en el trabajo y de santificar a los demás por medio del trabajo”[54], no lo deja tan escueto, sino que también procura lograr la santificación del trabajo mismo, “[…] de ahí la efectiva realización de la tarea de informar y perfeccionar con espíritu cristiano el orden de las realidades temporales”[55], que en definitiva es la misión de todo cristiano.
En un texto de san Josemaría, sacado de la homilía pronunciada en el campus de la Universidad de Navarra en 1967, la cual se titula ´Amar al mundo apasionadamente´ se resumen algunas ideas repetidas por él desde los años treinta: “Tenéis que difundir por todas partes una verdadera mentalidad laical, que ha de llevar a tres conclusiones: a ser suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal; a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que proponen — en materias opinables — soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene; y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas”[56].
Por esto, san Josemaría expresa, convencido de la autonomía de las realidades temporales: “Qué triste cosa es tener una mentalidad cesarista, y no comprender la libertad de los demás ciudadanos, en las cosas que Dios ha dejado al juicio de los hombres”[57], y continúa en el mismo sentido su segundo sucesor en la dirección del Opus Dei: “´Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios´. Estas palabras de Jesucristo constituyen un punto de referencia fundamental para orientar –en la actividad de los cristianos- la relación entre su dignidad de hijos de Dios, llamados a una vida eterna, y su condición de ciudadanos de la sociedad temporal, miembros de los más variados pueblos, naciones y comunidades políticas”[58].
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CAPÍTULO III
Conclusiones
3.1  La unidad de vida de Jesús
Por unidad de vida se entiende que la vida misma “tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro”[59] y es, por la gracia de Espíritu de Dios, “participación en la suprema unidad de lo divino y humano realizada en la Encarnación del Hijo de Dios”[60]. El mismo Señor Jesucristo es “principio de unidad y de paz”[61]: Él está siempre unido al Padre Dios e intercede para que nos santifique en la verdad (cf. Jn 13,17). Al hacer la voluntad del Padre tiene su alimento, (cf. Jn 4,34)[62].
San Josemaría afirmando la unidad de vida de Jesús, y a la cual el cristiano está invitado a imitar, manifestaba que Cristo “todo lo acabó bien, terminó todas las cosas bien, no hizo más que el bien”[63], ya que  con Cristo, consagración y misión forman una unidad perfecta[64]. Para san Josemaría Jesús es el Dios y hombre perfecto que vivió en su vida terrenal una total unidad de vida[65] y que “en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”[66]. La unidad de vida del Señor, es para la humanidad el mejor ejemplo a seguir en sus relaciones con lo temporal, pues de esta manera se actúa movido, no por mundanos deseos, sino por el Espíritu Santo.
Un peligro a advertir en este sentido es la incoherencia de vida, en la que suelen verse inmiscuidos los cristianos, esto grave, pues es una “falta de armonía y de paz que quiebra el equilibrio personal”[67], lo que es evidente, pues “ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres”[68].
3.2  Perspectivas de la aplicación de esta doctrina para la nueva evangelización
Como se ha visto, es cierto que el cristiano necesita amar al mundo, y “el amor al mundo no nos impide ver lo que no va, lo que necesita purificación, lo que ha de ser transformado. Hemos de aceptar la realidad tal como es, tal como se presenta, con sus luces y sus sombras. Y esto requiere vibrar con las cosas, conocer los problemas, tratar a muchas personas, leer, escuchar. Para amar a Dios no tenemos nada mejor que el mundo en el que Él mismo nos ha llamado a vivir”[69], es por eso que el Señor oró al Padre diciendo “no pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Jn 17,15).
En la actualidad evangelizar es la acción de toda la Iglesia Católica, las líneas doctrinales del actual Pontífice van en este sentido, pues, aquel cristiano que se consigue con Dios, se consigue con el Supremo Bien, y “el bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión”[70], y los cristianos están llamados a vivir su existencia desde una auténtica evangelización, que, como se ha visto, les exige una unidad de vida.
