sábado, 24 de julio de 2021

Décimo Aniversario

POR AMOR A DIOS

         El domingo 24 de julio de 2011 dejé la comodidad de mi casa y el entorno familiar para viajar a las afueras de Ejido, sector Manzano Alto, Carretera Panamericana, con la intención de ingresar al Cursillo de Verano del “Centro Vocacional de los Legionarios de Cristo”, que después resultó ser un fabuloso “Seminario Menor” de dicha Congregación Religiosa.

El sábado 23 había participado en la que sería mi última actividad como Scouts. Fuimos a una piscina en el sector Cucuchica de Tovar para, entre otros motivos, hacer mi despedida, pues ya les había manifestado mi deseo de ingresar en aquel internado, donde podía culminar mi bachillerato, además de vivir una experiencia formativa en el ámbito religioso. A pesar de que les advertí que no me sumergiría en la piscina, decidieron tomarme entre varios y lanzarme desprevenidamente al agua, por lo que terminé con la ropa empapada.

Aquella tarde sabatina había entregado el banderín de la Patrulla Lobo, la cual había fundado y estaba bajo mi guía, encomendándoles no desmayar en el ánimo por seguir adelante. Todo esfuerzo fue en vano, pues me enteré que aquella actividad no sólo fue la última para mí, sino también para todo el “Grupo Scouts Cinco Águilas Blancas” de La Playa. Al parecer decidieron desintegrar el grupo y aquella despedida mía era en realidad un punto y fin para toda la comunidad Scouts.

         En los días anteriores a mi partida al seminario menor, había tenido dos previas citas con religiosos Legionarios de Cristo. La primera fue en Mérida, a la que asistí con mi mamá, y mientras ella acudía a la recepción de un Título de Postgrado, yo estuve con los padres Elías Sallet (venezolano) y Luis Miguel Vargas (mexicano) en un restaurante cercano a la Catedral, donde me propusieron observar un video sobre los centros vocacionales de la Congregación. En esa oportunidad quedamos en que ellos irían a mi pueblo, para afinar detalles sobre mi participación en el cursillo de admisión.

         La segunda cita se llevó a cabo en mi casa. Los padres precisaron el día y la hora del encuentro, y allí estuvieron puntualmente. Por el camino iban llamando por teléfono para no perderse, sin embargo, la dirección era muy fácil: La Playa, detrás de la Iglesia. En este segundo encuentro, los padres compartieron el almuerzo con nosotros, y luego de un breve reposo, nos convocaron a todos los de la casa para conversar sobre la experiencia del cursillo y la posible admisión a la “Apostólica”, que es como se le llama a los seminarios menores de la Legión de Cristo. Todo se desenvolvió en un ambiente muy cordial.

         Al final de aquel encuentro, los padres nos dejaron un material impreso donde se contenía toda la información necesaria para asistir al cursillo de admisión. Eran varias hojas que incluían: lista de ropa y objetos personales, lencería, documentos básicos para poder asistir con el permiso legal de los padres, entre otras cosas. Esa misma semana nos empezamos a preparar con todo lo necesario. La parte más meticulosa fue coser a cada prenda de vestir una pequeña etiqueta que identificaría mi ropa, era un número impreso sobre una cinta de tela: “V-287”.

         El domingo 24 de julio de 2011, como ya les dije al principio, fue mi ingreso al cursillo vocacional. Ese día viajamos desde La Playa, mi mamá, mi papá, mis hermanas y yo. Doña Eva (mi querida abuela) se había quedado en casa a petición mía. Su colaboración en toda esta novedosa experiencia había sido protagónica, pero yo sabía que despedirme de ella sería más doloroso, por lo que decidí pedirle que no me acompañara hasta Ejido, sino que me despidiera en la casa.

         Llegamos en horas de la tarde al Centro Vocacional. El ambiente era festivo. Una gran corneta dejaba escuchar canciones cristianas de ritmos variados, la mayoría de esas canciones eran desconocidas para nosotros. Los padres Elías y Luis Miguel nos esperaban en la puerta. Nos hicieron pasar a unos recibidores muy cómodos y allí, nuevamente reunidos todos, volvieron a conversar con mis padres sobre la experiencia que yo viviría en esos próximos días. Mi mamá hizo una que otra pregunta y finalmente me despedí de ellos. Antes tuve que dejarle mi teléfono móvil a mi hermana mayor, pues no lo necesitaría, además de que no estaba permitido tenerlo mientras duraba el cursillo.

         Desde los ventanales del comedor, en la parte de arriba de las oficinas donde nos despedimos, pude ver partir a mi familia. Ellos se iban contentos y yo quedaba en la misma situación, alegre por estar en ese lugar. Mientras se hacía de noche, me hicieron ubicar las maletas en un pasillo e ir con un sacerdote y un grupo de jóvenes a jugar futbol en las enormes canchas del Centro Vocacional. La distribución de aquel improvisado partido fue rápida, me tocó la portería.

         Al hacerse de noche nos convocaron a todos frente a la Capilla. Un sacerdote, montado sobre la fuente, con una gran lista donde estaban ordenadamente apuntados los nombres de todos los jóvenes, nos fue llamando uno a uno, antes nos había pedido separarnos por estados, pues no sólo éramos merideños, sino también tachirenses, zulianos, etc. Aquella organización grupal sería la de pequeñas comunidades de vida que se llamarían “Batallones”, identificados con una letra del abecedario y bajo el patrocinio de un santo. Yo formé parte del “Batallón D” San Francisco de Asís, allí estábamos los que habíamos culminado el segundo y tercer año de bachillerato.

         Mi primer amigo en estas filas fue el tachirense Javier Mauricio Sayago Bayona, con quien mantengo una buena amistad desde ese tiempo. Fuimos muy cercanos en nuestros dos años de formación con los Legionarios de Cristo. Ambos nos iniciamos en esta vida de formación y frecuentemente recordamos las experiencias vividas desde aquel domingo 24 de julio de 2011, hasta el mes de julio de 2013, cuando recibimos nuestro Título de Bachiller de la República Bolivariana de Venezuela, mención “Ciencias”.

         Quince días después de aquel 24 de julio fue la primera visita familiar, la alegría por vernos nuevamente, fue opacada por la triste noticia de esa mañana, pues había fallecido mi tío Luis Castillo, hermano de mi abuela Eva. Antes de venir al cursillo me había despedido de él, quise explicarle que ya no estaría disponible para hacerle los mandados, como comprarle el chimó o el tiquete de lotería, todos los días, como ya estábamos acostumbrados los dos.

         De aquel cursillo de admisión tengo muchas anécdotas, que en otra oportunidad les dejaré saber. Por ahora sólo me gustaría culminar estas breves palabras, agradeciendo a Dios por aquel maravilloso día, en el que dejé de vivir como un simple jovencito, y empecé a ver el mundo desde la perspectiva de un futuro sacerdote.

         Agradezco al padre José Ignacio Pernía, quien fue mi director espiritual en ese tiempo de formación legionaria, además de ser el Rector de la Apostólica, por todo el apoyo y atención hacia mí, sobre todo cuando perdí físicamente a mi abuela. Y agradezco también al padre José Gutstein, quien fue el Prefecto de la Comunidad de Precandidatos, es decir, mi superior inmediato, con quien aprendí muchas cosas meritorias, como valorar la patria, la familia y la vocación.

P.A

García


1 comentario:

  1. Pedrito Hermoso relato Dios te Bendiga e ilumine Siempre .Un Abrazote.

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