Evangelizar el mundo actual, y con él las realidades temporales es tarea de todos, eso no se puede olvidar, pues no se trata solo del clero o la vida consagrada, sino que también “los laicos están llamados a ejercer su tarea profética, que se deriva directamente del bautismo, y a testimoniar el Evangelio en la vida cotidiana dondequiera que se encuentren”[71], pues todos los lugares de la tierra son propicios para el encuentro con Dios, y claro es que al encontrarnos con Dios evangelizamos, pues “no hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca”[72].
Y en el mensaje de san Josemaría encaja la justa autonomía de las realidades temporales, pues al “vivir santamente la vida ordinaria, […] me refiero a todo el programa de vuestro quehacer cristiano. Dejaos, pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera — ¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!...—, y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor”[73].
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CONCLUSIÓN
La autonomía de las realidades temporales ha se aplica precisamente en la misión de los bautizados que “[…] en el mundo terreno afecta al hombre, no considerado como una categoría, sino en su singularidad, y pasa a través de él, actualizándose en tres vertientes, de la dignidad personal del hombre, de su actividad, de su carácter social; y a través de él afecta también al mundo material […]. Los amplios desarrollos de cada uno de estos aspectos ofrecen elementos más que abundantes para innumerables programas de acción concreta por parte de los laicos […]”[74], es por ello que al hablar de autonomía no significa ´dejar de hacer´, sino todo lo contrario, ´ponerse a hacer´.
Y en este sentido, toda la acción de los cristianos ha de ser iluminada inagotablemente por el pastoreo de la jerarquía, luchando para que exista una “[…] auténtica vida cristiana de seguimiento de Cristo y, a través de Él, de unión con el Padre en la fuerza del Espíritu Santo […]”[75], pues de otra manera “[…] los laicos, en vez de informar y perfeccionar con espíritu cristiano el mundo de las realidades temporales, serían personas mundanas, impregnados de aquel espíritu del mundo”[76]. Es por eso que “[…] hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir”[77], para poder vivir la vida de la manera que Dios quiere que sea vivida.
Como se ha dejado previsto, fue el Concilio Vaticano II el principal propagador de esta doctrina, ya que la misión de la Iglesia en relación con las realidades temporales, antes del Concilio, aparecía poco desarrollada bajo el perfil doctrinal, ahora la situación actual es muy distinta, pues la enseñanza del Concilio y de los Papas plantean un tratamiento orgánico de contenido muy rico, que puede ser traducido inmediatamente a la vida de todos los cristianos[78].
Es por eso que, al finalizar este trabajo monográfico, se reconoce que como consecuencia de una autonomía de lo temporal mal entendida, y en respuesta a esto “[…] resplandece la luz y la belleza de los designios de Dios para el mundo, que ha dotado a las cosas de una consistencia propia, y les ha dado la capacidad de ser elevadas al orden sobrenatural. La Gaudium et spes pone las bases para una Modernidad cristiana, alejada de clericalismos y laicismos reduccionistas, respetuosa de la libertad, que debe formar un binomio inseparable con la verdad”[79].
El cristiano de hoy en día necesita con urgencia reconocer primeramente que es hijo de Dios, que es libre, y que tiene todas las capacidades para responderle a Dios en las realidades terrenas, sabiendo discernir los puntos en los que peligra dicha respuesta, sabiendo cumplir esa voluntad de Dios que se manifiesta de manera especial en las cosas creadas.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Rivero, Antonio, Historia de la Iglesia, Ediciones San Pablo, México, 2005.

P.A
García



[1] Martín, José, Gran Enciclopedia Rialp, Tomo 3, Madrid, Ediciones RIALP, 1993, p. 465.
[2] Escrivá, san Josemaría, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Caracas, Ediciones Vértice, 2002, n. 32, p. 93.
[3]  De Andrés, Rafael, Diccionario Existencial Cristiano, Navarra, Editorial Verbo Divino, 2004, p. 32.
[4] Código de Derecho Canónico, Ediciones San Pablo, 1990, n. 227.
[5] Martín, José, op. cit. p. 466.
[6] Idem
[7] cf. Fazio, Mariano, La autonomía de las realidades terrestres en la Gaudium et spes, recuperado de https://www.institutoacton.com.ar/oldsite/articulos/mfazio/
[8] Conc. Vat. II, Gaudium et spes, n. 36.
[9] Idem
[10] Idem
[11] Idem
[12] Idem
[13] Idem
[14] Idem
[15] Fazio, Mariano, op. cit.
[16] Idem
[17] Idem
[18] Palomino, Rafael, Laicidad, laicismo, ética pública: presupuestos en la elaboración de políticas para prevenir la radicalización violenta, Athena Intelligence Journal, Vol. 3, No 4, Octubre – Diciembre de 2008, p. 81.
[19] De Andrés, Rafael, op. cit. p. 247.
[20] Idem
[21] Rivero, Antonio, Historia de la Iglesia, Ediciones San Pablo, México, 2005, p. 286.
[22] Petrosillo, Pietro, El Cristianismo de la A a la Z, Ediciones San Pablo, Madrid, 1996, p. 92.
[23] Concilio Plenario de Venezuela, El laico católico, fermento del Reino de Dios en Venezuela, n. 40.
[24] Francisco, Evangelii Gauidium, n. 102.
[25] Idem
[26] Escrivá, san Josemaría, Amar al mundo apasionadamente, Ediciones Universidad Monteávila, Caracas, 2007, n. 117.
[27] Lumen Gentium, n. 13.
[28] Ibidem, n. 31.
[29] Idem
[30] Ibidem, n. 36.
[31] Idem
[32] cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 44.
[33] Lumen Gentium, n. 37.
[34] Idem
[35] cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 91.
[36] Presbyterorum Ordinis, n. 17.
[37] cf. Código de Derecho Canónico, n. 1741.
[38] Presbyterorum Ordinis, n. 17.
[39] Apostolicam Actuositatem, n. 2.
[40] Idem
[41] Ibidem, n. 5.
[42] Ibidem, n. 7.
[43] Ibidem, n. 24.
[44] Idem
[45] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1937.
[46] Ad Gentes, n. 2.
[47]Ibidem, n. 41.
[48]cf. Ad Gentes n. 15.
[49] cf. Reinhardt, Elisabeth, La legítima autonomía de las realidades temporales, recuperado de http://institutoacton.org/2016/09/07/la-legitima-autonomia-de-las-realdades-temporales-elisabeth-reinhardt/
[50] Idem
[51] Idem
[52] Idem
[53] Miralles, Antonio, La misión de la iglesia y las realidades temporales, recuperado de https://es.romana.org/44/estudio/la-mision-de-la-iglesia-y-las-realidades-temporale/
[54] Idem
[55] Idem
[56] Escrivá, san Josemaría, op. cit. n. 117.
[57] Escrivá, san Josemaría, Surco, n. 313.
[58] Echevarría, Javier, Itinerarios de vida cristiana, Editorial Planeta, Barcelona, 2001, p. 237.
[59] Escrivá, san Josemaría, Es Cristo que pasa, Ediciones RIALP, Madrid, 1973, p. 41.
[60] Diccionario de San Josemaría, “Unidad de vida”, Monte Carmelo - Instituto Histórico San Josemaría Escrivá de Balaguer, Burgos, 2013, p. 1222.
[61] Lumen Gentium, n. 9.
[62] cf. Derville, Guillaume, ‘En espíritu y en verdad’: crear la unidad de vida, recuperado de https://opusdei.org/es-es/document/en-espiritu-y-en-verdad-crear-la-unidad-de-vida-i/
[63] Es Cristo que pasa, op. cit. p. 51.
[64] cf. Derville, Guillaume, op.cit.
[65] Idem
[66] Gaudium et spes, n. 22.
[67] Derville, Guillaume, op.cit.
[68] Gaudium et spes, n. 43.
[69] Derville, Guillaume, op.cit.
[70] Francisco, op. cit. n. 9.
[71] Benedicto XVI, Verbum Domini, Ediciones San Pablo, 2010, n. 94.
[72] Amar al mundo apasionadamente, op, cit, n. 114.
[73] Ibidem, n. 116.
[74] Miralles, Antonio, op. cit.
[75] Idem
[76] Idem
[77] Amar al mundo apasionadamente, op. cit. n. 114.
[78] cf. Miralles, Antonio, op. cit.
[79] cf. Fazio, Mariano, op. cit.

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